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Estrategia Internacional N° 19
Enero 2003

Toni Negri frente a la ofensiva guerrerista de EE.UU.
Contra el imperialismo,
¿en defensa del “Imperio”?

Por Juan Chingo y Aldo Santos

La importancia y magnitud de los atentados del 11 de septiembre del 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono en EE.UU. y los hechos ocurridos en el mundo desde entonces - en particular, el creciente intervencionismo y “unilateralismo” de Norteamérica en el exterior- han suscitado una intensa discusión entre intelectuales y corrientes de todo el espectro político en el ámbito internacional. La nueva realidad, está sometiendo a prueba todas las viejas (y no tan viejas) ideas. No escapan a esta definición Toni Negri - uno de los principales referentes teóricos del autonomismo - y los planteamientos de su libro Imperio, con los cuales polemizamos antes en otro número de esta revista.1
En una entrevista publicada en el diario Il Manifesto el 14 de septiembre pasado, Negri plantea su punto de vista sobre el significado de la política exterior norteamericana después de los atentados, así como las alternativas con las que, según él, se puede enfrentar la ofensiva reaccionaria que lanzó como respuesta el gobierno de EE.UU. Para Negri, los atentados confirmaron que: “Si Nueva York, podía ser bombardeada como Londres, Berlín o Tokio…, el proceso de formación del nuevo orden global [es decir, el “Imperio”, N. del R.] se había desplegado plenamente.” Sin embargo, lo “absolutamente nuevo” en la situación abierta desde entonces sería la reacción estadounidense, que “se está configurando como una sacudida contraria y regresiva con respecto a la tendencia imperial. Un contraimpulso, una reacción violenta imperialista dentro y contra el Imperio…”2
¿En verdad los atentados del 11/09 confirmaron que el “Imperio” se había desplegado, mientras que la reacción imperialista por parte del gobierno norteamericano constituye algo absolutamente contrario con respecto a la “tendencia imperial”? Responder correctamente a estas cuestiones, lo que trataremos de hacer a continuación, tiene una enorme importancia a la hora de definir una política justa para enfrentar la ofensiva de Bush, como demostraremos.

Los hechos sacuden las tesis de Imperio

Contra lo que afirma Negri, los hechos no confirman sino que han significado una fuerte sacudida para el esquema teórico que planteó en Imperio. Veamos:

a) El atentado a los símbolos del poder económico y militar norteamericano, derrumba la idea de que existe un “Imperio” que “no establece ningún centro territorial de poder y no se basa en fronteras fijas o barreras.” Sino que “se trata de un aparato de gobierno descentrado y desterritorializado...”3, un nuevo orden mundial que reemplaza a la época imperialista.
Como ya lo han planteado varios analistas, el impacto del 11/09 no obedece sólo a su magnitud catastrófica, la cantidad de muertos o la espectacularidad del ataque, sino fundamentalmente a que éste afectó a la potencia hegemónica y al centro del sistema imperialista mundial, EE.UU. Esto es lo que transforma al 11/09 en un acontecimiento que marca un antes y un después. Si Bin Laden, Al Qaeda o quienquiera que haya organizado el atentado hubiera pensado como Negri, que ya no existe un centro identificable de poder y que el “Imperio” es un “no lugar” reproducido en forma difusa y sin una estructura jerárquica, jamás habría alcanzado semejante objetivo.

b) La nueva doctrina de “guerra preventiva”, que hoy amenaza lanzar contra Irak el gobierno de EE.UU., no se ajusta en lo más mínimo a la descripción que hace Negri acerca de las intervenciones de “nuevo tipo” que caracterizan al “Imperio”. Según ésta, “todas las intervenciones de los ejércitos imperiales son solicitadas por una o más de las partes involucradas en un conflicto ya existente.” Bajo esta lógica: “El Imperio no nace por su propia voluntad, sino que es llamado a ser y a constituirse sobre la base de su capacidad para resolver conflictos. El Imperio se conforma y sus intervenciones se vuelven jurídicamente legitimadas sólo cuando se han insertado en la cadena de consenso internacional tendiente a resolver conflictos existentes.”
Esta descripción es una adaptación a la propaganda imperialista, que justificó bajo un pretexto “humanitario” las intervenciones del imperialismo en los ‘90. El máximo ejemplo fue la guerra de Kosovo en el ‘99, donde EE.UU. y sus socios europeos de la OTAN utilizaron los estragos de la limpieza étnica a las masas kosovares lanzada por Milosevic para legitimar su guerra imperialista contra Yugoslavia. El esquema teórico de Negri era incapaz de dar cuenta de los verdaderos objetivos geopolíticos que alentaron a EE.UU. a intervenir en los Balcanes reafirmando la dependencia de Europa a su poderío político y militar. Hoy en día, cuando la modalidad y el discurso del imperialismo norteamericano han cambiado, la falsedad de dicho esquema se muestra en forma más abierta.
¿Cómo entra dentro de este esquema la nueva Estrategia de Seguridad Nacional norteamericana que, según las palabras del mismo presidente Bush, tiene como objetivo confrontar “las peores amenazas antes de que ellas emerjan”? ¿Cómo entra dentro de éste una amenaza de guerra contra Irak, que no sólo es rechazada por este país sino por el conjunto de las burguesías árabes e incluso no es querida por la mayoría de las potencias europeas? Evidentemente, la guerra “preventiva” lanzada por EE.UU. después del 11/09 no responde a la descripción de que “los ejércitos imperiales son solicitados por una o más de las partes involucradas en un conflicto ya existente”, tal como caracterizaba Negri a las intervenciones militares en su libro Imperio.

