“La
historia de las revoluciones es para nosotros, la historia
de la irrupción violenta de las masas en el gobierno
de sus propios destinos.”
León Trotsky
“El
deber de todo revolucionario es hacer la revolución.”
Segunda Declaración de La Habana (1962)
Hace
44 años las masas cubanas recibían victoriosas
en las calles de La Habana a las columnas del Ejército
Rebelde y abrían una de las epopeyas históricas
y la revolución social más profunda que diera
nuestra América. Surge a partir de entonces un proceso
revolucionario que va a impactar al conjunto de los pueblos
de América latina y se constituye desde entonces
la leyenda de los “barbudos” de la Sierra Maestra.
Hoy en día, luego de la experiencia catastrófica
del stalinismo y los regímenes burocráticos,
de la derrota de la oleada revolucionaria que sacudió
al mundo a fines de los sesenta y primeros años setenta,
la idea de una revolución triunfante que se alce
con el poder, es condenada por utópica o por reproductora
de formas de dominación que lleven a una nueva frustración.
La persistencia de la revolución cubana, en un cuadro
de ofensiva imperialista, convierte a la misma en un testimonio
vivo de la lucha por la emancipación nacional y una
fuente de polémicas alrededor de sus enseñanzas
y su curso. La revolución cubana advierte a aquellos
que, haciéndose eco del discurso posmoderno, condenan
las revoluciones sociales del siglo XX por su trágico
resultado y asumen ingenuamente como propia la pretensión
de las clases dominantes de que los oprimidos no deben luchar
por el poder. Por el contrario, esta experiencia de las
masas, recuerda que sin quebrar la resistencia y la capacidad
de acción del capital, sin derrotar a sus fuerzas
represivas, es decir, sin destruir a su Estado es imposible
pensar seriamente cualquier cambio social. Predicando que
hay que “cambiar el mundo sin tomar el poder”,
en parte, a raíz de la noche oscura del stalinismo,
de sus regímenes de talón de hierro, donde
el Estado dominado por la burocracia imponía su mando
para evitar cualquier representación autónoma
de obreros y campesinos. Lo que no han comprendido los tributarios
de este tipo de pensamiento “antiestatista”,
aunque aciertan al señalar las aberraciones que se
han hecho en nombre del socialismo real, es que una de las
enseñanzas que hay que extraer, y la experiencia
cubana lo confirma nuevamente, es que el régimen
burocrático es un obstáculo que se levanta
contra la perspectiva de la construcción de un Estado
revolucionario, de los consejos de obreros, campesinos y
soldados. La lucha por el socialismo, la dictadura proletaria
como parte de ella, requiere de la actividad consciente
y autodeterminada de obreros y campesinos, transformar a
su gobierno en un punto de apoyo de la lucha de clases y
la revolución a escala internacional, concebir las
tareas del Estado como una transición hacia el socialismo;
es decir hacia su propia abolición como institución
de dominio, para dar paso a una sociedad sin clases y sin
Estado.
En las notas que siguen pretendemos trazar algunas líneas
de pensamiento que contribuyan, a partir del estudio de
la revolución cubana, a descifrar una teoría
y una estrategia que interpele las enseñanzas de
la lucha de clases que nos precedió y las exponga
a la luz de la nueva realidad del capitalismo y los combates
de las clases explotadas. Para nosotros, contra todo el
escepticismo teórico y el posibilismo político
que ha caracterizado a gran parte de la izquierda en la
ultima década del siglo XX, la actualidad de la teoría
de la revolución permanente y de una estrategia de
poder de la clase obrera, expresada en partido, frente a
la amenaza de la barbarie capitalista es una herramienta
filosa para la lucha de clases contra el capitalismo y la
dominación imperialista, que debe ser constantemente
reexaminada a la luz de los procesos sociales vivos y de
la experiencia histórica, de la cual la revolución
cubana es un importante hito para extraer lecciones que
preparen a las nuevas generaciones revolucionarias en su
intento de asaltar los cielos.
La
revolución cubana y la actualidad de la revolución
En
los primeros días de aquella insurrección
que puso fin a la dictadura de Batista, nadie imaginaba
que el proceso abierto iba a desembocar en la victoria de
una revolución de obreros y campesinos. Nadie sospechaba
que la histórica dominación del imperialismo
yanqui sobre la isla iba a acabar por medio de la expropiación
de la burguesía y los terratenientes, nacionalizando
la industria y llevando una radical reforma agraria. Fue
al calor de la constitución de milicias armadas las
que llevarían –luego de la aplastada intentona
contrarrevolucionaria de Playa Girón– a Fidel
Castro a declarar el 1° de mayo de 1962 el carácter
socialista de la revolución. Este es el origen del
primer Estado obrero –aunque deformado–1 de
América latina.
Esta revolución caribeña difundió su
influencia rápidamente sobre multitudes de militantes
e intelectuales, que vieron en la experiencia cubana y en
los guerrilleros de la Sierra Maestra una llama de esperanza
y de voluntad militante que los llevó a incorporarse
activamente en la lucha política de la época.
Frente a un stalinismo que desde Moscú preconizaba
la colaboración con la burguesía, que perseguía
a los elementos revolucionarios del movimiento obrero y
los condenaba a la marginalidad, cuyo conservadurismo se
hacía asfixiante para todo aquel que quisiera luchar
contra el orden social; la experiencia cubana se presentaba
como una alternativa viable para la lucha revolucionaria.
Frente al sonoro fracaso del nacionalismo burgués
de la época, impotente y cobarde para enfrentar al
imperialismo, el grito de ¡Patria o muerte! del Ejército
Rebelde aparecía como una genuina y valiente expresión
de lucha contra la opresión imperialista.
Como toda revolución social, el debate sobre Cuba
fue febril. Muchas fueron las lecturas que se hicieron a
partir de esta gesta. Resalta sobre todas, la de quienes
impactados por esta victoria de las masas y alentados por
el curso político que toma Ernesto Che Guevara, identificaron
la revolución con el aspecto militar de la lucha
guerrillera. Consideraban este método la mejor vía
para romper al reformismo imperante y desarrollar una estrategia
para derrotar a los ejércitos burgueses. De esta
forma de interpretar la revolución cubana se nutrirán
esencialmente las distintas corrientes latinoamericanas
que expresarán en forma difusa el llamado guevarismo.
Buscando llevar adelante la vía armada, concluyeron
divorciando a una generación de militantes revolucionarios
de la lucha de clases real, que en América latina
y en el Cono Sur en particular, tuvo como epicentro a la
clase obrera y las masas urbanas. La trágica derrota
de estas experiencias puso en cuestión el militarismo
y el voluntarismo con que se intentó propagar la
lucha contra el imperialismo y la burguesía en nuestro
continente.
Una nueva ideología voluntarista
Hoy,
en los primeros años del nuevo siglo, frente al avance
brutal del imperialismo en América latina –doctrina
neoliberal en mano– e impulsados por un resurgir de
la resistencia y actividad de las masas en el continente
–esencialmente de pobres urbanos y campesinos–
y la existencia de un movimiento impugnatorio de la globalización
capitalista, asistimos al intento de ciertos sectores intelectuales
de releer la revolución cubana bajo un nuevo prisma
anticapitalista y que se pretende antiestalinista, inspirados
en el pensamiento del Che Guevara, en quien identifican
una figura heroica del marxismo latinoamericano2. Pretenden
rescatar así su valiosa figura del uso marketinero
que hace el capitalismo, de la pasividad simbólica
a que lo condenó el reformismo y el populismo y por
otro lado señalar los basamentos ideológicos
de una “nueva izquierda”, que en los hechos
resulta tributaria del actual estadío político
–reformista o semireformista– de las direcciones
de los movimientos sociales como el MST brasileño,
de sectores de los piqueteros argentinos y de los movimientos
políticos como el EZLN o las FARC.
