Antonio
Gramsci, al igual que Trotsky, fue un heredero del pensamiento
de la Tercera Internacional antes de su estalinización,
es decir de la mayor organización revolucionaria
de masas de los trabajadores que haya existido: la del marxismo
a la ofensiva. Pero si el trotskismo actual mantiene débiles
hilos de continuidad con aquel movimiento revolucionario
de la pre-guerra, el pensamiento de Gramsci ha corrido peor
suerte. Fue reapropiado en la posguerra por el PC de Palmiro
Togliatti, en Italia (asimilación que el estalinismo
jamás podría haber hecho de León Trotsky)
y luego por el eurocomunismo, para justificar una estrategia
abiertamente a favor del sostenimiento del régimen
burgués; incorporado en la actualidad como lectura
usual en los medios académicos, utilizado por todo
tipo de arribistas y funcionarios gubernamentales. Aunque
aquí criticamos, a nuestro entender, las limitaciones
de la estrategia de Gramsci, sostenemos que así como
el estalinismo no fue engendrado por el bolchevismo sino
que resultó de su degeneración contrarrevolucionaria,
tampoco la mayoría de los actuales gramscianos, devenidos
muchos de ellos en intelectuales orgánicos
de la burguesía o consejeros de burocracias sindicales,
son un producto del legado del comunista italiano.
No somos los primeros en plantear un contrapunto entre el
pensamiento de Trotsky y el de Gramsci. Perry Anderson,
desde el marxismo académico, abrió un debate
con las ambigüedades del concepto de hegemonía
en Gramsci en un trabajo pionero en el que están
presentes las visiones teóricas de Trotsky1, cuestión
que no fue desarrollada por las propias corrientes trotskistas.
Nuestro intento es hacer chocar dos sistemas teóricos
de conjunto, en lo que tienen éstos de particulares:
la noción de equilibrio capitalista y la teoría
de la revolución permanente en Trotsky, la relación
entre guerra de maniobras-guerra de posición en Gramsci,
así como la aplicación de su categoría
de revolución pasiva que, creemos, no ha tenido la
atención que merece del marxismo revolucionario.
Como primeros resultados, de la intersección de ambas
teorías surgen nuevos conceptos o se dialectizan
otros que permiten entender mejor el complejo panorama internacional
desde la segunda posguerra, el período del llamado
Orden de Yalta en el que, sobre la base del
triunfo contra el nazi-fascismo, se consolida la hegemonía
del imperialismo norteamericano en el mundo y el aberrante
control del stalinismo sobre gran parte del movimiento obrero
internacional. Pero si bien buscamos en nuevas herramientas
teóricas una comprensión más profunda
de cómo dominó la clase dominante
en el pasado y cuáles fueron las bases de la creación
de un nuevo reformismo de masas a la salida de la segunda
guerra mundial, lo hacemos especialmente para desentrañar,
en el presente militante, los mecanismos de bloqueo de la
revolución y combatir al reformismo. Y sobre todo,
la comparación de las teorías de Trotsky y
Gramsci - ubicadas en el convulsivo escenario de la lucha
de clases en la que fueron elaboradas, entre la primera
y la segunda guerras mundiales - tiene el objetivo de reestablecer,
hacia el futuro, la relación entre los tres grandes
fenómenos catastróficos que son el álgebra
de la época imperialista en la que vivimos: las crisis
capitalistas, las guerras y las revoluciones.
Entre
las dos guerras
Independientemente
de que tan en decadencia o inestable se observe la situación
de los EE.UU. en el mundo actual, la hegemonía del
imperialismo norteamericano se nos aparece hoy como algo
natural. Esto no era así de ningún
modo en los inicios del siglo XX ni tampoco la conquista
de su rol dominante se produjo naturalmente.
Lejos de ello, se definió en un interregno en el
que nunca tuvo más vida la definición de Lenin
del período abierto con la Primera Guerra Mundial:
una época de crisis, guerras y revoluciones.
Desde el inicio de esta etapa el marxismo revolucionario
debió analizar un giro fundamental en las relaciones
de dominio mundial: el pasaje de la hegemonía imperialista
de las manos de la vieja Inglaterra a las de la ascendente
Norteamérica. ¿En qué se basó
ese gran cambio y cómo ocurrió?
El economista marxista Isaac Joshua hace una muy buena síntesis
en relación al período de entreguerras y la
Gran Depresión: El listado de fechorías
atribuidas al patrón oro ha demostrado que la crisis
de la libra es claramente uno de los grandes puntos claves
de la depresión de los años 30. Una
crisis de la libra que se nos ha aparecido como una crisis
de hegemonía, o, para ser más precisos, como
una crisis entre dos: Inglaterra no puede ejercer
más su antiguo rol, los Estados Unidos no logran
ejercerlo todavía. Inglaterra está impedida
por Estados Unidos en sus esfuerzos de continuar como antes;
Estados Unidos está impedido por Inglaterra en sus
esfuerzos para tomar la delantera. Aquí también,
la primera guerra mundial jugó su rol: comprimiendo
en el tiempo una evolución que se hubiese producido
de todos modos, transformó en fallas abiertas lo
que hasta ese momento no eran más que fisuras del
edificio. Puso al día el problema, pero no pudo,
no obstante, darle solución. La historia abrió
un período de latencia, y el barco, sin gobierno,
quedó librado a los vientos. Y remarca más
adelante: En 1918 (...) el fuerte no era lo suficientemente
fuerte y el débil tampoco era lo suficientemente
débil. En esta dimensión internacional, la
gran crisis es claramente una crisis entre dos,
entre una primera guerra mundial que se contentó
con poner al día los problemas, y una segunda guerra
mundial que los resolvió a favor de la hegemonía
norteamericana2.
Tal fue el período en el que se desarrolló
la actividad revolucionaria de Trotsky y Gramsci que sirve
de marco a la comparación de las posiciones de ambos
que queremos hacer en este trabajo.
Empecemos
por decir, entonces, que el primer punto de contacto entre
León Trotsky y Antonio Gramsci que nos interesa destacar
es que ambos insistieron sobre el nuevo rol de Norteamérica3
como potencia mundial ante la declinante Inglaterra y, lo
más importante, lo hicieron desde un mismo punto
de partida metodológico: la ley de la productividad
del trabajo.
Trotsky afirmaba sobre la superioridad del capitalismo norteamericano:
La ley de la productividad del trabajo es de importancia
fundamental para las relaciones entre Norteamérica
y Europa y en general para determinar la futura ubicación
de Estados Unidos en el mundo. Esa forma superior que le
dieron los yanquis a la ley de productividad del trabajo
se conoce como producción en cadena, estandarizada
o en masa. Parecería haberse encontrado el punto
a partir del cual la palanca de Arquímedes puede
volver el mundo cabeza abajo. 4
En un
mismo sentido, para Gramsci, ¿Cuál es
el punto de referencia del nuevo mundo en gestación?.
Su respuesta es: El mundo de la producción,
el trabajo.
Por ello dedica especial atención al estudio del
fordismo y lo describe como la política industrial
seguida por los sectores más dinámicos de
la burguesía norteamericana para llegar a la
organización de una economía programada
en la cual los nuevos métodos de trabajo están
indisolublemente ligados un determinado modo de vivir, de
pensar y de sentir la vida, es decir elementos que,
de conjunto, anuncian una nueva cultura: el americanismo5.
El americanismo y el fordismo sostiene Gramsci
- derivan de la necesidad inmanente de llegar a la organización
de una economía planificada (...) el paso del viejo
individualismo económico a la economía planificada.
Y plantea que EE.UU para racionalizar la producción
y el trabajo, combinó hábilmente la fuerza
(destrucción del sindicalismo obrero de base territorial)
- sindicatos de oficio, N de la R- con la persuasión
(altos salarios, diversos beneficios sociales, propaganda
ideológica y política muy hábil); se
logró así hacer girar toda la vida del país
alrededor de la producción. La hegemonía nace
en la fábrica y para ejercerse sólo tiene
necesidad de una mínima cantidad de intermediarios
profesionales de la política y la ideología.
Además
de esta preocupación compartida por señalar
la superioridad de Norteamérica basándose
en la productividad del trabajo, parten de una misma definición
de la relación de fuerzas establecida en el período
inmediato posterior a la primera guerra mundial. La categoría
de equilibrio inestable o estabilización
relativa del capitalismo, tomada del informe de Trotsky
al III Congreso de la Tercera Internacional de 1921 y adoptada
por ésta, era un patrimonio común del pensamiento
de ambos revolucionarios.
Esta definición era la siguiente: El equilibrio
capitalista es un fenómeno complicado; el régimen
capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye
y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites
de su dominio. En el dominio económico, las crisis
y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas
y restablecimientos del equilibrio. En el dominio de las
relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste
en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En el
dominio de las relaciones entre estados, la ruptura del
equilibrio es la guerra generalmente, o bien, más
solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra
económica o bloqueo. El capitalismo tiene pues un
equilibrio inestable que de vez en cuando se rompe y se
compone. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran
fuerza de resistencia: la mejor prueba que tenemos de ella
es que aún existe el mundo capitalista.
Lejos de todo determinismo económico, Trotsky sostiene
que se debe tomar directamente como punto de partida
el análisis de las condiciones y de las tendencias
de la economía y del estado político del mundo,
como un todo, con sus relaciones y contradicciones, es decir,
con la dependencia mutua que opone a sus componentes entre
sí 6.
Contra los que han sostenido que hay una misma matriz con
el determinismo económico de la Segunda Internacional
7, la originalidad de su análisis radica en que incorpora
el papel de los factores subjetivos como elementos decisivos
en la marcha de la economía capitalista. Para que
no queden dudas: Si se nos pregunta ¿dónde
están las garantías de que el capitalismo
no restaurará su equilibrio a través de oscilaciones
cíclicas? entonces diríamos en respuesta:
No hay garantías y no puede haber ninguna.
Si nosotros anulamos la naturaleza revolucionaria de la
clase obrera y de su lucha, y el trabajo del partido comunista
y de los sindicatos... y tomamos en cambio los mecanismos
objetivos del capitalismo, entonces podríamos decir:
Naturalmente, fracasando la intervención de
la clase trabajadora, fracasando su lucha, su resistencia,
su autodefensa y sus ofensivas - fracasando todo eso, el
capitalismo restaurará su propio equilibrio, no el
viejo sino un nuevo equilibrio.