c) Los dos puntos previos, se resumen en un tercero: la visión de la declinación del estado nación y la superación del mismo por una nueva forma de soberanía, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales que actúan bajo una lógica común, lo que para Negri constituye el “Imperio”. Esta visión es tributaria de la idea de que la “globalización” está siendo acompañada por una nueva forma de gobierno mundial, creencia que gozó de amplia aceptación durante el periodo posterior al fin de la guerra fría. Nadie expresó mejor esto que Blair, cuando lanzó con bombos y platillos su Doctrina de la Comunidad Internacional con motivo de la primera intervención militar de la Alianza Atlántica en Yugoslavia.
Ya antes de asumir, Condolezza Rice, la Consejera de Seguridad Nacional de Bush, predijo de manera precisa que la nueva administración norteamericana “procedería desde el firme terreno del interés nacional, no desde los intereses de una ilusoria comunidad internacional.”4 El creciente unilateralismo de EE.UU. y la utilización de Bush del 11/09 para desarrollar una estrategia geopolítica agresiva, que despertó la oposición de las otras potencias, ha dejado maltrecho al “consenso internacional” con el cual se recubrió el interés nacional norteamericano durante la administración Clinton. Las muestras de solidaridad internacional hacia EE.UU. por parte de las demás potencias tras los atentados del 11/09, que legitimaron la pasada guerra contra Afganistán, a más de un año se han transformado casi en su contrario, más allá de la posibilidad eventual de que por temor u omisión el resto de las potencias terminen aceptando o dejando correr los planes de EE.UU. contra Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU.

La dialéctica como única herramienta para comprender el imperialismo real y concreto

A pocos meses de su edición en inglés, señalamos en un número anterior de esta revista la importante coincidencia de muchas de las tesis centrales de Imperio y la noción del “ultraimperialismo”, acuñada por Kautsky a principios del siglo XX como resultado de abstraer los intereses en lucha y la dinámica de los estados concretos de aquel tiempo.

Para Negri, en el “Imperio” “la lucha de clases actúa sin límites en la organización del poder. Habiendo alcanzado el nivel mundial, el desarrollo capitalista se enfrenta directamente con la multitud, sin mediaciones. Por ello la dialéctica, o, en realidad la ciencia del límite y su organización, se evapora. La lucha de clases, empujando al estado - nación hacia su abolición y avanzando más allá de las barreras alzadas por él, propone la constitución del Imperio como el lugar del análisis y el conflicto.”
Es cierto que las tendencias a la internacionalización del capital y las fuerzas productivas - que sientan las bases objetivas para una mayor internacionalización de la lucha de clases -, avanzaron significativamente en las últimas décadas. Pero Negri absolutiza estas tendencias y las confunde con la realidad presente del capitalismo, transformando su esquema de interpretación en una abstracción, que liquida la posibilidad de toda mediación o límite y que no puede prever las contradicciones que el desarrollo capitalista conlleva.5