Apelando a los elementos más radicales del Che: su
antiimperialismo, su anticapitalismo, su crítica
a los aspectos más groseros de la influencia soviética
en el Estado cubano y su internacionalismo militante, intentan
desarrollar una visión del guevarismo como creador
de una nueva “filosofía de la praxis”,
que explica en parte el proceso revolucionario cubano. Oponen
al esquematismo stalinista un antideterminismo a partir
del papel de las fuerzas revolucionarias expresadas en la
voluntad política de sus dirigentes, quienes en la
Declaración de La Habana, sostenían que: “El
deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.
La lectura que ofrecen del Che se basa en reivindicar su
concepción del hombre nuevo como portador de una
nueva “subjetividad histórica”3. Tomando
de Guevara su idea de la preeminencia de la conciencia –conciencia
de la necesidad del cambio revolucionario y de su posibilidad
real– por sobre las condiciones objetivas –dadas
por la dominación imperialista–, rescatan el
voluntarismo inherente de esta visión para resaltar
el papel de la educación y los estímulos morales
en la formación del hombre nuevo y definir los sujetos
anticapitalistas en función de su papel en la lucha.
Desplazando a la clase obrera y las masas del centro de
atención, identifican al sujeto con el hombre nuevo
que, en la concepción guevarista, desarrolla su actividad
creativa en la guerra revolucionaria. Esta interpretación
conduce a disociar la praxis revolucionaria de la lucha
de clases, reemplazando la organización de las masas
explotadas por la construcción de una fuerza armada.
La constitución de un sujeto consciente, como producto
de la actividad autónoma de las masas y la relación
con la vanguardia comunista que busca impulsar hacia adelante
las tendencias progresivas del proceso social a partir de
la autodeterminación obrera y popular, que proyectan
su hegemonía; es reemplazada por la preeminencia
de una voluntad organizada, como fuerza externa de las masas,
las cuales están llamadas a seguir a los combatientes
guerrilleros. Así la revolución cubana es
explicada por “la iniciativa de las fuerzas revolucionarias
que queman etapas, decretan el carácter socialista
de la revolución y emprenden la construcción
del socialismo” producto de su capacidad de “forzar
la marcha de los acontecimientos”4, relegando el hecho
de que la victoria de la revolución socialista no
era el objetivo declarado de la guerrilla en Sierra Maestra
y que los acontecimientos se la impusieron en gran medida
a Fidel y el Che.
Por último, hace descansar en la formación
del hombre nuevo la alternativa a la burocratización,
olvidando que la acción consciente de las clases
explotadas en un Estado obrero se logra a partir del ejercicio
directo del gobierno revolucionario, basando el Estado en
la democracia de la clase obrera y los campesinos –para
lo cual la clase obrera debe ser hegemónica antes
de la conquista del poder–. Esta es una de las condiciones
para la construcción del socialismo.
La reivindicación moderna de la estrategia continental
de la guerra revolucionaria que planteara el Che y su visión
del papel de las luchas de liberación nacional como
vía para la revolución socialista expresada
en la emblemática afirmación de “no
hay más cambios que hacer; o revolución socialista
o caricatura de revolución” sigue atrapada
dentro de los marcos del tercermundismo de la nueva izquierda
setentista y no saca ninguna lección de la trágica
derrota de esta experiencia5. Esta última lectura
de Guevara, que lo acerca al permanentismo, lo lleva al
revolucionario argentinocubano a desarrollar una activa
militancia por la unidad de la lucha antiimperialista, pero
separando ésta de una estrategia de la revolución
para los países metropolitanos –donde se concentraban
los principales batallones sociales del proletariado internacional–
que no estaba presente en su horizonte.
Desde nuestro punto de vista, sin menospreciar el valor
político e histórico que representan la vida
y el pensamiento de Guevara, el marxismo revolucionario
tiene una explicación más profunda y rica
en la teoría de la revolución permanente y
en la estrategia de la construcción de un partido
obrero revolucionario, como factor de la lucha de clases.
La misma no sólo incorpora muchos de los aspectos
señalados por el Che sino que también lo somete
a crítica; pues su arsenal conceptual pone el acento
en la interpretación de la revolución proletaria,
en las metrópolis y las semicolonias, como una totalidad
que comprende su materialidad y necesidad, su relación
con la acción de las fuerzas sociales, la iniciativa
obrera y campesina, los factores políticos y la unidad
del proceso revolucionario mundial, que hacen a la subjetividad
y la estrategia política de los marxistas.
Significado e influencia de la revolución cubana
Como
decimos más arriba, en los principios de esta revolución
nadie imaginaba que la misma terminaría tomando el
curso de ruptura con la burguesía que finalmente
adoptó. Ni siquiera el M 26 ni Fidel Castro y el
Che Guevara preveían este derrotero para su empresa
política. Por aquel entonces Castro declaraba que
la suya era una revolución “verde oliva”
y definía sus objetivos como democráticos.
Así declaraba que: “La democracia es mi ideal,
pero mucha gente llama democracia a cosas que no son democracia
(...) Yo no soy comunista, no estoy de acuerdo con el comunismo
(...) la democracia y el comunismo no son lo mismo para
mí” 6. Sin embargo, en los primeros días
de la revolución, habiendo destruido el aparato militar
de Batista, descalabrando al Estado burgués cubano
y atenazado entre la presión imperialista y el despertar
revolucionario del movimiento de masas –quienes toman
las armas en defensa de su revolución cuando ésta
es amenazada– el proceso cubano desemboca en el nacimiento
del primer Estado obrero de América latina. La revolución
cubana iniciada en 1959 se transformará de “verde-oliva”
en roja dando veracidad histórica a la teoría-programa
de la revolución permanente, asestando un golpe demoledor
a la concepción de la conciliación de clases
y la revolución por etapas que constituía
el leit motiv básico de los partidos comunistas y
los movimientos reformistas de aquel entonces.
La revolución de obreros y campesinos vino a completar
la obra inconclusa de la lucha independentista que a finales
del siglo XIX iniciara el poeta y líder antiimperialista
José Martí y que en la década del treinta
intentara ser llevada a cabo por un gran ascenso obrero
y popular que termina con la vergonzosa Enmienda Platt pero
no puede poner fin a la moderna dominación imperialista.
A su vez es una desmentida de las estrategias reformistas
imperantes en la izquierda, por haberse dado esta revolución
por fuera y a pesar del stalinismo y del nacionalismo burgués.
Así contribuyó no sólo a gestar una
amplia simpatía en grandes masas de luchadores, intelectuales
y militantes de izquierda desencantados con el accionar
de los partidos comunistas pro Moscú, que eran colaboradores
activos de la burguesía. Sino que además sembró
expectativas en el nacimiento de una alternativa política
al stalinismo a partir de la evolución hacia la izquierda
del M 26, fundamentalmente de Castro y Guevara.
Esto se expresó en el hecho de que la revolución
cubana se transformó en un polo de referencia. Al
calor de sus actos y de las palabras de sus dirigentes se
iban poniendo a la orden del día las discusiones
sobre la lucha armada, el antiimperialismo, las vías
de la conquista del poder, el contenido de la dictadura
del proletariado, etc. La revolución generó
tendencias y rupturas en los partidos reformistas y movimientos
nacionalistas alrededor de la “cuestión cubana”.
Dentro de las filas del movimiento trotskista operó
activamente reagrupando a sus organizaciones nacionales
e inclusive creando fraccionamientos internacionales en
diferentes tendencias alrededor de las conclusiones vitales
en torno a esta revolución.
