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Estrategia Internacional N° 20
Septiembre 2003


Entre las ilusiones populares y los límites del nuevo gobierno

 

Por Jorge Sanmartino

 

El nuevo gobierno de Kirchner no es la mera continuidad del de Duhalde. Intentos gatopardistas y autoreformas para canalizar la nueva correlación de fuerzas impuestas por las jornadas de diciembre; mantenimiento de las "reglas de juego" de los años '90 que van desde el reconocimiento legal del robo de las privatizaciones hasta el mantenimiento de las leyes de flexibilización laboral y la miseria salarial; y la indefinición sobre las políticas económicas de largo plazo. Sin embargo hace mucho que un gobierno no generaba las expectativas que alcanzó Kirchner en amplios sectores de la población. ¿Se ha cerrado la crisis abierta en diciembre de 2001?¿Hacia dónde va el nuevo gobierno? ¿Qué perspectiva hay para la lucha de los socialistas revolucionarios en el periodo actual?

 

La transición del gobierno de Duhalde

 

Luego de las jornadas de diciembre de 2001 y de la seguidilla de presidentes que le sucedieron, sólo el aparato peronista de la provincia de Buenos Aires fue capaz de asumir el poder y contener la irrupción de masas que estalló a fines de 2001.
Con el reparto masivo de la asistencia social a dos millones de desempleados, la canalización judicial y la apertura gradual del corralito, el gobierno logró conjurar el peligro de nuevos levantamientos del hambre y aplacar la furia de las clases medias expropiadas.
Al mismo tiempo la devaluación de la moneda y la caída salarial abrieron un "nuevo horizonte" para las fracciones de la burguesía nacional que apoyaron la transición duhaldista.
Por último, el temor al desempleo evitó la emergencia de las luchas salariales y reivindicativas de la clase trabajadora que en el pasado echaron abajo innumerables planes de estabilización.
Con este resultado la crisis parecía haber tocado su piso y el actual ministro de economía Lavagna pudo jactarse de ello, anunciando un "veranito económico" después de más de cuatro años de recesión.
Este resultado despeja el debate que hemos tenido con algunas corrientes catastrofistas. No hace mucho insistíamos que el elemento catastrófico de la economía no llevaba en todo momento y lugar a la consecuencia directa de la revolución, o que haciendo de motor en su impulso primero, como en la crisis argentina, sin una contrahegemonía proletaria y popular, la reestabilización capitalista era no sólo posible sino incluso inevitable. En febrero de 2002 sostuvimos que "No basta el elemento revulsivo de la crisis económica capitalista, sino que es necesario atender a la composición de sus instituciones políticas y partidos, la deslegitimación (pérdida de hegemonía) sobre las clases aliadas y sobre las clases explotadas, y la capacidad del proletariado y de su partido revolucionario de conquistar el apoyo de las restantes clases".1
Para Gramsci, la respuesta mecánica inmediata de las clases a la crisis económica entra como acciones de coyuntura. Se trata por lo tanto de comprender el terreno más amplio en el que esas acciones inmediatas pueden traducirse en correlación social, política y, por último, militar de fuerzas.2 En Argentina, a pesar de la verborragia seudorevolucionaria de muchas corrientes catastrofistas estuvimos lejos de que el comienzo de la disgregación política del régimen se traduzca en la capacidad de la clase trabajadora de asumir un papel dirigente. En todo caso esas corrientes fueron incapaces de plantearse las tareas adecuadas en el momento adecuado.


Expropiación de las jornadas de diciembre

 

En el número anterior de Estrategia Internacional decíamos que la crisis había dislocado los viejos bloques económicos y políticos y tendía a estructurar cuatro "partidos" o "constelaciones políticas" en el sentido de una nomenclatura de clase.
Una de las consecuencias de las jornadas de diciembre fue el aceleramiento del traspaso en el dominio político del primer conglomerado, el "partido de las finanzas y las privatizadas", al segundo, el de la burguesía nacional. La derrota del menemismo es el símbolo más visible de su retroceso. Esta coalición de la derecha "neoliberal" ha sido golpeada, quedó a la defensiva, pero como veremos, de ninguna manera derrotada, entre otras cosas porque controla una parte sustancial de los resortes económicos del país y con el cual el gobierno y las restantes fracciones de clase tendrán que negociar.
¿Qué pasó con el segundo conglomerado, el partido de la burguesía nacional, el de la "patria devaluadora"?
Estamos en presencia de una paradoja de tantas jornadas y procesos revolucionarios donde la lucha de las masas populares es utilizada por una fracción de la burguesía contra otra y sus fuerzas expropiadas por ésta.
Las masas que fueron el factor decisivo para derrotar al gobierno de De la Rúa y con él a la fracción más concentrada del capital que comandó los destinos económicos del país en la última década, es utilizada y expropiada en favor de los intereses de las fracciones burguesas exportadoras y algunas ligadas a la sustitución de importaciones. Este segundo "partido" fue el que lideró el proceso y ganó con la pesificación de las deudas, la devaluación competitiva y la caída de los costos salariales y sostuvo la transición apoyando al gobierno de Duhalde.
Pero este proceso no fue fatalmente inevitable, sino que es el subproducto vivo de la lucha de clases, de la incapacidad de la clase trabajadora para intervenir y ofrecer una salida propia, y del handicap que posee la clase dominante ante la ausencia de una alternativa política capaz de conquistar su propia hegemonía.
Una apreciación estrecha de la inevitabilidad de los resultados fracasa en responder con su misma lógica, es decir bajo la lógica de las estrictas determinaciones económicas, ¿por qué la misma burguesía nacional que sufre de una debilidad y un raquitismo agudizados por la extranjerización de la economía y la penetración imperialista, se vio inesperadamente en la cresta de la ola parasitando la correlación de fuerzas sociales que dieron las jornadas de diciembre?
Pero en el terreno político la cosa fue distinta.
Aquí Duhalde sólo alcanzó a contener las luchas populares y convocar a nuevas elecciones. La expropiación política de las jornadas no iba sino a consolidarse con la asunción de Kirchner, transformando la tendencia a la participación directa en los asuntos públicos en su contrario, mediante la idea de que esos asuntos pueden ser resueltos desde las cumbres del poder. Y esta idea de que es el Estado quien acumulando apoyo popular puede lograr un rumbo distinto, sólo podía ser encarnada no por la perpetuación visible del viejo personal político de Duhalde y su camarilla, sino mediante algún tipo de renovación. Bajo el maquillaje de las reformas políticas pueden, como sucede hoy en Argentina, "pasivizar", al decir de Gramsci, el proceso revolucionario, es decir, transformarlo de un factor activo basado en la acción directa desde abajo en uno "pasivo" sostenido en las ilusiones de cambios "por arriba". Esto no significa, desde luego, que el gobierno de Kirchner concluya desde el poder la tarea emprendida por las masas desde abajo como pretende el progresismo, sino, al revés, su canalización y dispersión en múltiples medidas cosméticas que persiguen la relegitimación del viejo régimen político.