Bajo esta consideración, los fenómenos que no se corresponden con la imparable tendencia imperial ya plenamente desplegada, son fenómenos meramente residuales, que aparecen como externos y absolutamente contrarios a ella. Esto lleva a Negri a caracterizar al gobierno de Bush de la siguiente manera: “El grupo que ha llegado al poder con Bush es un grupo exquisitamente reaccionario, ligado a una ideología populista más que ultraliberal 6 y al mantenimiento de algunas megaestructuras del poder americano como el control de la energía y el desarrollo del sistema militar industrial. Es gente que ha permanecido al margen de la tercera revolución industrial y no la impulsa, sino que, al contrario, la ve con hostilidad dado que la Nueva Economía está también en crisis...”7
Desde luego, no dudamos del carácter profundamente reaccionario del gobierno de Bush. Sin embargo, Negri utiliza el término en un sentido literal, es decir, como referencia a un gobierno que tiende a restaurar lo abolido, que es contrario a las innovaciones o representante de viejas y anticuadas formas de poder y de dominio. Por el contrario, el gobierno de Bush expresa tendencias hacia donde se encamina el imperialismo norteamericano. Esto es lo que afirma, contrariando la visión de Negri, la revista The Economist en su última edición del 2002, en una nota titulada “El futuro es Texas. Si usted quiere ver hacia donde va EE.UU., comience por estudiar a Texas”. Allí The Economist plantea entre otras cosas que, contra la visión más conocida de Texas como un estado de cowboys y barriles de petróleo, “Texas es el segundo estado más populoso después de California y el segundo mega estado de más rápido crecimiento después de Florida, habiendo duplicado su población desde 1960. Texas es uno de los pocos estados que importa gente tanto de EE.UU. como de fuera. Los amplios espacios del estado y las débiles regulaciones lo han convertido en un imán para los negocios. Gigantes corporativos como American Airlines y J.C. Penney, una cadena minorista, han mudado sus oficinas centrales allí. Austin, la capital del estado es el aglutinador de alta tecnología de más rápido crecimiento del país. Entre las características de este estado pueden citarse las siguientes: de un estado de mayoría rural aloja a tres de las diez ciudades más grandes de EE.UU. Un estado que fue alguna vez dependiente de las comodities, ahora tiene una economía altamente diversificada. La industria petrolera se ha transformado de la simple extracción de petróleo a vender capacidades altamente sofisticadas alrededor del mundo. Florecientes compañías high tech como Dell, EDS y Texas Instruments, están absorbiendo profesionales altamente educados de todo el país... Texas se está transformando a sí misma, de Missisipi en California.”
Esta visión del bushismo es un resultado del esquema teórico de Negri que separa la relación entre economía y política.
Para éste, la “globalización” como reproducción a nivel internacional de la cooperación en el terreno de la producción, es un proceso autónomo realizado por la “multitud”, en el que el capital ha perdido el control del proceso productivo8 y en el que la explotación sólo pude sostenerse limitando la integración mundial, definitiva e irreversible, por medio del poder político9, es decir, por la fuerza.
En otras palabras, Negri divorcia el proceso de internacionalización de la economía -al que señala como una virtud de la capacidad autónoma de los trabajadores-, de las formas de dominación política. Esta separación es lo que lo lleva sorprendentemente a sostener que “el verdadero obstáculo a Bush puede venir más bien de los mercados”. Por el contrario, como explicamos en otro artículo de esta revista, el bushismo como fenómeno político representa la respuesta reaccionaria a la ruptura del equilibrio inestable de los ‘90, al tiempo que refleja un intento de EE.UU. por imponer una estrategia geopolítica agresiva con el objetivo de obtener ventajas en la competencia interimperialista con las otras potencias.
Esto es lo que se desprende de un análisis del imperialismo real y concreto, cuestión que Negri, al liquidar la dialéctica se ve imposibilitado metodológicamente de comprender, al abstraer la existencia de la competencia interimperialista entre estados y grandes corporaciones transnacionales, la lucha de clases articulada sobre la base material de los estados que no han dejado de existir como características del sistema capitalista a comienzos del siglo XXI.
El 11/09 y la respuesta norteamericana al mismo, lejos de confirmar las tesis de Negri y una supuesta reacción imperialista dentro y contra el “Imperio”, muestra que la creciente internacionalización de las últimas décadas ha, por el contrario, exacerbado la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas a una escala cada vez más amplia y las relaciones sociales de producción (que se manifiestan en la existencia misma de los estados nacionales). Contradicción de la cual el creciente militarismo y las tensiones interimperialistas, son sus manifestaciones más palpables.