Las tareas de la revolución cubana
Según
el esquematismo stalinista practicado por los partidos comunistas
de América latina de aquellos años, el carácter
de la revolución en las semicolonias y entre ellas
la cubana debía ser deducido de las tareas que tenían
planteadas. La revolución colonial y semicolonial
debía poner fin al atraso feudal y semifeudal imperante
–según su particular lectura– en este
tipo de naciones y acometer tareas de tipo democráticas.
Definían así el carácter de la revolución
como democrático, agrario y antiimperialista.
La revolución cubana de 1959 fue un golpe durísimo
a esta concepción, ya que vino a realizar de manera
íntegra y efectiva las tareas de la revolución
democrático-burguesa, en primer lugar la independencia
nacional, la revolución agraria, la reforma urbana
y las de la democracia política –motores inmediatos
del movimiento que terminó con el dominio de Batista–
pero no según el esquema stalinista. Este desenlace
fue posible enfrentando resueltamente a las clases poseedoras
nativas que actuaban como correa de transmisión y
daban garantías a la dominación imperialista
y el latifundio. La derrota de la burguesía y los
terratenientes cubanos y su aparato de Estado, apéndices
de los EEUU, se convirtió en una condición
necesaria para realizar las conquistas que se planteaban
en primer término en esta revolución. La alianza
más general del campesinado, el semiproletariado
rural, la clase obrera urbana, la pequeño burguesía
y hasta sectores de la misma burguesía cubana que
caracterizara al movimiento popular que voltea la dictadura
pronto se encuentra tironeada entre los diversos actores.
La lucha de clases en el transcurso de la revolución
cubana destaca a las tendencias conservadoras que se transforman
pronto en agentes de la reacción impulsada por el
imperialismo y a las nuevas fuerzas sociales capaces de
empujarla adelante. Se crea así una ruptura radical
del antiguo bloque social: por un lado la burguesía
y sectores acomodados de la pequeña burguesía
queriendo confinar la revolución a un cambio del
régimen político y mantener la subordinación
–aunque en otras condiciones– con EEUU. Por
el otro la base plebeya, obrera, semiproletaria y campesina,
junto a un sector de la intelectualidad, impulsando la lucha
en la consecución de los objetivos de las masas:
la revolución política se transforma en un
medio de la revolución social mediante la acción
viva de las clases explotadas. Estas son las fuerzas dinámicas
que señalan el carácter permanentista de esta
revolución. Es este proceso vivo el que Guevara explicara
como “ (...) una revolución agraria, antifeudal
y antiimperialista, que fue transformándose por imperio
de su evolución interna y de las agresiones externas,
en una revolución socialista y que lo proclama así,
ante las faz de América: una revolución socialista.”7
Desarrollo desigual y combinado
En
Cuba se manifestó con todo su rigor histórico
la ley más general del desarrollo desigual y combinado.
Esta ley, formulada por León Trotsky para explicar
las condiciones históricas de la revolución
socialista, presupone la idea de que un país atrasado
o semicolonial, en la época imperialista, no sigue
en las distintas fases de su desarrollo un curso lineal
que imita las distintas etapas de la evolución de
las metrópolis capitalistas, sino que avanza a saltos,
combinando los elementos propios de su atraso con las condiciones
y los avances impuestos por la dominación y la penetración
del capital imperialista en dichos países. Es esta
ley histórica la que universaliza y pone al orden
del día en los países atrasados la moderna
lucha entre las clases como medio de resolución de
sus contradicciones.
En la historia cubana esta ley general se expresó
en el hecho de que la solución a los problemas estructurales
de la joven nación no podían ser resueltos
por un desarrollo evolutivo y orgánico del capitalismo
sino saltando etapas, mediante la supresión y superación
del régimen burgués. El ingreso temprano del
capitalismo en las relaciones económicas de la isla,
hicieron que se acentuara la dependencia de las metrópolis,
llámese España primero y EEUU luego. La constitución
de la oligarquía, la burguesía cubana y su
Estado, se hizo siguiendo estos parámetros de dependencia,
agravados en el siglo XX por su cercanía con los
EEUU y el papel que para éste representaba, dando
origen a una clase dominante raquítica y completamente
antinacional sometida a las ordenes del capital norteamericano.
El movimiento independentista martiano no sólo se
paró contra el colonialismo del viejo imperio español
sino que se concibió a sí mismo como una fuerza
impulsora de la segunda independencia de nuestra América
contra el naciente imperialismo yanqui. Sin embargo, habiendo
planteado el problema no encontró las vías
para resolverlo. Muerto José Martí en combate,
las oligarquías criollas controlan el movimiento
nacional y optan por liberarse del yugo español sometiendo
a la isla al yugo norteamericano, cuyo símbolo fue
la ignominiosa Enmienda Platt en la constitución
política del Estado cubano y manteniendo la propiedad
terrateniente. La tardía independencia formal de
Cuba se da en el momento histórico en que el capitalismo
está dando pasos al imperialismo y los EEUU proyectan
su dominación al llamado patio trasero. La formación
de una nación independiente no pudo ser resuelta
por las viejas clases de hacendados y comerciantes que sólo
buscaban un mercado para su azúcar. La incipiente
clase obrera del tabaco y el azúcar, a pesar de ser
un núcleo duro de las huestes independentistas, se
encontraba inmadura estructural y políticamente para
tomar esta tarea en sus manos. Su consecuencia fue que Cuba
se vio postergada en su desarrollo por la aceptación
de su papel en la división internacional del trabajo
como productor y abastecedor de azúcar –esencialmente
al mercado norteamericano– y políticamente
por la subsiguientes intervenciones imperialistas legitimadas
por la Enmienda Platt.
Fue la revolución contra la dictadura de Machado
de 1933, la que dio las pistas sobre quién era el
sujeto capaz de llevar adelante la emancipación cubana:
la clase obrera y su alianza con el campesinado y la pequeño
burguesía urbana. Nuevamente la ley del desarrollo
desigual y combinado muestra su valor histórico:
puestos a optar por una independencia conquistada por masas
sublevadas o la postergación de la nación
cubana, la burguesía y la oligarquía criolla
recurre a los servicios del entonces sargento Fulgencio
Batista para poner fin al movimiento subversivo y relanzar
los vínculos de sometimiento con EE.UU. En esta ocasión
la clase obrera da signos de que en sus fuerzas radican
las posibilidades de un cambio de orden en Cuba. La huelga
general que termina con la dictadura, la fortaleza y politización
de los sindicatos, el surgimiento embrionario de soviets
en el Oriente son una prueba de ello. La carencia de autonomía
de la clase obrera con respecto a la pequeño burguesía,
que se explica por su inmadurez política, agravada
por la orientación ultraizquierdista del llamado
“tercer periodo” del stalinismo cubano impiden
al proletariado resolver a su favor y de las masas campesinas
esta revolución.
Fue la revolución de 1959 la que pudo cumplir con
los objetivos de la revolución democrático-burguesa,
precisamente porque el pueblo armado impuso la ruptura con
la burguesía y el imperialismo y con ella un curso
socialista para la revolución, aun antes de haber
madurado la autonomía de la clase obrera y su hegemonía
sobre las clases oprimidas y explotadas, confiando y delegando
en manos de un ala radical de la pequeña burguesía
(el M 26) la dirección del nuevo gobierno revolucionario;
el que se ve impedido de llevar adelante su propio programa
por la presión combinada del imperialismo y la burguesía
de un lado y de las masas armadas del otro. La ley del desarrollo
desigual y combinado se devela en la fundación de
un Estado obrero como vía para la independencia nacional.
