Se
sabe que, en noviembre de 1917, en cuanto Lenin y la mayoría
del partido se habían pasado a la concepción
de Trotsky y pretendían mover, no apenas el gobierno
político, más también el gobierno industrial,
Zinoviev y Kamenev permanecieron en la posición tradicional
del partido, querían un gobierno de coalición
revolucionario con los mencheviques y socialistas-revolucionarios,
y por eso salieron del Comité Central, publicando
declaraciones y artículos en periódicos no-bolcheviques,
y por poco no llegan a la ruptura. Si tomáramos
esta afirmación de Gramsci, u otras similares1, en
torno al debate abierto en la Unión Soviética
alrededor de 1924, podríamos concluir apresuradamente
que tuvo una posición solidaria con la concepción
de la Teoría de la Revolución Permanente.
Pero la verdad es que, retrocediendo de esa opinión
sobre la prueba de los hechos en el escenario ruso, sus
divergencias con la teoría de Trotsky serán
luego varias veces explicitadas.
El concepto político de la llamada revolución
permanente, que surgió antes de 1848 como expresión
científicamente desarrollada de la experiencia jacobina
de 1789 hasta el Thermidor, pertenece a un período
histórico en el que los grandes partidos políticos
de masas y los sindicatos económicos no existían
todavía, y en el que la sociedad estaba aún,
por así decirlo, en un estado de mayor fluidez desde
muchos puntos de vista. Había un mayor retraso del
campo y un monopolio prácticamente total de la política
y el poder estatal en unas pocas ciudades, o incluso por
una sola (París en el caso de Francia); un aparato
de estado relativamente rudimentario, y una mayor autonomía
de la sociedad civil respecto de la actividad estatal; un
sistema específico de fuerzas militares y de servicios
armados nacionales; mayor autonomía de las economías
nacionales respecto de las relaciones económicas
del mercado mundial, etc. En el período posterior
a 1870, con la expansión colonial de Europa, todos
estos elementos cambiaron. Las relaciones organizativas
internas e internacionales del Estado se hicieron más
complejas y sólidas, y la fórmula cuarentiochesca
de la revolución permanente es desarrollada
y superada en la ciencia política por la fórmula
de la hegemonía civil. (...). Esta cuestión
se plantea para todos los países modernos, pero no
para los países atrasados y las colonias, donde todavía
tienen vigor formas que en todas partes han sido superadas
y se han transformado en anacrónicas 2.
Gramsci
se refiere a las primeras versiones de la teoría
de la revolución permanente, las que se sitúan
en el terreno de la revolución rusa y europea y no
a la formulación definitiva de 1929, dado que - por
entonces en la cárcel hacía ya tres años
y tabicadas sus informaciones por el stalinismo - no la
conoció. Justamente la Teoría de la Revolución
Permanente completada luego del proceso de la revolución
china, ponía especial acento en los países
atrasados y las colonias, donde todavía tienen vigor
formas que en todas partes han sido superadas y se han transformado
en anacrónicas.
De todos modos, si fuera posible confinar la crítica
gramsciana al carácter de la revolución europea,
Trotsky no deja lugar a dudas y va en un mismo sentido de
su afirmación en cuanto al cambio de época
con respecto al vivido por Marx: ...todos los movimientos
de liberación de la historia moderna, comenzando,
por ejemplo, con la lucha de Holanda por su independencia,
fueron de carácter tanto nacional como democrático.
El despertar de las naciones oprimidas y desmembradas, su
lucha por la unificación interna y por el derrocamiento
del yugo extranjero, hubieran sido imposibles sin la lucha
por la libertad política. La nación francesa
se consolidó en medio de tormentas y avatares de
la revolución democrática de fines del siglo
XVIII. Las naciones italiana y alemana surgieron en el siglo
XIX de una cantidad de guerras y revoluciones. El poderoso
desarrollo de la nación norteamericana, que recibió
su bautismo de libertad en la insurrección del siglo
XVIII, fue finalmente garantizado por el triunfo del Norte
sobre el Sur en la Guerra Civil. Ni Mussolini ni Hitler
descubrieron la nación. El patriotismo en el sentido
moderno o más precisamente en el sentido burgués-
es un producto del siglo XIX. (...) Hitler no peleó
como cabo en 1914-1918 para unificar la nación alemana,
sino en nombre de un programa supranacional, imperialista,
que se expresó en la famosa fórmula ¡Organizar
Europa! Unificada bajo la dominación del militarismo
alemán. (...) Es cierto que la guerra, como todas
las grandiosas conmociones de la historia, sacó a
la luz distintos problemas y también dio impulso
a las revoluciones nacionales en los sectores más
atrasados de Europa, la Rusia zarista y Austria-Hungría.
