Por
Claudia Cinatti
En
el libro de reciente publicación en español
Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos
contemporáneos en la izquierda, Judith Butler, Ernesto
Laclau y Slavoj Zizek, proponen un intercambio de ideas
teórico-políticas que pretende dilucidar las
coordenadas de una nueva "subjetividad radical"
emergente de las articulaciones políticas en el campo
de los movimientos sociales y sus luchas reivindicativas
de los últimos años.
A pesar de las diferencias notables en los enfoques teóricos
y de las discusiones políticas más encendidas
entre Laclau y Zizek, el punto de partida y de llegada del
debate no ofrece otro horizonte más que la búsqueda
de "formas radicales de la democracia que tratan de
comprender los procesos de representación a través
de los cuales procede la articulación política,
el problema de la identificación -y sus fracasos
necesarios- a través del cual tiene lugar la movilización
política, la cuestión del futuro tal como
surge para los marcos teóricos que insisten en la
fuerza productiva de lo negativo".1
En esta perspectiva de "radicalización"
de la democracia, las bases económicas de la propia
"democracia liberal" no son puestas en cuestión
y por lo tanto debemos suponer que son tomadas como un dato
dado, un "fantasma imposible de atravesar".
De los tres autores, Ernesto Laclau es quien expresa con
más crudeza la "naturalización"
de las "relaciones de mercado" y del "poder",
aunque por la vía de lo que parecería ser
su opuesto, la "contingencia" y la "historicidad
radical" de las formas de organización social.
En su concepción política, lo verdaderamente
"radical" es asumir la propia imposibilidad de
la revolución social, presentando las condiciones
actuales de miseria material y subjetiva como la condición
de posibilidad misma de la política de las "diferencias"
y, por lo tanto, de la participación "pasional"
en los campos de batalla por la hegemonía dentro
de los marcos de la democracia liberal-representativa.
En sus intervenciones, Slavoj Zizek reprocha a Butler y
Laclau toda falta de referencia al modo de producción
capitalista, o mejor dicho, al capitalismo "global"
como telón de fondo de producción de las subjetividades
fragmentarias sobre las que se basaría la posibilidad
de una política "democrática plural o
agonística". Como en otras oportunidades, Zizek
intenta incorporar a sus elaboraciones esta dimensión
económica que la llamada "política de
identidad" no haría más que encubrir,
y en ese sentido, su esfuerzo teórico tiende a señalar
que en la "realidad posmoderna" continúa
predominando la "lucha de clases" frente a la
proliferación de múltiples identidades. Al
igual que su reivindicación de la "lucha de
clases", su elaboración acerca de las perspectivas
de la emergencia de una subjetividad radical (revolucionaria)
se basa en una combinación ecléctica de categorías
marxistas, leídas a través del prisma de la
teoría psicoanalítica lacaniana.2 Su desacuerdo
político más fuerte es sin dudas con Ernesto
Laclau, de quien dice al final de libro que "se acerca
demasiado a "radicalizar" simplemente este imaginario
democrático liberal, permaneciendo dentro de su horizonte".
Sin embargo, su crítica es impotente. Sus presupuestos
teóricos eclécticos y la evidente falta de
una alternativa estratégica -expresada en su apelación
abstracta a no retroceder frente al "momento de terror"
que implicaría toda revolución real-, hace
imposible para Zizek articular una respuesta al problema
central que plantea Laclau como conclusión de su
debate: que la alternativa planteada es entre la democracia
liberal o el totalitarismo, ya sea fascista o stalinista.
El debate que se desarrolla en Contingencia... abarca un
amplio espectro teórico-político que no nos
es posible abordar en estas líneas. En otro artículo
de esta revista, nos referimos a las posiciones de Judith
Butler. Aquí, nos vamos a centrar en algunos aspectos
de la elaboración de Ernesto Laclau referidas a su
concepción de lo social y la "deconstrucción"
del concepto marxista de "clase". Por último
nos referiremos a la discusión clave esbozada hacia
el final del libro sobre estrategia política.