Triunfo de la salida electoral

 

A falta de candidato propio y del rechazo a su postulación por parte del gobernador de Santa Fe Reutemann, o de la escasa perfomance de otros candidatos como de la Sota, es Kirchner, un oscuro gobernador de una lejana provincia con no más de 180 mil habitantes y que no sobrepasaba inicialmente más del 8% de la intención de votos, sin incidencia en el aparato nacional del PJ, representante de un minoritario "peronismo progresista"; el hombre llamado a ser por Duhalde la figura que compitiera con el menemismo.
El plan de la transición de Duhalde finalmente triunfó. En la raíz del asunto está presente la evidencia de que las jornadas adolescieron de una mayor profundidad, mayor radicalidad y sobre todo de una participación activa de la clase trabajadora. De hecho la participación en las mismas fue de miles y cientos de miles, no de millones. La radicalización del proceso fue bloqueada por la política activa desde el Estado. Y la clase trabajadora que hubiera podido potencialmente entrar en escena cuando las tres centrales sindicales amenazaron con el paro nacional (finalmente frustrado) si no renunciaba De la Rúa, tuvieron una participación muy marginal. Esta falta de centralidad obrera es lo que marcó los límites de los acontecimientos de diciembre.3 Es por ese motivo que desde un comienzo discrepamos con quienes pretendían comparar los eventos de diciembre con la "revolución de febrero" en Rusia del '17 o quienes se apresuraron a decir que estábamos en presencia de una "revolución democrática" cuando en verdad la irrupción de masas había echado al gobierno pero de ninguna manera logró derribar al régimen.4 Ni siquiera podía ser comparada con el Cordobazo (1969), que fue una semiinsurrección obrera y popular que marcó el inicio de la crisis y posterior caída de la dictadura en 1973 y abrió el mayor ascenso revolucionario en la historia nacional, obligando a la burguesía a traerlo a Perón como garantía para controlar el ascenso. Esta discusión, lejos de ser un "preciosismo analítico" tuvo las mayores implicancias en el campo de la actividad práctica y la estrategia política en el seno de las fuerzas populares y la izquierda. En definitiva, la ausencia de quien debía ser el eje articulador de una alianza de clases que permitiera la caída del régimen político, la masiva clase trabajadora argentina, mostraba desde el inicio los límites infranqueables del proceso que no podía ser sustituida por una endeble alianza del "piquete y cacerola". Aunque en su momento fuimos tildados de "obreristas", en realidad la emergencia de la clase trabajadora a nivel masivo era la opción más realista para mantener el apoyo de las clases medias a la causa popular y robustecer la alianza de las clases explotadas. Esto nos permitió anclarnos en la tarea clave de ir a la clase trabajadora, en especial a su vanguardia más combativa, en una tarea ardua y constante para intentar el desarrollo de una política clasista y revolucionaria en el seno de una nueva generación de trabajadores.
Un error simétrico cometen quienes en su momento no le adjudicaron a los eventos de diciembre de 2001 prácticamente ninguna significación histórica, y ahora dan por demostrada su ciencia con el retroceso de las luchas populares y la estabilización parcial de la situación. Estos análisis pedantes no pueden comprender, sin embargo, que la misma exigencia de un traspaso electoral rápido por parte de Duhalde y la pose "renovadora" de Kirchner son tributos que los políticos del régimen deben ofrendar a la relación de fuerzas impuestas por las masas para poder recomponer el régimen de dominio. Es verdad que las masas no lograron el "que se vayan todos" y esos son los límites insuperables de las jornadas. Pero el alcance del movimiento popular obligó al poder político a tomar en cuenta "la opinión de la calle", sobre todo en las grandes concentraciones urbanas. Incluso los votos obtenidos por Luis Zamora en la Capital, son una expresión indirecta de las huellas que dejó el diciembre de 2001.


¿Se superó la crisis orgánica?

 

En su momento hemos definido la situación como una crisis orgánica tomando la definición de Gramsci.
Esta crisis no era una crisis particular del "modelo" o una "crisis de representación política", sino la manifestación particularmente aguda de la crisis del capitalismo semicolonial argentino. Y se caracterizó por una crisis de hegemonía de la clase dirigente, la pérdida de consenso sobre las clases medias que fueron el pilar de la estabilidad de la democracia burguesa, el descrédito de sus instituciones políticas que quedaron al desnudo luego de haber sido ejecutoras implacables de los planes neoliberales, y también por la fractura horizontal entre las fracciones burguesas a medida que la crisis se precipitaba.
Esta crisis se fue conformando durante varios años, sobre el terreno de una recesión profunda, de un nuevo escenario económico mundial donde el flujo de capitales amenazaba con invertir el sentido de la flecha y dejar en el aire la convertibilidad y el consiguiente pase a la oposición primero de la clase trabajadora y luego, sellando la suerte definitiva del gobierno de la Alianza, de las clases medias.
Mientras De la Rúa conservó el apoyo de las clases medias, los paros y marchas nacionales de los trabajadores, organizadas por los sindicatos pudieron ser contenidas. Pero las políticas cada vez más antipopulares dictadas por el FMI socavaron el consenso de su base social aliada, la pequeñoburguesía que había llevado al poder a radicales y frepasistas. Cierto es que el "consenso" del último periodo previo al estallido estaba fundado más bien en un rasgo negativo que positivo, es decir, en el terror de la pequeñoburguesía a una estampida de la moneda y la salida de la convertibilidad. Cuando esto fue inevitable el estallido de las jornadas también lo fue.
Pero de todas las variantes que podían darse como salida al impasse burgués después de diciembre, desde la más audaz: que el proceso se profundizara y obligara a la convocatoria de una asamblea constituyente amañada, hasta, y citamos textualmente, "…autoreformas 'gatopardistas' salidas de las entrañas del propio régimen" ,5 pasando por variantes intermedias, se dio la segunda, la más conservadora y no por cierto la que se veía en ese momento como la más probable.
Estas autoreformas apuntan a restablecer la hegemonía perdida. Su eficacia se verá en el próximo periodo. Por ahora difícilmente la combinatoria de una economía que no termina de despegar y reformas cosméticas en el régimen puedan recomponer la credibilidad de los partidos políticos tradicionales; de los burócratas sindicales; de instituciones como la Corte Suprema y los jueces de la servilleta; de los senadores sobornados para votar las leyes de flexibilización laboral, la mayoría de los cuales mantendrán sus cargos después de las elecciones.
Tampoco podrán soldar la fractura interburguesa que la recesión acrecentó y la devaluación consolidó, quiebre que rompió el bloque de poder sólidamente establecido por más de una década.
En conclusión, el triunfo de la transición duhaldista no abre un nuevo ciclo histórico de florecimiento burgués, de recomposición de algún bloque dominante hegemónico, aunque sí logró cerrar la situación prerrevolucionaria abierta en diciembre de 2001 y abrir una nueva situación, todavía no definida, transitoria, con elementos de una situación no revolucionaria, cuyo punto de inflexión fue el exitoso traspaso del mando a Néstor Kirchner.