Pero estos no fueron más que los ecos tardíos
de una época ya terminada 3.
Pero en la nueva época el problema de la relación
entre la revolución anticolonial y el imperialismo
no es poca cosa. La teoría de la revolución
permanente, como teoría de la revolución socialista
internacional, establecía un nexo entre las colonias
y los centros imperialistas que Gramsci no contempla del
todo. Peor aún, en lo que significa un retroceso
de la clara distinción entre países opresores
y oprimidos que era parte del bagaje de la Tercera Internacional,
hace una difusa separación entre Oriente y
Occidente que diluye esas categorías con las
que tanto insistiera Lenin. La visión de Trotsky
sobre la relación entre las democracias avanzadas
de Occidente y las formas atrasadas de Oriente es que: Mientras
destruye la democracia en las viejas metrópolis del
capital, el imperialismo impide al mismo tiempo el desarrollo
de la democracia en los países atrasados. El hecho
de que en la nueva época ni una sola de las colonias
y las semicolonias haya realizado la revolución democrática,
sobre todo en el campo de las relaciones agrarias se debe
por completo al imperialismo, que se ha convertido en el
obstáculo principal para el progreso económico
y político. Expoliando la riqueza natural de los
países atrasados y restringiendo deliberadamente
su desarrollo industrial independiente, los magnates monopolistas
y sus gobiernos conceden simultáneamente su apoyo
financiero, político y militar a los grupos semifeudales
más reaccionarios y parásitos de explotadores
nativos. La barbarie agraria artificialmente conservada
es hoy día la plaga más siniestra de la economía
mundial contemporánea. La lucha de los pueblos coloniales
por su liberación, pasando por encima las etapas
intermedias, se transforma por necesidad en una lucha contra
el imperialismo y de ese modo se pone de acuerdo con la
lucha del proletariado en las metrópolis. Los levantamientos
y guerras coloniales hacen oscilar, a su vez, las bases
fundamentales del mundo capitalista más que nunca
y hacen menos posible que nunca el milagro de su regeneración
4.
Pero
además, la teoría de la revolución
permanente, aún en sus primeras versiones, nunca
fue una mera prolongación de la fórmula cuarentiochesca
de Marx. Veamos porque Gramsci hace aquí una caricatura
de la teoría de Trotsky. La permanencia de la revolución
en Marx está dada en que el proletariado, manteniendo
su independencia de partido, debía plantear demandas
permanentes que vayan un paso más allá de
la democracia pequeñoburguesa radical: el proletariado
no debía detenerse en los límites burgueses,
aún en el ciclo de las revoluciones democrático
burguesas del siglo XIX. Trotsky no podía sino coincidir
con la afirmación de Gramsci de que: En efecto,
sólo en 1870-71 con la tentativa de la Comuna, se
agotan históricamente todos los gérmenes nacidos
en 1789, lo cual significa que la nueva clase que lucha
por el poder no sólo derrota a los representantes
de la vieja sociedad que se niegan a considerarla perimida,
sino también a los grupos más nuevos que consideran
como superada también la nueva estructura surgida
de los cambios promovidos en 1789. Además, en 1870-71
pierde eficacia el conjunto de principios de estrategia
y táctica política nacidos prácticamente
en 1789 y desarrollados en forma ideológica alrededor
de 1848 y que se resumen en la fórmula de revolución
permanente 5.