Para la mejor comprensión del lector no familiarizado
con la obra de E. Laclau, comenzaremos con una breve introducción
de algunos elementos del contexto histórico en el
que surge el proyecto de la "democracia radical"
y las influencias intelectuales que lo nutren.
La "democracia plural radical"
El
itinerario político-intelectual de Laclau hacia la
glorificación de la "democracia" (liberal)
comenzó a sistematizarse hace varios años,
y dio un salto en su formulación con la edición
en 1985 de Hegemonía y estrategia socialista. Hacia
una política democrática radical, escrito
en colaboración con Chantal Mouffe. Este libro se
inscribe en el contexto del auge de la ofensiva neoliberal
y su impacto ideológico expresado en el ascenso de
las teorías postmodernas que se habían gestado
durante la década anterior en Francia, tras el desvío
del proceso revolucionario de mayo de 1968, y que en los
'80 habían invadido las academias del mundo anglosajón.3
En Hegemonía
Laclau y Mouffe plantean que los
cambios económicos, políticos y sociales sobrevenidos
con el giro a la derecha reaganiano-thatcherista, notablemente
la creciente fragmentación y retroceso de la clase
obrera frente a la ofensiva capitalista, ponían al
"pensamiento de izquierda ante una encrucijada. Las
'verdades evidentes' del pasado han sido seriamente cuestionadas
por una avalancha de mutaciones históricas que han
sacudido las bases sobre las cuales se construyeron esas
verdades".4 Más precisamente, la teoría
y la estrategia marxista, según los autores, estaba
en una crisis profunda, producto de que su "esencialismo
clasista" no le permitía comprender y adaptarse
a la proliferación de las luchas "particulares",
asociadas con los nuevos "movimientos sociales"-feministas,
ecologistas, gays, minorías étnicas- que emergían
como los nuevos sujetos antagonistas.
De la combinación de los postulados teóricos
postmodernos con la redefinición de lo social como
formación discursiva, donde a la "exorbitancia
del lenguaje" le corresponde una "exorbitancia
de lo político" sin ningún fundamento
objetivo en las bases económicas de la organización
social capitalista, surge la formulación del proyecto
de la "democracia plural radical", que basándose
en la evaluación histórica de los "valores"
de la teoría liberal -"igualdad" y "libertad"-
termina constituyendo como único horizonte estratégico
la "profundización y expansión"
de la democracia.
El llamado "postmarxismo" de Laclau es la forma
teórica de esta resginación confesa, reafirmada
con la caída de los regímenes stalinistas
de Europa del este y de la Unión Soviética,
con lo que se habría mostrado la "superioridad"
de la "democracia liberal" por sobre el totalitarismo
stalinista. En su libro Nuevas reflexiones sobre la revolución
de nuestro tiempo, publicado en 1990, plantea que "El
ciclo de acontecimientos que se abriera con la Revolución
Rusa se ha cerrado definitivamente, tanto como fuerza de
irradiación en el imaginario colectivo de la izquierda
internacional, como en términos de su capacidad de
hegemonizar las fuerzas sociales y políticas de aquellas
sociedades en las que el leninismo, en cualquiera de sus
formas, constituyera una doctrina de Estado. El cuerpo mortal
del leninismo, despojado de sus oropeles del poder, nos
muestra su realidad deplorable y patética".5
Frente al triunfalismo capitalista de la época y
al fracaso del stalinismo, Laclau se propone "salvar
al proyecto marxista de la obsolescencia", al precio
de negar sus fundamentos y la posibilidad de una subversión
de la sociedad de clases. Es decir, un abandono del marxismo
a favor de una reelaboración de los temas del liberalismo
político, pretendiendo que éste puede ser
separado del liberalismo económico.6 La "hegemonía"
es redefinida en términos de "articulaciones
políticas contingentes" de sujetos múltiples
particulares cuya identidad es precaria y fragmentaria.