Kirchner no es la mera continuidad de Duhalde

 

Con Kirchner subió al poder una nueva fracción del peronismo. Es verdad que lo hizo gracias al pacto con el duhaldismo y que de hecho el gabinete representa en su composición ese acuerdo. Pero el grupo kirchnerista, colocado en los resortes claves del gobierno es social y políticamente pequeñoburgués, más parecido a la camarilla, podríamos decir, del Chacho Alvarez y el Frepaso que al aparato duhaldista.
Uno, planteando reformas cosméticas del régimen, concita el apoyo masivo de las clases medias urbanas; el otro, rechazó la más mínima reforma y defendió el privilegio de las viejas camarillas políticas. Uno, propenso al diálogo con los sectores progresistas que de hecho incorporó al gobierno, el otro rechazó cualquier acuerdo con estos sectores en las listas del PJ bonaerense; uno inclinado a entenderse con Ibarra, el otro más afín a Macri; Cristina Fernández de Kirchner incorpora referencias feministas en sus discursos, Chiche Duhalde hace gala de su característico oscurantismo clerical; uno proyecta el ingreso del progresista Zaffaroni a la Corte, el otro incorporó a su ladero Maqueda; uno removió a las cúpulas militares, el otro las había dejado en su lugar. Kirchner atacó a Scioli cuando éste se destapó como vocero del establishment, Duhalde al revés no sólo lo apañó sino que fue quien lo promovió como candidato a Vicepresidente.
Habrá que establecer aun las implicancias económicas, estructurales, si las hay, de estas diferencias.
¿Terminará Kirchner representando más que a la burguesía nacional a la pequeñoburguesía en su intento de jugar el papel de intermediaria si se restableciera un circuito de inversiones por la vía del ingreso de capitales, ligado a las grandes empresas extranjeras dando origen a una burocracia comisionista del "tanto por ciento"? De hecho el grupo dirigente santacruceño creció al amparo de las regalías petroleras de la Repsol. Aunque el flujo de inversiones internacionales hoy no es expansivo, no se puede descartar que sobre la base de la caída del valor de los activos locales, empresas dedicadas, por ejemplo, a las industrias extractivas, puedan realizar inversiones altamente rentables basadas en la exportación. ¿O primará la escasez de capital y el esquema duhaldista de dólar alto y superávit se sostendrá en una apuesta más efectiva hacia las grandes empresas exportadoras y grandes grupos nacionales? ¿O finalmente será un compromiso entre ambos sectores, en absoluto contradictorios, que logren a su vez un acuerdo de mediano plazo con el FMI?
Todo esto está aún por revelarse, pero la clave del futuro gobierno, a falta de un sólido bloque de poder dominante como en los '90, estará en lograr algún acuerdo por más precario que resulte.
Al igual que lo había hecho el radicalismo con el Frepaso, el peronismo progresista logró arrastrar al "tercer partido" neoreformista, compuesto por el heterogéneo mosaico de agrupamientos de centroizquierda, Aníbal Ibarra, la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos) y otras figuras menores, que confluyeron en el apoyo al gobierno. En realidad este tercer sector nunca fue más que un apéndice de izquierda del partido de la devaluación. La redistribución del ingreso, la recomposición salarial y el fortalecimiento de las herramientas de política económica son en realidad un complemento de las "nuevas reglas de juego".
Kirchner logró ser una bisagra entre el segundo y el tercer partido, porque él mismo representa el espectro de la pequeñoburguesía en el seno del único partido burgués que quedó en pie después de la crisis. En ese sentido el progresismo pequeñoburgués constituye el personal más adecuado a la burguesía para recapturar legitimidad social.


Los alcances del "capitalismo en serio"

 

El nuevo gobierno ha decidido: 1) suscribir acuerdos con el FMI que le impondrán en el mejor de los casos un superávit fiscal del 3% del PBI que serán transferidos a las arcas de los organismos de crédito internacional. Son más de 12 mil millones de pesos anuales. Todos esos recursos están en el Banco Central y el FMI exige que se aumenten para cumplir el pago de la deuda. No habría que olvidar que el actual ministro Lavagna pagó a lo largo de 2002 más de 5 mil millones de dólares. 2) mantener las "conquistas" de la etapa anterior garantizando la continuidad jurídica de las empresas privatizada; se apresta después de las elecciones a aumentar el precio de los servicios públicos. Los "nuevos contratos" que se renegociarán pueden disminuir las ganancias para empresas de servicios como la luz y el gas, pero el piso es el beneficio monopólico que este gobierno les garantizará. Al mismo tiempo la nueva administración rechazó imponerle mayores retenciones impositivas a la burguesía agropecuaria y a las rentas minera y petrolera. Se vanagloria al contrario de no aceptar su disminución. 3) beneficiará a los bancos mediante el pago de las diferencias por la pesificación asimétrica y los recursos de amparo, al tiempo que comenzará la tan postergada reestructuración del sistema financiero por orden del FMI. Esto acaba de comenzar con la votación en la Cámara de Diputados de leyes financieras que permiten una absoluta discrecionalidad en el manejo de los pagos al exterior e inmunidad judicial para los directivos del Banco Central. 4) rechaza aumentar el salario para que vuelva siquiera a recuperar el nivel ya bajísimo previo a la devaluación de la moneda con la que cayó más del 28%, con lo cual hunde al mismo tiempo el mercado interno y la producción nacional colocándole un techo infranqueable al crecimiento por el consumo doméstico y en consecuencia a la reactivación industrial por la vía de la sustitución de importaciones. Otros gobiernos en la historia nacional han hecho demagogia desarrollista como el actual, pero, como en el caso del de Arturo Frondizi (de 1958 a 1962), venía acompañada de un 60% inicial de aumento salarial. El aumento del salario mínimo no sólo alcanza a una porción ínfima de trabajadores sino que ha sido irrisorio (su principal impacto ha sido provocar el aumento de alquileres a partir de la suba del Coeficiente de Variación Salarial que los actualiza, igual que sucede con los créditos hipotecarios) y la disminución del desempleo se ha dado fundamentalmente a partir de la maniobra estadística de contabilizar como "ocupados" a muchos de los que reciben los $150 de los Planes Jefes y Jefas, siendo además precarios la gran mayoría de los nuevos puestos de trabajo creados. Se estima que el 90% del escaso trabajo creado es en negro.6
El verso kirchnerista viene con las manos vacías, dándole continuidad a la pulverización del salario que el ministro Lavagna tiene como eje de una "recomposición de los negocios" en favor del empresariado nacional. El tan anunciado plan de obras públicas es para este año una simple ejecución de lo que ya estaba presupuestado. Y cuanto más superávit fiscal acuerde con el FMI más quimérico se vuelve dicho plan hacia el futuro.
Ante los cantos de sirena de la centroizquierda e incluso de sectores de la izquierda que para embellecerlo mistifican la verdadera política económica del gobierno bien vale escuchar al mismísimo Sturzenegger. El ex secretario de política económica de Cavallo, polemizando con López Murphy elogió la "racionalidad" de la política de Kirchner en lo fiscal, en la continuidad de la apertura comercial y en que se mantenga la desregulación de la economía, y estimó que Kirchner puede ser "un pragmático que busca crear un capitalismo transparente y sano, que avance sobre lo hecho por el menemismo, pero sin atacarlo".7
En conclusión, al no afectar los intereses de fondo del establishment; al mantener el pago de la deuda externa y aceptar el monitoreo de la economía nacional por los burócratas de Washington; al mantener las ganancias monopólicas de las empresas privatizadas encareciendo de paso los insumos energéticos industriales; manteniendo una estructura productiva intacta basada en la reprimarización de la economía y la utilización de una parte disminuida de la renta agraria, minera y petrolera, el gobierno "neodesarrollista" socava las bases de la acumulación nacional.
Para asegurar un rumbo distinto a los que transitó la Argentina durante los últimos años haría falta romper con el FMI, recortar el derecho de propiedad de las grandes empresas, los bancos y la burguesía agropecuaria y expandir el consumo interno mediante una nueva redistribución del ingreso nacional, entre las medidas más elementales. Pero cualquiera de estas medidas de autodefensa nacional serían denunciadas como subversivas por los Techint, los Pérez Companc y todas las ilustres familias del empresariado nacional y la oligarquía terrateniente.8
En definitiva, todo el secreto reside en utilizar las ventajas ya logradas por su ministro Lavagna bajo la presidencia de Duhalde como plataforma para alcanzar un nuevo ciclo de crecimiento modesto basado en las exportaciones, el aumento de la recaudación impositiva utilizando para ello la capacidad ya instalada y el consumo reprimido de las clases medias altas, para lograr un creciente superávit fiscal y pagar la deuda externa. Un ciclo que de darse no cambiará nada sustancial en la base productiva del país y al revés recomenzará, junto a los pagos de la deuda, el flujo de divisas al exterior, la descapitalización de la industria, y en definitiva reproducirá en forma disminuida el tipo de acumulación estrecha y dependiente que estuvo históricamente en la base del fracaso del capitalismo nacional.