Pero por el contrario la teoría de Trotsky, en la
época de la dominación imperialista, parte
reconociendo el carácter mundialmente maduro del
desarrollo de las fuerzas productivas en los inicios del
siglo XX, que se combinaba desigualmente con las atrasadas
relaciones de propiedad y las viejas formas políticas
rusas y de los países atrasados. Y de allí
que su teoría surge justamente no esperando la prolongación-reiteración
de la misma mecánica de las revoluciones democrático
burguesas al estilo de las de 1848. Ahora sería el
proletariado y no la burguesía liberal, ya en todo
reaccionaria, la clase que iba a jugar el rol dirigente
para abolir los resabios del pasado feudal; lo cual, por
una nueva dinámica de clases en relación a
la época de Marx, traspasaría los límites
del derecho burgués y se orientaría en la
construcción del socialismo. Esta perspectiva estratégica
trazada por Trotsky desde 1905 se concretó, como
Gramsci reconoce según vimos en la carta citada anteriormente,
en la revolución rusa de 1917. Y nadie más
que Trotsky pudo preverlo para la atrasada Rusia,
porque distinto a la mayoría de los marxistas que
razonaban todavía según Marx,
el revolucionario ruso, al revés de lo que dice Gramsci,
rompió dialécticamente con la antigua fórmula.
En cuanto
a las condiciones concretas de la revolución italiana
una vez que triunfó el fascismo, Trotsky no la reduce
a la alternativa fascismo o socialismo , ya
que de ninguna manera excluye períodos de transición.
Sólo que, como dice en su carta a la Oposición
de Izquierda italiana, de lo que se trataba era de precisar
el carácter de esa transición. Justamente,
la suya es la teoría de la transición a la
revolución proletaria. La revolución permanente
¿...significa que Italia no puede convertirse
nuevamente, durante un tiempo, en un estado parlamentario
o en una república democrática?
Considero - y creo que en esto coincidimos plenamente -
que esa eventualidad no está excluida. Pero no será
el fruto de una revolución burguesa sino el aborto
de una revolución proletaria insuficientemente madura
y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria
y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la
vanguardia proletaria no tome el poder, posiblemente la
burguesía restaure su dominio sobre bases democráticas
6.
Una segunda aclaración que se desprende de esto es
que, al menos en el terreno nacional italiano, hay cierto
permanentismo en Gramsci. Básicamente su elaboración
de una estrategia revolucionaria para Italia, en todo lo
que ésta tenía de específico en sus
rasgos estructurales, más allá del régimen
fascista; yace en volver a la historia nacional para desentrañar
las tareas que la burguesía no había resuelto,
o había resuelto a su manera, en forma incompleta
y excluyente, (y de allí mismo la categoría
de revolución pasiva para signar al Risorgimento)
especialmente lo que concierne a la cuestión meridional
y el problema campesino. Esto no es sino seguir al menos
uno de los sentidos de permanencia de la teoría trotskista:
las tareas democrático burguesas que no pudo cumplir
la burguesía en su período de ascenso, ahora
en su etapa de decadencia y reacción sólo
las podrá resolver el proletariado arrastrando tras
de sí a las masas campesinas, cuestión que
como se ve en las propias preocupaciones de Gramsci para
Italia no era meramente una cuestión para los países
coloniales, sino también para los de desarrollo burgués
retrasado7.
La teoría de Trotsky comprende la de Gramsci.
Sin
embargo no puede decirse lo contrario, que la concepción
de la revolución de Gramsci comprenda la de Trotsky.
Aún en el caso de que Gramsci hubiera reconocido
en sus elaboraciones para Italia uno de los aspectos de
la permanencia de la revolución (el transcrecimiento
de la revolución democrática en dinámica
socialista mediante la alianza con el campesinado, dirigida
por la clase obrera), ello no hubiera sido para nada suficiente
para ser partidario de la permanente. Porque la teoría
de la revolución permanente fue, más claramente
desde la formulación del año 29, una teoría
de la revolución socialista internacional y, por
ende, la única que se opuso consecuentemente a la
seudo-teoría del socialismo en un solo país
8. Como Trotsky sostiene al respecto: El programa
de la Internacional Comunista, elaborado por Bujarin, es
ecléctico hasta la médula. Dicho programa
representa una tentativa estéril para conciliar la
teoría del socialismo en un solo país con
el internacionalismo marxista, el cual, por su parte, es
inseparable del carácter permanente de la revolución
internacional (...) 9
Y Gramsci no se aparta del programa de la Internacional
Comunista cuando en ella se impone esta concepción.