La "estrategia socialista" es reemplazada por
la "construcción de una democracia radicalizada
y plural" en un sistema capitalista en que se combinen
la "intervención estatal y los mecanismos de
mercado". Transcurridos casi veinte años de
la formulación original de su estrategia, en los
que la "democracia" liberal ha sido el instrumento
de una ofensiva capitalista sin precedentes, e incluso el
justificativo ideológico de guerras imperialistas,
Laclau no ha modificado su posición. En Contingencias...
donde sintetiza sus posiciones fundamentales, concluye planteando
que la única alternativa frente a la "democracia
liberal" es el "totalitarismo burocrático"
y en esta dicotomía la opción viable para
la izquierda es la "introducción de la regulación
estatal y el control democrático de la economía
para evitar los peores excesos de la globalización".7
Postestructuralismo y postmarxismo
El
"postmarxismo" de Laclau combina las influencias
de Foucault, Derrida y en forma indirecta de Lacan, y por
lo tanto se inscribe en el contexto de la formulación
sistemática de las teorías postestructuralistas.
El estructuralismo de las décadas de 1950 y 1960
generalizó los conceptos lingüísticos
estructurales a las ciencias humanas, con lo que pretendían
darle bases científicas más rigurosas. Lévi-Strauss,
por ejemplo, aplicó los análisis lingüísticos
a las relaciones de parentesco, Jaques Lacan hizo lo propio
con la teoría psicoanalítica y Althusser emprendió
la relectura estructuralista de la obra de Marx. Este estructuralismo
retomó los conceptos de la teoría semiótica
de Ferdinand de Saussure, centrada en el análisis
del lenguaje como sistema en términos de sus leyes
de operación, aunque dejando de lado la muy pertinente
advertencia de Saussure sobre lo inconveniente de aplicar
sus categorías lingüísticas a otros ámbitos
del conocimiento. Hay dos definiciones de la teoría
saussureana que fueron clave para los desarrollos posteriores:
que el signo lingüístico es arbitrario, es decir
que la relación entre el significante y el significado
es una convención que depende de la cultura, y que
su valor es diferencial, es decir que una palabra adquiere
significación sólo por referencia a lo que
no es. Sin embargo, la crítica postestructuralista
que emergió luego del desvío del proceso revolucionario
de mayo de 1968, señalaba que Saussure mantenía
una relación del signo lingüístico con
el referente que pretendía nombrar. La radicalización
postestructuralista del modelo lingüístico saussuriano
terminó por declarar la naturaleza arbitraria y convencional
de todo fenómeno social: el lenguaje, la cultura,
la subjetividad y lo social mismo.8 El postestructuralismo
mantuvo la concepción de la imposibilidad de un sujeto
autónomo y su constitución como efecto del
lenguaje, reafirmó la contingencia e historicidad,
la fragmentación y la política de la vida
cotidiana frente a las grandes "abstracciones"
estructuralistas. El lenguaje siguió siendo el paradigma
pero como un sistema fallido, donde la primacía del
significante por sobre el significado hacía imposible
cualquier significación, dando lugar a un proceso
interminable de interjuego de significantes. Esta producción
significante sin significación es lo que Derrida
llamó "diseminación", Lacan "cadena
significante", Deleuze y Guattari, "deseo"
y Foucault "discurso de poder".
La operación ideológica postmoderna suponía
la hostilidad a todo intento de totalización, y en
ese sentido repudiaba al marxismo como un "gran relato
sobre la emancipación", uno más de los
mitos modernos racionalistas con los que se pretendería
ocultar la imposibilidad misma de toda totalidad. Pero esta
condición es inconsistente consigo misma. El lenguaje
se constituyó verdaderamente en una "gran narrativa"
que supone la totalidad lingüística y discursiva,
extendida al orden social de conjunto, del cual, más
allá de la reafirmación de la "particularidad
radical", de la "política de la identidad"
y de la "contingencia" no hay forma de salir.
La deconstrucción de un "relato objetivista"
sobre el marxismo
La
reelaboración "postmarxista" que emprende
Laclau, tiene como punto de partida la necesidad de superar
el supuesto objetivismo de la teoría marxista que
la haría uno más en la serie de relatos positivistas
del horizonte iluminista, una ilusión ingenua del
acceso inmediato y transparente del sujeto a una totalidad
social coherente y racional. Como veremos sintéticamente,
en realidad Laclau construye una "narrativa" determinista
de la obra de Marx para luego proponer una tarea de "deconstrucción"9
en el sentido derrideano o heideggeriano del término.