Por
su parte, Gramsci desarrolla el concepto de crisis
orgánica que, aunque es aplicado fundamentalmente
en el terreno del estado nacional, es asimilable al de ruptura
del equilibrio capitalista que Trotsky utiliza para
el análisis internacional 8. Para medir las relaciones
de fuerzas indica Gramsci: Otra cuestión
es la de determinar si las crisis históricas fundamentales
son provocadas inmediatamente por las crisis económicas.
(...) Se puede excluir que las crisis económicas
produzcan, por sí mismas, acontecimientos fundamentales;
sólo pueden crear un terreno más favorable
a la difusión de ciertas maneras de pensar, de plantear
y resolver las cuestiones que hacen a todo el desarrollo
ulterior de la vida estatal. (...) En todo caso, la ruptura
del equilibrio de fuerzas no ocurre por causas inmediatas
de empobrecimiento del grupo social que tiene interés
en romper el equilibrio y de hecho lo rompe; ocurre, por
el contrario, en el cuadro de conflictos superiores al mundo
económico inmediato vinculado al prestigio
de clase (intereses económicos futuros), a una exasperación
del sentimiento de independencia, de autonomía y
de poder 9.
Sobre
esta base teórica común llamémosla:
anticatastrofista económica de la que tanto
Trotsky como Gramsci parten en los años 20
10, veamos, entonces, las perspectivas proyectadas por ambos
sobre la situación internacional en el período
siguiente.
La
revolución pasiva
Un estudio
señala que: Es importante la observación
de Gramsci de que el periodo histórico contemporáneo,
posterior a la primera guerra mundial, puede ser estudiado
y analizado a partir del concepto de revolución
pasiva. Tras la conmoción de la guerra imperialista
y la grave crisis posterior con el corolario de la derrota
de la revolución proletaria en Occidente parecía
cerrarse toda una época. En efecto, la burguesía
había conseguido controlar la situación y
neutralizar a las fuerzas revolucionarias, pese a la obstinada
resistencia de estas. Por ello el período de estabilización
relativa del capitalismo parecía ser algo más
que un mero paréntesis coyuntural11.
En efecto Gramsci se plantea el problema de si el
americanismo pueda constituir una época histórica,
es decir, si pueda determinar un desarrollo gradual del
tipo (...) de las revoluciones pasivas del siglo
pasado (...) o por el contrario estallarán levantamientos
del tipo francés como en Rusia 12, anteponiendo
esta última opción a las revoluciones
desde arriba de las que ya habían hablado Marx
y Engels.
El concepto
de revolución pasiva13 en Gramsci puede atribuirse
a la convergencia entre, al menos, tres afluentes.
La idea de una readecuación de la clase dominante
mediante una revolución desde arriba,
como respuesta a los impulsos de las masas, puede ser rastreada
en el propio Marx, al igual que puede buscar su origen en
Marx también el concepto de revolución
permanente de Trotsky, aunque ninguna de las dos categorías
quieran decir exactamente lo mismo en la época imperialista
que en el siglo anterior. Marx y Engels definen que después
del golpe de Luis Bonaparte en Francia en 1851: El
período de las revoluciones desde abajo se había
cerrado, por el momento; a esto siguió el período
de revoluciones desde arriba, dando como ejemplo no
sólo la vuelta al imperio en Francia con Bonaparte
sino a su imitador Bismark que en Prusia dio
su golpe de Estado e hizo su revolución desde arriba
en 1866 14.
De aquí se concluye el siguiente razonamiento análogo
en el revolucionario italiano: si al período de revoluciones
burguesas que va desde 1789 con la Gran Revolución
francesa hasta 1848, le correspondió la respuesta
de las revoluciones desde arriba, se abría
la hipótesis de que la revolución bolchevique
de 1917, la Francia de la era de la revolución
proletaria, podía ser respondida por un ciclo de
revoluciones pasivas. En esta apreciación gramsciana
de la relación entre el flujo de la revolución
y las respuestas adaptadas de la contrarrevolución,
junto a las transformaciones en el Estado moderno de las
democracias de occidente, se encuentra una de las bases
para su definición de que la fórmula
cuarentiochesca de la revolución permanente
es desarrollada y superada en la ciencia política
por la fórmula de la hegemonía civil
15, ya que las relaciones organizativas internas e
internacionales del Estado se hicieron más complejas
y sólidas. En el mismo sentido, el fordismo
y el americanismo, con los cambios estatales que introdujeron,
significarían entonces un intento de desarrollo de
las fuerzas productivas sobre la base de la estabilización
relativa alcanzada por el capitalismo en los años
20 a partir de detener la oleada revolucionaria internacional,
y en especial europea, que siguió al impulso del
Octubre de 1917: por ello Gramsci designa a la revolución
pasiva, también, como una revolución-restauración.
En segundo
término, Gramsci toma la idea de la propia historia
italiana: el concepto de revolución pasiva
en el sentido que Vincenzo Cuoco atribuye al primer período
del Risorgimento 16 que él extiende a todo
el período de la unificación nacional que
comienza con los sucesos de 1848 y 49 y culmina en 1871
con la anexión de Roma como capital de Italia. La
unidad de Italia como nación burguesa se realizó
bajo los límites impuestos por la alianza entre la
burguesía del norte con los terratenientes del sur,
sin otorgar la tierra ni concesiones al campesinado como
era la demanda esencial de reforma agraria que sí
había otorgado la Gran Revolución Francesa.
Así, una tarea históricamente progresiva como
la unificación de Italia fue realizada en forma reaccionaria
por el partido de los Moderados y, como sujeto militar,
por el ejército y el estado piamontés. Con
ello tuvo lugar una diplomatización de la revolución,
claramente diferenciada del modelo francés. Para
ello la burguesía se valió adicionalmente
del transformismo, un mecanismo a través
del cual incorporó, cooptó, transformó
al programa de los Moderados a los líderes populares
más radicales del Partido de Acción que, lejos
de jugar un rol jacobino activo, se subordinaron
al ala derecha del proceso. Una revolución
pasiva, pactada desde arriba: tal era la perspectiva
sobre la que Gramsci alertaba, ahora, en la época
de la revolución proletaria, como freno burgués
a la revolución socialista17.
Y finalmente
el concepto es utilizado por el comunista italiano ante
una necesidad política acuciante: responder al ascenso
del fascismo. Gramsci está en total divergencia con
la evaluación de las posibilidades de éxito
de Mu-ssolini que había en la dirección del
PCI. Trotsky dirá en relación con esto: Según
las informaciones que recibí de compañeros
italianos, el Partido Comunista Italiano, con excepción
de Gramsci, no admitía la menor posibilidad de la
toma del poder por el fascismo18. Aunque más
perspicaz en el análisis de ese hecho inédito
-la movilización en gran escala de las clases medias
contra el proletariado- Gramsci no se diferencia en los
primeros años de la política ultraizaquierdista
de Bordiga, y recién alrededor de 1924 coincidirá
con la táctica de frente único obrero propuesta
por Trotsky y la Tercera Internacional para enfrentar al
fascismo en Italia19. Años más tarde rechazará,
al igual que Trotsky, la orientación de la IC estalinista
llamada tercer período que significaba
descartar cualquier colaboración y frente único
con el PS y las organizaciones obreras reformistas por considerarlas
socialfascistas.
De aquí se desprende su insistencia teórica
en el concepto de revolución pasiva para
interpretar de otro modo lo que estaba pasando y dar una
respuesta más conveniente del movimiento de masas.
Es que el inédito fenómeno del fascismo italiano
no es pura represión sino que, además, intenta
lograr un nuevo consenso entre amplias capas de las masas.
Incluso después de la crisis de 1929, una corriente
de la ideología fascista desarrolla, basada en la
crítica de la economía liberal, la hipótesis
de una racionalización-reorganización
del aparato productivo, una forma italiana de americanismopor
medio del corporativismo que establece una especie
de unión entre el gobierno de las masas y el
gobierno de la producción. Gramsci ve en ello
un intento de respuesta a la «crisis orgánica»
del Estado.
Con todo esto tenemos que la revolución pasiva en
la época imperialista se verificaría en el
hecho de una transformación de la estructura
económica de modo reformista, de individualista a
planificada (economía dirigida) y el surgir de una
economía media entre la individualista
pura y la planificada en sentido integral, poniendo
bajo este último nombre a la planificación
socialista. El punto de esa economía media,
era conquistado por la burguesía mediante los mecanismos
estatales del corporativismo lo que le permitiría
al capitalismo el paso a formas políticas y culturales
más modernas, salteando o superando la fase catastrófica.
Así ve que pueden presentarse dos vías para
la recuperación capitalista: el americanismo,
con el new deal de Roosevelt, y el fascismo.
Haciendo una singular abstracción de los métodos
de guerra civil del fascismo hacia la clase obrera, sus
organizaciones y su vanguardia, encuentra, sin embargo,
un común denominador en cuanto a los objetivos estructurales
que persiguen: no sólo disgregar a las fuerzas
antagónicas, el proletariado y separarlo del
campesinado; sino relanzar el capitalismo sobre nuevas bases.
El americanismo y hasta el fascismo son para Gramsci intentos
de modernizar el capitalismo desde arriba
y ambos son asimilables al concepto de revolución
pasiva que aparece, en primera instancia, como una categoría
económico-social, pero que incluye y necesita de
importantes transformaciones estatales.
Junto al cambio en las condiciones socioeconómicas
y en las costumbres que implicaba el americanismo, aparecía
un nuevo tipo de estado para hacerlas factibles: El
Estado es el liberal, no en el sentido de liberalismo aduanero
o de la efectiva libertad política sino en el sentido
más fundamental de la libre iniciativa y del liberalismo
económico que llega con medios propios, como sociedad
civil, por su mismo desarrollo histórico al régimen
de concentración industrial y del monopolio.