En la búsqueda del compromiso perdido

 

Aunque Kirchner se proponga adecuar las instituciones políticas y las relaciones económicas a la nueva circunstancia latinoamericana (crisis de las políticas neoliberales y nueva crisis de la deuda, devaluaciones competitivas, falta de crédito internacional, opinión pública desfavorable a la apertura indiscriminada) tratando de alcanzar un delicado equilibrio entre los distintos sectores de clase, no está tan claro que pueda lograrlo. Los sectores que se beneficiaron durante los '90, las empresas privatizadas, los bancos, los grandes grupos extranjeros se encuentran agazapados y desde el feroz lobby que realizaron los gobiernos europeos para defender a sus empresas bajo el gobierno de Duhalde, hasta el chantaje permanente de las empresas prestadoras de suministros energéticos no han dejado de conspirar en favor de sus propios intereses. La crisis abierta por las declaraciones del vicepresidente Scioli, que destacamos más abajo, hay que enmarcarla en esta política de los sectores ligados al establishment y ganadores de la década pasada de presionar e incluso crear un polo político de la derecha que los represente. La Sociedad Rural comenzó a ejercer una presión creciente para disminuir el impuesto a las retenciones a las exportaciones agropecuarias.
Por eso decimos que a pesar de la política moderada de Kirchner para lograr compromisos, estos sectores no lo consideran su gobierno, como sí lo fueron el de Menem y De la Rúa. Paradójicamente la base empresaria de su gobierno, los exportadores y los empresarios que trabajan para el mercado interno que fueron arruinados en la década pasada, son una base muy estrecha para lograr los consensos que alcanzó el gran capital extranjero cuando la oleada privatizadora y los préstamos fáciles trajeron consigo un flujo creciente de capitales, robustecieron a las clases medias altas ligadas a los negocios importadores e incluso facilitaron la fuga de capitales y la reconversión de fracciones enteras de la burguesía nacional.
Que Kirchner decida reunirse primero con la flamante Coinar (Coordinadora Interempresarial Argentina) que agrupa a los empresarios nacionales arruinados por las políticas aperturistas de los '90 antes que con el establishment o que lo haga con Abappra (Asociación de Bancos Públicos y Privados de la República Argentina) antes que con los bancos extranjeros son señales, símbolos, pero de una base extremadamente estrecha.9 He aquí el fundamento material de su incapacidad para alcanzar una nueva hegemonía burguesa y reconstruir un sólido bloque de poder.
La capacidad de Kirchner de alcanzar compromisos entre el capital extranjero y el local, entre los exportadores y los bancos, entre los importadores y los mercadointernistas, etc., no depende sólo de su voluntad política y tampoco de los compromisos nacionales, sino que está subordinado a la política del imperialismo norteamericano y europeo. Lo que aún no está claro es hasta dónde los EEUU y Europa o ambos a la vez están dispuestos a negociar y a conceder para alcanzar dichos compromisos, única base real que puede brindarle cierta estabilidad al nuevo gobierno.
Hasta ahora la política de la administración Bush hacia el continente ha sido extremadamente agresiva en varios planos: en el militar presionando con su injerencia a partir de Colombia. No es casualidad el contingente de países centroamericanos que ya han embarcado hacia Irak. En el plano político la exigencia de no contradecir a EEUU tuvo un nuevo impulso con los acuerdos bilaterales para burlar las facultades del Tribunal Penal Internacional,10 así como una constante injerencia, mucho mayor que en otras etapas de las embajadas norteamericanas en todos los asuntos domésticos de los países de la región. En el plano económico el ALCA es una política agresiva que va dirigida a lograr una nueva y mayor apertura de las economías regionales mientras EEUU conserva e incluso aumenta sus barreras proteccionistas. No por casualidad la exigencia del ALCA vino acompañada de una negativa cerrada a discutir el recorte de los subsidios agrícolas y una amenaza fáctica al haber firmado con Chile un acuerdo comercial bilateral después de tener cajoneado el proyecto durante años. Incluso sectores de Wall Street apuestan a una ruptura de cualquier acuerdo y una política de aislamiento.11
El perfil de la política exterior que viene mostrando Kirchner no pretende tomar ninguna medida ofensiva frente al statu quo imperialista, sino simplemente establecer una alianza defensiva con Brasil, Venezuela y otros países en el marco del Mercosur. Se trata de negociar en mejores condiciones los términos de la sumisión y la dependencia. Lula en Brasil optó rápidamente por subordinarse a Bush y a un acuerdo desventajoso con el FMI, reproduciendo como dos gotas de agua la política neoliberal clásica de la época de F. H. Cardozo. Pendiendo sobre su cabeza la espada de Damocles de la fuga de capitales y la disparada del riesgo país, Lula restringe al mismo tiempo la capacidad ya disminuida de las burguesías regionales y de la Argentina en particular de negociar en mejores términos con EEUU.
No es casual que el gobierno no apueste a una sola figura. Se acerca a Lula para luego mostrarse con Chávez; recibe a Fidel y a las pocas semanas viaja a reunirse con Bush; parte hacia a Europa para acercarse políticamente, pero se entrevista con los empresarios norteamericanos y rechaza la invitación de los europeos.
Este juego es parte del "tira y afloje" en las negociaciones con las potencias centrales y los organismos de crédito. En este juego Europa parece ser menos proclive a un entendimiento que el propio gobierno de Bush. De allí proviene la exigencia más severa del aumento de tarifas y de un mayor superávit fiscal.
De cómo concluyan estas negociaciones, de cuánto acepte conceder EEUU, de cuánto esté dispuesto Bush y la administración republicana a ofrecer a cambio del apoyo argentino en otros rubros, dependerá la estabilidad política interna, la capacidad de alcanzar compromisos y en consecuencia de asegurar una relativa estabilidad política a mediano plazo. Pero todo esto el gobierno aún lo tiene que conquistar, mientras la derecha se mantiene agazapada.
Si en definitiva este compromiso no fuera posible, si la presión imperialista alcanzara nuevos picos, si se le negara a la Argentina la renegociación de la deuda y el acceso al crédito internacional y si la presión política aumentara, el gobierno se verá en la disyuntiva de ceder cada vez más y establecer alianzas a su derecha, o resistir la embestida apoyándose en el movimiento popular. A esta última variante es a la que históricamente le temen las burguesías locales, toda vez que la movilización popular puede resultar en una radicalización que exceda los marcos de la propiedad y la legalidad burguesa. Uno de los últimos intentos de negociar la deuda en común con otros países se dio al comienzo de la presidencia de Alfonsín (1983-1989) bajo el ministro de economía Grispun. En esa oportunidad el Club de Deudores quedó en la nada frente a las presiones imperialistas y el gobierno democrático inclinó la cerviz hacia EEUU. La historia de los últimos 20 años de democracia y sus resultados hablan por sí mismos.
De cualquier manera lo más probable es que en el próximo periodo no alcancemos ninguno de estos extremos y que observemos algún acuerdo intermedio, como el que a principios de septiembre de 2003 están negociando los enviados del FMI en Buenos Aires, que abarcaría formalmente tres años pero que deberá rediscutirse dentro de 12 meses. Un modesto acuerdo de estas características puede facilitar el fortalecimiento del centro político y los acuerdos Kirchner-Duhalde para mantener la gobernabilidad.