Las consecuencias políticas

El esquema teórico de Negri en Imperio, lo lleva a conclusiones reformistas enmascaradas por otras de izquierda. Las primeras se manifiestan en su valoración positiva y celebratoria que hace del proceso de “construcción imperial”, adaptándose a la ideología de la clase dominante sobre la “globalización” y sus bondades. Su carácter radical se manifiesta en su afirmación de que están maduras las condiciones para el comunismo. Esto último es lo que le daba a Imperio un tono subversivo frente al discurso dominante de que no hay alternativas al capitalismo.
Frente al cambio de escenario de la situación internacional, el esquema teórico de Negri lo lleva a opacar sus aspectos más de izquierda y a profundizar su orientación reformista, cuyo eje es el antibushismo en oposición a una clara y consecuente estrategia antiimperialista. Esto va desde preferir a los demócratas como “mal menor” frente a los republicanos, a entablar un nuevo diálogo con los reformistas, hasta albergar esperanzas en el proceso de construcción de la Unión Europea.
Frente a las elecciones de noviembre pasado en EE.UU., sostiene que: “Que Bush gane o pierda en las elecciones no es secundario. Claro está que todos esperamos que ganen los demócratas, por más débil y mínima que sea la alternativa que sean capaces de ofrecer.”10 Esto es un embellecimiento del partido imperialista que durante el gobierno de Clinton lanzó la guerra de Kosovo y que desde el 11/09 ha apoyado una tras otra las medidas de Bush.
Otra muestra de su giro político, se desprende de que “frente al regreso de la barbarie, es necesario saber oponer resistencia, en un terreno de encuentro posible con los reformistas… El problema consiste en saber cómo hacerlo... Cómo luchar contra la guerra, qué alianzas entretejer con las aristocracias imperiales reformistas…” La necesidad del más amplio frente único contra un eventual ataque sobre Irak, incluso con corrientes o partidos reformistas que dicen oponerse a la guerra, es una obligación de todo revolucionario. Pero lo que nos interesa resaltar aquí es el giro político de Negri, que ha ido desde una hostilidad abierta contra los sindicatos (no sólo contra su dirección burocrática) y los partidos políticos de izquierda tradicionales, socialdemócratas o neocomunistas de Occidente, hacia una nueva orientación que tiene el eje en buscar una acomodación (¿estratégica?) con dichas “aristocracias imperiales reformistas”.
Por otra parte, Negri afirma que “hoy Europa es el espacio con el que contamos para cualquier proyecto político. También porque es un espacio abarrotado por fuerzas sociales -estratos del trabajo productivo intelectual- interesadas en una nueva organización social. De ser construida desde abajo, movilizando a las multitudes, la Europa unida puede ser un terreno de ejercicio de una función subversiva del ordenamiento global.” Esto constituye un cambio con relación a lo planteado en Imperio. Ahí se sostenía que la continuidad de la hegemonía norteamericana era producto del poder y la creatividad del proletariado de EE.UU., “donde el proletariado de EE.UU. aparece como la figura más subjetiva que expresa más acabadamente los deseos y las necesidades de los trabajadores internacionales o multinacionales”. El giro reaccionario en EE.UU. y la oposición de Europa al curso unilateralista de Bush, es lo que está detrás de que las expectativas de Negri se hayan trasladado hacia el viejo continente.11
Todo esto es una muestra de que el esquema teórico de Negri es incapaz de dar cuenta de las distintas formas de dominio y los giros de la política imperialista y por tanto de servir como palanca para luchar revolucionariamente contra ésta. Las consecuencias de la inadecuación de su teoría con respecto a la realidad, se hacen más evidentes con el actual curso agresivo del imperialismo norteamericano, transformando las alusiones celebratorias de Negri sobre el despliegue del “Imperio” en una adaptación política a los supuestos sectores no imperialistas de la burguesía mundial. Este curso político de uno de los principales referentes del movimiento no global, que no es privativo de Negri, es una de las bases de la desorientación y confusión que han caracterizado a importantes franjas de este movimiento después del 11/09. Es por eso que, para desarrollar una estrategia revolucionaria consecuente contra la guerra a Irak, la guerra contra el terrorismo y la política agresiva del imperialismo norteamericano, es una precondición dejar a un lado el esquema de “Imperio” y retomar un programa antiimperialista consecuente que no puede ser otro que el programa de la revolución socialista internacional.