El nuevo tipo de estado interviene en la economía
investido de una función de primer orden en
el sistema capitalista como empresa (holding estatal) que
concentra el ahorro a disposición de la industria
y de la actividad privada y como inversor a mediano y largo
plazo. Y al mismo tiempo ese estado establece una
nueva relación con las clases subalternas: La
masa de los ahorristas quiere romper toda ligazón
directa con el conjunto del sistema capitalista privado,
pero no le niega la confianza al estado: desea participar
en la actividad económica, pero a través del
estado, que le garantiza un interés módico
pero seguro. De allí deriva que teóricamente
el estado parece tener su base social en la gente
del común y en los intelectuales, mientras
que en la realidad su estructura permanece plutocrática.
Al respecto
J. C. Portantiero sostiene, sintéticamente, que el
americanismo es para Gramsci la apuesta más seria
de contratendencia a la ley tendencial a la caída
de la tasa de ganancia del capitalismo imperialista, mediante
nuevos métodos de producción basados en la
obtención de mayor plusvalía relativa: Es
una manifestación de la crisis, la de su superación
en términos del crecimiento de un sistema que siempre
se ha desarrollado en la crisis, en medio de
elementos que se equilibraban e inmunizaban.
Cierto que el americanismo nada cambia en
el carácter de los grupos sociales fundamentales,
pero es la respuesta capitalista al nivel más alto
a las contradicciones insanables que nacen de la estructura
y que las clases dominantes tratan de resolver y superar
dentro de ciertos límites...20. Sí,
pero no sólo eso. El americanismo en Gramsci, como
categoría económico social está firmemente
asociada a la categoría política de revolución
pasiva, como revolución-restauración, como
readecuación reformista del capitalismo, algo que
los reformistas o los que toman a Gramsci en sentido académico-burgués
prefieren no profundizar. El contenido político de
su posición nada tiene que ver con quienes hoy toman
sus análisis al tiempo que añoran al Estado
benefactor, en buena medida desarticulado por la reacción
neoliberal de los ´90, y proponen un programa de revolución
pasiva, del tipo de los Moderados, para volver
a aquellas condiciones. Al revés de los gramscianos
de hoy, Gramsci alertaba sobre las readecuaciones en el
estado y en la política económica estatal
que constituían un intento de respuesta reaccionaria,
de largo o mediano plazo, para crear las bases de un
nuevo conformismo, impedir la hegemonía del
proletariado, bloquear la revolución comunista y
sortear una situación de crisis orgánica de
la burguesía, cuestión que una dirección
marxista tenía que comprender y enfrentar.
Americanismo
y guerra
Pasemos
ahora a Trotsky.
Puesto ante el mismo problema de la emergencia americana,
sostiene en 1926: En el artículo del camarada
Feldman, las consideraciones sobre el curso del desarrollo
de EE.UU. tomaron una forma algorítmica. Él
llegó a la conclusión de que el desarrollo
de Norteamérica se basaba cuanto mucho en un callejón
sin salida, y que el ascenso actual no es nada en comparación
con el de décadas pasadas. Si esto es verdad, no
se justifica que construyamos perspectivas de desarrollo
mundial pacífico. El ascenso hasta la cima de EE.UU,
en la medida que se dé sin sacudidas, llevará
a Europa a un callejón sin salida económico,
y Europa o bien decaerá igual que decayó el
Imperio Romano, o experimentará un renacimiento revolucionario.
Pero en el momento actual no se puede hablar de la decadencia
europea. Si el desarrollo de EE.UU. se frena, sus poderosas
fuerzas buscarán una salida en la guerra. Esta será
su única oportunidad de superar las deformaciones
que resultan de las circunstancias de su desarrollo económico.
Esta deformación se mueve como el núcleo [de
un huracán]. Un núcleo tal, lleno de fuerza
colosal y retrasado, podría causar una terrible cantidad
de destrucción dentro del país.
Examinemos ahora la situación del proletariado.
Con respecto a Inglaterra, no queda nada de la anterior
posición aristocrática del proletariado inglés.
Nuestro trato fraternal con los sindicatos ingleses [se
refería al Comité Anglo-ruso, N de la R] se
basa en la declinación económica de Inglaterra.
Ahora la clase trabajadora de EE.UU. ocupa el lugar privilegiado.
Una demora en el desarrollo económico para EE.UU.
significaría enormes cambios en la interrelación
de fuerzas internas y, en consecuencia, también significaría
un movimiento revolucionario que surgirá con la característica
velocidad norteamericana. De tal manera, con las dos posibles
variantes para EE.UU. nosotros prevemos grandes cataclismos
en las décadas que vienen, y no acontecimientos pacíficos.
Recientemente un artículo del Economist norteamericano
declaraba: Hemos alcanzado tal nivel de desarrollo
que necesitamos una guerra en gran escala. De la misma
forma que se necesitan terneros gordos para alimentar una
gran ciudad, así el Economist anuncia que, como lo
ilustró la experiencia de la última guerra,
EE.UU. necesita una guerra en gran escala. Los imperialistas
norteamericanos tienen una preferencia, pero no por el desarrollo
pacífico.21
Es de notar que estas definiciones son anteriores a que
se produzca la gran crisis catastrófica del año
1929 en el corazón de EE.UU y que significó
un parteaguas para la situación mundial. Aún
antes de ello, Trotsky adelanta las tendencias profundas
y las contradicciones interimperialistas latentes que empujarán,
de un lado, a nuevas oportunidades revolucionarias y, de
otro, a la guerra. Años más tarde, cuando
ya se había producido el crack, sostiene -polemizando
con el programa adoptado por la Internacional Comunista-
un ejemplo de razonamiento dialéctico en plena crisis
norteamericana, como muestra esta afirmación de septiembre
de 1930: Molotov quiso decir: Trotsky ensalzó
el poderío norteamericano y ahora, miren, Estados
Unidos está atravesando una crisis aguda. ¿Pero
acaso el poder capitalista excluye la crisis? ¿Acaso
Inglaterra, en el apogeo de su economía mundial,
no conoció crisis? ¿Se puede concebir el desarrollo
capitalista sin crisis? He aquí lo que dijimos al
respecto en el Proyecto de Programa de la Internacional
Comunista:
Aquí no nos vamos a extender en el análisis
del problema especial de la duración de la crisis
norteamericana y su posible envergadura. Se trata de un
problema coyuntural, no programático. Sobra decir
que no abrigamos la menor duda respecto de la ineluctabilidad
de una crisis: tampoco descartamos que, dada la actual envergadura
mundial del capitalismo norteamericano, la próxima
crisis sea extremadamente profunda y aguda. Pero no hay
absolutamente nada que justifique la conclusión que
ello restringirá o debilitará la hegemonía
de Norteamérica. Semejante conclusión daría
lugar a los más groseros errores estratégicos.
Es justamente al revés. En un período de crisis,
Estados Unidos ejercerá su hegemonía de manera
más completa, descarada y brutal que en un período
de auge. Estados Unidos tratará de superar sus problemas
y males principalmente a expensas de Europa. 22
A partir
de aquí es claramente observable un cambio entre
los análisis del Trotsky de los años 20
y el de los 30. Es que con la crisis de 1929 se rompe
el equilibrio inestable del capitalismo caracterizado
por la Tercera Internacional y comienza un nuevo período.
Se reabre una nueva fase catastrófica
y, por consiguiente, nuevas oportunidades revolucionarias.
Así se verificará en la revolución
española que comienza en el año 31 y
atraviesa toda la década, y en la revolución
que comienza con las ocupaciones de fábricas en Francia
desde el 36. Ambos procesos que, como luego señalará
Trotsky, planteaban la posibilidad de detener la guerra
imperialista mediante revoluciones desde abajo fueron
derrotados, pero no porque ello estuviera predeterminado
fatalmente de antemano, sino por el rol auxiliar del capitalismo
que juegan fundamentalmente los PCs y la política
de los frentes populares adoptada con el giro
derechista de 1935 en el VII Congreso de la Tercera Internacional
stalinizada.
Ahora bien, aún el período de crisis catastrófica
Trotsky no deja de sopesar la potencialidad del imperialismo
norteamericano sólo que sostenía que esta
superioridad no se le impondría al viejo mundo pacíficamente.
En 1933, sostiene que a pesar de la emergencia norteamericana
basada en la ley de la productividad del trabajo y su superioridad
técnica expresada en el fordismo: ...el viejo
planeta se rehúsa a dejarse dar vuelta. Cada uno
se defiende de todos los demás protegiéndose
tras un muro de mercancías y una cerca de bayonetas.
Europa no compra bienes, no paga las deudas y además
se arma. El Japón hambriento se apodera de todo un
país con cinco divisiones miserables. La técnica
más avanzada del mundo, súbitamente, parece
impotente ante los obstáculos que se apoyan en una
técnica muy inferior. La ley de la productividad
del trabajo parece perder su fuerza. Pero sólo lo
parece. La ley básica de la historia de la humanidad
debe inevitablemente tomarse la revancha sobre los fenómenos
derivados y secundarios. Tarde o temprano el capitalismo
norteamericano se abrirá camino a lo largo y a lo
ancho de nuestro planeta. ¿Con qué métodos?
Con todos. Un alto coeficiente de productividad denota un
alto coeficiente de fuerzas destructivas. ¿Es que
estoy predicando la guerra? De ninguna manera. Yo no predico
nada. Sólo intento analizar la situación mundial
y sacar conclusiones de las leyes de la mecánica
de la economía.23
Trotsky
capta mejor que Gramsci el sentido de la época de
crisis, guerras y revoluciones: el americanismo, para imponerse
mundialmente necesitaba hacerlo a expensas de Europa, y
con ello, conduciría a una nueva guerra. Inclusive,
con todo lo que aportó Gramsci a la ciencia política
marxista en relación a las cuestiones del Estado
moderno, Trotsky comprende más consecuentemente una
de las características de esos estados avanzados
de la época imperialista: como señaló
Lenin, no tan sólo un órgano de fuerza y represión
interna (a lo que los análisis de Gramsci agregaron
los aspectos de consenso) sino también un instrumento
de guerra exterior, un estado de rapiña
24. Éste es su análisis estructural, como
continuación de la definición de la Tercera
Internacional, aunque esa tendencia inherente al período
pase por dos momentos políticos; el del equilibrio
inestable de los años 20 y el de su ruptura
en los 30.