Demagogia y reformas cosméticas

 

El gobierno de Kirchner subió con no más del 22% de los votos, de los cuales la mayoría fueron aportados por el aparato duhaldista. En realidad Kirchner no tiene ni siquiera una estructura política nacional. Por eso, su dedicación casi exclusiva fue la de crear para sí un poder político que le permita acumular fuerzas propias. No teniendo verdaderamente un margen para impulsar medidas económicas de carácter popular, su obsesión fue la de distinguirse en el terreno político. De hecho despertó ilusiones en las masas populares porque encaró una serie de medidas gatopardistas. Así pasó a disponibilidad a las cúpulas del ejército, depuró de viejos funcionarios menemistas el Pami (Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados), impulsó en la Cámara de Diputados el juicio político a jueces de la Corte Suprema, primero a Nazareno y después a Moliné O 'Connor, y se propone "ayudar" a que renuncien jueces del Fuero Federal.
Por último, concretó la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final en el Congreso, contra la opinión de muchos diputados del propio PJ, lo que fue su política más audaz.
Medidas de este tipo no son incompatibles con las ideas que profesan las administraciones de los países centrales ni estorban los intereses de los acreedores o de los empresarios.
Con estas medidas Kirchner recoge hoy en las encuestas el apoyo de más del 85% de la población.
En conclusión, por primera vez en años un gobierno adquiere aspectos de colaboración de clases, es decir apoyado en ciertos sectores populares, los movimientos de desocupados, de derechos humanos, etc. Las ilusiones despertadas por las masas han venido acompañadas por un apoyo incondicional por parte de las fuerzas de la centroizquierda, incluida la CTA, como del apoyo de los movimientos de desocupados e incluso de parte de partidos de izquierda como Izquierda Unida y de casi todos los organismos de derechos humanos desde la APDH hasta Hebe de Bonafini.
Esta nueva situación política requiere de una adecuación imprescindible del programa y las tácticas políticas. En primer lugar de una delimitación en todos los terrenos con el gobierno que defiende los intereses capitalistas y protagoniza la recomposición política del régimen.
En segundo lugar es imprescindible establecer un diálogo con las masas que tienen ilusiones y que pretenden aprovechar al nuevo gobierno para recuperar lo perdido o para impulsar cambios políticos que dejen atrás las versiones menemizadas de la política pública.
Este diálogo es más necesario que nunca porque las corrientes de la izquierda lo han pintado de tal forma que reforzaron las ilusiones populares ("si lo apoya hasta Hebe de Bonafini y la izquierda") y crearon una confusión deliberada sobre los verdaderos propósitos del gobierno.
El caso paradigmático ha sido el de la anulación de las leyes de impunidad. El pedido de extradición del juez español Baltasar Garzón (ahora dejado sin efecto por decisión del Poder Ejecutivo Español) obligó a adelantar los tiempos y el gobierno se decidió a acelerar la anulación de las "leyes del perdón". Dicha anulación permite que se cierre el capítulo de las extradiciones aunque al mismo tiempo no asegura el juicio efectivo a los militares. La alegría que sintió una importante parte del pueblo argentino por la anulación de esas leyes infames está plenamente justificada. Pero esta conquista histórica no puede ocultar que en el medio existe una maniobra política evidente: la anulación no incluye el indulto, no garantiza el juicio efectivo porque deja en manos de la Corte Suprema la última palabra y sobre todo porque estas leyes son anuladas 15 años después de haber sido efectivizadas. En su momento las leyes de impunidad salvaron a las FFAA de un posible quiebre preservando la institución represiva. Hoy la anulación no tiene ningún efecto dislocador y al revés, puede permitir que se relegitimen ante la sociedad. Los cortesanos bien podrían parar todo el proceso o encarcelar a algunos símbolos emblemáticos del genocidio con lo cual perfeccionaría el aparato represivo haciéndolo digerible para la opinión pública.
Izquierda Unida aceptó acordar con el gobierno bajar el punto de la anulación del indulto. El diputado Zamora denunció correctamente esta claudicación, pero no ofreció ningún planteo alternativo para lograr el juicio efectivo a todos los genocidas ni apeló a la movilización extraparlamentaria para imponerlo.
Lo que se puso en cuestión desde las jornadas de diciembre es el carácter, el contenido de cada una de las instituciones políticas que llevaron al país al marasmo. Se puso en discusión no la participación de tal o cual cortesano en la alta magistratura, sino la existencia misma de un órgano separado de la población y enfrentado a ella. Instituciones que emanan de la archireaccionaria Constitución del '53, una copia de la norteamericana, que las sucesivas reformas, incluida la del '94, preserva y perfecciona lo que se ha dado en llamar el sistema de "frenos y contrapesos", por medio del cual tanto el derecho de veto del Poder Ejecutivo como el derecho de la Corte Suprema de declarar la inconstitucionalidad de las normas, recortan el poder de las legislaturas. Así, cualquier cuestión favorable a las mayorías que por casualidad y excepción se vote en el Congreso, puede ser "frenado y contrapesado" por instituciones absolutamente antidemocráticas como la Corte Suprema. De hecho esta última monopoliza la "última palabra" en todos los temas de importancia para la sociedad. De la misma manera los jueces no son elegidos por el voto popular y permanecen en sus cargos de por vida.
No está de más anotar aquí que este sistema de "contrapesos" nació con la constitución norteamericana de 1787 para desvincular al legislador de su electorado y evitar que se transforme en representante de la "mayoría impulsiva".12 Hasta el esclavista Thomas Jefferson, denunció el poder discrecional y arbitrario del Poder Judicial y rechazó que los jueces conservasen de por vida sus cargos.13
Lo mismo sucede con el Senado, una vieja institución proveniente de la clasista Cámara de los Lores británica y que representa en nuestro país una combinación de las grandes familias terratenientes y empresarias que dominan la vida en las provincias y los caciques políticos que las representan. El gobierno de Kirchner y su cohorte progresista no se proponen modificar sustancialmente ninguno de estos fundamentos.
Para la clase trabajadora, que no tiene sino por objetivo estratégico la revolución socialista y la instauración de una democracia enteramente nueva, basada en la igualdad real como productores asociados y en organismos de democracia directa, mil veces más democrática que cualquier constitución burguesa; no es indiferente la lucha por una democracia más generosa (Trotsky), más profunda, en el periodo actual de la lucha del proletariado por su liberación. En las actuales circunstancias se impone el planteo de la eliminación de la Corte Suprema de Justicia, la reglamentación de los juicios por jurados, y la elección de éstos por sufragio universal, así como la disolución de la Cámara de Senadores y la imposición de una cámara única, la revocabilidad de los mismos y la elección de los altos cargos de la administración pública nacional, entre otros aspectos de un programa democrático revolucionario.


