Tomando
en cuenta el renovado intervencionismo de EE.UU. en el exterior,
como respuesta agresiva a los atentados del 11 de septiembre
y basados en su inigualable supremacía militar, muchos
analistas sostienen que estamos a las puertas de una nueva
era de hiperpoder norteamericano. Partiendo de la crisis
de la economía mundial y de los motivos que llevan
a EE.UU. a este intento de rediseñar el orden mundial
de forma ofensiva, en esta nota discutimos las probabilidades
de su éxito en esta empresa o si por el contrario,
este nuevo curso puede profundizar la aceleración
de su decadencia y la apertura de un desorden
mundial.
El
carácter de la actual crisis económica mundial
La actual
crisis se caracteriza por la existencia de grandes presiones
deflacionarias (caída de los precios de las mercancías),
en el marco de un fuerte desequilibrio en la economía
mundial.
La brecha existente entre los países con superávit
de cuenta corriente como Europa Continental y Asia, incluido
Japón, y los países con déficit, centralmente
Estados Unidos, es un factor persistente y potencialmente
desestabilizante de la economía global (ver cuadro
1). Esta brecha ha alcanzado la friolera de 2,5% del producto
bruto mundial. El nivel de desigualdad de los flujos comerciales
ha crecido a niveles nunca vistos en los países industriales
en la era de posguerra.
La presión
deflacionaria responde a la combinación de dos fuerzas
de carácter estructural.
La primera es la inmensa sobreacumulación de capitales
que hay en la mayoría de los sectores de la economía,
desde las automotrices hasta la producción del acero
y, en particular, en los sectores de la informática
y las telecomunicaciones (high tech), que fueron
las ramas dinámicas del anterior ciclo económico
centrado en EE.UU. La desaceleración económica
de este país, que actuó como consumidor de
última instancia y principal motor de la economía
mundial desde 1995 en adelante1, ha incrementado la sobreproducción
de mercancías a escala planetaria.
La segunda es el importante avance en la internacionalización
de la economía. Esto se refleja en el crecimiento
del comercio en mucha mayor medida que la producción,
la existencia de un mercado financiero global, la oleada
de fusiones y adquisiciones en los paises centrales y la
relocalización del capital en determinadas zonas
de la periferia (México y el NAFTA, Sudeste de Asia
y China, la extensión de la Unión Europea
a Europa del Este y a algunos países del norte de
África o Turquía). Este proceso, que se aceleró
a partir de los 70 como forma de contrarrestar la
tendencia a la caída de la tasa de ganancia, fue
adquiriendo una importancia cada vez mayor en el funcionamiento
de la economía mundial. Esta nueva división
del trabajo que la estrategia productiva de las grandes
corporaciones fue imponiendo, ha implicado una creciente
gravitación de la ley del valor a nivel mundial.
La mayor influencia de las transnacionales, sobre todo en
el campo de la producción de bienes transables pero
cada vez más en otras áreas de valorización
del capital, tiende a la formación de precios mundiales
en cada vez más ramas de la economía.
En este
marco, resalta la creciente importancia de China como taller
manufacturero mundial basado en su abundante mano de obra
barata, consecuencia de la enorme reserva que significa
la existencia una fabulosa población campesina sobrante.
Las exportaciones a bajos precios, tanto de las corporaciones
multinacionales instaladas allí como de las propias
empresas chinas, son un gran factor depresor de los precios
de las mercancías no sólo en la producción
liviana (textiles y juguetes) sino crecientemente en las
manufacturas e incluso en sectores de tecnología
informática. Este rol ubica a China como el cuarto
productor industrial después de EE.UU., Alemania
y Japón. Sus bajos costos de producción la
convierten en un espectacular ensamblador de más
del 50% de las cámaras fotográficas en el
mundo, el 30% de los aires acondicionados y televisores,
el 25% de los lavarropas y casi un 20% de las heladeras.
Incluso en productos informáticos, es hoy el tercer
productor mundial después de EE.UU. y Japón.
Las fuertes presiones competitivas en el sector exportador
de la economía, como la industria manufacturera,
son la principal fuente de las presiones deflacionarias
que aquejan a las economías de los países
centrales. Sin embargo y por primera vez, en la actual crisis
económica mundial el sector servicios de la economía
no es más inmune a estas presiones, como consecuencia
de la mayor integración de la economía mundial
y de los avances que ha permitido la tecnología informática.
Esto agrava el peligro deflacionario. Aunque este proceso
está aún en su infancia (comparado con los
sucesivos ajustes en el sector industrial), ya podemos ver
sus consecuencias en la caída de la rentabilidad
en las ramas que manejan la distribución de mercancías,
como las terminales portuarias de la Costa Oeste de EE.UU.
La combinación de estas dos fuerzas, la sobreacumulación
de capitales y la mayor internacionalización de la
economía, le da a la crisis económica mundial
actual un carácter diferente de las distintas crisis
capitalistas que se sucedieron en el mundo desde la posguerra,
creando el mayor riesgo desde los treinta de una deflación
abierta.2
El
dólar y la emisión monetaria como principal
factor desestabilizador de la acumulación capitalista
mundial
Las
raíces de la crisis actual hay que buscarlas en la
crisis de acumulación capitalista iniciada en los
70 y en la respuesta norteamericana a ésta.
El fin del boom de posguerra señaló el comienzo
de la declinación histórica de EE.UU. El resurgimiento
de Japón y Alemania como potencias emergentes, terminó
con la abrumadora superioridad económica de Norteamérica
y dio origen a la división del mundo en una tríada
de potencias imperialistas más o menos equivalentes.
A decir de Ernest Mandel: ...la ley del desarrollo
desigual por primera vez en la historia se revirtió
contra el imperialismo norteamericano. Las otras potencias
imperialistas, que partieron de un nivel de productividad
industrial mucho más bajo que el de EE.UU., han modernizado
su industria mucho más rápidamente y han logrado
a su vez, ventajas de productividad apreciables. Muchas
de sus mercancías son, hoy en día, de una
calidad parecida y a veces superior y, ante todo, más
baratas que las mercancías norteamericanas: los navíos
japoneses; los pequeños automóviles europeos
y japoneses; las máquinas-herramientas alemanas...
Este retroceso relativo de EE.UU. llevó a su fin
al sistema de Bretton Woods.3
Desde entonces, EE.UU. utilizó el nuevo régimen
de cambio flexible y la continuidad del dólar como
moneda de reserva y medio de pago a nivel mundial como forma
de enfrentar la crisis, manipulando en su provecho este
privilegio sólo reservado a la potencia hegemónica.