En Contingencia... Laclau elige dos pasajes de Marx extraídos
de la Introducción a la Crítica de la Filosofía
del Derecho de Hegel 10 para introducir la discusión
en torno al "universal" hegeliano y al "esencialismo"
de la filosofía idealista, que hace extensivo a la
reelaboración materialista de la dialéctica
de Karl Marx, y en general a todo intento de totalización
conceptual. Este esencialismo o "metafísica
de la presencia", es decir, la ilusión de encontrar
un fundamento objetivo que haga inteligible y transparente
la realidad para un sujeto autónomo, es lo que la
"condición postmoderna" y la proliferación
de múltiples sujetos políticos habrían
socavado en las últimas décadas. Aunque formulado
en estos términos puede parecer muy abstracto para
el lector, constituye la base de la "democracia radical"
como única alternativa frente al "totalitarismo"
inevitable que acarrearía todo intento de totalización.
Veamos brevemente cómo funciona la "deconstrucción".
Mediante la comparación de los dos textos arriba
mencionados, Laclau pretende demostrar que para Marx, la
transformación de la clase obrera en "clase
universal" como negación del sistema capitalista,
responde a razones ontológicas, es decir que es el
resultado de una operación especulativa, a la manera
en que Hegel deducía las instituciones políticas,
las clases y el Estado como momentos de la Idea, permitiendo
la emergencia de una totalidad social sin contradicciones.
Mientras que en uno de los pasajes Marx intenta explicar
el rol de la clase obrera en la emancipación social,
en el otro fundamenta los límites de la burguesía
alemana para presentar sus intereses de clase como intereses
nacionales y, a la manera de la dinámica de la Revolución
Francesa, erigirse en la negación del orden existente.11
Para Marx, estos límites no se debían a razones
de lógica especulativa, sino a las determinaciones
históricas materiales concretas: la burguesía
alemana como clase había llegado tarde a la oleada
de revoluciones burguesas -recuérdese que el prefacio
a esta obra está referido al atraso de Alemania con
respecto a los procesos revolucionarios de su tiempo-. Justamente
en esta obra temprana, Marx critica e intenta subvertir
la dialéctica idealista especulativa, que hace del
sujeto un predicado de la Idea. Esta última operación
tiene para Marx un resultado mistificador que transforma
las determinaciones históricas concretas -por ejemplo
el estado prusiano y la monarquía- en encarnaciones
del "universal", a partir de la necesidad lógica
interna del movimiento de los conceptos. En uno de los comentarios
a esta obra de Hegel, Marx plantea "Es evidente que
el verdadero método está puesto de cabeza.
Lo más simple es transformado en lo más complejo
y viceversa. Lo que debería ser el punto de partida
se transforma en el resultado místico, y lo que debería
ser el resultado racional se transforma en el punto místico
de partida".12 ¿Cómo funciona esta inversión
hegeliana cuando las deducciones de la lógica especulativa
intentan explicar la realidad social y política?
Continúa Marx diciendo "No se debe reprochar
a Hegel haber ilustrado la esencia del estado moderno tal
cual ella es, sino intentar hacer pasar lo que es por la
esencia del estado. Que lo racional sea real se muestra
contradictorio con la realidad irracional que en todas partes
es lo contrario de lo que expresa y expresa lo contrario
de lo que es"13(el subrayado es nuestro).
En otro trabajo Laclau aplica esta "lectura radical"
a la comparación entre el Prefacio a la Contribución
a la Crítica de la Economía Política
y el Manifiesto Comunista. La tensión teórica
entre las determinaciones objetivas y la acción de
los sujetos, que es una tensión de la propia realidad,
lleva a Laclau a confundir objetividad con objetivismo:"El
marxismo se constituyó como una concepción
esencialmente objetivista, como afirmación de la
racionalidad de lo real, en la mejor tradición hegeliana.