Mientras tanto, para Gramsci la posibilidad de un ciclo
de revoluciones pasivas suponía que, dentro de los
límites de la etapa imperialista, cesa la lucha
orgánica fundamental y se supera la fase catastrófica
25. Es cierto que Gramsci planteó que las revoluciones
pasivas eran revoluciones-restauraciones, en
el que sólo el segundo momento es válido
y que las restauraciones, con el nombre con que se
presenten, sobre todo las actuales, [subrayado de Gramsci]
son universalmente represivas. Pero en la definición
de revolución pasiva el elemento determinante es
que esta persigue: reducir la dialéctica a
puro proceso de evolución, reformista.
Trotsky, en cambio, aborda el período desde la lógica
de que el capitalismo conduce a nuevas catástrofes.
La vida del capitalismo monopolista de nuestra época
es una cadena de crisis. Cada una de las crisis es una catástrofe.
La necesidad de salvarse de esas catástrofes parciales
por medio de murallas aduaneras, de la inflación,
del aumento de los gastos gubernamentales y de las deudas
prepara el terreno para otras crisis más profundas
y extensas. La lucha por conseguir mercados, materias primas
y colonias hace inevitable las catástrofes militares.
Y todo ello prepara ineludiblemente las catástrofes
revolucionarias. Ciertamente no es fácil convenir
con Sombart en el que el capitalismo actuante se hace cada
vez más tranquilo, sosegado y razonable.
Sería más acertado decir que está perdiendo
sus últimos vestigios de razón. En cualquier
caso no hay duda de que la teoría del colapso
ha triunfado sobre la teoría del desarrollo pacífico.26
Claro que, en su caso, la fase catastrófica
no está limitada a la crisis de la economía.
Su teoría del colapso es entendida no
como un catastrofismo meramente económico sino como
la concatenación de catástrofes económicas,
militares y revolucionarias, es decir una articulación
entre crisis, políticas de estados (hegemonía)
y lucha de clases. Los mismos tres elementos que, según
su método, había que interconectar para definir
el anterior equilibrio inestable, son los que
rompían ahora ese equilibrio. Una vez más:
entre los 20 y los 30 hay un mismo criterio
metodológico de interpretación, aunque cambia
el signo de la situación.
¿Y Gramsci? Para decirlo con las propias palabras
de un intelectual gramsciano: En conclusión,
dos elementos emergen con claridad: a) Al fin del siglo
que Eric Hobsbawn llamó The Age of Extremes, debemos
subrayar con fuerza la importancia del hecho de que Gramsci
escapa a la radicalización-simplificación
de las separaciones intelectuales de los treinta (y más
allá) según la pareja comunismo-fascismo o
fascismo-antifascismo, y; b) anticipa por aspectos no secundarios
un cuadro de previsión sobre el futuro del capitalismo
que se despliega plenamente en la segunda posguerra con
la nueva hegemonía americana. El no ve ni la magnitud
trágica del nazismo ni la segunda guerra mundial,
ni Auschwitz ni las aberraciones del stalinismo: paradójicamente,
desde la cárcel de Turi ve rasgos estructurales
de nuestro siglo sin dejarse cegar como otros tantos prestigiosos
observadores.27
En ese
convulsionado interregno de la crisis de hegemonía
mundial, Gramsci no alcanzó la altura y los pronósticos
estratégicos de Trotsky que, claramente anticipó
que la resolución a la crisis de hegemonía
iba a venir de la mano de una nueva guerra mundial y del
resultado de la lucha de clases que abriría esa guerra
como partera de revoluciones. Y construyó,
desde ese cálculo estratégico, el programa
y la incipiente organización internacional. Se basó
para ello no sólo en una teoría general sino
en las lecciones, a la luz de esa teoría, de los
principales test de la lucha de clases contrastándolos
con la política internacional de la IC dirigida por
Stalin. Sobre esas lecciones, como la experiencia del Comité
Anglo-ruso, las alternativas de la revolución China,
el quiebre para el comunismo internacional que significó
la capitulación sin lucha del PC alemán frente
al ascenso de Hitler, el programa y las tácticas
marxistas para la revolución española, la
denuncia implacable de sus traidores y la delimitación
con los capituladores, la condena a la política del
Frente Popular y la propia caracterización
del fenómeno stalinista y la degeneración
de la URSS, construirá la Oposición de Izquierda
Internacional y más tarde fundará la IV que,
apostaba, estaba llamada a jugar un rol de dirección
en los acontecimientos que vendrían.
Para
entender la segunda posguerra
Ahora
bien, creemos que, despojado de todo gradualismo a destiempo
de las posibilidades de renovación del capitalismo
que hay en Gramsci, es muy productivo el concepto de revolución
pasiva para explicar la segunda posguerra. Decimos
gradualismo a destiempo porque sólo la
guerra, con la enorme destrucción de fuerzas productivas
que ello implicó en Europa, con el hecho de que las
principales potencias competidoras de Norteamérica
-como Alemania y Japón- derrotadas quedan fuera de
juego, y tras el resultado contradictorio de la lucha de
clases luego del ascenso de masas en la inmediata posguerra,
es lo que permite la imposición de la hegemonía
de los EE.UU y la extensión en gran escala del fordismo
a Europa. En última instancia, Gramsci no terminó
de ver que, tomado sus propias definiciones, para imponer
su hegemonía en el mundo EE.UU iba a tener que pasar
primero por una resolución de fuerza
que hiciera posible un nuevo consenso, aunque
como veremos seguidamente el imperialismo norteamericano
se valió de un elemento adicional para lograrlo:
el rol del stalinismo, sin el cual no podría haberse
frenado el ascenso europeo ni estabilizado a los principales
países capitalistas28.
Sólo una vez superada esa fase catastrófica
mundial con los acuerdos de Yalta y Potsdam entre el imperialismo
vencedor y la represtigiada burocracia soviética,
entonces el concepto de revolución pasiva permite
conceptualizar mejor el nuevo escenario mundial.
Creemos que al menos dos componentes de esa revolución
pasiva se confirman, de un lado, en los países capitalistas
con el keynesianismo, es decir el new deal hecho
razón de estado cuyos rasgos esenciales
en las relaciones estatales con la economía y las
masas Gramsci, como vimos, anticipa antes de la guerra.
En segundo lugar, las controvertidas revoluciones en el
Este de Europa entre los años 43 y 48
que se hicieron en base a las ocupaciones del Ejército
Rojo en el territorio de donde se desplazó al nazismo
como en Polonia, Hungría, Checoslovaquia y hasta
en la mitad de Alemania podrían también denominarse
revoluciones pasivas proletarias 29.
Si como analizó Gramsci para el Risorgimento, en
Italia no había barricadas como en el París
de 1848 porque fueron sustituidas por un sistema de
reclutamiento al ejército regular piamontés;
análogamente, en la era de la revolución proletaria
¿qué otro rol jugó el stalinismo sino
el de ahogar la posibilidad de que emerjan los soviets como
en 1917-19 y su reemplazo por el avance del Ejército
Rojo en el Este? ¿No fue el papel de Stalin en los
acuerdos de Yalta y Potsdam, estableciendo el control de
la URSS en el Este de Europa, asimilables al concepto de
la diplomatización de la revolución
como designó Gramsci a una de las características
del proceso de la unificación de Italia? ¿No
fue la utilización que hizo el stalinismo en los
nuevos estados obreros deformados de gran parte del viejo
personal estatal burgués de la pre-guerra que con
este componente incluía un aspecto parcial de restauración
? ¿No fue el cambio de las relaciones de producción
en esos países, de capitalistas a economías
planificadas, una tarea progresiva pero que bloqueaba reaccionariamente
la constitución de soviets como organismos de autogobierno
de las masas? ¿No fue un transformismo
en gran escala el nuevo rol de los partidos comunistas y
sindicatos dirigidos por el stalinismo y la socialdemocracia,
que pusieron todo su peso en la reconstrucción capitalista
de Europa? ¿No fueron las características
del estado benefactor anticipadas por Gramsci
como nuevo tipo de estado capitalista las que se impusieron
como norma en los países centrales, e incluso en
algunas semicolonias?
Creemos que sí. En sus características más
generales los nuevos y contradictorios fenómenos
de posguerra son parte de una gran revolución pasiva
entendida, de conjunto, como respuesta al ascenso obrero
y de masas con concesiones reformistas para neutralizar
a las clases subordinadas en el período excepcional
que transcurre entre los años 43 al 49.
Un tercer intento de revolución pasiva -aunque en
sus resultados más fallido que efectivo- fue el ensayo
de descolonización desde arriba, en el
que para frenar la revolución anticolonial los imperialistas
buscaron dar un status de naciones semicoloniales más
modernas a varias colonias de posguerra. Pero
contrariamente a sus planes es allí, en la periferia
capitalista, donde la revolución tiene sus más
altas expresiones activas: una verdadera explosión
de las masas oprimidas de las colonias y semicolonias. Y
esto debe ser incluido en el haber de las previsiones de
la Cuarta Internacional y vino a confirmar el acierto en
poner especial énfasis en ellas en la teoría
de la revolución permanente: el proletariado y las
masas de los países coloniales y semicoloniales no
debía esperar a la revolución en las metrópolis
imperialistas sino que debían iniciar su revolución
y podrían llegar antes incluso a la dictadura del
proletariado.
Aún
con las concesiones otorgadas a la clase obrera en los países
centrales, el ascenso de la revolución colonial de
posguerra (y la imposibilidad de imponer efectivamente una
revolución pasiva en ellas) confirmará el
carácter de la época imperialista en la que
insistiera Trotsky: Las clases imperialistas estaban
en condiciones de hacer concesiones a los pueblos coloniales
y a sus propios obreros cuando el capitalismo seguía
una marcha ascendente y los explotadores podían apoyarse
firmemente en un aumento cada vez mayor de las ganancias.