Este enorme beneficio económico para EE.UU. le ha
permitido vivir más allá de sus medios, cuestión
que se ha expresado en un sobreconsumo y en déficits
comerciales masivos. Exportando su inflación4, EE.UU.
ha aumentando la inestabilidad y las desigualdades de la
economía mundial -como demuestra la sucesión
de crisis monetarias, financieras y bursátiles a
lo largo de las últimas dos décadas-, generando
a largo plazo las fuertes presiones deflacionarias que hoy
agobian a la economía. En otras palabras, durante
este periodo EE.UU. ha actuado crecientemente como el principal
desestabilizador de la acumulación capitalista mundial.
Los
déficits de cuenta corriente en EE.UU. (y el subsiguiente
aumento de la liquidez del dólar a nivel mundial)
han sido largamente responsables del inflamiento global
del abundante hot money. A lo largo de estas
décadas, esta masa dineraria ha sido dirigida a canales
especulativos, ayudando a crear booms y depresiones alrededor
del mundo. También ha sido un combustible esencial
para el sistema crediticio norteamericano.
Aunque menos apreciada, la exportación de inflación
por EE.UU. ha sido el principal motor para la sobrefinanciación
de las industrias que producen bienes para la exportación.
Ya sea Japón a fines de los 80, el Sudeste
Asiático durante los 90 o en estos días
China, el hipertrofiado sector financiero de EE.UU. ha sido,
directa o indirectamente, la fuente original de la mayor
parte del financiamiento global disponible. El sobreabundante
financiamiento norteamericano es el responsable de la sobreinversión
en el sector manufacturero que hoy ejerce una presión
hacia abajo en el precio de las mercancías. En otras
palabras, China puede estar hoy exportando deflación
pero la raíz última debe buscarse en la exportación
inflacionaria de EE.UU.
El resultado de todo esto ha sido una declinación
del dinamismo de la economía mundial, a pesar del
mini boom norteamericano de la segunda mitad de los 90
(ver cuadro 2). Como plantea Robert Brenner: La subyacente
debilidad del sistema en su conjunto y su componente norteamericano,
se manifiesta en el hecho de que, durante el curso del ciclo
de negocios de los 90, la performance económica
de las economías capitalistas avanzadas tomadas de
conjunto fue, para todas las medidas promedio -crecimiento
del PBN, ingreso per capita, productividad del trabajo y
salarios reales, así como el nivel de desempleo-,
no mejor que durante los 80. Este último fue
en sí mismo menor que en los 70, el cual por
supuesto no se aproxima al de los 60 o los 50.
(Robert Brenner, The economy after the boom: a diagnosis,
Against the current).
El
perro que se muerde la cola
A mediados
de los años 20, Trotsky señaló
el desplazamiento del eje de la economía mundial
de la declinante Europa (y en particular de Inglaterra)
hacia los ascendentes EE.UU., alertando al mismo tiempo
sobre las consecuencias que tendría el creciente
sometimiento del viejo continente en la propia Norteamérica.
Se dice en el arte militar, que quien envuelve al
enemigo y le corta, queda a menudo cortado el mismo. En
la economía se produce un fenómeno análogo:
tanto más somete EE.UU. bajo su dependencia al mundo
entero, tanto más caen ellos mismos bajo la dependencia
del mundo entero, con todas sus contradicciones y conmociones
en perspectiva. (Europa y América,
discurso pronunciado por Trotsky en Moscú, 1926).
Aunque esta cita se refiere a la emergencia de EE.UU. como
potencia hegemónica, también puede aplicarse
a este periodo de su declinación histórica.
Precisamente, lo novedoso de la crisis actual es que la
política norteamericana de derivar sus propias dificultades
sobre el mundo entero, está comenzando a redundar
en que las fuertes presiones deflacionarias manifiestas
a nivel mundial hoy acechan también a la economía
de EE.UU., limitando su capacidad para salir de la crisis
con los mismos mecanismos que utilizó en el pasado.
Si tomamos
la más amplia medición de los precios en la
economía, se comprueba que estos han crecido menos
de un 1% en los últimos doce meses5, el menor incremento
en los últimos 50 años. Más aún,
salvo algunos ítems que representan menos del 7%
del total, el resto de los componentes del índice
de precios experimenta una caída que llega en el
caso de las computadoras personales al 21% anualizado. En
otras palabras, la deflación en los precios de las
corporaciones ya es una realidad y se está incrementando
en EE.UU. Ligado a lo anterior y según estadísticas
del Departamento de Comercio, las ganancias de las corporaciones
en el ingreso nacional están cayendo.
Por su parte, los niveles récords de endeudamiento
doméstico, tanto de las corporaciones como de los
consumidores (tarjetas de crédito, hipotecas, etc.)
son una pesada carga sobre el cuerpo económico. Las
defraudaciones, defaults y bancarrotas están en alza.
Crecen las bancarrotas empresariales frente a la acumulación
de deudas. El último caso resonante es el de United
Airlines, la segunda línea de aeronavegación
comercial, incapaz de pagar una deuda de 900 millones de
dólares este mes. El Estado de California, la quinta
economía del mundo, está al borde de la quiebra
fiscal después de la fenomenal caída en sus
ingresos provenientes de los años del boom de la
industria informática.
Si no fuera por la excepcional baja de las tasas de interés
adoptada por la Reserva Federal, sumada al abrupto y amplio
giro desde un superávit hacia un creciente (y en
ascenso) déficit fiscal junto a la aceleración
de la expansión monetaria y crediticia, la economía
norteamericana habría caído en recesión
a lo largo del 2002. Sin embargo, a pesar del aumento y
la abundancia de liquidez, el sector manufacturero sigue
retrocediendo, lo que demuestra que la depresión
en la manufactura no es de carácter cíclico
sino de tipo estructural.
En este marco, una recuperación del crecimiento global
impulsada por EE.UU. sólo podría agravar su
ya abultado déficit de cuenta corriente, cuyo financiamiento
a lo largo de las últimas décadas ha redundado
en un endeudamiento externo equivalente a un 25% de su PBN
(exacerbando los peligrosos desequilibrios de la economía
mundial y aumentando el riesgo siempre presente de una caída
abrupta del dólar). En otras palabras, esta alternativa
significaría para la economía mundial al igual
que en el 2002, una reedición de la débil
y desigual recuperación, motorizada por una crecientemente
insostenible posición a largo plazo de EE.UU.