La historia radicalmente coherente constituida por el desarrollo
de las fuerzas productivas y su combinación con los
varios tipos de relaciones de producción es una historia
sin exterior".14 En este esquema automático
de cambio social la lucha de clases sería un elemento
perturbador que como tal, en su negatividad y antagonismo,
no tiene una integración a la teoría de la
emancipación social.
Esta crítica bien podría ser válida
por ejemplo para el mecanicismo de la Segunda Internacional,
para el "Diamat" stalinista o para la lectura
estructuralista althusseriana del marxismo, que pretendía
una "historia sin sujeto" -tradición esta
última en la cual abrevó Laclau-. Pero nada
en la dialéctica materialista hace del determinismo
mecánico una necesidad teórica. Entre una
posibilidad abstracta y su realización como necesidad
concreta media la combinación de las determinaciones
de la condiciones materiales y la acción subjetiva.
Analizando desde esta óptica las revoluciones burguesas,
Trotsky hace la siguiente apreciación: "Desde
la posibilidad de una victoria burguesa sobre la clases
feudales hasta la victoria misma hubo varios lapsos de tiempo,
y la victoria frecuentemente se pareció más
a una semivictoria. Para que la posibilidad se transformara
en necesidad tuvo que haber una fortaleza correspondiente
de algunos factores y un debilitamiento de otros, una interrelación
definida entre esas debilidades y fortalezas. En otras palabras:
fueron necesarios una serie de cambios cuantitativos para
preparar el camino para la nueva constelación de
fuerzas. La ley de la conversión de la posibilidad
en necesidad lleva así -en último análisis-
a la ley de la conversión de la cantidad en calidad".15
Como vemos, la lectura "deconstructiva" aplicada
al marxismo, que como planteaba Trotsky "es sobre todo
un método de análisis, no del análisis
de los textos, sino de las relaciones sociales",16
lleva a resultados arbitrarios y formales.
La dialéctica materialista como método de
aprehensión de las leyes más generales del
cambio, del movimiento y la transformación, está
en las antípodas de la determinación teleológica.
Por el contrario, aunque Laclau se propone afirmar contra
toda "metafísica", la "historicidad
radical" de la construcción social, esto en
realidad resulta en una trampa teórica. La "historicidad"
se reduce a los infinitos juegos de lenguaje y a un supuesto
metafísico de un "exterior radical" que
permitiría la constitución de toda estructura
caracterizada por la imposibilidad de su completud. En realidad
esta "historicidad radical" termina siendo una
negación de las determinaciones históricas
concretas, que hacen inteligibles los procesos sociales,
en su combinación de necesidad y accidente.
Antagonismos sociales y "políticas de identidad"
Para
Laclau, la sociedad capitalista en la que vivimos ha perdido
su especificidad, la de ser una sociedad organizada sobre
la base de la explotación del trabajo asalariado.
La definición marxiana de la sociedad burguesa como
una totalidad contradictoria y desgarrada por los antagonismos
de clase, que contiene en sí misma su propia negación
y por lo tanto la posibilidad de su superación, es
rechazada a favor de una construcción discursiva
donde, como en la estructura lingüística, la
objetividad es imposible.
Una vez liquidado todo fundamento objetivo de la sociedad,
lo que queda para Laclau es una proliferación de
identidades precarias y contingentes, definidas en base
a "posiciones de sujetos", donde en la "serie
enumerativa" de grupos sociales, ninguno tiene un rol
articulador.
Discutiendo contra el argumento de Zizek de que la llamada
"política de la identidad" ha abandonado
toda referencia a la lucha de clases, Laclau emprende la
"deconstrucción" de la definición
marxista de clase, que según su visión está
impregnada de un objetivismo economicista que la hace obsoleta,
ya que pretendería encerrar en una definición
estrecha la multiplicidad de sujetos antagónicos.
Como en su "deconstrucción" se suporponen
distintos planos vamos a intentar tomar uno por vez.