La revolución permanente y su dialéctica en
el caso cubano
La
teoría de la revolución permanente sostiene
que: “Con respecto a los países de desarrollo
burgués retrasado y en particular de los coloniales
y semicoloniales, la teoría de la revolución
permanente significa que la resolución íntegra
y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación
nacional tan sólo puede concebirse por medio de la
dictadura del proletariado, empuñando éste
el poder como caudillo de la nación oprimida y ante
todo de sus masas campesinas”8 esta afirmación
se vio corroborada objetivamente en el proceso cubano, lo
que vino a confirmar que en la época del imperialismo
las tareas tardías de la revolución democrático-burguesa
(la liberación nacional, la revolución agraria
y la reforma urbana) sólo pueden ser resueltas por
la revolución proletaria. La revolución del
’59 y la constitución del Estado obrero (aunque
deformado) en Cuba son una demostración de esta tesis
y aún constituye una derrota ideológica y
estratégica de la concepción de la revolución
por etapas y la colaboración de clases.
El M 26, que representaba políticamente al ala radical
de la pequeño burguesía, se vio imposibilitado
de llevar adelante su programa de “mayor democracia
y justicia social”9 viéndose en la obligación
en el transcurso de la lucha de tener que incorporar las
demandas sociales del campesinado y los pobres urbanos.10
El intento de alcanzar sus metas dentro del orden burgués
desnudó sus límites. Castro y su movimiento
se convirtieron en agentes excepcionales, no previstos,
del proceso histórico y dirección de un movimiento
de masas que empuja la revolución frente a las agresiones
del imperialismo, superando los límites del capitalismo.
Es precisamente en el papel excepcional de la pequeño
burguesía como dirección del proceso cubano,
donde se cuestiona el contenido estratégico de la
teoría de la revolución permanente que sostiene
que: “Sean las que fueren las primeras etapas episódicas
de la revolución en los distintos países,
la realización de la alianza revolucionaria del proletariado
con las masas campesinas sólo es concebible bajo
la dirección política de la vanguardia proletaria
organizada en Partido Comunista (...)” 11
En Cuba la dinámica de la revolución permanente
no se dio mediante la dirección efectiva del proletariado
y su vanguardia revolucionaria organizada en partido sino
mediante una situación y actores extraordinarios,
que dan lugar a una dialéctica del proceso vivo de
la lucha de clases donde la derrota de la burguesía
se anticipa a la estructuración de una nueva hegemonía
de la clase obrera expresada en consejos u otra forma de
autoorganización. Esta debilidad de las masas explica
mucho de la iniciativa política de Castro que contiene
al movimiento popular bajo su control. Esta anomalía
da lugar a un bloqueo estratégico de la dinámica
permanentista: por un lado no permite a los obreros y campesinos
constituir el gobierno directo de esos organismos de autodeterminación;
por el otro el Estado cubano surgido de la revolución
no será un factor consciente de la revolución
latinoamericana sino que con el tiempo será una nueva
mediación que se levanta contra la misma. Por esta
vía la revolución permanente encuentra una
confirmación en su negación, pues la revolución
cubana encuentra un nuevo límite en una tendencia
conservadora que busca cristalizar las conquistas del proceso
social en una burocracia del nuevo Estado, en detrimento
de las tendencias socialistas a la autodeterminación
de las masas y a la unidad del proceso revolucionario latinoamericano
y mundial12.
El salto de calidad en el proceso revolucionario
Intentaremos
aproximarnos a una explicación al punto anterior
que fundamente la naturaleza de la revolución cubana
y las fuerzas sociales que le dieron origen.
Castro y sus compañeros fueron sobrepasados por la
acción combinada de dos fuerzas antagónicas:
la del imperialismo que se pone a la cabeza de la contrarrevolución
y la de las masas que en defensa de la revolución
se arman y movilizan. Fidel frente a esta situación
se ve obligado a radicalizar sus respuestas.
Una sincronía excepcional de factores objetivos e
históricos actuaron de una forma tal que permite
el desenlace de los acontecimientos, conjugando una estructura
caracterizada por la combinación de los siguientes
elementos: la alianza con la burguesía que había
permitido la caída de la dictadura y que tuvo su
símbolo en el corto gobierno de Manuel Urrutia se
vio rota rápidamente. Los capitalistas y terratenientes
cubanos se suman al imperialismo y se enfrentan al gobierno
revolucionario. Cuando la revolución intenta llevar
adelante las primeras medidas que responden a las demandas
sociales de la población –congelamiento y rebaja
de alquileres, congelamiento de tarifas, ajusticiamiento
de los representantes del régimen y la creación
del INRA13 que impulsa la reforma agraria– la burguesía
decide abandonar al gobierno revolucionario. El bloque de
fuerzas sociales que había permitido la caída
de Batista se rompe. El imperialismo a su vez conspira abiertamente
contra el gobierno cubano y suspende la compra de azúcar
a la isla. Todo esto obliga a Castro y Guevara a apelar
al movimiento de masas para lograr la supervivencia de la
revolución y a radicalizar las medidas del gobierno.
Las masas, a su vez, cobran un protagonismo central expresado
en el papel que empieza a jugar el proletariado con la ocupación
de las refinerías petroleras y las centrales azucareras
para evitar el boicot patronal-imperialista y de los campesinos
que buscan hacer efectiva la reforma agraria. Las provocaciones
contrarrevolucionarias provocan el llamado del gobierno
a la formación de milicias obreras y campesinas y
el armamento generalizado de la población. Este es
el punto de no retorno que indica la definitiva ruptura
con la burguesía y el origen de un gobierno obrero
y campesino que luego de la invasión de Playa Girón,
organizada por la CIA, tomará un curso de expropiación
y determinará el carácter socialista de la
revolución. La dirección del M 26 presionada
entonces conjuntamente por el imperialismo y las masas armadas,
no puede detener el desarrollo de los acontecimientos debiendo
amoldarse a la nueva relación de fuerzas, imposibilitada
de llevar su programa adelante debe asumir como propio el
programa de la clase obrera14.
La revolución de contragolpe
La
revolución, según la concebía el Movimiento
26 de Julio desde la Sierra Maestra, tenía por objetivo
terminar con Batista e imponer la democracia en Cuba. La
composición social y el origen político de
la mayoría de sus dirigentes provenían de
la pequeñoburguesía y el movimiento estudiantil.
Su programa consistía en una mezcla de reformas políticas
y sociales, con rasgos nacionalistas. En suma su estrategia
era la de un movimiento policlasista.15 Consecuentes con
esta concepción y ante el hecho de que sectores importantes
de la burguesía cubana –y del mismo imperialismo–
estaban contra Batista, la entrada en La Habana del Ejército
Rebelde instauró un gobierno de coalición
con el ex presidente de la Corte Suprema de Cuba, Manuel
Urrutia, a la cabeza. Este gobierno de coalición
expresaba el bloque de fuerzas sociales que había
enfrentado a la dictadura, pero también el pensamiento
que movía a los guerrilleros. Así en un discurso
de Fidel del 19 de febrero del ’59, un mes después
de la toma del poder, éste afirmaba sus ideas, para
tranquilizar a la burguesía, señalando que:
“Iremos a una campaña muy grande para convencer
al cubano de que compre artículos cubanos. Por eso
los industriales están tan contentos con nosotros
a pesar de que venimos con unas cuantas leyes revolucionarias.”16
De esta pretensión inicial de los guerrilleros no
quedó nada en pie.
Este frente común no tardó en desgajarse,
tironeado por los distintos intereses de clase, por la presión
del imperialismo y la acción de los obreros y campesinos.
Como recuerda Guevara: “En enero de 1959 se estableció
el gobierno revolucionario con la participación en
él de varios miembros de la burguesía entreguista.