Los partidos en crisis son reemplazados por coaliciones inestables

 

Uno de los elementos que indican la persistencia de una crisis de hegemonía es, como lo mencionamos antes, la incapacidad de reconstituir un nuevo sistema de partidos.
El bloque Duhalde-Kirchner fue lo suficientemente fuerte para derrotar a Menem, pero es extremadamente heterogéneo para pensar que de allí surgirá un nuevo partido consolidado.
El PJ aumentará su caudal electoral, reforzará su presencia en el Congreso, pero difícilmente pueda hablarse ya de un partido único. Es más bien una federación de partidos, cada uno con sus propios intereses.
En todo caso la orientación centroizquierdista y renovadora de Kirchner y la defensa de los viejos caciques peronistas del interior por parte de Duhalde muestran que son sólo aliados circunstanciales.
El ex presidente Duhalde, que jugó un papel de árbitro bonapartista en el medio de la crisis de 2001 garantizando por sobre las disputas sectoriales la gobernabilidad de conjunto, puede estar ubicado como reserva política para volver de la misma manera si la polarización derecha-izquierda profundizara la ingobernabilidad. Un esbozo de esto último se vio durante la crisis entre el presidente y el vice.
Por otro lado tenemos un radicalismo en extinción, que no sobrepasa en las elecciones nacionales el 3% de los votos. Dos son las fuerzas que lo reemplazaron pero que no logran constituirse aún como partido: Recrear del derechista López Murphy (17% de los votos) y el centroizquierdista ARI de Elisa Carrió (14% de los votos).
De fondo tenemos coaliciones políticas inestables que tienden a ocupar espacios electorales, no partidos políticos como los conocimos históricamente.
Esto se ha visto en las últimas elecciones a Jefe de Gobierno en la Ciudad de Buenos Aires. Allí ninguno de los cuatro partidos que reunieron más del 90% de los votos (Macri, Ibarra, Zamora y Bullrich) son parte de alguna fuerza política de carácter orgánico, basado en sectores de clase definidos y con alguna raigambre de tipo popular, como en su momento lo fueron el peronismo y el radicalismo. Los votos de la derecha que había capturado López Murphy, ahora migraron hacia Macri. Ibarra reúne un conglomerado de centroizquierda totalmente heterogéneo que incluye al ARI de Elisa Carrió y la CTA de Victor de Gennaro. A nivel nacional y en los grandes centros urbanos como Buenos Aires y Santa Fe el bipartidismo, que fue la base de la estabilidad del régimen democrático burgués durante más de 20 años, ha quedado deshecho. Las clases y sus fracciones no poseen partidos orgánicos que las representen. Este fenómeno tiene un alcance internacional y se viene manifestando por lo menos desde la crisis de los años setenta y el fin del boom económico.14 Esta crisis de "representación política" se agudizó en Argentina luego de la debacle de la convertibilidad y las jornadas de diciembre de 2001. Incluso el voto a Zamora no constituye más que una expresión pasajera, no estructural, de una amplia fracción de las clases medias que repudian al régimen político actual. Zamora recibió votos por sus cualidades personales de honestidad y por su denuncia política, expresando un rechazo al régimen de muchos de los que se movilizaron por las calles de la cuidad. Pero su agrupamiento no representa una fuerza orgánica. Es una figura mediática, sin militancia, sin base social para encabezar un verdadero movimiento popular. Su partido es en realidad un círculo cerrado de amigos que deciden todo por su cuenta. Es más bien un fenómeno transitorio, que puede tener algunos buenos resultados electorales en las próximas elecciones, recibir la adhesión de amplios sectores de la población, pero será incapaz de jugar un papel decisivo en los grandes acontecimientos de la lucha de clases. En ese sentido el zamorismo, aunque está ubicado a la izquierda de todo el arco político parlamentario, no deja de ser una variante de este tipo de movimientos o coaliciones inestables.
Los partidos tradicionales sin embargo no están muertos. En las provincias los viejos dinosaurios de la política argentina mantienen su liderazgo. La UCR que está al borde de la extinción sacó el 37% de los votos en Córdoba en junio de 2003 y acaba de ganar las elecciones para gobernador en Río Negro, Sobisch del MPN volverá a ganar las próximas elecciones en Neuquén sin sobresaltos.
En consecuencia tenemos dos tendencias contradictorias y que por ahora conviven: una nacional que expresa más directamente que la intervención de las masas aunque está hoy fuera de escena dejó huellas que no pueden soslayarse. Se manifiesta tanto en la dispersión que mencionamos como en las políticas gatopardistas de reformas institucionales cosméticas que lleva a cabo el Poder Ejecutivo Nacional. La otra tendencia, opuesta, es a la preservación sin modificaciones de los viejos partidos basados en los aparatos provinciales y su sistema de punteros, sus lazos de sangre con los grandes propietarios y el control de la justicia y la legislatura locales. En el interior del país no deberíamos descartar que medidas políticas reaccionarias desencadenen levantamientos espontáneos, puebladas y todo tipo de manifestaciones políticas de masas contra los gobiernos odiados, ya que los mecanismos de mediación siguen siendo exageradamente de derecha con respecto a la situación política nacional.


¿Hacia dónde va la situación?

 

Kirchner viene empujando medidas de autoreforma con la seguridad de que con el control de la situación y más del 85% del apoyo popular las cosas no podrían salirse de cauce. Los acontecimientos de las últimas semanas deberían devolverle algo de precaución. En cuanto se aprobó la anulación de las leyes de impunidad, el juez Bonadío libró la orden de detención para tres jefes montoneros, reactualizando la pérfida "teoría de los dos demonios". El vicepresidente Scioli, ex menemista y lobbysta de las grandes empresas salió a decir que "en un país serio el Congreso no anula las leyes que dicta" y adelantó la mala noticia de que habrá aumento de tarifas, secreto a dos voces que el presidente prefería anunciar después de las rondas electorales. Aunque estos episodios pueden ser controlados e incluso utilizados por Kirchner para confrontar con los lobbystas de las privatizadas y ganar mayor autoridad, no es descartable que a través de éste o aquel personaje, de ésta o aquella medida judicial, comience a crearse una oposición de derecha que sea utilizada por los bancos y las empresas privatizadas para imponer sus propios intereses. Golpes de la derecha y mayores disputas entre las fracciones burguesas, una política más agresiva de EEUU y el FMI, o por el contrario ilusiones en las masas que lleve a luchas reivindicativas masivas que sobrepasen los límites de la contención burguesa, pueden modificar la situación actual. Un cambio abrupto del escenario político puede reabrir nuevamente una situación prerrevolucionaria, sobre el trasfondo de la crisis de hegemonía aún no resuelta.