No decimos que Gramsci haya adoptado la política
derechista del bloque Bujarin- Stalin (sintetizada en algunas
fórmulas como campesinos enriqueceos,
o la de evolución pacífica del kulak
al socialismo, etc.) aplicada entre los años
24 y 28 en la Unión Soviética. Pero sí
que su ubicación era, preeminentemente, desde la
óptica privilegiada de la revolución nacional
italiana y en conciliación centrista con la política
de la IC. Al respecto, en el año 1926 dirige una
carta a Palmiro Togliatti criticando a Amadeo Bordiga porque,
en las discusiones fraccionales de la Internacional, este
se ubicaba como una minoría internacional
junto a la Oposición de Izquierda cuando, en cambio,
lo que había que hacer según Gramsci es ubicarse
como una mayoría nacional del partido
italiano10. Y no porque viera que, desde una revolución
proletaria triunfante en Italia, cambiaba el tablero de
Europa y por ende la relación de fuerzas al interior
de la Internacional Comunista. Gramsci cae en un fatalismo
basado en absolutizar el retroceso parcial de las fuerzas
revolucionarias y transforma el equilibrio inestable
alcanzado por el capitalismo en los años 20,
en algo más que eso: en un retraso en
la disposición de las fuerzas subjetivas
que alimenta su criterio metodológico
de interpretar el período alrededor de la posibilidad
de que el capitalismo se sobreviva, sin guerra, y supere
la fase catastrófica dando lugar a un
período de revoluciones pasivas.
Por el contrario, Trotsky, sobre la base de un pronóstico
político de una nueva fase catastrófica se
disponía a combatir para cambiar el curso de la política
de la IC, no sólo a formar minorías,
aunque ese haya sido el resultado de la lucha. Gramsci,
evidentemente condicionado por los años de cárcel
y aislamiento, parece razonar según una óptica
de conservar el triunfo obtenido en la Unión Soviética
ya que temía al peligro de ruptura de la alianza
obrero-campesina y la propia unidad del partido ruso. ¿Cede
a la teoría y política del socialismo
en un solo país porque hace primar la necesidad
de mantener, antes que nada y aún a costa del stalinismo,
la posición conquistada por el proletariado
internacional, mientras no se pudieran conquistar otras
nuevas? No puede afirmarse con seguridad, pero esto nos
remite a la ubicación programática de ambos
revolucionarios.
Posición,
maniobra y programa de transición
Gramsci
parte, consecuentemente, de que la fórmula
cuarentiochesca de la revolución permanente
es desarrollada y superada en la ciencia política
por la fórmula de la hegemonía civil.
Y en base a esto sostiene que En el arte de la política
pasa lo mismo que en el arte militar: la guerra de movimiento
se transforma en guerra de posición, y puede decirse
que un estado ganará una guerra en la medida que
se prepare minuciosamente para ello en tiempo de paz. La
sólida estructura de la democracia moderna, tanto
como organizaciones del estado como en cuanto complejos
de asociaciones en la sociedad civil, son para el arte de
la política lo que las trincheras y las
fortificaciones permanentes del frente son para la guerra
de posición. Convierten el elemento de movimiento,
que solía ser el todo de la guerra, en
algo meramente parcial 11.
El punto
es aquí que todo lo ambiguo que puede tener la fórmula
posicionista de Gramsci, ha sido tomado por
el reformismo, ya sea stalinista o socialdemócrata,
para justificar una estrategia kautskiana, de guerra
de desgaste, de ocupación de trincheras
sin movimientos de maniobra, de inserción en los
espacios en el régimen burgués sin insurrección
ni asalto al poder, lo cual es una monstruosa caricatura
del pensamiento del comunista italiano.
De manera similar, también se ha intentado caricaturizar
a Trotsky, y en cierta medida se lo hace aún hoy
con el trotskismo (o al menos con los sectores del trotskismo
que tenemos un lenguaje de revolución), como promotores
infantiles de la ofensiva permanente.