La presencia del Ejército Rebelde constituía
la garantía de poder, como factor fundamental de
fuerza. Se produjeron enseguida contradicciones serias,
resueltas, en primera instancia, en febrero del ’59
cuando Fidel Castro asume la jefatura de gobierno con el
cargo de Primer Ministro. Culminaba el proceso en julio
del mismo año, al renunciar el presidente Urrutia
ante la presión de las masas.” 17 Esta tensión
hace añicos la pretensión original del M 26
y deja sin sustento su programa de reformas sociales y democráticas.
El mismo fue superado por la velocidad de los acontecimientos.
La dirección guerrillera se encontró de pronto
con la deserción y hostilidad abierta de la burguesía
cubana. Fidel Castro y su movimiento, que hasta ese momento
intentaban actuar como árbitros entre las clases,
quedan sujetos a la marea de la revolución. Inaugura
entonces una dinámica de contragolpe, oponiendo a
cada medida del imperialismo y la burguesía, una
contramedida revolucionaria, apelando a la movilización
de las masas obreras y campesinas que expresaban un auténtico
interés por la revolución. “La extensión
y profundización del proceso revolucionario se realizó
a través de la presión y de la iniciativa
de los líderes. En los campos azucareros ocurrió
la acción masiva: ‘las milicias revolucionarias
han convertido las 161 centrales azucareras de la isla en
161 baluartes de la revolución. Estas milicias protegen
sus propios centros de trabajo contra el sabotaje criminal’.
En las refinerías petroleras ocurrió una acción
masiva similar: ‘eran las milicias de estos centros
de trabajo, las que estaban alertas y vigilantes antes de
las intervenciones y procedieron a ponerlas en funcionamiento,
con el apoyo decidido de los técnicos e ingenieros
cubanos’” .18
Huber Matos y otros dirigentes menores del movimiento conspiran
abiertamente contra el nuevo gobierno. El imperialismo aprovecha
para recrudecer su boicot y decreta la ruptura de relaciones
comerciales. La respuesta de Fidel es convocar a la formación
de milicias populares adonde acuden masivamente los obreros
y campesinos. Así la rebelión de Matos en
el Escambray es aplastada por las fuerzas revolucionarias.
De esta manera, el Estado burgués es demolido por
las masas insurrectas, que protagonizan las expropiaciones
de las refinerías, las tierras y las centrales azucareras.
La política de Fidel Castro a partir de entonces
consiste en ponerse a la cabeza del movimiento de las masas.
Cada paso adelante de las mismas es orientado hacia la defensa
del gobierno revolucionario, en el cual las masas movilizadas
identifican sus intereses y conquistas. Sobre esta base
más tarde Fidel Castro institucionalizará
el nuevo poder y avanzará en controlar al movimiento
popular.
A la deriva en sus relaciones internacionales, amenazado
por el imperialismo, el nuevo gobierno deberá respaldarse
en el apoyo de la URSS. Lo que es respondido con la invasión
de los exiliados cubanos (a partir de entonces gusanos)
armados por la CIA a Bahía de los Cochinos en 1961.
Esta invasión es derrotada por las milicias populares
lo que lleva –crisis de los misiles (1962) mediante–
a la agudización del bloqueo económico y la
profundización del proceso de expropiaciones. Fidel
Castro proclama, el Primero de Mayo de 1962, en la rebautizada
Plaza de la Revolución el “carácter
socialista” del Estado cubano y de su revolución.
Este proceso que da origen al primer Estado obrero de Latinoamérica,
que Guevara define acertadamente frente al filósofo
existencialista francés Jean Paul Sartre como “la
revolución de contragolpe”.19
El papel de la clase obrera y los campesinos
Son
los obreros y los campesinos revolucionarios, los defensores
y protagonistas fundamentales de esta fase de la revolución.
Como un autor señala: “El apoyo activo y armado
de los obreros al gobierno revolucionario ha sido decisivo
para la consolidación y defensa de su poder. Sin
dicho apoyo el núcleo dirigente revolucionario no
habría podido transformar el viejo orden y establecer
el socialismo cubano. Sin embargo, la revolución
no fue una revolución obrera en el sentido marxista
clásico. No fueron los obreros quienes iniciaron
la lucha por el poder, como lo hicieran tres décadas
antes en la insurrección contra Machado, que entonces
determinó rápidamente la formación
de soviets de obreros, campesinos y soldados en todo el
país. En la revolución castrista, en cambio
los obreros desempeñaron un papel estratégico
mediante su apoyo masivo y organizado a las medidas del
gobierno revolucionario y su defensa.”20
La clase obrera cubana llega a la revolución como
un componente más del bloque de fuerzas sociales
hegemonizado por la pequeñoburguesía. Sus
organizaciones sindicales estaban copadas por una burocracia
corrupta y agente de la dictadura, el llamado mujalismo,
y los partidos que hablaban en su nombre, esencialmente
el Partido Socialista Popular, carecían de fuerza
y autoridad frente a las masas así como de independencia
con respecto a la burguesía. El campesinado y los
pobres del campo apoyan al Ejército Rebelde a partir
del momento en que éste incorpora a su programa la
reivindicación de la reforma agraria.
Es cierto que la caída de la dictadura no fue el
producto directo de una revolución obrera, pero tampoco
la expropiación de la burguesía fue la coronación
del programa castrista, más bien la dinámica
la revolución en marcha terminó imponiendo
un Estado obrero. En la historia de la moderna lucha de
clases la pequeñoburguesía nunca ha podido
imponer una forma estable de gobierno independiente. Ya
desde Marx se señalaba cómo esta clase sigue
al burgués o al obrero. El mismo autor, en la cita,
desliza cómo al calor de la radicalización
del proceso los obreros y campesinos serán la base
de apoyo de la revolución y del nuevo gobierno. A
pesar de su falta de independencia, la clase obrera garantiza
con la huelga general de enero del ’59 la caída
de la dictadura, y se convierte en el transcurso de la revolución,
junto a los campesinos, en los protagonistas centrales de
las expropiaciones. Fueron los mismos obreros quienes recuperaron
sus organizaciones y echaron a patadas a los mujalistas
de los sindicatos. Sin embargo, debido a su preocupación
por defender la revolución amenazada, Fidel Castro,
basado en su gran prestigio, logró imponer la reorganización
de los sindicatos desde la cúpula del nuevo Estado,
nombrando a la cabeza de la CTC-R a los stalinistas del
PSP, en quien todo el mundo desconfiaba.21 Esta fracción
se volcó desde aquel momento a regimentar al movimiento
obrero e impedir su autoorganización en el desarrollo
de la lucha revolucionaria.22
La clase obrera fue todo lo revolucionaria que podía,
huérfana de autonomía política e independencia
de sus organizaciones, careciendo de hegemonía sobre
el conjunto del movimiento revolucionario de las clases
explotadas23.
Un bonapartismo sui generis de un nuevo Estado. La evolución
del M 26.
Los
cambios producidos en la revolución entre el ’59
y el ’62 dan paso a un nuevo tipo de bonapartismo
sui generis, que transforma su contenido social al ritmo
de la caída del viejo Estado burgués semicolonial
y el nacimiento de un Estado obrero deformado. La definición
de bonapartismo sui generis, había sido formulada
por León Trotsky para analizar al gobierno de Cárdenas
que había nacionalizado el petróleo en el
México de los años ’30. Así sostenía
que: “En los países industrialmente atrasados
el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí
la relativa debilidad de la burguesía nacional en
relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones
especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el
capital extranjero y el nacional, entre la relativamente
débil burguesía nacional y el relativamente
poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter
bonapartista sui generis, de índole particular. Se
eleva, por así decirlo, por encima de las clases.