La situación de las masas y la vanguardia

Desde el punto de vista de las amplias masas las expectativas en Kirchner y su discurso "antineoliberal" y "latinoamericanista" indica que estamos en presencia de un cierto giro político a la izquierda. Y ese giro es parte de un proceso que estamos viendo en diversos países del continente. La contracara de esto en nuestro país es que todavía persiste una conciencia paternalista que espera que el nuevo gobierno resuelva las necesidades más acuciantes.
Aunque por el momento lo que prima es la expectativa en el nuevo gobierno y en consecuencia la idea de que los cambios no provienen de las propias acciones sino de arriba, estas mismas ilusiones pueden estar cimentando un cambio político y una recomposición de la clase trabajadora, aunque se opere en el sentido opuesto un retroceso de los procesos de la vanguardia que estuvieron a la cabeza de las luchas populares durante el último año y medio. Y pueden jugar a favor de acciones por recomposición salarial, o contra mayores ritmos de trabajo, mayor flexibilidad laboral, u otras reivindicaciones.
De hecho el movimiento de las auxiliares docentes en la provincia de Buenos Aires -conflicto que está latente-, estatales, docentes y municipales en diversas provincias y localidades han salido por primera vez desde diciembre de 2001 a marchas y paros.
Estas ilusiones también podrían estar dirigidas a recuperar lo perdido y a confrontar en las empresas privadas con las patronales flexibilizadoras. El planteo de la recuperación salarial, del blanqueo del trabajo en negro, del pase a planta permanente de los contratados, es una palanca poderosa para el próximo periodo de la lucha de clases.
Al mismo tiempo estas luchas se verán enfrentadas a la necesidad de adquirir nuevos métodos que reúnan el apoyo de los usuarios. Así se ha visto en los ferrocarriles, donde una medida de fuerza no paralizó los trenes sino que permitió el acceso gratuito de los pasajeros. Este tipo de manifestaciones políticas establecen un marco de unidad de clase que las luchas corporativas de la burocracia sindical nunca lograron establecer. La lucha meramente corporativa estará indefectiblemente destinada al fracaso. Y es lógico que así sea con un mar de desocupados que asciende a más del 20%.
El mismo gobierno ha prometido un plan de obras públicas. Este plan hasta ahora es una caricatura, pero de cualquier manera ha calado hondo en las masas populares y sobre todo entre los desocupados. El planteo de un plan de obras públicas y de tres millones de viviendas para "pulverizar" la desocupación y recuperar el salario será un motor de movilización. Lógicamente esta demanda no puede caer en el vacío. Como parte de una estrategia para recuperar los sindicatos y comisiones internas para una política clasista, es necesario una constante exigencia a las distintas alas de las burocracias sindicales para que ellas encabecen un verdadero movimiento en este sentido, que incluya marchas, actos y paros poniéndolos de esta manera ante el tribunal de sus afiliados.
Por su parte la CTA se ha incorporado con todo a las filas del kirchnerismo. Por ahora todo el secreto del denominado Movimiento Político y Social que ésta propone reside en el apoyo al gobierno. Este nuevo oficialismo choca con un hecho material enorme: los más perjudicados por la devaluación y la pérdida salarial son justamente la base de los sindicatos estatales y docentes agrupados en la CTA a las que les fue negado el aumento salarial concedido a los trabajadores privados. Para las fuerzas combativas y antiburocráticas estará planteada la denuncia de esta subordinación política al gobierno y la exigencia de que rompan con él y los distintos frentes políticos, tanto en la Ciudad de Buenos Aires con Ibarra como en la provincia de Buenos Aires con el ARI.
Tanto en los sindicatos dominados por Hugo Moyano como por Rodolfo Daer, existen evidencias de que un proceso de recomposición también en la organización política y sindical puede ser posible no sólo embrionariamente como ocurre hoy en el gremio de la alimentación, en ferroviarios, telefónicos y otros gremios, sino a nivel masivo. Más allá de los ritmos con que un proceso de este tipo se dé, apostamos en la actual situación al desarrollo y ampliación de procesos antiburocráticos y de recuperación sindical.

En el artículo citado mencionábamos, por último, al "cuarto partido", formado por los distintos movimientos de la vanguardia. Ella está en un franco retroceso. Las asambleas barriales no han dejado de retroceder, mientras que las corrientes organizadas del movimiento piquetero se integran cada vez más al estado burgués y se subordinan al gobierno de Kirchner. El movimiento de las fábricas ocupadas quedó aislado.
En su momento sostuvimos que la amplia vanguardia que llenaba la Plaza de Mayo en diciembre de 2001 estaba cruzada por una contradicción: o construía organizaciones democráticas de frente único regionales e incluso nacionales para transformarse en un polo visible para las grandes masas que aún no habían salido a las calles, o sería presa de la dispersión, la división y de la influencia que el Estado ejerce sobre las organizaciones para cooptarlas e integrarlas.
No estamos diciendo que una política como la que planteamos hubiera impedido el retroceso, pero habría conservado un agrupamiento de la vanguardia independiente del gobierno y el Estado y en consecuencia preparado mejores condiciones para un futuro nuevo ascenso.
En este campo la mayoría de las corrientes piqueteras, incluidas las autonomistas, no han dejado de retroceder. No sólo el apoyo que los movimientos populistas le dan hoy al gobierno sino los mismos MTD (Movimiento de Trabajadores desocupados), que de rechazar cualquier estrategia revolucionaria de lucha por el poder bajo la excusa de rechazar el "estatismo", pasaron a exigir el control estatal de los planes asistenciales.
En ese marco las luchas de Zanon y Brukman resaltan por su persistencia, porque sus acciones repercuten en amplias franjas de la población a pesar de las expectativas en el gobierno y el retroceso de las luchas. En medio del aislamiento y el retroceso general, conflictos como los de Brukman se mantienen a pesar de su difícil situación. Esta lucha sea cual fuere el resultado final ya ha sentado jalones de recomposición de un nuevo movimiento obrero.


Por una herramienta política de los trabajadores

 