Hoy en día ni hablar cabe de una situación
como ésta. El imperialismo mundial está en
decadencia. La situación de las naciones imperialistas
se hace día a día más difícil,
mientras que las contradicciones entre ellas se agravan
cada vez más. El armamentismo monstruoso devora una
parte siempre creciente de los ingresos nacionales. Los
imperialistas ya no pueden otorgar concesiones serias ni
a sus propias masas trabajadoras ni a las colonias. Por
el contrario, se ven obligados a recurrir a una explotación
cada vez más bestial. Precisamente en esto se expresa
la agonía del capitalismo. 30
Si bien, como señalamos, hubo concesiones a la clase
trabajadora de los países centrales como subproducto
de su acción revolucionaria que los obligó
a ceder algo para no perder todo, el señalamiento
de la Cuarta Internacional se verificó completamente
para los países dominados por el imperialismo. Los
enormes impulsos de las masas semicoloniales, confirmó
las premisas de la perspectiva estratégica de Trotsky
y se extenderán más allá del período
excepcional entre el 43 y el 49, al conjunto del período
dominado por el Orden de Yalta durante el cual serán
el factor más revolucionario de la lucha de clases
internacional. Como analizamos más adelante, el fortalecimiento
del aparato stalinista mundial impedirá que ello
impacte decisivamente en los centros imperialistas trasladando
allí la revolución, e incluso utilizará
todos los medios para congelar los procesos de liberación
nacional de las colonias en el terreno del régimen
burgués.
Esto fue así porque, como cuestión clave,
lo que los pronósticos de Trotsky -y menos aún
los de Gramsci- pudieron prever fue una de las expresiones
políticas superestructurales más novedosas
que emergieron de la posguerra y determinaron su resultado:
el nuevo rol del stalinismo como factor de contención
de la revolución a escala planetaria.
Trotsky
apostaba a que el proceso revolucionario internacional que
desataría la guerra -lo que se produjo, y en gran
escala, entre los años 43 y 49- provocaría,
a su vez, el derrocamiento de la burocracia soviética
y posibilitaría la regeneración revolucionaria
de la URSS. Pero esto último no ocurrió. Lejos
de ello, a la salida de la guerra se reafirmó la
casta burocrática no sólo en la URSS sino
en un nuevo sistema de estados obreros deformados extendidos
en el Este de Europa. La clase obrera y las masas lograron,
igual que en 1914-18, sobreponerse de la derrota que significó,
en primera instancia, la carnicería imperialista,
y luego protagonizaron un fabuloso ascenso, de especial
importancia por tratarse de países capitalistas centrales,
en Italia, Francia, Grecia, con la resistencia armada al
nazismo. Pero contradictoriamente, el stalinismo, prestigiado
a los ojos de las masas por la derrota del ejercito alemán
en Stalingrado, no sólo no sucumbió ante ese
ascenso sino que fue capaz de desarmar dichos procesos,
contener a la clase obrera y poner sus organizaciones al
servicio de la reconstrucción capitalista (americanista)
de Europa.
Pero,
independientemente de que no acertó en el pronóstico
político, Trotsky fue, muy por encima de Gramsci,
quien preparó, tanto en el estudio de las bases materiales
y la naturaleza del fenómeno stalinista y de la degeneración
de la revolución rusa31 como en las batallas políticas
previas a la guerra, las condiciones para combatirlo. Fue
el único marxista que planteó un programa
para un nuevo tipo de revolución, la revolución
política, para el estado obrero degenerado
en la que estableció todo un sistema de demandas
transitorias específico para abolir, sobre la base
de preservar las conquistas de la economía nacionalizada,
a la casta parasitaria, restablecer el poder efectivo de
los soviets y reencauzar el camino de la transición
al socialismo mediante volver a poner sobre sus pies a la
política revolucionaria del estado obrero a escala
interna e internacional. Y, en segundo lugar, aunque no
podía prever el salto en la colaboración de
clases a escala mundial entre la burocracia soviética
y el imperialismo mediante los acuerdos de Yalta, en los
combates políticos previos a la guerra contra la
orientación del Frente Popular inaugurada
en el año 35 por la Internacional Comunista
y puesta en práctica en España y Francia con
sus funestas consecuencias, adelantó que la lucha
por la independencia de clase del proletariado proclamada
como principio del marxismo desde el Manifiesto Comunista
tenía, como sostiene en el Programa de Transición,
un obstáculo adicional en la existencia
misma del stalinismo. Por su parte Gramsci, que tanto utilizó
el concepto de transformismo en su análisis
de la revolución burguesa, no vio el más grande
proceso transformista de la revolución proletaria:
el surgimiento de la burocracia soviética.
El
bloqueo de la dinámica permanente de la revolución
El
prerrequisito económico para la revolución
proletaria ha alcanzado en general el punto más alto
de concreción que puede alcanzar bajo el capitalismo.
Las fuerzas productivas de la humanidad se han estancado...
Las condiciones objetivas para la revolución no sólo
han madurado, se están comenzando a pudrir. Sin una
revolución socialista en el período histórico
inmediato una catástrofe amenaza al conjunto de la
humanidad. Ahora es el turno del proletariado, conducido
por su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica
de la humanidad se reduce a la crisis de dirección
revolucionaria.32
Esta correcta afirmación, en términos históricos,
con la que comienza el Programa de Transición aprobado
en 1938 por la Cuarta Internacional, no está exenta
de negaciones parciales luego de 1948 y con los resultados
de ella a la vista. Sostenemos que por una serie de nuevas
condiciones objetivas y subjetivas se establece un bloqueo
de la dinámica permanente de la revolución.
De lo que se trataba, entonces, era de enriquecer el concepto
de crisis de dirección revolucionaria,
con el que cierto trotskismo ha hecho reduccionismo.
La crisis de dirección revolucionaria, y sobre todo
la política para superarla, no era exactamente la
misma, en términos concretos, como estuvo planteada
en los años 30 (durante los cuales revolución
y contrarrevolución se enfrentaban abiertamente)
que en la segunda posguerra. El resultado de la guerra y
el ascenso que le sigue, institucionaliza nuevas conquistas
materiales para el proletariado, desde las concesiones reformistas
de los países capitalistas avanzados hasta la formación
de nuevos estados donde se expropia al capital, al costo
de fortalecer a las direcciones contrarrevolucionarias.
Esto significaba para los seguidores de la IV Internacional
reexaminar este problema en el mundo de Yalta
y restablecer un nuevo marco estratégico y readecuaciones
programáticas.
a) Había
que determinar los alcances del crecimiento parcial de las
fuerzas productivas. El trotskismo se dividió, en
este terreno, entre dos grandes tendencias, ambas equivocadas.
De un lado quienes como el Comité Internacional encabezado
por Pierre Lambert (e incluyendo en este arco a las corrientes
de Nahuel Moreno con base en Argentina y Guillermo Lora
en Bolivia33) sostenían la tesis estancacionista.
Las fuerzas productivas de la humanidad se han estancado
repetían según la letra del Programa de Transición,
sin ver que la fabulosa destrucción de fuerzas productivas
que provocó la guerra y la reconstrucción
capitalista de Europa permitió aplicar, en forma
concentrada y abrupta, la mas avanzada técnica americana
y crear una demanda rápida de bienes de consumo,
todo al mismo tiempo. Esto significó una negación
parcial, temporal, limitada, pero que cambió lo que
era un hecho antes de la guerra. La continuación
de época imperialista, es decir de la fase de declinación
del capitalismo no fue lo mismo que estancamiento de las
fuerzas productivas que, durante el paréntesis del
48 hasta el 68, tuvieron un desarrollo parcial.
En el extremo opuesto a los estancacionistas,
la interpretación del Secretariado Unificado (SU)
se basó en la teoría de Ernest Mandel que
ve en ese desarrollo parcial durante el boom
las características de un neocapitalismo o capitalismo
tardío, adoptando una versión corregida
de la teoría burguesa de las crisis capitalistas,
supuestamente mensurables a través de ondas
o ciclos automáticos de crecimiento y retracción,
donde el factor de la lucha de clases estaba completamente
subordinado.
b) Ese
crecimiento parcial de las fuerzas productivas en los países
centrales fue la base material, junto a las características
negociadoras entre el capital y el trabajo del estado
benefactor keynesiano, para la formación de
un nuevo reformismo que se asentó en una más
extendida y ensanchada capa social de aristocracia obrera
en los países imperialistas. La socialdemocracia
europea, que en los años 30 se encontraba entre
dos fuegos, el del fascismo que no le permitía su
habitual juego parlamentarista y el de sectores del proletariado
que introducían en sus filas los elementos radicalizados
de situaciones revolucionarias en diversos países34;
ahora en la posguerra se reencontrará con una nueva
estabilidad capitalista al frente de los sindicatos de masas
que usufructúan las nuevas conquistas del estado
benefactor. El stalinismo contará con una más
amplia base de masas para prolongar su control del movimiento
obrero, no sólo en los países capitalistas
sino en los nuevos estados obreros deformados del Este de
Europa, a los que a causa del boom capitalista se les permite
cierta autarquía económica y porque la nacionalización
de la economía en varios países produce, en
sí misma, un empuje al desarrollo industrial en naciones
que eran eminentemente de composición campesina y
lleva a mejoras significativas en el nivel de vida de las
masas. De conjunto se constituye un nuevo movimiento obrero
con nuevas conquistas económicas, como subproducto
del resultado de la guerra, que creará las bases
de un nuevo reformismo de masas, un nuevo conformismo
lo habría llamado Gramsci, con el consiguiente fortalecimiento
de las direcciones stalinista y socialdemócrata.
c) Con el encumbramiento del stalinismo como marxismo
oficial se produce una ruptura histórica en
la continuidad del marxismo revolucionario que, a través
de distintas tendencias y luchas internas, se había
mantenido en las tres primeras Internacionales y en la Cuarta
como elemento de continuidad, desde el Manifiesto Comunista
de Marx y Engels en 1848 hasta el Manifiesto contra la Guerra,
de Trotsky, en 1940. Si bien Trotsky señaló
en el Programa de Transición que ya el stalinismo
era un obstáculo adicional para el proletariado,
nunca vio en qué llegó a convertirse luego
de la guerra. Los trotskistas debían evaluar los
peligros que esto entrañaba. Había que contemplar
hacia las propias fuerzas de la Cuarta el anticipo de Trotsky
previo a la guerra: si el proletariado no daba una respuesta
revolucionaria (y no la había dado o la había
dado deformadamente) los partidos obreros, aún los
más revolucionarios, corrían el riesgo de
degenerar. Los escépticos superficiales se
deleitan en señalar la degeneración en burocratismo
del centralismo bolchevique. ¡Como si todo el curso
de la historia dependiera de la estructura de un partido!