Aunque este escenario en lo inmediato sigue siendo el más
probable, en el marco de las presiones deflacionarias y
su creciente endeudamiento externo, aumentan las perspectivas
de que EE.UU. intente monetizar su deuda. Recientemente
Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, señaló
que el gobierno norteamericano no dudará en utilizar
todos los recursos a su disposición para evitar que
la deflación llegue a EE.UU. Como planteó
más explícitamente uno de sus colegas en la
FED: ...el gobierno de Estados Unidos tiene una tecnología
llamada la máquina de imprimir (o su
equivalente electrónico), que le permite producir
tantos dólares como desee, esencialmente sin costo.
Incrementando la cantidad de dólares en circulación,
o aún con la amenaza creíble de hacerlo, el
gobierno de EE.UU. puede reducir el valor del dólar
en términos de bienes y servicios, lo cual es equivalente
a elevar los precios en dólares de aquellos bienes
y servicios. Nosotros concluimos que, bajo un sistema de
papel moneda, un gobierno determinado puede siempre generar
gastos mayores y por tanto una inflación positiva...
Si caemos en deflación... nosotros podemos tener
la tranquilidad de que la lógica del ejemplo de la
máquina de imprimir debe imponerse por sí
misma y que suficientes inyecciones de dinero van siempre
a revertir finalmente la deflación. (Ben Bernanke,
Deflation: Making Sure It Doesnt
Happen Here, discurso pronunciado el 21 de noviembre
en Washington).
En el marco de las fuertes tendencias recesivas que aquejan
a la economía mundial, una medida como ésta
sería extremadamente deflacionaria para el resto
del mundo, generando la posibilidad de un emponzoñamiento
de las relaciones comerciales interimperialistas. Recientemente,
el viceministro japonés de asuntos internacionales,
Haruhiko Kuroda, alardeó sobre la necesidad de una
devaluación del yen.6 La mera sugerencia de estas
políticas de reflación a través de
una depreciación de la moneda a uno y otro lado del
Pacifico, muestra los riesgos de un ciclo de devaluaciones
competitivas, que podría abrir un horizonte altamente
traumático para la economía internacional
y los mercados financieros mundiales. No nos olvidemos que
la sucesión de devaluaciones competitivas en los
30 fue lo que llevó a la virtual fractura del
comercio internacional y a la formación de bloques
económicos hostiles. Este marco es propicio para
la politización de las disputas comerciales, la búsqueda
de chivos expiatorios y la apelación a la xenofobia,
con las exportaciones chinas y el peligro amarillo
como un adversario probable. Todo esto, junto a las crecientes
tensiones geopolíticas, puede significar el test
más importante para la creciente internacionalización
de la economía. En otras palabras, que la aguda contradicción
entre ésta y la continua existencia de estados nacionales
adquiera un carácter más abierto y pronunciado.
El otro
riesgo latente es que una fuerte devaluación del
dólar puede disparar una fuga de capitales de EE.UU.,
debilitando el rol de la moneda norteamericana como pilar
del sistema monetario internacional. La necesidad de una
política ofensiva contra la deflación es consistente
con los intereses domésticos de la mayor nación
deudora del planeta, pero no para los acreedores externos
de ésta. Como plantea el analista Paul Kasriel de
Northern Trust: Los inversores globales pensaban que
ellos estaban usando sus adelantos de fondos en una forma
que incrementaría la probabilidad del pago a ellos
del principal, interés y dividendos en dólares
honestos, mientras que las acciones indicadas por
la FED para derrotar la deflación generarían
precisamente el resultado opuesto. Con rendimientos ajustados
a la inflación en los mercados monetarios en el extranjero
ya más altos que lo que están en los EE.UU.,
usando el 1- ½ millón de dólares diarios
adelantados a nosotros por el resto del mundo en formas
improductivas, y siendo la nación deudora
más grande del mundo, no es realmente sabio tener
a los funcionarios del banco central públicamente
diciendo que ellos están listos para echar a rodar
la máquina de imprimir moneda7.
Por tanto, una depreciación significativa del dólar
realizada sin ningún acuerdo de coordinación
internacional podría tener traumáticas consecuencias
inintencionadas para EE.UU. Debido a que a todos los bloques
económicos les conviene una política reflacionaria,
las chances de hacerlo en forma coordinada son pocas. En
este marco, si Norteamérica intenta imponer su hegemonía
y aplicar una salida unilateral, la resultante podría
ser más temprano que tarde grave para la misma. Es
decir, si bien EE.UU. puede intentar otra vez hacer frente
a su crisis descargándola sobre el resto del mundo,
han aumentado las probabilidades de que esta salida mine
gravemente uno de los pilares fundamentales de su propio
poderío en las últimas décadas: el
dólar. Esta realidad es uno de los factores fundamentales
que explica el giro de Bush hacia el uso del poderío
político y militar de EE.UU. para sostener su posición
económica en el mundo.
Declinación
histórica y mutaciones en las formas de dominio (el
poderío norteamericano en las últimas tres
décadas)
La declinación
histórica de EE.UU. iniciada a comienzos de los 70,
implicó una mutación en su forma de dominio,
comparado con el cenit de su hegemonía. Gracias a
estas transformaciones, EE.UU. pudo administrar bastante
exitosamente el declive de su hegemonía. Sin embargo,
como pusieron de manifiesto en forma brutal los atentados
a las Torres Gemelas y el Pentágono, los mecanismos
de dominio que EE.UU. utilizó en las últimas
décadas están chocando con límites
insalvables, que le están imponiendo un nuevo giro
a la política imperialista.
- La
hegemonía norteamericana en la posguerra
A la salida de la Segunda Guerra Mundial, el poderío
norteamericano se caracterizó esquemáticamente
por la combinación de los siguientes elementos:
El despliegue de una fuerza militar sin precedentes, con
bases semi permanentes en una importante cantidad de países8,
sumado a una serie de alianzas político militares,
como la OTAN o el Tratado de Defensa Norteamericano-Japonés,
que garantizaban el apoyo político militar del resto
de las potencias capitalistas a los dictados de EE.UU.;
el acuerdo con la URSS que dividió el mundo en zonas
de influencia, conocido como el Orden de Yalta, por
el cual, al mismo tiempo que se mantuvo la competencia entre
los dos regímenes sociales opuestos (guerra
fría), la burocracia estalinista se comprometió
al mantenimiento del statu quo mundial; la generalización,
sobre estas bases, del americanismo en las principales
potencias imperialistas y en partes importantes del mundo
semicolonial, que acompañó al despliegue de
la expansión del capital norteamericano por el mundo
y provocó la reconstrucción capitalista y
la recuperación de Europa y Japón.