En realidad, ni en la discusión sobre los tratados
de paz entre la naciente Unión Soviética y
Alemania, a pesar de las controversias con Lenin sobre las
negociaciones de Brest-Litovsk, ni en el segundo congreso
de la Tercera Internacional donde junto con Lenin se definieron
como el ala derecha contra el ultraizquierdismo
de los alemanes, Trotsky sostuvo nunca una posición
voluntarista de ofensiva permanente. Veamos algunos otros
ejemplos, entre los más importantes.
En sus escritos sobre Latinoamérica muestra una notable
utilización de trincheras y posiciones
cuando propone la defensa de las nacionalizaciones del petróleo
en México decretadas por el nacionalista burgués
Lázaro Cárdenas. Desde esa posición
plantea la conquista de otras nuevas como la administración
obrera de las mismas. Incluso, en esa ocasión, pone
el ejemplo de la supuesta utilización que podríamos
hacer los revolucionarios si obtuviéramos el gobierno
de una municipalidad, no a la usanza reformista actual de
ex trotskistas transformados en el PT de Brasil
y a cargo de ciudades como Porto Alegre y estados como Río
Grande do Sul, sino como tribuna en función de demostrar
la necesidad impostergable de los objetivos de la dictadura
del proletariado a escala de toda la nación. A Trotsky
no le era ajena la idea de que se ganará una
guerra en la medida que se prepare minuciosamente para ello
en tiempo de paz y por ello definió a los gobiernos
latinoamericanos de los años 30 como resultantes
de una relación de fuerzas peculiar entre el joven
proletariado y el capital extranjero, como clases fundamentales,
entre los cuales ejercían un equilibrio inestable
(es decir, de paz relativa) las débiles burguesías
nativas (lo que llamó bonapartismo sui géneris).
También demostró en el arte de la guerra misma,
durante la guerra civil rusa de la que fue dirigente político-militar,
la combinación de posición y movimientos;
y sostuvo en la guerra civil española, contra la
política etapista de la dirección del frente
republicano, que nuevas tierras debían ser expropiadas
y repartidas a los campesinos o las fábricas debían
ser nacionalizadas y puestas bajo el control obrero (posiciones
económico-sociales) para consolidar cada avance militar
del ejército republicano sobre el territorio (maniobra),
y que esas nuevas posiciones (jalones de socialismo)
no debían dejarse para después del triunfo
de la guerra civil como sostenían los stalinistas,
socialdemócratas y aún los anarquistas.
Y por supuesto, la idea de la revolución política
es la novedosa combinación entre la defensa de la
posición conquistada por el proletariado internacional,
la propiedad nacionalizada en la Unión Soviética,
con el planteo de derrocamiento revolucionario de
la burocracia thermidoriana, para poner esa trinchera
en disposición de combate por la revolución
socialista internacional, pero siempre separándose
de quienes adoptaban una postura antidefensista de la URSS:
quien no sepa defender las posiciones ganadas, será
incapaz de conquistar otras nuevas.
Ante la inminencia de la segunda guerra mundial y cuando
ésta ya no puede ser evitada con revoluciones
desde abajo (después de las derrotas de España
y Francia), Trotsky ideó la política más
audaz de todas. La política militar proletaria
(PMP) fue una guía para intervenir activamente en
la guerra, la más reaccionaria de las instituciones
burguesas, pero una institución al fin tan utilizable
por los revolucionarios, según lo definía,
como lo era el parlamento. La política militar
proletaria establecía que mientras se batallaba
para que el proletariado internacional luche a conciencia
del carácter imperialista general de la guerra, a
su vez se desprenden tácticas particulares tanto
para el obrero norteamericano que ansiaba combatir a Hitler,
como para el obrero francés o polaco dispuesto a
luchar armas en mano contra la opresión nacional
nazi a sus países ocupados. En medio de esa conmoción
que era la guerra - que para Trotsky ponía los
factores objetivos y subjetivos en consonancia-, concentró
en una misma política los tres momentos
de las relaciones de fuerza que señala
Gramsci. El momento de la escisión del
proletariado con sus propias burguesías, con una
política para separar al obrero en armas
del reclutamiento normal de los ejércitos
imperialistas. El momento político en
el que la guerra y el objetivo nacional no interrumpen
la lucha de clases y con ello la prosecución de octubres
como el de Rusia en la guerra de 1914-18. El momento
militar en el que, continuando y desarrollando la
política leninista en la primera guerra, plantea
una nueva forma de transformar la guerra imperialista
(y en esta guerra incorporando todos sus otros aspectos
como la defensa de la Unión Soviética o el
de opresión nacional en los países invadidos)
en guerra civil.