En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose
en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado
con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando
con el proletariado (...)” 24 La ubicación
original del M 26 con respecto a la clase obrera se ajusta
a esta forma descripta por Trotsky. Recordemos que antes
de la victoria sobre Batista, Fidel Castro establece sus
acuerdos con la burguesía y la oposición política
cubana en el Pacto de Caracas y busca establecer contactos
dentro del movimiento obrero para utilizarlo como un auxiliar
de la lucha antidictatorial. En un primer momento, al triunfo
de la revolución, el M 26 y el Ejército Rebelde
se transforman en el árbitro de toda la situación,
producto de la derrota de las viejas FFAA, intentando imponer
este papel entre los distintos actores y buscando un equilibrio
frente a los mismos. La ruptura con la burguesía
lo obliga a recostarse sobre el apoyo popular dando origen
a un gobierno obrero y campesino, que inicia un curso anticapitalista.
A partir de ese segundo momento, la radicalización
del proceso revolucionario lleva al nuevo gobierno a tomar
la iniciativa como forma de expresar su control sobre la
situación y dar un canal a las acciones. El M 26,
como fuerza política, adquiere transitoriamente un
curso centrista. Se produce una transformación en
su seno, mientras Fidel Castro busca que las masas no queden
fuera de su control, los obreros y campesinos ven en este
movimiento el instrumento político desde donde empujar
su revolución.
Decimos entonces que es un tipo específico de bonapartismo
sui generis, por expresar esta tendencia más general
común a todos los gobiernos de jugar un rol de árbitro
en los países semicoloniales entre el imperialismo
y el proletariado y las clases explotadas. Ausente la burguesía
nacional, queda recostado exclusivamente en las clases populares
que vienen conquistando posiciones. Al tratarse de un gobierno
surgido de la revolución que avanza en el cambio
del régimen de propiedad y el carácter del
Estado, se produce un salto de calidad en la forma en que
establece las condiciones de su arbitraje. Como dirigentes
de una clase que no es la suya, Fidel Castro y el M 26 ven
cambiar la revolución que va dando origen a un Estado
obrero. Su transformación en dirección de
este proceso no implica un cambio en su carácter
más general de bonapartista, sino en su contenido
social y por ende en la naturaleza de las nuevas contradicciones
que se le presentan –por un lado, la oposición
del imperialismo y la contrarrevolución interna,
por el otro, las masas movilizadas y su propia ala izquierda
dentro del M 26, en el medio jugando un papel cada vez más
preponderante y decisivo, la burocracia de Moscú
y los stalinistas cubanos–. Este bonapartismo va a
ser una de las condiciones del carácter deformado
del nuevo Estado, que luego del reflujo de la marea revolucionaria
y el estrechamiento de la relación con Moscú
–más allá de los vaivenes– van
a permitir la stalinización del régimen político.
Algunas consideraciones sobre esta definición
Nos
detendremos un instante a explicar esta definición.
Con esta categoría queremos saldar cuentas con las
posiciones que tienden a ver a la dirección castrista
como un producto revolucionario original que avanza empíricamente
al marxismo, tal como sostenía Ernesto Che Guevara.
Muchos epígonos adhieren así a una especie
de teoría del “sustitucionismo” que explicaría
la revolución cubana.25
El historiador marxista Isaac Deutscher explicando cómo
pudo triunfar la revolución china sin tener como
fuerza dirigente al proletariado, encuentra la respuesta
en lo que el llama el fenómeno del “sustitucionismo”.26
Según esta explicación, que no niega los puntos
de contacto entre el stalinismo y el maoísmo, el
Partido Comunista Chino habría podido dirigir la
revolución campesina en 1949 en un sentido socialista
por la adhesión de Mao al marxismo y por la íntima
ligazón entre la revolución china y la URSS.
Para Deutscher el análisis de Trotsky, según
el cual los ejércitos de Mao de triunfar podían
resultar la expresión del interés campesino
contra el proletariado, se mostró equivocado porque
se instauró un Estado obrero. En una segunda visión
Deutscher, ya desilusionado frente a la brutalidad de la
Revolución Cultural, define a Mao “como una
combinación de Lenin y Stalin” queriendo señalar
así la diferencia entre el comandante guerrillero
y el personero del régimen totalitario. Esta referencia
responde al objetivo metodológico de comparar procesos
políticos similares y responder a este tipo de visión
que ensalza las supuestas virtudes subjetivas de este tipo
de direcciones o quieren resaltar la posibilidad de ejercer
presión sobre las mismas. No vemos un leninismo inherente
en Mao tal como creía Deutscher o un empirismo revolucionario
en Fidel que los empuje a ser portavoces de las clases explotadas.
Los vemos más bien como actores excepcionales que
se ven obligados a adaptarse al proceso histórico
para no perder el control de los acontecimientos.
El M 26 como ya dijimos era un movimiento de la pequeñoburguesía,
policlasista de difusa ideología nacionalista y martiana.
Se nutría de la tradición insurreccionalista,
“jacobina”, de la pequeñoburguesía
cubana. Es al calor de la revolución política
que preconizan y llevan a cabo contra Batista que el M 26
queda al frente de las fuerzas sociales que radicalizarán
el proceso. Hasta este momento los guerrilleros de la Sierra
cumplen un rol jacobino, dinamizador y protagonista de la
lucha política. Los acontecimientos que ya hemos
descripto llevan a la ruptura del M 26 y a la imposición
final de la fracción más radical de Castro
y Guevara. Superada históricamente la época
del jacobinismo y las revoluciones políticas democráticas,
puestas en movimiento las clases explotadas, el auge de
la revolución impondrá una dinámica
al proceso cubano que no podrá ser contenida dentro
de los marcos democrático burgueses. El nuevo bonapartismo
que encarna Fidel Castro se monta sobre la ola revolucionaria
para darle un canal y controlarla. Su adhesión ideológica
al “socialismo” es funcional a esta necesidad
y a establecer una alianza con los sectores conservadores
dentro del Estado que –bajo la tutela de la URSS–
serán la base de una nueva burocracia.
La dirección de los comandantes
El
desarrollo de la revolución se encontró con
que cada paso adelante dado por las masas contra el imperialismo
y la burguesía, se expresaba bajo la forma de un
contragolpe del gobierno revolucionario, así las
masas actuaban en auxilio de las medidas de Fidel. La relación
establecida por la dirección con el pueblo era a
través de los mítines masivos donde Fidel
contenía su protagonismo, intentando de este modo
subsumir su iniciativa. Pasado el momento más agudo
de la revolución, Castro llama a la constitución
del Partido Unico de la Revolución como una forma
de institucionalización del proceso, liquidando la
libertad de tendencias que había existido hasta entonces
en el seno de las masas. Hecho esto se le impide a obreros
y campesinos expresar autonomía frente a los comandantes27,
transformados por el discurso oficial, y luego por la mitología
castrista en los portadores exclusivos de la revolución.
Esta es la forma ideológica con que una nueva burocracia
gobernante expropia políticamente las conquistas
de un nuevo Estado por parte de las masas.
La cada vez mayor subordinación de la dirección
castrista a Moscú, que llevo a duros debates y luchas
políticas en el seno de la dirección cubana
sobre la política exterior de la revolución
y la discusión sobre la orientación económica,
mostró la necesidad de la nueva casta gobernante
de reforzar su control acentuando su carácter bonapartista.
Estos son los límites que una dirección de
esta naturaleza impone al triunfo revolucionario, reforzado
por el hecho de tratarse de un país de la periferia
semicolonial, en un contexto mundial de colaboración
entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Es la forma que toma la reacción interna frente al
empuje revolucionario para actuar como un freno al interior
de la isla.
Esto también se refleja en su política exterior.