Este periodo ha sido calificado como de hegemonía
benigna o benevolente. La clave de dicho
comportamiento, estuvo basada en la necesidad de EE.UU.
de contener el avance de la influencia comunista tanto en
Europa como en Japón, ambos devastados por la guerra.
El estado imperialista norteamericano actuó como
garante de la libre empresa, promoviendo como
base para la consolidación política de su
hegemonía el éxito económico de sus
aliados y competidores, a la vez que recreaba un mercado
para la expansión de sus multinacionales en el extranjero.
Así, al tiempo que EE.UU. se aseguraba que sus firmas
se quedaran con la parte del león de
la acumulación capitalista mundial, permitió
y alentó el extraordinario crecimiento que Alemania
y Japón, las dos potencias derrotadas en la Segunda
Guerra, tuvieron durante el boom.9
Durante este periodo, al buscar asegurar su reproducción
hegemónica, EE.UU. no sólo proseguía
sus propios intereses a expensas de sus rivales sino que
lo hacía garantizando las condiciones generales de
la expansión capitalista, en la cual ellos también
estaban interesados.
- El
comienzo de la declinación histórica de EE.UU.
La crisis de acumulación capitalista de comienzos
de los 70, la emergencia de potencias competidoras
y el ascenso obrero y popular del 68/81, tanto
en los países centrales pero en forma más
aguda en la periferia, socavaron la relativa estabilidad
del Orden de Yalta, hegemonizado por EE.UU., cuestionando
las bases de su dominio.
El empantanamiento del ejército norteamericano en
Vietnam, fue el punto de inflexión que motorizó
una serie de cambios en los mecanismos de su dominación
a partir de la presidencia de Nixon. Como plantea Henry
Kissinger en su libro La Diplomacia: Para Nixon, el
angustioso proceso de sacar de Vietnam a EE.UU. había
sido, a fin de cuentas, un esfuerzo por mantener la posición
del país en el mundo. Aún sin ese purgatorio,
habría sido necesaria una gran revaluación
de la política exterior norteamericana, pues se acercaba
a su fin la época del predominio norteamericano casi
total en el escenario mundial. La superioridad nuclear de
EE.UU. iba reduciéndose, y su supremacía económica
ya era desafiada por el dinámico crecimiento de Europa
y de Japón, restaurados ambos con recursos norteamericanos
y protegidos por garantías de seguridad de EE.UU.
Lo de Vietnam finalmente mostró que ya era hora de
revaluar el papel de EE.UU. en el mundo en desarrollo y
en encontrar algún terreno firme entre la retirada
y la expansión excesiva.
Esta revaluación tuvo un carácter defensivo
durante las presidencias de Nixon, Ford y Carter en la década
de los 70; fue adquiriendo un carácter cada
vez más ofensivo con Reagan en los 80, continuando
con la presidencia de Bush padre y Clinton en los 90
después de la caída de la ex URSS. La misma
incluyó:
- Una política intervencionista más cauta
y de operaciones militares más restringidas del ejército
norteamericano en el extranjero, como consecuencia de la
existencia del síndrome de Vietnam. El
apoyo a regímenes autoritarios, que fue una constante
del gobierno norteamericano durante la guerra fría,
fue reemplazado por operaciones encubiertas de fuerzas irregulares,
como la contra en Nicaragua o los mujaidines
en Afganistán y, por otro lado, por una política
de promoción de los derechos humanos y aperturas
democráticas, como forma de prevenir estallidos revolucionarios
en la periferia que lo obligaran a una intervención
directa y a un desgaste mayor.10 En los 90, las guerras
humanitarias se convirtieron en el principal ropaje
de la creciente intervención imperialista como demostró
la Guerra de Kosovo.
- El giro de la política exterior norteamericana
de una política de contención hacia la política
de Detente con la ex Unión Soviética, junto
a la apertura diplomática hacia China para contener
a Moscú, le permitieron a EE.UU. entablar una negociación
con el Kremlin para obtener una serie de concesiones en
el terreno nuclear y en las zonas calientes de la periferia
donde la burocracia estalinista aún conservaba influencia.
Posteriormente, durante la década de los 80,
la carrera armamentística y la promoción ofensiva
de la bandera de los derechos humanos como fundamento de
su política exterior, fueron utilizadas por Reagan
como arma para obtener la capitulación de Gorbachov
a los dictados del plan imperialista.
- La creación de organismos ad hoc, como la trilateral
o el G-7, le permitieron a EE.UU. negociar (y contener)
el ascenso de las potencias imperialistas competidoras y
obtener ventajas económicas y acuerdos de coordinación,
como el Acuerdo de Plaza de 1985, que posibilitó
una fuerte devaluación del dólar frente al
agudo deterioro de la manufactura y de la economía
norteamericana. Esto en el marco de que la existencia de
la URSS, aunque debilitada, hasta su completa disolución
en 1991 permitió la continuidad de la unidad política
e ideológica de las potencias capitalistas.
Todos estos cambios permitieron una recomposición
relativa de la hegemonía norteamericana, comparado
con el periodo de zozobra de los 70. Esto fue posible
porque el ascenso obrero y popular del 68/81
fue desviado en los países centrales y derrotado
en forma sangrienta en la periferia.
- La
ofensiva neoliberal
Sobre este cambio de la relación de fuerzas, desfavorable
para el movimiento de masas, fue que al inicio de los 80
pudo asentarse la ofensiva neoliberal, que permitió
una recomposición de las ganancias capitalistas aunque
sin revertir fundamentalmente la pérdida del dinamismo
de la acumulación capitalista que caracterizó
a la economía mundial en los últimos 30 años.
Esto se expresó en el aumento de la financiarización,
fenómeno que acompañó al crecimiento
económico no sólo en los 80 (cuando
la tasa de inversión se mantuvo baja), sino especialmente
en los 90, cuando la prosperidad económica
norteamericana fue acompañada por un desarrollo descomunal
de los mercados e instrumentos financieros.
Durante las últimas décadas, el capital fue
capaz de liquidar conquistas significativas de los trabajadores
(más agudamente en los países anglosajones
como Inglaterra y EE.UU.) sin apelar a métodos contrarrevolucionarios
directos como en los 30. Además, pudo establecer
nuevos términos leoninos en su relación con
la periferia, reduciendo significativamente los márgenes
de maniobra que las burguesías de los países
semicoloniales gozaron durante los 70 (expresados,
por ejemplo, en el aumento de los precios de las materias
primas, en especial de los precios del petróleo).
En los países semicoloniales, se redobló la
opresión imperialista a través de la doble
carga del pago oneroso de la deuda externa y del deterioro
en los términos de intercambio de las materias primas,
derivando en el empobrecimiento de amplias zonas de la periferia.