A menudo se interpretan los momentos de Gramsci
como etapas estancas, como en una estructura estática
(y Gramsci ayuda a esta interpretación), mientras
en Trotsky está presente la combinación de
etapas, de tiempos, de momentos, las definiciones dinámicas.
Sigue en esto a Lenin que, con su definición de etapas
y situaciones, incorpora el tiempo en política revolucionaria.
La lógica de la combinación de desigualdades
rige no sólo en la teoría de la revolución
permanente sino en el método que lleva al Programa
de Transición.
Este programa fue puesto a la discusión nada menos
que en Norteamérica con la complejidad que ello implicaba,
en las condiciones del americanismo y el New Deal, y de
su lógica se desprendió la audaz propuesta
de exigencia-desenmascaramiento al mismísimo gobierno
de Roosevelt en torno a un verdadero plan de obras públicas
que termine con el desempleo en masa.
Perry Anderson plantea que aunque Trotsky conocía
más profundamente los regímenes políticos
europeos y desarrolló tácticas precisas -como
en Francia y en España la demanda democrático-radical
de la Asamblea Constituyente-, sin embargo es Gramsci quien
se hace las preguntas más inquietantes sobre cómo
superar por izquierda a las democracias burguesas más
estables. Esto cobraría significancia no tanto en
la preguerra donde las democracias sucumbían ante
el fascismo y el bonapartismo, o debían apelar a
regímenes extremos como el del Frente Popular, sino
en las democracias estabilizadas de la Europa de posguerra.
Pero el mismo Programa de Transición contiene demandas
como el control obrero de la producción que, aún
en períodos donde no este planteado en forma inmediata
la cuestión del poder político, puede ser
utilizada para impulsar al proletariado a conquistar nuevas
posiciones que cuestionen la propiedad privada y lo prepare
para luchas superiores.
Como cuerpo programático, según consta en
las discusiones con el SWP norteamericano previas a la aprobación
del Programa de Transición, fue considerado un programa
máximo por los reformistas (que piensan
sólo en términos de posición) y muy
mínimo por los ultraizquierdistas (que
piensan sólo en términos de maniobra)12. En
realidad el Programa de Transición, su método,
contiene desde las consignas mínimas en tanto conserven
su fuerza vital (es decir, en tanto sean viejas
posiciones a ser defendidas), plantea la conquista de una
escalada de nuevas posiciones (desde la escala móvil
de salarios y horas de trabajo, el control obrero de la
industria hasta los soviets) puestas en función de
abrir paso a la guerra de movimiento, es decir
a la conquista del poder por el proletariado que al consumarse
está conquistando, a su vez, una nueva posición,
una trinchera nacional de la revolución socialista
internacional.
El Programa de Transición, visto desde el ángulo
de esta discusión, es el puente, el pasaje de la
posición a la maniobra.
Clase
y partido
Por
último queremos dejar esbozadas, algunas cuestiones
que desarrollaremos en próximos trabajos: la compleja
relación entre espontaneidad y conciencia, entre
movimiento revolucionario real y partido, entre la intelectualidad
marxista y la vanguardia de la clase obrera.