La alianza con el aparato stalinista internacional empuja
a establecer una estrecha colaboración con las burguesías
latinoamericanas. Esto no se hizo sin crisis, el mismo Guevara,
que se oponía progresivamente a aspectos de la política
de Moscú en cuanto a la economía y la coexistencia
pacífica, es derrotado y sus partidarios silenciosamente
desplazados de los puestos de mando del “Estado obrero
deformado”.
Autodeterminación de la clase obrera
Toda
revolución social inaugura un periodo de transición
donde la clase obrera y las masas expresan sus anhelos de
libertad. La revolución socialista es un medio para
conquistar mediante la dictadura proletaria un punto de
partida en la transición al socialismo y una base
de apoyo para la derrota del imperialismo y la revolución
a escala internacional. La expropiación de la burguesía,
la planificación y el monopolio del comercio exterior
son condiciones necesarias pero no suficientes para este
fin, mucho más en países de la perifería
capitalista. La actividad consciente y autodeterminada de
obreros y campesinos, su pleno dominio político y
su autogobierno, es imprescindible para crear nuevas relaciones
sociales libres e igualitarias, que preparen la abolición
del Estado como institución de dominio, en una sociedad
sin clases, el comunismo. Sin embargo, como transición,
en todo Estado obrero conviven las tendencias del viejo
orden y de la nueva sociedad. Allí donde una burocracia
impone sus designios se fortalecen las tendencias burguesas
tanto al interior, como régimen de control social
y de privilegio, como al exterior bajo la forma del abandono
de la lucha de clases y la conciliación con los capitalistas.
El curso que tomó la revolución cubana vuelven
a confirmar estas tesis.
Tomado desde un punto de vista histórico la ausencia
de un partido marxista revolucionario, anclado firmemente
en la clase obrera, impidió que en la revolución
cubana el proletariado impusiera su hegemonía como
dirección del proceso, y que éste se expresara
de forma autónoma en el desarrollo de los acontecimientos.
El doble poder que expresaran las milicias no bastó
para que surgieran organismos de autodeterminación
de las masas sobre el que se construyera el nuevo Estado,
tal como pudo ser en la experiencia de los soviets en los
primeros años de la Revolución Rusa. Las masas
fueron controladas por la dirección castrista antes
de que éstas pudieran poner en pie sus propias organizaciones
de autogobierno. La experiencia de los soviets no era ajena
al proletariado cubano, habían sido parte de la revolución
del ’33, donde la clase obrera alcanzó su punto
más alto de subjetividad y llegó a disputar
la hegemonía del movimiento antiimperialista.
Anteriormente afirmamos que el stalinismo nativo no pudo
ser efectivo en el proceso del ’59, sin embargo veinte
años de acción stalinista en el movimiento
obrero no pasaron sin consecuencias. La clase obrera cubana
llegó a la revolución sin haber construido
un Estado mayor alternativo sobre el cual apoyarse para
conquistar su independencia e imponer su hegemonía
en el movimiento revolucionario.
La ideología cubana
La
burocracia una vez erigida como poder intentó explicar
la historia a través de una “ideología”28
donde las fuerzas propulsoras, los obreros y campesinos,
hablan por boca de Fidel Castro, y el papel de las grandes
masas de hombres y mujeres en el proceso histórico
es subsumido por la iniciativa de los individuos que movidos
por una voluntad de cambio generaron las condiciones de
la revolución cubana.
Esta revolución, como todo profundo proceso de transformación
social ha sido “ (...) la historia de la irrupción
violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.”
Y “Sólo estudiando los procesos políticos
sobre las propias masas se alcanza a comprender el papel
de los partidos y los caudillos, que en modo alguno queremos
negar. Son un elemento, sino independiente, sí muy
importante, de este proceso. Sin una organización
dirigente, la energía de las masas se disiparía,
como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero
sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera,
ni el pistón, sino el vapor.”29 Fue el protagonismo
de grandes masas de trabajadores y campesinos que cambiaron
el destino colonial de la isla. Esto fue así a lo
largo de toda la historia de la Cuba moderna. En forma permanente
las masas intentaron doblegar la dominación imperialista
y colonial a las que las sometían las clases dominantes
nativas. Guerra y revolución recorren cien años
de historia cubana. Sin embargo, la “historia oficial”
de la revolución del ’59, que da origen al
primer Estado obrero deformado de América latina
y occidente, fue reescrita alrededor de una inversión
del proceso revolucionario. El rol primordial que se le
hace jugar a los caudillos de la revolución cubana,
en particular Fidel Castro así como la transformación
de Guevara en un ícono, tiene el múltiple
objetivo de identificar el interés de la revolución,
es decir el interés del nuevo Estado con el destino
de sus dirigentes. Esta es una forma de reforzar la autoridad
frente a cualquier cuestionamiento surgido de las entrañas
del movimiento de masas que ponga en duda su poder ejercido
con métodos bonapartistas. Otro aspecto velado por
la apariencia reside en no ahondar en las explicaciones
teóricas y en los balances estratégicos sobre
la revolución cubana y el papel de la misma en la
lucha de clases latinoamericana e internacional.
Es una falsa conciencia construida, que surge para justificar
el congelamiento de la revolución en los marcos de
la isla y la burocratización del régimen cubano.
Se trata entonces de desmitificar la historia revolucionaria
cubana poniéndola sobre sus pies.
1 Consideramos a Cuba un Estado obrero por el hecho de que
por medio de la conquista del poder político se expropió
a la burguesía y los terratenientes, se nacionalizó
la propiedad, se impuso el monopolio del comercio exterior
y se instauró la planificación como medio
de la política económica. Las características
deformantes de este Estado están dadas porque al
frente del mismo se encuentra una burocracia que impide
el ejercicio directo del poder por parte de obreros y campesinos,
obteniendo sus privilegios de la dirección de este
Estado y que actúa como un factor conservador del
orden social, en el terreno de la lucha de clases continental
e internacional. Todos estos elementos los desarrollaremos
a lo largo del artículo.
2 Uno de los principales animadores de esta corriente de
pensamiento es el intelectual brasileño Michel Löwy,
militante del Secretariado Unificado de la IV Internacional.
En la Argentina uno de sus exponentes es Néstor Kohan
docente de la UBA y de la Universidad Popular Madres de
Plaza de Mayo y autor, entre otros, de: De Ingenieros al
Che. Ensayo sobre el marxismo argentino y latinoamericano.
3 Néstor Kohan, De Ingenieros al Che. Ensayo sobre
el marxismo argentino y latinoamericano, Biblos, Bs.As.,
2000.
4 Ernesto Guevara, La planificación socialista, su
significado citado por Michael Löwy, Dialéctica
y revolución, Siglo XXI, México, 1978, p.
178.
5 La derrota del foco guerrillero en Ñancahuazu,
Bolivia, no sólo nos habla de la coherencia e integridad
revolucionaria del Che Guevara, sino también del
fracaso del intento de forzar mediante la voluntad de un
grupo decidido la revolución. Pagando con sus vidas
el precio de esta trágica empresa.
6 Citado por Silvio Frondizi, La revolución cubana.
Su significación histórica, Ciencias Políticas,
Montevideo, 1961, p. 74.
7 Ernesto Guevara, “Si la Alianza para el Progreso
fracasa” en Obras Completas, Legassa, Bs. As., 1996,
p. 231
8 León Trotsky, La Revolución Permanente,
El Yunque, Argentina, s.f, p. 167.
9 Cfr. Fernando Mires, La rebelión permanente. Las
revoluciones sociales en América Latina, Siglo XXI,
México, 1998. Luis Vitale, De Martí a Chiapas.
Balance de un siglo, Síntesis, Santiago, 1995. Silvio
Frondizi, op. cit. Ernesto Gonzalez, Historia del trotskismo
obrero e internacionalista en la Argentina. Palabra obrera,
el PRT y la revolución cubana, Antídoto, Bs.As.,
Tomo 3 Volumen 1, 1999.