En los países centrales, la ofensiva neoliberal redundó
en el aumento de la explotación y en el deterioro
en las condiciones de vida de los trabajadores, liquidando
el pacto fordista que ató el trabajo
al capital durante el boom de posguerra.
Sin embargo, nuevas tendencias asociadas con el ascenso
del sector de los fondos de inversión colectiva y
la aparición de una cultura de la inversión
recrearon, fundamentalmente en una porción importante
de sectores de clase media y capas altas de los trabajadores,
la percepción de la existencia de un vínculo
entre éstos y los intereses del capital financiero,
que ayudaron a la consolidación hegemónica
del neoliberalismo.11 El llamado Consenso de
Washington expresó la extensión de esta hegemonía
a los países de la periferia, aunque en este caso
su impacto fue limitado a la elite y a los sectores altos
de las clases pudientes, a diferencia de la base social
más amplia que las políticas neoliberales
gozaron en los países imperialistas. Esta política
se profundizó después del 89, con el
avance de la restauración capitalista tanto en Europa
del Este como en la ex URSS, como producto del aborto de
los procesos revolucionarios anti estalinistas y fundamentalmente
en China después de la masacre de la Plaza Tian an
Men.
- El
equilibrio inestable de los 90
Es sobre estas bases que se estableció el equilibrio
inestable de los 90. Durante este periodo, EE.UU.
se fortaleció en forma relativa con respecto a sus
competidores, lo que le permitió absorber exitosamente
las consecuencias desestabilizantes de la caída del
Orden de Yalta y evitar que éstas golpearan sobre
su hegemonía. Esto se combinó con el retroceso
como actores políticos internacionales de Japón
y en forma relativa de la Comunidad Europea. El primero
como consecuencia del estancamiento de su economía
durante toda la década, y la Comunidad Europea al
estar concentrada en contener la inestabilidad proveniente
del Este (anexión de la RDA por Alemania Occidental,
desmembramiento de los Balcanes, revolución en Albania,
etc.) y en las propias contradicciones de su construcción.
A su vez, la derrota de Irak a comienzos del 91, garantizó
la continuidad de una relativa estabilidad en la periferia,
que se expresó en la oleada de los llamados mercados
emergentes.
Sin embargo, con el paso del tiempo se fueron acumulando
una serie de contradicciones y fuerzas antagónicas
que, una a una, fueron saliendo a la superficie en los últimos
años del siglo pasado: desde la crisis del Sudeste
Asiático y las sucesivas crisis de los llamados mercados
emergentes; la emergencia del movimiento anticapitalista
en los países centrales; el estallido de la segunda
Intifada en Palestina, el creciente antinorteamericanismo
en Medio Oriente y la resistencia a los planes neoliberales
en América Latina; el rechazo de las otras potencias
al curso inicial del gobierno de Bush; hasta la crisis de
la economía norteamericana que arrastró a
la economía mundial en su conjunto a la caída.
El atentado del 11/09 actuó como catalizador y acelerador
de todos estos elementos que se vinieron acumulando en la
situación mundial, señalando la ruptura del
equilibrio inestable de la década pasada.
Razones
estructurales para la redefinición de la política
norteamericana
Durante los 90, el capital pudo extender geográficamente
su dominio a áreas que antes le estaban vedadas,
al tiempo que EE.UU. aumentó su margen de maniobra
en el terreno militar y su confianza en la utilización
de la fuerza luego de la caída de la ex URSS. Al
mismo tiempo, estos resultados generaron toda una serie
de contradicciones que, latentes durante la década,
se expresaron con fuerza al final de la misma, como el creciente
impacto de la periferia sobre el centro y la creciente rivalidad
interimperialista que pusieron de manifiesto los atentados
del 11/09 y la respuesta norteamericana a los mismos. Esto
en el marco de la crisis económica mundial, que ha
implicado una pérdida de hegemonía del capital
financiero en el plano interno de EE.UU. y un creciente
cuestionamiento al modelo neoliberal a nivel mundial.
- La
pérdida de hegemonía del capital financiero
y del modelo anglosajón
Las fabulosas caídas accionarias y los escándalos
corporativos como el de Enron y World Com, han puesto en
cuestionamiento la ascendencia que el capital financiero
venía teniendo desde el inicio de la ofensiva neoliberal
a principios de los 80 y que tuvo su punto culminante
con la burbuja especulativa de fines de la década
pasada.
La pérdida de confianza en el modelo anglosajón,
como modelo de negocios y de organización empresarial,
no sólo entre las masas sino también en las
elites de los diversos países, tiene un significado
opuesto al triunfalismo que emergió tras la derrota
del comunismo y que fue el sustento ideológico
que acompañó al crecimiento norteamericano
de la última década y a la expansión
geográfica del capital (la llamada globalización).
En EE.UU.,
la ira de amplios sectores de la población contra
los managers de las empresas y las principales instituciones
del sistema financiero como las firmas auditoras, los bancos
de inversión y las consultoras -que encubrieron y
se beneficiaron con el saqueo de la riqueza de los trabajadores
de sus propias compañías y hasta de los accionistas-,
amenaza de no ser canalizada, con cuestionar las reglas
del propio sistema capitalista.12 La pérdida de hegemonía
del capital financiero, unido por uno y mil lazos al sistema
político norteamericano, pone en entredicho la base
social de éste último, lo que puede dar lugar
a nuevos fenómenos políticos. La guerra
contra el terrorismo es utilizada por Bush, aprovechando
la conmoción creada por el 11/09, para desviar las
consecuencias de esta descomposición del sistema
social y político norteamericano hacia un enemigo
externo.
- El
aumento de la rivalidad interimperialista, en especial con
Europa
La caída de la URSS, eliminó los factores
que alineaban al resto de las potencias imperialistas tras
el orden mundial hegemonizado por EE.UU. bajo el interés
común del combate a la amenaza comunista. Sin este
elemento, la primacía americana dejó de ser
un requisito automático para el mantenimiento del
statu quo mundial. A partir de la caída del Orden
de Yalta, la competencia y las divergencias entre las potencias
imperialistas comenzaron a expresarse en forma más
abierta y con un grado de independencia impensado hace sólo
algunas décadas. La muestra más aguda de esto
ha sido la creciente rivalidad entre Europa y EE.UU., que
se ha exacerbado frente al intento norteamericano de atacar
Irak.