Hay claramente dos períodos en Gramsci en lo que
hace a la valoración entre la acción obrera
y el partido revolucionario. El primero es el período
dominado por la publicación del Ordine Nuovo. Al
influjo del Bienio Rojo italiano de los años
1919 al 21 y de las ocupaciones de fábrica en Turín,
ve los consejos de fábrica surgidos como forma
concreta de un proceso político de nuevo tipo que,
por el hecho de partir de la producción, no es absorbible
a través de maniobras políticas o modificaciones
parciales del estado burgués13. Esta apreciación,
que subvalora la acción conciente del partido revolucionario,
será desmentida no sólo en Italia sino en
Alemania donde el reformismo propone un estado combinado
entre la república parlamentaria y los consejos obreros,
demostrando que sin una dirección marxista revolucionaria
centralizada surgen todo tipo de maniobras políticas
y modificaciones parciales del estado para absorver
la autoorganización de masas.
Desde el año 1926, en el Congreso de Lyon, Gramsci
adoptará, en contrapartida al período ordinovista,
una orientación claramente partidista, que en gran
medida niega antidialécticamente muchas de sus anteriores
afirmaciones sobre el rol de los consejos obreros. Sus tesis
del momento están notoriamente influídas por
la orientación zinovievista de exaltación
de las células del partido comunista
como base de la organización de la clase obrera.
No obstante la concepción de partido en Gramsci tomará,
ya en sus escritos desde la cárcel, nuevos carriles,
distintos al tipo de partido sustituísta
del stalinismo del que pudo haber rasgos en ese entonces.
A los efectos de esquematizar concepciones generales y ubicar
a Gramsci dentro de ellas, podríamos decir que hay
tres tipos de partido, en tanto relación del marxismo
con el movimiento revolucionario de la clase obrera. En
el partido de tipo kautkista, propio del reformismo socialdemócrata,
está exaltado el momento de la táctica, es
decir donde el movimiento es todo. En tanto
en el partido leninista, se define y separa aliados y adversarios
según fines estratégicos -una vez que comprendió
que era imposible la unidad de partido con los mencheviques
no hubo mejor bolchevique que él, dirá Lenin
de Trotsky en 1917-. Por su parte Gramsci, coherente con
sus análisis del rol de las ideologías en
el dominio burgués del estado moderno, desarrollará
los aspectos de lucha en el tercer frente de
la acción partidaria que ya había señalado
Engels: el de la lucha ideológica, junto al de la
lucha económica y la lucha política. Pero
en su concepción del partido como intelectual
colectivo hay una hipertrofia de esta lucha ideológica,
y aparece sobrevalorado el rol de partido educador
del movimiento de masas de la clase obrera. El rol preminente
de los intelectuales en el partido tendrían por objetivo
crear un nuevo sentido común en el movimiento
de la clase obrera: el marxismo. Contradictoriamente él
quien fue que hizo significativos aportes a la ciencia política
y que resaltó la conciencia obrera que
emergía de los consejos de fábricas, se desliza
a una concepción que ubica la lucha ideológica-cultural
por encima de la política y no insiste en una interrelación
activa entre partido y soviets, donde el educador
necesita ser educado. El PC italiano de posguerra
se apropiará, distorsionando en clave reformista
este desliz, para promover la cultura y los debates ideológicos
con los reformistas en el marco de jugar un rol clave en
el sostenimiento de la democracia burguesa.
Trotsky será un continuador del bolchevismo maduro
que posteriormente a la experiencia de los primeros soviets
obreros en 1905, corregirá la tesis del ¿Qué
hacer? de Lenin que sostenía que la conciencia
de clase sólo llegaba desde afuera al
movimiento obrero. En torno a la relación entre soviet
y partido dirá, básandose en la experiencia
de la revolución en Rusia: Sería un
error evidente identificar la fuerza del partido bolchevique
con la de los soviets a los cuales dirigía: estos
últimos representaban una fuerza infinitamente más
poderosa; pero faltándoles el partido se volvían
impotentes.14 A partir de ello, será un convencido
militante de la idea de partido leninista de combate. |
NOTAS
1
Otra de las afirmaciones favorables a la teoría de
Trotsky puede verse en esta carta del 9 de febrero del 24
dirigida a Togliatti: En la polémica recientemente
ocurrida en Rusia se revela que Trotsky y la oposición
en general, en vista de la prolongada ausencia de Lenin
de la dirección del partido, están seriamente
preocupados con la vuelta a la vieja mentalidad, que sería
deletérea para la revolución. Al reivindicar
mayor intervención del elemento obrero en la vida
del partido y disminución de los poderes de la burocracia,
en el fondo ellos quieren garantizar el carácter
socialista y obrero de la revolución e impedir que
se llegue lentamente a aquella dictadura democrática,
envoltura de un capitalismo en desarrollo, que era el programa
de Zinoviev, y aún otros en 1917. Esta me parece
ser la situación del partido ruso, que es mucho más
complicada y mucho más sustancial de lo que Urbani
percibe; la única novedad es el pasaje de Bujarin
al grupo de Zinoviev, Kamenev, Stalin.