 

NOTAS

1 Juan Chingo y Gustavo Dunga, “Imperio o Imperialismo” en Estrategia Internacional No. 17.
2 Il Manifesto, Entrevista de Ida Dominijanni a Toni Negri, 14/09/02.
3 Antonio Negri y Michael Hardt, Empire, Hardvard University Press, 2000.
4 C. Rice, “Campaign 2000 – Promoting the National Interest”, Foreign Affairs, January/February 2000.
5 Es interesante notar que en la entrevista citada, luego de escuchar la respuesta de Negri a la “novedad” que significa Bush, la periodista señala que lo que Negri describe “no se trata de una contradicción menor. Hace el proceso de construcción del “Imperio” mucho más accidentado de lo que había descrito.” (Il Manifesto, 14/09/02). Incluso, en sus últimas conferencias el mismo Negri ha empezado a matizar su posición, parafraseando a Gramsci al señalar el “no va más” del imperialismo y el “todavía no” del “Imperio”.
6 Esto se contradice con los objetivos planteados en la Estrategia Nacional de Seguridad de Bush, donde se dedica un capítulo a desarrollar la continuidad de las políticas neoliberales que “encenderán una nueva era de crecimiento global a través del mercado libre y el libre comercio”.
7 Una vez más, el esquema teórico de Negri falsea la realidad, presentando al grupo de Bush como hostil a la Nueva Economía. Desmiente esto la relación personal con el clan Bush del top manager de Enron, con sede en Texas y la séptima corporación en EE.UU. antes de entrar en bancarrota. En un libro reciente, esta empresa es calificada de la siguiente manera: “Enron representa la entrada del comercio electrónico en el terreno de la infraestructura económica, en tanto que Enron comerciaba toda una serie de ítems como gas natural, electricidad, acero... a través de Internet... Donato Eassey (Merrill Lynch) sentía entonces [en junio del 2000, N. de R.] que: ‘Enron esta en una posición única para convertirse en la General Electric de la Nueva Economía’”. (Vijay Prashad, Fat cats and running dogs. The Enron stage of capitalism).
8 Esta caracterización se desprende de las transformaciones en la organización del trabajo y el predominio según Negri del ”trabajo inmaterial”, que convierten al conocimiento en el principal medio de producción, el cual no puede ser enajenado por el capitalista y que le otorgan al trabajador como nunca antes la posibilidad de controlar el proceso productivo. Esta conceptualizacion disuelve las condiciones materiales de la explotación en la sociedad capitalista que se basa en la propiedad privada de los medios de producción.
9 En General Intellect, poder constituyente, comunismo, Negri desarrolla palmariamente esta concepción: “Lo que diferencia la fase actual de las anteriores fases de desarrollo del modo de producción capitalista es el hecho de que la cooperación productiva social, previamente producida por el capital, es ahora presupuesto de todas sus políticas o, mejor, constituye su condición de existencia... Se desprende de esto, por consiguiente, que el capital puede mostrarse únicamente como sujeto político, como Estado, como poder. Por el contrario, el obrero social es el productor con anterioridad a la producción de cualquier mercancía, de la cooperación social misma... En todo momento del desarrollo del modo de producción capitalista el capital ha propuesto siempre la forma de cooperación... En la actualidad, la situación ha cambiado completamente. El capital se ha convertido en una fuerza hipnotizadora, hechizadora, en un fantasma, en un ídolo: a su alrededor giran procesos radicalmente autónomos de autovalorización y únicamente el poder político logra forzarlos, con la zanahoria o con el palo, para que comiencen a amoldarse a la forma capitalista.” [Negritas nuestras, N. de R.].
10 Il Manifesto, 14/09/02.
11 Esto es una tendencia compartida por muchos autores, algunos de los cuales van mucho más lejos, como es el caso de Walden Bello, uno de los principales críticos de la globalización capitalista, que ha saludado la división entre Europa y EE.UU. como “...un paso positivo para la mayoría del mundo. Esto abre la posibilidad de que los europeos comiencen a tratar en una forma positiva con los problemas de injusticia y pobreza en el mundo en desarrollo dando cuenta de las estructuras de la dominación occidental de las que ellos son largamente responsables. Esto abre el camino para alianzas globales innovadoras que pueden ser benéficas para la mayoría del mundo, incluyendo la formación eventual de una alianza de Europa, África, Latinoamérica y Asia contra la hegemonía norteamericana. Por supuesto, que Europa tiene su propia serie de prácticas opresivas, como la Política Agropecuaria Común, que es una de las más grandes causas de los desastres agrícolas en el mundo en desarrollo. Sus corporaciones son tan explotadoras como las corporaciones norteamericanas y sus restricciones sobre los emigrantes son a menudo más draconianas que las de Washington. Sin embargo, la necesidad de buscar alianzas para contraponer al unilateralismo de Washington puede servir como un incentivo para comenzar a reformar dichas instituciones.”

 

   

 

   
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