Como plantea la agencia Stratfor: El objetivo último
de Europa es convertirse en una superpotencia; un objetivo
que es tan natural así como el giro de EE.UU. a prevenir
la emergencia de cualquier otra superpotencia. Haciendo
a un lado los detalles diplomáticos, esta disputa
ha moldeado las relaciones entre EE.UU. y Europa desde el
fin de la guerra fría. Esta disputa estratégica
de largo plazo no es probable que se convierta en un conflicto
militar; va a ser peleada a través de la competencia
diplomática y económica. Las armas de Europa
incluyen su proceso de unificación, su economía,
la fortaleza del Euro contra el dólar y la influencia
política de Europa en los países en desarrollo.
También incluye la competencia con EE.UU. por los
mercados extranjeros, la habilidad para tender un puente
ante la creciente brecha entre las naciones desarrolladas
y las naciones en desarrollo y la capacidad de limitar lo
que muchos europeos ven como un instinto militar agresivo
de EE.UU. La resistencia europea a los planes de Washington
para Irak debería ser considerada en el contexto
de esta pelea por la influencia global. (Stratfor,
04/12/02).
- La
inestabilidad de la periferia y su impacto en el centro
La creciente internacionalización de la economía,
los efectos devastadores de la ofensiva neoliberal, la desintegración
de la ex URSS como unidad estatal y la liquidación
del aparato estalinista como garante del orden imperialista,
alteraron la relación establecida entre el centro
y la periferia, aumentando la vulnerabilidad de las potencias
imperialistas a la creciente inestabilidad de las zonas
calientes en la periferia.
La inmigración masiva por motivos económicos;
la existencia de la mayor cantidad de refugiados desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial, producto de los innumerables
conflictos nacionales, étnicos, tribales o guerras
civiles que se han sucedido tanto en la ex zona de influencia
soviética (Bosnia, Kosovo, Chechenia, Cáucaso),
como en el corazón de África (Ruanda), entre
otras regiones; la proliferación de armas de destrucción
masiva, liquidando el monopolio de las mismas por parte
de las grandes potencias; la extensión del terrorismo
cuya operatividad tiene alcance no sólo local sino
internacional; los crecientes enfrentamientos políticos
y tensiones en importantes zonas de la periferia claves
en recursos como Venezuela o Medio Oriente; son sólo
una muestra de los innumerables problemas que con distintos
grados de intensidad y peligrosidad, afectan la economía
y hasta la seguridad interna de los países centrales.
Esta
creciente agitación en la periferia es lo que empuja
a EE.UU. así como a otras potencias imperialistas
a una mayor intervención político militar.
Esto es lo que señala un especialista sobre Medio
Oriente en el último número de Foreign Affairs,
la principal revista sobre política exterior del
establishment norteamericano: Es cruel e injusto pero
cierto: la pelea entre los gobernantes e insurgentes árabes
es ahora una preocupación americana. En 1970 y 1980,
el edificio político y económico del mundo
árabe comenzó a ceder. Tendencias demográficas
explosivas superaron lo que había sido construido
en la era de la pos independencia y luego un islamismo furioso
sopló como un viento mortal. Prometió solaz,
sedujo a los jóvenes y proveyó los medios
y el lenguaje del rechazo y el resentimiento. Durante un
tiempo, las fracturas de este mundo estuvieron confinadas
a su propio terreno, pero la migración y el terror
trasnacional alteraron todo esto. El fuego que comenzó
en el mundo árabe se expandió a otros sitios,
con EE.UU. mismo como el principal objetivo de un pueblo
humillado que no creía más en que la justicia
podía ser asegurada en su propia tierra por sus propios
gobernantes. Fue el 11 de septiembre y su demoledora sorpresa,
lo que inclinó la balanza sobre Irak, desde la contención
hacia el cambio de régimen...
Son estos motivos los que empujan a un dominio imperial
más directo, cuya expresión más abierta
es la proyectada guerra contra Irak y el intento norteamericano
de redefinir el orden político de Medio Oriente basado
en su control político y militar de ese país
clave. Un triunfo militar en Irak, le permitiría
a EE.UU. ejercer una enorme influencia en esta región
estratégica. Esto fortalecería a su aliado,
el estado sionista de Israel, ayudaría a imponer
una salida reaccionaria contra las masas palestinas y debilitaría
el poder de las burguesías árabes para manipular
los precios del petróleo, socavando las bases de
apoyo de muchos de los regímenes de la región.
Un avance imperialista de tal carácter y magnitud,
significaría un giro radical en las formas de dominación
de la periferia por parte de EE.UU., que en su ascenso y
para desplazar el control de las potencias europeas reemplazó
el viejo colonialismo por estados clientes y
formas semicoloniales, es decir, países con independencia
formal pero atados por cada vez mayores lazos económicos,
políticos y militares al imperialismo. Este giro
descarta una vuelta a las viejas formas coloniales que plantea
la fanfarria de la extrema derecha conservadora y el establecimiento
de una administración militar en Irak a lo
MacArthur, pero implica formas de dominio sostenidas
en una mayor presencia norteamericana.
El nuevo intento de rediseñar el mundo: fortaleza
táctica y debilidad estratégica
La política
de Bush, busca cohesionar una base social interna reaccionaria
detrás de una política exterior guerrerista
y agresiva en la periferia. Esta presenta características
neoimperiales en importantes áreas como Medio Oriente
y tiene una matriz unilateral, aunque no descarta la cobertura
multilateral, con el objetivo de asegurarse
estratégicamente considerables ventajas geopolíticas
en la disputa con las principales potencias imperialistas
competidoras.
La primer muestra de este curso fue la guerra de Afganistán,
realizada sin aprobación de la ONU y, a diferencia
de la Guerra de Kosovo, con las potencias de la OTAN relegadas
a un rol secundario. Otra muestra es la extensión
del aparato militar norteamericano, con la instalación
de seis nuevas bases en los estados de Asia Central y su
proyección hacia el Cáucaso, antigua área
de influencia de la ex Unión Soviética. Finalmente,
el propósito de Bush de realizar un cambio
de régimen en Bagdad, es su objetivo declamado
más ofensivo.
La nueva doctrina Bush plasma este curso agresivo
y militarista en una nueva estrategia de seguridad nacional.
La misma marca el fin de la estrategia militar de distensión
que dominó la era de la posguerra. Oficialmente señala
el giro de EE.UU. hacia una política militar preventiva,
cuyos principales elementos pueden resumirse de la siguiente
manera: el poderío militar norteamericano debe ser
lo suficientemente fuerte para disuadir a sus potenciales
adversarios de intentar desafiar la supremacía militar
norteamericana. EE.UU. es libre de tomar acciones preventivas
contra aquellos estados que considere hostiles. EE.UU. debe
mantener la superioridad nuclear como arma coercitiva para
prevenir la expansión de las armas nucleares, medida
más efectiva que cualquier tratado de limitación
de armas atómicas.