2 Gramsci, Cartas desde la Cárcel.
3 L. Trotsky, en El Nacionalismo y la Economía,
noviembre del 33.
4 L. Trotsky, en El Marxismo y nuestra época.
5 A. Gramsci, en Notas sobre Maquiavelo, sobre la
Política y el Estado Moderno.
6En cuanto a la revolución antifascista,
la cuestión italiana está más que nunca
ligada íntimamente a los problemas fundamentales
del comunismo mundial, vale decir a la llamada teoría
de la Revolución Permanente. A partir de todo lo
anterior surge el problema del período transicional
en Italia. En primerísimo lugar, hay que responder
claramente: ¿transición de qué a qué?
Un período de transición de la revolución
burguesa (o popular) a la revolución
proletaria, es una cosa. Un período de transición
de la dictadura fascista a la dictadura proletaria, es otra
cosa. Si se contempla la primera concepción, se plantea
en primer término la cuestión de la revolución
burguesa, y sólo se trata de determinar el papel
del proletariado en la misma. Sólo después
quedará planteada la cuestión del período
transicional hacia la revolución proletaria. Si se
contempla la segunda concepción, entonces se plantea
el problema de una serie de batallas, convulsiones, situaciones
cambiantes, virajes abruptos, que en su conjunto constituyen
las distintas etapas de la revolución proletaria.
Puede haber muchas etapas. Pero en ningún caso puede
implicar la revolución burguesa o ese misterioso
híbrido, la revolución popular...
León Trotsky, Problemas de la revolución
italiana, Escritos/1930.
7Con respecto a los países de desarrollo burgués
retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales,
la revolución permanente significa que la resolución
íntegra y efectiva de sus fines democráticos
y de su emancipación nacional tan sólo puede
concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando
éste el Poder como caudillo de la nación oprimida
y, ante todo, de sus masas campesinas.. El problema
agrario (...) asignan a los campesinos, que constituyen
la mayoría aplastante de la población de los
países atrasados, un puesto excepcional (...) Sin
la alianza del proletariado con los campesinos, los fines
de la revolución democrática no sólo
no pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos
seriamente. L. Trotsky en la Tesis 3 de La Teoría
de la Revolución Permanente.
8 La teoría de Stalin-Bujarin no sólo
opone mecánicamente, contra toda la experiencia de
las revoluciones rusas, la revolución democrática
a la socialista, sino que divorcia la revolución
nacional de la internacional. A las revoluciones de los
países atrasados les asigna como fin la instauración
de un régimen irrealizable de dictadura democrática
que contrapone a la dictadura del proletariado. Con ello,
introduce ilusiones y ficciones en la política, paraliza
la lucha del proletariado por el poder en Oriente y retrasa
la victoria de las revoluciones coloniales. Desde el punto
de vista de la teoría de los epígonos, el
hecho de que el proletariado conquiste el Poder implica
el triunfo de la Revolución (en su nueve décimas
partes, según la fórmula de Stalin)
y la iniciación de la época de las reformas
nacionales. La teoría de la evolución del
kulak al socialismo y la de la neutralización
de la burguesía mundial, son, por este motivo, inseparables
de la teoría del socialismo en un solo país.....
L. Trotsky, ídem.
9 Tesis 14, ídem
10 Ver Roberto Massari, en Trotsky y Gramsci.
11 A. Gramsci, Cartas desde la Cárcel.
12 Tal es este último caso el del comunista italiano
Amadeo Bordiga.
13 En Notas sobre Maquiavelo, sobre la Política....
14 En Historia de la Revolución Rusa |