Un programa que dé curso a las aspiraciones de la clase trabajadora y los sectores populares no surgirá lógicamente de ninguna fracción capitalista, ni siquiera de los partidos de la pequeñoburguesía. El punto de apoyo inicial para conquistar este programa puede nacer del planteo de crear organizaciones políticas propias de la clase trabajadora.
Los trabajadores argentinos han carecido de una perspectiva semejante. Su contraparte fue la inmensa combatividad que supo desplegar la clase obrera a lo largo de más de 50 años. Pero como apéndice de los intereses capitalistas los trabajadores no han dejado de caer por la pendiente y en algunos tramos de la historia por el abismo de la dictadura.
Mientras se han ensayado todas las variantes de coaliciones capitalistas, la organización de la clase trabajadora como clase independiente todavía se encuentra en la lista de espera.
¿Es posible dar pasos prácticos hacia la independencia de clase en el próximo periodo?
En primer lugar habría que definir en el campo de la izquierda hacia qué objetivos se dirige cada uno ahora que prima el reflujo de la vanguardia y el conjunto de la situación obliga a cada corriente a adecuarse a las nuevas circunstancias.
El zamorismo por esencia no se propone construir ni un partido, ni de la clase trabajadora. Pero expresó electoralmente a una franja de la clase media que se identifica con las jornadas de diciembre y el "que se vayan todos" (sin encarnarlas ya que no fueron parte de ninguna de las expresiones populares que surgieron desde diciembre de 2001) y con la cual es necesario dialogar y persuadir de una salida de fondo, anticapitalista y de una organización política propia de los explotados.
Es evidente que los integrantes de IU optaron por un claro giro a la derecha y la profundización de su estrategia de colaboración de clases, como lo evidencia entre otras cosas su acuerdo electoral en provincia de Buenos Aires con el viejo Partido Socialista que apoyó a la dictadura y fue integrante de la Alianza que las masas tiraron abajo en 2001.
En este campo se encuentran todos aquellos que de una manera u otra buscan coaliciones sociales y políticas con partidos o movimientos burgueses o pequeñoburgueses, como el PCR-CCC, Patria Libre o el MIJD. Este arcoiris se identifica con el frente "antineoliberal" de los Chávez y los Lula y de hecho constituyen, más o menos críticamente, una variante de izquierda del kirchnerismo.
Están también aquellas corrientes que se han mantenido independientes y que se reivindican obreras y socialistas, como el PO, el MAS y nuestro partido, el PTS.
Ninguna de las corrientes de la izquierda poseen por ahora una inserción efectiva para pretender por derecho propio ser "el partido de la clase trabajadora". Un partido marxista con influencia en las masas trabajadoras y los sectores populares es una tarea por conquistar, y dependerá tanto de los procesos objetivos que lleven a la ruptura de la clase trabajadora con las viejas direcciones así como de la intensa actividad política de quienes aspiramos a construir un partido revolucionario. Esta realidad palmaria no puede ser escamoteada por el planteo autoproclamatorio de ser "el partido" como ha pretendido el PO.15 La autoproclamación conduce en ocasiones a coaliciones regresivas con la excusa de que se la "hegemoniza". Así el PO sigue compartiendo en la ANT (Asamblea Nacional de Trabajadores), que de hecho es un frente único político de corrientes organizadas, los acuerdos tanto con el MIJD como con el MTL, los primeros, fanáticos del gobierno, y los segundos de Chávez, Lula y por extensión del "frente antineoliberal" del que también participa Kirchner.
El planteo que a título individual muchos dirigentes de la fábrica bajo control obrero Zanon han hecho en favor de construir un Partido de Trabajadores está reflejando el avance de esta franja de la vanguardia obrera luego de más de dos largos años de lucha de clases. Este movimiento podría resultar explosivo una vez que la experiencia de masas con el actual gobierno llegue a su fin.
En todo caso no hay dudas de que la apuesta estratégica por la independencia de clase hoy está vinculada a la moción concreta que estos trabajadores han lanzado desde Neuquén. El planteo de la ruptura de las organizaciones obreras con el gobierno y la necesidad de construir una herramienta política propia puede ser hoy un arma de propaganda, mañana de acción, para establecer una conexión orgánica entre las corrientes de la vanguardia y la clase trabajadora de conjunto. La experiencia misma de Lula en Brasil permite alertar sobre el programa y los métodos que son necesarios para impedir la degeneración burguesa de las organizaciones obreras y establecer una lucha eficaz contra las tendencias al reformismo obrero. La lucha que los internacionalistas revolucionarios venimos dando por construir un partido revolucionario en Argentina sin duda se verá fortalecida porque toda tendencia a la independencia de clase, a la organización propia, al desarrollo de la lucha de clases no puede más que acercar a la vanguardia militante a la comprensión de la justeza del programa socialista y revolucionario.

 

NOTAS

1 Manolo Romano y Jorge Sanmartino, "Crisis de dominio burgués: reforma o revolución en Argentina", Estrategia Internacional N° 18.
2 Antonio Gramsci, Análisis de las situaciones. Correlación de fuerzas, Antología Manuel Sacristán, Ed. Siglo XXI, pág. 417.
3 Un debate sobre la caracterización de las jornadas se encuentra en: Christian Castillo, "Diez meses después de las jornadas que sacudieron la Argentina", Revista Lucha de Clases Nº 1, noviembre 2002.
4 A pesar de que fuimos de los más cautelosos a la hora de describir el proceso, cometimos el error de establecer una analogía con el proceso español que se abre en el '31 con la caída del Rey Alfonso y se cierra en el '39. Nosotros cometimos este error argumentando contra aquellos análisis afiebrados que veían un "calendario ruso", es decir un desenlace rápido del proceso revolucionario. Frente a esta visión dijimos que íbamos a "ritmos españoles", es decir, a un proceso que podía durar muchos años y estar sometido a flujos y reflujos, incluso a coyunturas reaccionarias. Sin embargo la fundamentación del argumento es incorrecta, pues la analogía pierde base material ya que no hubo aquí una caída del régimen político como sí lo hubo en España.
5 Idem.
6 La mitad de los casi 9 millones de trabajadores sigue ganando $400 o menos, como antes de la devaluación, a pesar de que, en promedio, desde entonces la inflación fue de casi el 45%. Ismael Bermúdez, Clarín, 21-8-03.
7 "La derecha elige el discurso para pegarle a Kirchner". Página/12, 22-8-03.
8 Una caracterización sobre los límites de clase de la burguesía nacional y del gobierno de Kirchner se encuentra en: Jorge Sanmartino, "Argentina. La estafa del 'capitalismo nacional'", La Verdad Obrera Nº 122, 27-6-03.
9 La Coinar está formada por cámaras empresarias de distintos sectores que representan sólo al capital nacional. Del agrupamiento participa también Abappra, representada por Carlos Heller, directivo del Banco Credicoop.
10 Debido a que Argentina no firmó este acuerdo y para salvar el operativo "Aguila III" que se llevará a cabo en el país en octubre entre ejércitos latinoamericanos y de los EEUU, Kirchner enviará un proyecto de "inmunidad funcional" al parlamento a pedido de Norteamérica.
11 En un editorial aparecido el 18 de agosto, firmado por la columnista y editora de la sección 'America', Anastasia O'Grady, el Wall Street Journal asegura que "Argentina es como un paciente a quien se mantiene vivo artificialmente, y sería mejor cortarle el oxígeno".
12 James Madison, el ideólogo de la Convención Constituyente norteamericana concentraba su atención en el riesgo de la "tiranía de las mayorías" que imponían su voluntad por las armas y las instituciones locales simplemente la refrendaban con el sello de la ley. Por otra parte la "separación de poderes" tiene su fundamento reaccionario en la imposición de un contrapeso judicial, es decir no sometido al voto popular, de las decisiones legislativas. Ver Roberto Gargarella, "En nombre de la constitución: el legado federalista dos siglos después", en De Hobbes a Marx, Atilio Borón Compilador.
13 Para un análisis de la progresiva consolidación del "poder instituido" que va de la Independencia a la Constitución Norteamericana ver: Toni Negri, El Poder Constituyente, capítulo 4.
14 Este proceso es visible en la transformación de los partidos socialdemócratas en Europa, o la desaparición de la Democracia Cristiana en Italia, el corrimiento hacia el centro de todos los partidos y la formación de coaliciones más o menos inestables pero que no se distinguen casi en nada unas de otras y donde todas representan los mismos intereses del capital financiero más concentrado. En aquellos países donde las masas han cuestionado todo el andamiaje político sobre el que se basaba la ofensiva neoliberal, estos regímenes y sus partidos han quedado en crisis e incluso han desaparecido. Esto es palpable en América latina con el ejemplo venezolano y la crisis de AD y Copei y la emergencia del chavismo.
15 Para un debate en la izquierda argentina ver Jorge Sanmartino, "A un año de las jornadas revolucionarias en Argentina. Un balance de las estrategias política en la izquierda", Estrategia Internacional Nº19.

 

   

 

   
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