De hecho, es el destino del partido el que depende del curso
de la lucha de clases. Pero de todas maneras el Partido
Bolchevique fue el único que demostró en la
acción su capacidad de realizar la revolución
proletaria. Es precisamente un partido así lo que
necesita ahora el proletariado internacional. Si el régimen
burgués sale impune de la guerra todos los partidos
revolucionarios degenerarán. Si la revolución
proletaria conquista el poder, desaparecerán las
condiciones que provocan la degeneración. 35
Contradictoriamente a este pronóstico alternativo
hubo grandes países, desde la China hasta la mitad
de Alemania, donde el régimen burgués sucumbió
después de la guerra, pero a cambio salió
impune, esencialmente, en los principales centros
de poder capitalista-imperialista. Perverso resultado que
encontró al stalinismo a la cabeza de un proceso
transformista en gran escala: los Partidos Comunistas
convertidos en reconstructores del capitalismo y del régimen
burgués en Occidente y, al mismo tiempo, en dirigentes
de revoluciones pasivas que le permitían desde allí
proteger el nuevo statu quo internacional con el imperialismo
norteamericano. En tales condiciones, subjetivamente adversas,
las fuerzas de la Cuarta Internacional fueron, en su enorme
mayoría, relegadas a la actividad de grupos de propaganda
en condiciones de aislamiento.
d) Se
produce un bloqueo de la dinámica permanente de la
revolución. Las relaciones recíprocas entre
las metrópolis, las semicolonias y la vieja Unión
Soviética de pre-guerra, que estaban planteadas en
la Teoría de la Revolución Permanente y el
Programa de Transición heredados de la época
de Trotsky eran un valioso álgebra del marxismo pero
al que había que dar nuevos valores concretos para
guiar la práctica revolucionaria. Ahora, los eslabones
débiles de la cadena del sistema de estados
internacional configurado bajo las condiciones de Yalta
se hallaban, en gran medida, en las colonias y semicolonias,
cuyos centros imperiales, como Inglaterra y Francia en Asia
y África, se debilitaron ante el nuevo amo norteamericano
del mundo. El capitalismo se fortalece en los países
capitalistas centrales y las tendencias a la revolución
se trasladan a la periferia semicolonial. Pero a su vez,
el aparato de Moscú utiliza el prestigio y, sobre
todo, las fuerzas materiales de los nuevos estados para
desviar, congelar, chantajear, y siempre corromper los levantamientos
de masa en las colonias, cooptando a las direcciones de
los procesos de liberación nacional.
Cada triunfo de las masas coloniales en conquistar su independencia
política como nación no era puesto en función
de avanzar hacia un estado obrero sino de congelar el proceso
revolucionario en su estadio democrático burgués.
Y cuando algunas revoluciones se escapaban a esta lógica,
como el caso de Cuba, la conquista de un nuevo estado donde
se expropiaba al capital, tarde o temprano, era puesta por
el stalinismo en función de un pacto con el imperialismo,
es decir, no para extender la revolución internacional
sino para cerrarle el paso36. Las fuerzas revolucionarias
necesitaban restablecer y actualizar, por tanto, los nexos
entre las metrópolis y las semicolonias, incorporando
a la caracterización de conjunto las nuevas formaciones
de estados obreros deformados incorporados al sistema mundial
de estados (hegemonía). Esta definición era
necesaria para que las corrientes trotskistas que jugaron
un rol destacado en los procesos de las semicolonias, en
Argelia, Ceylán, Vietnam, Bolivia o Argentina, no
cayeran en una orientación tercermundista,
como hicieron sectores del movimiento trotskista mientras
otros se amoldaban a las condiciones impuestas por los aparatos
socialdemócratas y stalinistas, o ambas cosas a la
vez, sino para establecer una interrelación entre
el trabajo político en los países semicoloniales
y el de los países centrales, creando fracciones
por ese internacionalismo proletario concreto en los sindicatos
y partidos de masas de los países imperialistas.
e) En
la nueva definición de la estrategia marxista había
que poner especial énfasis en el programa de la revolución
política para los estados obreros deformados y la
URSS, como una de las claves para dar respuestas a otro
de los eslabones débiles de la hegemonía mundial,
tal como se expresó ya en el año 53
en Alemania Oriental, luego en el 56 en Hungría,
y, como parte del ascenso del fin del boom, con el levantamiento
del 68 en Checoslovaquia. Se produjeron rupturas del
orden mundial en aquellos estados obreros cuya
génesis provino de revoluciones pasivas, impulsadas
desde arriba por la ocupación del Ejército
Rojo. Fue allí donde primero emergió el descontento
contra la opresión nacional rusa, lo que estallará
en forma generalizada en el 89-91 bajo la forma
laberíntica de conflictos nacionales,
aún dentro de las propias nacionalidades de la URSS
y Yugoslavia, con direcciones nacionalistas antiproletarias.
Con respecto a esto último la gran mayoría
del trotskismo abandonó las guías programáticas
legadas por Trotsky (como la consigna de Ucrania Soviética
independiente planteada en los 30 tanto contra
la opresión gran-rusa como contra las ambiciones
imperialistas de Hitler) después de décadas
de haber considerado, por acción u omisión,
que el stalinismo había resuelto la cuestión
nacional en los estados obreros.
Nada
o muy poco, de las cuestiones que aquí esbozamos,
hizo el trotskismo realmente existente. Lo hemos
denominado trotskismo de Yalta para caracterizar
esa degeneración de la Cuarta Internacional de posguerra,
un trotskismo que no restableció un nuevo marco estratégico
y, por consecuencia, se adaptó a las condiciones
impuestas por el imperialismo y la burocracia soviética.
Aquí precisamos elementos que ya habíamos
abordado en trabajos anteriores para abrir una discusión
que precise tales definiciones, analizando el convulsivo
siglo pasado y abriendo lecciones para el futuro. Hemos
incorporado los conceptos de revolución pasiva
y transformismo de Gramsci (aunque ciertamente
reinterpretados bajo la previsión de Trotsky sobre
la segunda guerra y los análisis sobre el stalinismo)
a la explicación de los mecanismos de bloqueos de
la revolución en la posguerra. Sostenemos que los
que siguieron, bajo las condiciones de Yalta, repitiendo
que la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección
revolucionaria de una manera tan general y abstracta
que ningún trotskista ortodoxo podía
sino estar de acuerdo, fueron los mismos ortodoxos
que vieron soluciones concretas a esa crisis
en el Mariscal Tito, Fidel Castro o direcciones guerrilleras
y nacionalistas burguesas, a las que alternativamente llamaron
direcciones revolucionarias o, en todo caso,
recomendaban apoyar como el mal menor.
No vamos a hacer aquí un sumario de las capitulaciones
del trotskismo de posguerra37. No porque creamos que ellas
estuvieron justificadas por las condiciones objetivas aunque
está claro, por todo lo expuesto en este trabajo,
que no sostenemos la tesis voluntarista y subjetivista de
que las fuerzas dispersas y debilitadas de la Cuarta Internacional
después de Trotsky podían modificar sustancialmente
el mapa mundial en el sistema de Yalta. Pero rechazamos
todo razonamiento fatalista de las posibilidades del marxismo
revolucionario, aún en los años más
adversos en los que campeó la fortaleza combinada
del imperialismo y el stalinismo. Pongamos como ejemplo
que en la revolución obrera de Bolivia de 1952, el
POR de Guillermo Lora sucumbió ante el nacionalista
burgués MNR, mediante las ilusiones en su ala izquierda,
lo que constituyó una enorme oportunidad desperdiciada
para el trotskismo ya que, aún en los estrechos marcos
de una revolución en un pequeño país
semicolonial dominado por las condiciones objetivas que
desarrollamos anteriormente, hubiera significado, de todos
modos, un salto en el desarrollo subjetivo de la Cuarta
Internacional que hubiera aparecido fortalecida ante la
vanguardia mundial, influenciada preeminentemente por el
maoísmo y el titoísmo que habían encabezado
revoluciones, o por los nacionalismos burgueses y pequeño
burgueses dirigentes de procesos de liberación
nacional.
Ante el primer cambio sustancial de las condiciones de Yalta
en el proceso de ascenso mundial abierto en el año
68, cuando recomienza la crisis capitalista que se
arrastra hasta la actualidad, la mayoría de las distintas
tendencias que se reivindicaban de la Cuarta Internacional
siguieron, inercialmente, marcando el paso a la sombra de
direcciones no revolucionarias.
Perry Anderson señala al respecto: Hay que
decir que pese a su perspicacia e hincapié en la
estrategia (...) la tradición alternativa del marxismo
revolucionario (..) tampoco se mostró mucho más
fructífera que sus rivales históricos. Cuando
escribí Consideraciones sobre el Marxismo Occidental
la línea marxista proveniente de Trotsky parecía
muy dispuesta, tras décadas de marginación,
a reintroducir la política de masas posestalinizada
de la izquierda en los países capitalistas avanzados.
Siempre mucho más cercana a los problemas de la práctica
socialista, tanto política como económica,
que la línea filosófica del marxismo occidental,
la notable herencia teórica de la tradición
trotskista le dio ventajas iniciales obvias en la nueva
coyuntura de ebullición popular y depresión
mundial que caracterizó a los comienzos de la década
de 1970. (...) La historia ofreció una experiencia
decisiva a este movimiento en estos años, pero este
no pudo superar la prueba. La caída del fascismo
portugués creo las condiciones más favorables
que se hayan dado nunca para una revolución socialista
en un país de Europa desde la capitulación
del Palacio de Invierno (...) La IV Internacional se perdió
en la encrucijada de la revolución portuguesa...38
¿Fue, como señala Anderson, el proceso clásico
de la revolución en Portugal 74 -75,
que combinó el levantamiento anticolonial en Angola
y Mozambique, contagiadas por la lucha del pueblo de Vietnam,
con el ascenso obrero y popular contra la dictadura de Salazar
en un eslabón débil de los países imperialistas,
la que ofreció la última gran posibilidad
de restablecer las bases estratégicas del trotskismo?