En síntesis. Si en las últimas tres décadas
EE.UU. venía utilizando a su favor los atributos
de su posición hegemónica para obtener ventajas
en el terreno económico y comercial, hoy en día
busca extender este rol al terreno geopolítico. Este
rol norteamericano de proseguir su interés nacional
en forma tan estrecha y exclusiva, buscando asegurarse una
ventaja estratégica en la manutención de su
hegemonía, es la principal fuente de tensiones en
el sistema internacional. Gracias a la combinación
de inseguridad, el temor de la población posterior
al 11/09 y a su inigualado poderío militar, EE.UU.
está posiblemente embarcándose en una nueva
era de aventurerismo imperialista.
En teoría,
de tener éxito este comportamiento podría
asegurarle una ventaja inmediata a EE.UU., pero al precio
de debilitar -a pesar de sus intenciones-, su consolidación
estratégica. Un curso unilateral sostenido podría
socavar las bases de sustentación de las instituciones
garantes del orden mundial desde la posguerra, al tiempo
que el desprecio por la visión y los intereses de
las otras potencias, puede transformar la confianza de éstas
en una fuerte hostilidad hacia EE.UU.
Los consensos cada vez más difíciles en la
ONU, que amenazan con convertirla en una nueva Liga de las
Naciones, la OTAN dejada a un lado como pilar de la Alianza
Atlántica, el rechazo de EE.UU. a todo tipo de tratado
internacional que implique alguna cesión de su soberanía
y la generalización de la política militar
preventiva en las relaciones interestatales, podrían
generar un enorme desorden mundial. Por ejemplo,
ya la propaganda unilateralista norteamericana llevó
a altas jerarquías rusas, como el ex Ministro de
Energía Nuclear, a amenazar con borrar a Chechenia
del mapa si los chechenos recurren al chantaje nuclear.
A su vez, el primer ministro australiano John Howard afirmó
que su país tomaría acciones militares preventivas
contra grupos terroristas en otros países de la región,
cuestión que desató el repudio de las todas
las naciones del Sudeste Asiático y que, de realizarse,
sería considerada como un acto de guerra,
según sostuvo Mahathir, el premier de Malasia.
De llevarse hasta el final, el unilateralismo norteamericano
podría hacer pegar un salto a los roces entre las
potencias y de esta manera persuadir a los otros poderes
para combinarse contra él, al ver a EE.UU. no como
garante del orden mundial sino como una amenaza contra el
mismo. Como afirma Stratfor: El futuro de las relaciones
entre EE.UU. y Europa está también en juego.
En los 90, Europa de conjunto cesó de posicionarse
a sí misma como un aliado junior de EE.UU.,
emergiendo en cambio como un híbrido entre rival
aliado. El conflicto sobre si lanzar una guerra contra
Irak puede llevar esta evolución a una próxima
fase: si Washington toma una acción unilateral contra
Bagdad, los dos lados podrían convertirse estrictamente
en rivales. (Stratfor, 04/12/02). En ultima instancia,
el unilateralismo puede debilitar los intereses norteamericanos
a largo plazo y acelerar las disputas por la hegemonía
mundial.
Divisiones
interimperialistas y lucha de clases
Para
el marxismo, el nivel de las contradicciones interimperialistas
es un elemento fundamental para determinar la relación
de fuerzas entre las clases a nivel internacional. Durante
las últimas décadas, a pesar de la creciente
disputa económica y comercial, las principales potencias
se mantuvieron esencialmente unidas en el terreno político
y geopolítico, a pesar de importantes roces como
los que se mostraron durante el conflicto en los Balcanes.
Esto fue un elemento esencial, junto al impacto de la derrota
y desvío del ascenso de los 70, para profundizar
la ofensiva capitalista y consolidar una relación
de fuerzas desfavorable para las masas.
No hay lugar donde se haya expresado mejor esta tendencia
que en la periferia, donde a pesar de sus importantes disputas
en el terreno monetario o del mercado de capitales, las
principales potencias compartieron la expoliación
del mundo semicolonial, como se expresó en el apoyo
a los planes del FMI y en los negocios de los distintos
imperialismos con China.
La profundidad de la crisis económica y el nuevo
intento de rediseñar el mundo por parte de EE.UU.,
buscando ventajas geopolíticas, podrían empeorar
cualitativamente la relación entre las distintas
potencias imperialistas. Este elemento es una cuestión
central a la hora de definir la posibilidad de un cambio
en la relación de fuerzas entre las clases. La exacerbación
de las disputas interimperialistas, no sólo en el
plano económico sino más decididamente en
el plano político y geopolítico, puede abrir
importantes brechas en las alturas y dar origen al desarrollo
de eslabones débiles del sistema imperialista
mundial, que de ser utilizados por el movimiento obrero
y de masas pueden debilitar al orden imperialista en su
conjunto.
Ya la actual política de Washington ha llevado a
un deterioro significativo de su dominio en su patio trasero,
América Latina, comparado al menos con su avance
durante la primera mitad de la década pasada. Esto
puede verse en la creciente agitación política
y social que recorre la región desde las jornadas
revolucionarias en Argentina, el ascenso al gobierno de
fenómenos como el de Lula en Brasil y otras variantes
reformistas en algunos países del continente o la
agudización del enfrentamiento entre la revolución
y la contrarrevolución en Venezuela. En esta última,
enfocado obsesivamente en Irak y tratando de conseguir consenso
para una guerra contra éste, EE.UU. ha debido refrenarse
de actuar y apoyar abiertamente un nuevo intento de golpe,
que sería fuertemente cuestionado por sus aliados.
Este es uno de los motivos que explica la permanencia de
Chávez en el gobierno a pesar de la paralización
de la vital industria petrolera.
En el plano superestructural, dos países claves como
Alemania y Corea del Sur, donde aún hoy hay una masiva
presencia de bases y personal militar norteamericano, en
las últimas elecciones han ganado los candidatos
que han sido vistos como menos alineados con EE.UU. En Alemania,
el candidato socialdemócrata que venía detrás
en las encuestas por su desgaste interno, se impuso rechazando
la guerra contra Irak. En Corea del Sur, triunfó
el candidato que cuestionaba el alineamiento automático
con EE.UU. y que pugnaba por una política de diálogo
con Corea del Norte. Lo más significativo, es que
esto se da en el mismo momento en que Corea del Norte, la
parte asiática del eje del mal, ha desatado
una crisis nuclear con el objetivo de obligar a EE.UU. a
negociar, consciente de que éste no puede afrontar
una guerra en dos frentes.