10 “La Reforma Agraria radical, que es la única
que puede dar la tierra al campesino, choca con los intereses
directos de los magnates azucareros y ganaderos. La burguesía
teme chocar con esos intereses; el proletariado no teme
chocar con ellos. De este modo la marcha misma de la revolución
une a los obreros y a los campesinos.” Citado en Ernesto
Guevara, op. cit., p. 206.
11 León Trotsky, op.cit., p. 168.
12 Distorsionadamente, la polémica entre Guevara
y los soviéticos expresan esta nueva contradicción.
13 Instituto Nacional de la Reforma Agraria.
14 El revolucionario ruso León Trotsky señalaba
que en circunstancias excepcionales direcciones reformistas
y pequeñoburguesas podían avanzar más
allá de lo que deseaban, en el camino del “gobierno
obrero y campesino” entendido como un episodio transitorio
hacia la dictadura del proletariado: “(...) no se
puede negar categóricamente, por anticipado, la posibilidad
teórica de que, bajo la influencia de cirscunstancias
completamente excepcionales (guerra, derrota, crack financiero,
presión revolucionaria de las masas, etc), los partidos
pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, puedan
ir más lejos de lo que ellos mismos quieren en la
vía de una ruptura con la burguesía. En cualquier
caso, una cosa es indudable: aunque esta variante, sumamente
improbable, se realizara alguna vez en alguna parte, y el
“gobierno obrero y campesino”, en el sentido
arriba mencionado, se estableciera de hecho, representaria
meramente un corto episodio en la vía hacia la verdadera
dictadura del proletariado.” En León Trotsky,
El programa de transición para la revolución
socialista, Crux, La Paz, s.f, p. 60. Consideramos que el
caso cubano se ajusta metodológicamente a esta definición.
15 “El 26 de Julio no es un partido político
sino un movimiento revolucionario, sus filas estarán
abiertas para todos los cubanos que sinceramente deseen
restablecer en Cuba la democracia política e implantar
la justicia social”. El programa del 26 de Julio no
superaba los límites de la democracia burguesa: “1)
formación de un frente cívico revolucionario
con una estrategia común de lucha; 2) designación
de una persona llamada a presidir el gobierno provisional;
3) renuncia del dictador; 4) renuencia del frente cívico
a aceptar o invocar la mediación o intervención
de otra nación en los asuntos internos de Cuba, más
una petición a EE.UU. para que suspenda todos los
envíos de armas a la dictadura; 5) rechazo de cualquier
gobierno provisorio representado en una Junta Militar; 6)
apartar a los militares de la política; 7) llamar
a elecciones de acuerdo con lo establecido en la constitución
del ’40 y el código electoral de 1933; 8) bosquejo
de un programa mínimo a ser cumplido por el gobierno
provisional.” Citado por Fernando Mires, op.cit, p.
309.
16 Marcos Winocur, Cuba: Los primeros quince años
de la revolución, CEAL, Bs.As, 1973.
17 Ernesto Guevara, op.cit.
18 James Petras, Clase, poder y estado en el Tercer Mundo.
Casos de conflictos de clases en América latina,
F.C.E, México, 1993.
19 Este concepto de Guevara a Sartre está vertido
en el libro Huracán sobre el azúcar y es también
utilizado por Silvio Frondizi en su libro “La revolución
(...), op. cit. y retomado por Ernesto González en
el capítulo dedicado a este proceso en su “Historia
del trotskismo (...), op. cit.
20 Maurice Zeitlin, La política revolucionaria y
la clase obrera cubana, Amorrortu, Buenos Aires, 1973.
21 Según Adolfo Gilly, hablando sobre la popularidad
de los dirigentes stalinistas en el movimiento obrero cubano
contaba: “Un obrero me decía que Lázaro
Peña era el artífice de la más completa
unidad del proletariado cubano: la unidad contra él.”
Adolfo Gilly, “Cuba entre la coexistencia y la Revolución”,
en Monthly Review. s/e, 1964.
22 “El secretario general de la CTC-R (Central de
los Trabajadores de Cuba-Revolucionaria) fue electo en el
último congreso de la central obrera, realizado en
1961. Se lo eligió con el sistema de la candidatura
única, es decir, que ningún adversario podía
competir con él en la elección. Su designación
fue mucho más una decisión de arriba que una
elección de abajo. Los trabajadores, que apoyan y
defienden hasta la muerte a la revolución, no opusieron
resistencia organizada al sistema, pues hay una preocupación
que guía cada paso y cada iniciativa de los obreros
cubanos: no causar daño a la revolución, retenerse
o esperar cuando creen que alguna protesta, por justificada
que sea, puede perjudicar a la revolución.”
En esta cita Gilly, un observador cercano de los acontecimientos,
cuenta cómo fue electo secretario general el odiado
Lázaro Peña.
23 “La mecánica política de la revolución
consiste en el paso del poder de una a otra clase. La transformación
violenta se acentúa generalmente en un lapso de tiempo
muy corto. Pero no hay ninguna clase histórica que
pase de la situación de subordinada a la de dominadora
súbitamente, de la noche a la mañana, aunque
esta noche sea la de la revolución. Es necesario
que ya en la víspera ocupe una situación de
extraordinaria independencia con respecto a la clase oficialmente
dominante, más aun, es preciso que en ella se concentren
las esperanzas de las clases y de las capas intermedias,
descontentas con lo existente, pero incapaces de desempeñar
un papel propio (...)”, León Trotsky, Historia
de la revolución rusa, Antídoto, Buenos Aires,
1997.
24 León Trotsky, “La industria nacionalizada
y la administración obrera.” en Escritos Latinoamericanos
CEIP (comp.), CEIP, Buenos Aires, 1999.
25 Esta es una amplia tendencia de opiniones y posturas
que van desde los que centran su explicación en el
papel exclusivo de la dirección hasta la visión
más burguesa que señala el salto de calidad
por los factores externos, como la opción entre EEUU
y la URSS.
26 Al respecto ver “El maoísmo: sus orígenes,
antecedentes y perspectivas” en Isaac Deutscher, El
maoísmo y la Revolución Cultural China, Era,
México, 1974.
27 Con esta política reprimen y encarcelan, por ejemplo,
a los trotskistas cubanos del POR- Voz Proletaria, simpatizantes
de la corriente orientada por J. Posadas, que se niegan
a disolverse en pos de un partido único. Años
más tarde los militantes trotskistas serán
liberados a condición de que abdiquen de construir
un partido independiente que se referencie en las ideas
de la IV Internacional. Al respecto cfr. Gary Tennant, The
Hidden Pearl of the Caribbean: Trotskyism in Cuba, 1932-65.
Editado por Revolutionary History.
28 Utilizamos aquí el concepto de “ideología”
en el sentido que Marx y Engels le imprimen en La Ideología
Alemana: como falsa conciencia. A este respecto Engels explica:
“(...) el estado, una vez que se erige en poder independiente
frente a la sociedad crea una nueva ideología”.
(Federico Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana.). “La ideología es
un proceso que se opera por el llamado pensador conscientemente,
en efecto, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas
fuerzas propulsoras que lo mueven, permanecen ignoradas
para él; de otro modo, no sería tal proceso
ideológico. Se imagina, pues, fuerzas propulsoras
falsas o aparentes”. (Carta de Engels a Franz Merhing
14 de julio de 1893).
29 León Trotsky, Historia de la Revolución
Rusa, op. cit.
Apéndice:
Guerra
y revolución. Antecedentes históricos de la
revolución del ’59
Por
Gustavo Dunga y Facundo Aguirre |