¿O la historia volvió a presentar otra gran
oportunidad en lo que fue el último gran ensayo
de la revolución política en Polonia
del 80 la que hubiera permitido emerger a la Cuarta
Internacional como gran fuerza y anticiparse a los procesos
del 89 - 91 en el Este de Europa, la URSS y
China? Como fuere, toda la actuación del trotskismo
en los años previos, de los que solo quedaron débiles
hilos de continuidad con las premisas de fundación
de la Cuarta Internacional, llevó a dilapidar aún
más posibilidades en ese nuevo período de
ascenso de la lucha de clases internacional del 68-80,
en el que el stalinismo y la socialdemocracia jugaron su
último gran papel protagónico como contenedores
de la revolución obrera y socialista. La respuesta
capitalista a esa oportunidad perdida se pagó caro:
la ofensiva reaganiano-thatcheriana de los años 80
y 90, con todas las consecuencias en pérdidas
de conquistas que significó para la clase obrera
mundial incluyendo especialmente, claro está, el
proceso de restauración capitalista en los estados
obreros deformados y degenerados.
Pero, contra quienes ven en ello una derrota histórica
que sacó de la escena a la clase obrera, creemos
que la nueva perspectiva internacional volverá a
presentar grandes oportunidades revolucionarias.
Rosa Luxemburgo sostuvo, en su tiempo, que la lucha por
la liberación del proletariado era un tortuoso camino
plagado de derrotas pero que conducía a la victoria
final. En un paréntesis histórico, durante
los años de Yalta, pareció haberse invertido
ese apotegma: victorias y nuevas conquistas obreras que
al fortalecer a direcciones reformistas llevarían
luego a derrotas como las que propinó a la clase
obrera mundial la ofensiva neoliberal, con la
pérdida de las conquistas que esas direcciones parecían
preservar.
Sostenemos que el cambio de aquellas condiciones vuelve
a arrojar resultados contradictorios.
La enorme pérdida de conquistas y la fragmentación
del proletariado que trajo consigo la ofensiva imperialista
de los 90, alimenta una crisis en la subjetividad
obrera que debe recomenzar, desde muy abajo, por unificar
sus filas. Pero en la etapa de decadencia de la hegemonía
norteamericana que analizamos en este número de Estrategia
Internacional, la caída del aparato stalinista abre
la posibilidad de superar esa crisis a favor del movimiento
de masas, potencialmente liberado de un chaleco de fuerzas
que impidió durante décadas el surgimiento
y desarrollo de organismos del tipo de los soviets. Justamente
la evaluación de la importancia estratégica
de este tipo de organismos de democracia directa de las
masas es algo en que Trotsky y Gramsci tienen más
en común entre sí, que ambos con la mayoría
de sus seguidores. Pero si el pensamiento de
Trotsky sólo se mantiene en débiles hilos
de continuidad en el presente, el de Gramsci ha corrido
peor suerte. La ruptura entre los gramscianos de hoy, verdaderos
Moderados modernos, promotores de revoluciones
pasivas, y el Gramsci revolucionario es claramente más
abierta que entre la mayoría de los trotskistas y
Trotsky. Concluyamos, entonces, que esta superioridad en
los elementos de continuidad con aquel marxismo a
la ofensiva de la Tercera Internacional revolucionaria
que hay en el trotskismo, aún con todas sus distorsiones,
es producto de un acierto histórico: la más
grande obra de Trotsky, la fundación de la Cuarta
Internacional en 1938. Eso es lo que deja planteado la tarea
de refundarla para lo cual es imprescindible aprender de
las lecciones de su degeneración. Pensamos ese trabajo
como un aporte a esa tarea en la nueva etapa de la lucha
de clases y ante los desafíos del futuro. |
NOTAS
1
Nos referimos a la conocida obra de Perry Anderson, Las
Antinomias de Antonio Gramsci. Además, otro
de los trabajos comparativos es el de Roberto Massari, Trotsky
y Gramsci, que citamos en estas páginas.
2 Isaac Joshua, en La crisis del 29 y la emergencia
americana.
3 El exiliado ruso dijo que desde 1917 había
afirmado con frecuencia que el capital mundial se desarrollaría
bajo la creciente hegemonía de los EE.UU.,
sobre todo bajo la hegemonía del dólar sobre
la esterlina británica, sostenía un
artículo de marzo de 1933, publicado en The New York
Times a partir de un reportaje de Asociated Press a Trotsky
en Prinkipo.
4 León Trotsky, en El Nacionalismo y la Economía,
noviembre de 1933.
5 Antonio Gramsci, en Americanismo y Fordismo.
6 Crítica de la Oposición de Izquierda Internacional
al programa de la Internacional Comunista, 1927.
7 Ese relativo determinismo económico puede verse
claramente en este párrafo del Programa de Erfurt
de la Segunda Internacional bajo dirección de Engels:
la propiedad privada de los medios de producción
ha cambiado... de la fuerza motriz del progreso se ha convertido
en causa de degradación social y bancarrota. Su caída
es indudable. La única pregunta que queda por responder
es: ¿se permitirá que el sistema de posesión
privada de los medios de producción empuje a la sociedad
junto con él al abismo; o la sociedad se sacudirá
ese fardo de encima y entonces, fuerte y liberada, reemprenderá
la senda del progreso que el camino de la evolución
ha prescrito para ella? (...) Las fuerzas productivas que
han sido generadas en la sociedad capitalista se han vuelto
incompatibles con el sistema de propiedad sobre la que ella
se asienta. El empeño por sostener este sistema de
propiedad hace imposible todo desarrollo social futuro,
condena a la sociedad al estancamiento y a la decadencia
(...). El sistema social capitalista ha recorrido su camino;
su disolución es ahora sólo una cuestión
de tiempo. Las fuerzas irresistibles de la economía
se dirigen inexorablemente al naufragio de la producción
capitalista. El ascenso de un nuevo orden social que reemplace
al existente ya no es algo meramente deseable; se ha vuelto
algo inevitable (...). Tal como las cosas están hoy
día la civilización capitalista no puede continuar;
nosotros debemos o ir hacia adelante, hacia el socialismo;
o retroceder hacia la barbarie (...). La historia de la
humanidad está determinada no por ideas, sino por
el desarrollo económico que progresa irresistiblemente,
obedeciendo a determinadas leyes subyacentes y no a nuestros
deseos o caprichos (...).
8 En el terreno de los análisis de la relaciones
de fuerzas a escala nacional, Trotsky es un claro continuador
de las definiciones de Lenin sobre situaciones
; las que, como indica metodológicamente en esta
cita de ¿A dónde va Francia?,
nunca se presentan puras: En el proceso
histórico se encuentran situaciones estables, absolutamente
no revolucionarias. Se encuentran también situaciones
notoriamente revolucionarias. Hay también situaciones
contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!). Pero
lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo
en putrefacción son situaciones intermedias, transitorias:
entre una situación no revolucionaria y una situación
prerrevolucionaria, entre una situación pre-revolucionaria
y una situación revolucionaria...o contrarrevolucionaria.
Son precisamente estos estados transitorios los que tienen
una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia
política.
9 Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política y el
Estado moderno.
10 Más adelante veremos que luego del crack de 1929,
Trotsky, con el mismo criterio metodológico de interconectar
los elementos de crisis económica, lucha de clases
y las contradicciones interestatales, va a señalar
el inicio de una nueva fase catastrófica
(para decirlo con los términos de Gramsci) en los
años 30 donde se combinarían los intentos
revolucionarios y el curso de los países imperialistas
hacia la segunda guerra.
11 C. R. Aguilera Prat, en Gramsci y la vía
nacional al socialismo.
12 Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, (QC III)
13 El concepto de revolución pasiva
debe deducirse rigurosamente de los dos principios fundamentales
de la ciencia política (basados en la Introducción
a la Crítica de la economía política
de Marx, N de la R): a) que ninguna formación social
desaparece mientras las fuerzas productivas que se han desarrollado
en su seno encuentran sitio todavía para su desarrollo
progresivo ulterior; b) que la sociedad sólo se plantea
tareas para cuya solución se hayan gestado ya las
condiciones necesarias, etc. Naturalmente estos principios
tienen que desarrollarse antes críticamente en todo
su alcance y deben depurarse de todo residuo de mecanicismo
y fatalismo Esta cita de Gramsci, en Notas sobre
Maquiavelo, sobre la política y el Estado moderno,
de carácter tan general y abstracta puede prestarse
a falsas interpretaciones, la más común de
ella, entre los reformistas, es que toda derrota de un proceso
revolucionario podría estar justificada
en las condiciones objetivas (incluso daría
lugar a calificarlo de prematuro) subvaluando
la acción concreta de las direcciones del movimiento
obrero y de masas sobre sus resultados.
14 Introducción de Engels a La lucha de clases
en Francia de C. Marx
15 Sobre la concepción de la revolución en
Gramsci y en Trotsky ver artículo siguiente a éste.
16 A. Gramsci, idem.
17 Como bien señala Aguilera de Prat sobre este aspecto
clave, y para despejar prejuicios, para Gramsci: En
todo caso se trata de tener una concepción dialéctica
de esta noción que no debe convertirse en un programa
de actuación política, (se refiere a un programa
de revolución pasiva, N de la R) como es el caso
de los moderados en el Risorgimento, sino tan sólo
como un criterio metodológico de interpretación.
18 Trotsky afirmaba en relación PCI ante el ascenso
de Mussolini en Italia: El Partido Comunista Italiano
surgió casi contemporáneamente con el fascismo.
Pero las mismas condiciones de reflujo revolucionario que
llevaron al fascismo al poder son obstáculos al desenvolvimiento
del Partido Comunista. El Partido no se dio cuenta de las
proporciones del peligro fascista; se embaló en las
ilusiones revolucionarias; fue inflexiblemente hostil a
la política de frente único; en una palabra,
sufrió todas las enfermedades infantiles. No es de
extrañar; sólo tenía dos años
de vida. Para él, el fascismo representaba tan sólo
la reacción capitalista. El Partido Comunista
Italiano no supo discernir la verdadera fisonomía
del fascismo, derivada de la movilización de la pequeñoburguesía
contra el proletariado. Según las informaciones que
recibí de compañeros italianos, el Partido
Comunista Italiano, con excepción de Gramsci, no
admitía la menor posibilidad de la toma del poder
por el fascismo. Además, no se debe olvidar que el
fascismo italiano era, en la época, un fenómeno
nuevo, que estaba apenas en proceso de formación.