Estos no son datos menores. Corea del Sur y Alemania fueron
dos de los pilares del orden norteamericano de posguerra,
uno en el continente europeo y el otro junto con Japón
en Asia. Si estos casos se multiplican, EE.UU. puede quedar
aislado. Su actual giro neoimperial, lejos de augurar una
nueva era de hiperpoder norteamericano, quizá esté
preanunciando los primeros signos de descomposición
de su dominación imperialista.
La
prueba de Irak
Irak
concentra el conjunto de los desafíos que están
en juego para el poderío norteamericano en la nueva
situación abierta después del 11/09. No sólo
en relación a las masas, tanto de los países
centrales como de la periferia, sino también en cuanto
a la relación de EE.UU. con las burguesías
vasallas de los países semicoloniales, así
como con las grandes potencias.
Salvo en EE.UU., donde como demostraron las últimas
elecciones Bush cuenta con un importante respaldo, en el
resto de los países centrales la mayoría de
la población, en particular en Europa, es hostil
a la guerra, como demuestran las encuestas de opinión
y las movilizaciones pacifistas masivas tanto en Florencia
como en Londres. En los países de la periferia, a
pesar de la poca simpatía que genera Hussein, la
guerra es claramente vista como una actitud imperialista
que busca apoderarse de un recurso clave como el petróleo.
Esta percepción, junto con el apoyo de EE.UU. a Israel
contra la Intifada y su hostilidad general hacia el mundo
musulmán, están llevando a que el antiamericanismo
esté en uno de sus niveles más altos. Anthony
Zinni, el antiguo líder del Comando Central de EE.UU.
y uno de los primeros enviados por Bush como mediador a
Medio Oriente, sostuvo recientemente: Estoy atónito
de aquellas personas que dicen que no existe la calle
árabe, que ésta no reaccionará...
la situación es explosiva... es lo peor que yo he
visto en una docena de años de trabajar en esta área
(Financial Times, 19/11/02).
A su
vez, el conflicto irakí se ha convertido en el escenario
de disputa entre unilateralistas y multilateralistas
en relación al orden mundial. Si Washington no logra
el aval de la ONU a una declaración de guerra, los
costos y las dificultades de la misma se elevan fuertemente,
lo que abre un interrogante sobre las posibilidades reales
que tiene de ejecutarse. Como dice la agencia antes citada:
A pesar de que Washington ha declarado varias veces
que emprenderá una acción unilateral si fuera
necesario, esto sería más fácil de
decir que de hacer, aún para la única superpotencia
mundial. Europa ganó la primera ronda de la batalla
diplomática cuando Washington concedió buscar
una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU
contra Irak; a pesar de que la posibilidad de un ataque
unilateral permanece abierta, esta es ahora una opción
más difícil. Lanzar una campaña sin
el apoyo de la ONU dejaría a los EE.UU. internacionalmente
aislados. A pesar de que los halcones guerreristas dentro
de la administración Bush parecen preparados a tomar
dicho riesgo, palomas como el Secretario de Estado Colin
Powell y probablemente el círculo de influencia del
antiguo presidente George W. Bush, no -y aún está
por verse quién ganará-. En cualquier circunstancia,
Europa le hará la decisión sobre ir a la guerra
extremadamente difícil a Washington. La suerte de
Irak se decidirá en una batalla diplomática
campal entre Washington y Europa.
En este marco, la mejor variante que se perfila para Washington
si opta por la utilización de las armas, es que más
allá de la poca o nula ayuda que le brinden en su
empresa, sus aliados occidentales no se opongan vigorosamente
a la guerra.
Desde
la guerra de Afganistán, EE.UU. ha mantenido una
retórica belicosa mientras que su accionar ha sido
cauteloso. Aunque no hay duda de que su próximo objetivo
será Irak, hay un importante debate sobre el cómo
y el cuándo. Desde mediados del 2002, la fracción
Powell parece haber ganado la pelea, no sobre la guerra
contra Irak pero sí sobre una estrategia más
cauta y prolongada. Mientras se desarrolla este lento juego
de acumulación de fuerzas, el estrecho enfoque de
toda la política exterior norteamericana sobre Irak
ha permitido que se desarrollen dos importantes crisis internacionales,
como la de la península coreana y Venezuela. Esta
situación empuja a EE.UU. a actuar. En caso contrario,
su inacción puede ser interpretada como una falta
de autoridad no sólo en Medio Oriente sino a escala
global.
Más
allá de la modalidad que tenga una probable intervención
imperialista, el punto decisivo en última instancia
será que el objetivo declamado de provocar un cambio
de régimen en Bagdad pondrá a prueba
la capacidad y la voluntad imperial de EE.UU.
Desde su derrota en Viet Nam y a pesar de la ventaja que
ha significado la revolución en los asuntos militares
de las últimas décadas, su determinación
sólo se ha probado en operaciones de alcance limitado
y de corta duración. La toma de control y la transformación
de Irak será una prueba de mayor alcance. Esta pondrá
a prueba hasta qué punto el patriotismo generado
después del 11/09 le ha permitido a EE.UU. superar
el síndrome de Viet Nam. No debe olvidarse que a
pesar de toda la bravuconada guerrerista y militarista actual,
no hace mucho el ex consejero para Seguridad Nacional del
gobierno de Carter, Zbigniew Brzezinski, señalaba
el ... aumento cada vez mayor de la dificultad para
movilizar el necesario consenso político a favor
de un liderazgo sostenido, y a veces también costoso,
de los EE.UU. en el exterior. Los medios de comunicación
de masas han desempeñado un papel particularmente
importante en este sentido, creando un fuerte rechazo contra
todo uso selectivo de la fuerza que suponga bajas, incluso
a niveles mínimos. (El gran tablero mundial,
1997).
En este marco, el giro autoritario interno que ha acompañado
el curso militarista de EE.UU. en el extranjero, es una
muestra de los límites que la ofensiva guerrerista
aún debe franquear en el mismo campo de la potencia
imperialista.
EE.UU.
se encuentra entonces frente a una encrucijada: o logra
imponer una serie de golpes reaccionarios que le permitan
resolver el creciente cuestionamiento a su dominio y las
bases endebles de su economía y del dólar
como moneda de reserva mundial, cuya preponderancia a largo
plazo es cada vez más insostenible; o las tendencias
a la ruptura del equilibrio capitalista se irán imponiendo,
acelerando la declinación histórica de EE.UU.
y posibilitando un cambio en la relación de fuerzas
favorable al movimiento de masas. |