Deducir sus trazos específicos no habría sido
fácil ni siquiera para un partido más experimentado.
19 Roberto Massari, en su trabajo Trotsky y Gramsci,
recuerda: El 22 de noviembre de 1922, Lenin dictó
a Trotsky (telefónicamente) el siguiente mensaje:
En cuanto a Bórdiga, aconsejo vivamente aprobar
la propuesta (de Trotsky) de enviar a los delegados italianos
una carta de nuestro Comité Central y de recomendar
con gran insistencia la táctica que usted indica.
En caso contrario, sus acciones serán extremadamente
perjudiciales, en el futuro, para los comunistas italianos(...)La
táctica indicada por Trotsky y por la
mayoría de la dirección de la Internacional
Comunista a la delegación italiana en noviembre de
1922, fue la de frente único con otras organizaciones
del movimiento obrero, comenzando por los reformistas, que
cargaban con la principal responsabilidad por el ascenso
de Mussolini y que se ilusionaban con la posibilidad de
una convivencia entre el fascismo y las organizaciones obreras
legales, de una conciliación entre el gran capital
y el programa mínimo de reivindicaciones de la clase
trabajadora. A la delegación bordiguista, que afirmaba
erróneamente la equivalencia dictatorial de la democracia
burguesa y del fascismo, la Internacional le respondía,
en 1922, absteniéndose de las cuestiones de análisis,
pero interviniendo pesadamente en las cuestiones organizativas,
preocupación ésta que demostraba que una instintiva
señal de alarma ya encontraba eco en las paredes
del Cuarto Congreso. La recomendación de Lenin y
Trotsky ya reproducida, muestra también que los dos
principales dirigentes bolcheviques comenzaban a temer consecuencias
mucho más graves si no se cambiase la orientación
de la dirección italiana, aunque el motivo principal
y contingente de sus preocupaciones fuese el de la fusión
entre el joven partido y el PSI maximalista.(...) Como
se sabe, la propuesta de Trotsky tuvo continuación.
Dos días después del mensaje telefónico
de Lenin, la delegación italiana se encontró
ante una carta del Comité Central del Partido Comunista
Ruso, firmada por Lenin, Trotsky, Zinoviev, Radek y Bujarin,
prácticamente imponiendo la fusión con el
PSI. Bordiga acepta esta imposición por disciplina,
pero mantiene su posición.
20 Juan Carlos Portantiero, en Los Usos de Gramsci. Las
negritas de la cita son expresiones textuales de Gramsci.
21 L. Trotsky, Sobre la cuestión de las tendencias
en el desarrollo de la economía mundial, enero
de 1926.
22 L. Trotsky, en La Tercera Internacional después
de Lenin.
23 L. Trotsky, en El Nacionalismo y la Economía,
noviembre de 1933.
24 Lenin, en El Estado y la revolución.
25 Cuadernos de la Cárcel (QC III)
26 L. Trotsky, en El marxismo y nuestra época, febrero
de 1939.
27 Mario Teló, Gramsci y el futuro de Occidente,
en Los estudios gramscianos hoy
28 El ejercicio normal de la hegemonía
está caracterizado por la combinación
de fuerza y consenso, en equilibrio variable, sin que la
fuerza predomine demasiado sobre el consenso. Pero
en ciertas situaciones, donde el uso de la fuerza era demasiado
arriesgado, entre el consenso y la fuerza se ubica
la corrupción-fraude, esto es, la enervación
y paralización del antagonista o antagonistas
(Gramsci, Cuadernos de la Cárcel). Sobre ello, en
la una reciente editorial de New Left Review, Perry Anderson
reafirma lo que hemos venido sosteniendo sobre este factor
de importante incidencia en la hegemonía norteamericana
de la segunda posguerra:... el consenso ampliado por
ésta vía era de un tipo especializado. Las
elites de Rusia y - aquí habían comenzado
antes- China estaban ciertamente susceptibles al magnetismo
del éxito material y cultural americano, como normas
a imitar. En este respeto, la internalización por
parte de las potencias subalternas de valores y atributos
selectos del estado supremo que Gramsci hubiera considerado
un rasgo esencial de cualquier hegemonía internacional,
empezó a tener sustento. Pero el carácter
objetivo de estos regímenes todavía estaba
demasiado lejano de los prototipos americanos para tales
predisposiciones subjetivas como para constituir una garantía
fiable para cada acto de complacencia en el Consejo de Seguridad.
Para esto, se requería la tercera herramienta que
Gramsci destacó - intermedia entre la fuerza y el
consenso, pero más cercana al último: la corrupción.
New Left Review 17, septiembre-octubre de 2002.
29 Por supuesto no incluimos en esta categoría de
revoluciones pasivas proletarias a las revoluciones en Yugoslavia
o China, ambas encabezadas por ejércitos guerrilleros
y partidos stalinistas nacionales en disidencia con Moscú
que también ahogaron la posibilidad de soviets de
obreros y campesinos y congelaron la revolución en
los límites nacionales, y por lo tanto fueron revoluciones
que dieron lugar a estados obreros deformados, pero donde
las masas y su vanguardia jugaron un rol activo ingresando
en los partidos-ejército de Tito y Mao.
Para mayor fundamentación sobre nuestra evaluación
de estas revoluciones recomendamos al lector recurrir a
nuestro análisis polémico de Estrategia Internacional
Nro. 3 (febrero del 93), sobre lo que llamamos el
período excepcional que se da entre los
años 1943 y 1949, durante los cuales, sostenemos,
se generaliza la hipótesis que era contemplada sólo
marginalmente en el Programa de Transición donde
no se descartaba la posibilidad teórica
que los partidos reformistas bajo determinadas condiciones
- crack, guerra, presión revolucionaria de las masas
(...) vayan mas allá de lo que quisieran en su ruptura
con la burguesía.
30 Esta cita pertenece al manifiesto La India ante
la guerra imperialista, de julio de 1939, donde también
se puede leer afirmaciones como esta, comunes en las proclamas
de la Cuarta Internacional: ... la guerra puede significar,
tanto para la India como para las demás colonias,
no una esclavitud redoblada sino la libertad total; la premisa
para lograrlo es contar con una política revolucionaria
correcta. El pueblo indio debe separar su destino, desde
ahora mismo, del imperialismo británico. Los opresores
y los oprimidos están en lados opuestos de la trinchera.
¡Ninguna clase de ayuda a los esclavistas! Por el
contrario, hay que utilizar las inmensas dificultades que
surgirán con el estallido de la guerra para asestar
un golpe mortal a las clases dominantes. Así es como
deben actuar las clases y los pueblos oprimidos de todos
los países, sin importarles si los señores
imperialistas se cubren con máscaras democráticas
o fascistas.
31 En esto debemos incluir, además de innumerables
escritos y artículos, obras como La Revolución
Traicionada y En Defensa del Marxismo.
32 Programa de Transición de la Cuarta Internacional,
1938.
33 A la misma matriz pertenece Jorge Altamira y el PO de
Argentina, aunque no se trate en este caso de una corriente
internacional que nunca constituyó, que estuvo ligado
tanto a la corriente de Lambert como a la de Lora y arrastra
una seudo-teoría catastrofista económica llevada
a límites extremos en la actualidad.
34 Esta combinación de factores en los años
30 fue lo que llevó a que la socialdemocracia en
países como Francia, más allá de lo
que quisieran sus dirigentes reformistas, fuera desestabilizada
momentáneamente, lo que permitió a Trotsky
plantear a los pequeños núcleos revolucionarios
la táctica entrista en el PS, conocida como el giro
francés, para atraer desde adentro a sus elementos
radicalizados y dirigirse desde ese partido de masas a los
obreros comunistas que se encontraban en los PC completamente
stalinizados.
35 Esta afirmación es desarrollada por Trotsky en
el Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la
guerra imperialista y la revolución proletaria mundial,
de mayo de 1940.
36 El dirigente trotskista Nahuel Moreno, fundador de la
corriente de la cual provenimos, para responder a esta situación
tan contradictoria sostuvo que después de la guerra
la realidad se ha hecho más trotskista que
Trotsky. Con ello trataron de decir que la permanencia
de la revolución estaba confirmada por el hecho de
que hasta partidos stalinistas o guerrilleros se habían
visto obligados a tomar el poder y expropiar a la burguesía
en numerosos países por la fuerza misma de los factores
objetivos: la revolución se había transformado
en objetivamente socialista. Como ya hemos polemizado
en EI Nro. 3, con esta afirmación extendieron el
período excepcional entre los años 43 y 49
como norma al conjunto de la posguerra, tergiversando lo
esencial de la teoría de la revolución permanente
y, lo que es más grave, la propia realidad. Esta
nueva teoría rompió el nexo entre las tareas
que debe cumplir la revolución y los sujetos, clase
y partido revolucionario, que las llevan adelante, cuestiones
que en la teoría de la revolución Permanente
son un todo indivisible. Si no hubiese sido así,
¿qué sentido tuvo, entonces, el rechazo de
Trotsky y la Oposición de Izquierda a la colectivización
forzosa hecha por Stalin, si separa de manera abstracta
la tarea socialista de liquidar la propiedad
en el campo de los métodos de la revolución
proletaria y de la clase tiene llevar adelante esa tarea?
A ello respondió Trotsky en su momento: no
importa sólo el que sino el como
y quién lo hace: si la burocracia o los
soviets. Esta debió ser la base del razonamiento
de los trotskistas de posguerra.
37 Digamos sí que la corriente de la cual provenimos
liderada por Nahuel Moreno en la Argentina pasó de
diluirse en el movimiento peronista en los años 50
a exaltar años más tarde a la dirección
cubana de Fidel Castro.
38 Tras las huellas del materialismo histórico,
Perry Anderson. |