El argumento sociológico. Basándose en la
fragmentación creciente de la clase obrera -inmigrantes,
desocupados entre otros-, aunque sin ofrecer ningún
dato empírico, Laclau afirma que actualmente "la
clase trabajadora está más reducida que en
el siglo XIX".
Laclau comparte con otros intelectuales -postmodernos, postindustriales-
la tesis de que la clase obrera ha sido socavada al límite
de su existencia, ya sea por la expulsión masiva
de fuerza de trabajo del proceso de producción, por
la primacía del trabajo inmaterial, o por la reducción
de la clase obrera industrial y el crecimiento del sector
servicios, entre otros argumentos, con los cuales hemos
polemizado en otros números de Estrategia Internacional,
a los que remitimos al lector, donde demostramos que empíricamente
la situación es bien distinta.
Pero Laclau intenta también responder al argumento
que demuestra que ha habido una ampliación de las
relaciones salariales. Como consecuencia de las reconfiguraciones
en el mundo del trabajo de las últimas décadas,
y luego de citar una discusión con un supuesto sociólogo
norteamericano que no le habría podido explicar cuál
es la diferencia entre un obrero y un gerente, plantea que
"el mismo hecho de que la 'concepción ampliada
de la clase obrera' pone en discusión quiénes
son los obreros significa que ya no existe correspondencia
entre el nivel intuitivo y el análisis estructural.
Peor aún: si la concepción de la 'clase obrera
ampliada' fuera acertada -que no lo es-, sería imposible
derivar de ella ninguna conclusión concerniente a
una 'política de clase', porque sólo se refiere
a una clase trabajadora virtual, que no corresponde a ningún
grupo especificable".17
Indudablemente, la extensión de las relaciones salariales
-la incorporación masiva de la fuerza de trabajo
femenina, la reconcentración del proletariado en
países periféricos, por ejemplo- fue acompañada
de importantes reconfiguraciones y fragmentación
de la clase obrera. Incluso la ofensiva burguesa ha tenido
una política activa de segmentación de la
clase obrera, por ejemplo en Estados Unidos, transformando
a un sector de trabajadores en pequeños accionistas.
Sin embargo, las diferencias de clase siguen siendo una
definición básica, elemental y evidente. Por
un lado están los capitalistas que poseen los medios
de producción y las capas acomodadas que sin ser
propietarios son parte del "mando del capital",
como los gerentes, y por otro los trabajadores, que más
allá de sus reconfiguraciones, siguen siendo aquellos
que como planteaba Marx en el Manifiesto Comunista, "no
viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo
encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta
el capital", es decir, la clase que se ve coaccionada
a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, y
que no tiene ninguna posibilidad de acumulación.
Esto no equivale a decir que así se agota la complejidad
social, ya que no sólo dentro de las mismas clases
fundamentales hay distintos sectores, sino que entre éstas,
-y según el grado de complejidad y/o atraso de la
sociedad en cuestión-, hay clases intermedias como
el campesinado, las clases medias urbanas o capas desclasadas.
Sin embargo, la tendencia a la concentración del
capital "ha aumentado la polarización de la
sociedad entre cada vez menos propietarios del capital y
cada vez más trabajadores manuales e intelectuales
obligados a vender su fuerza de trabajo a dichos propietarios".18
Esta tendencia no ha hecho más que profundizarse
en los últimos años.
Para sostener su posición Laclau debería demostrar
que el privilegio de las formaciones discursivas y de las
articulaciones hegemónicas contingentes ha "deconstruido"
las relaciones sociales de producción, o que el neoliberalismo
ha instaurado un modo de producción radicalmente
distinto, para el cual la propiedad privada y la explotación
del trabajo ya no tiene ninguna centralidad. Más
aún, que la enorme concentración de la riqueza
social en un polo cada vez más reducido de la sociedad
se explicaría por algún elemento "identitario".
Los argumentos subjetivos. Para Laclau, en la teoría
marxista, "capital" y "trabajo" son
"categorías económicas" abstractas,19
por lo tanto "del hecho de que se le quite plusvalor
a los trabajadores no se desprende lógicamente que
el trabajador resistirá necesariamente a esa extracción",
y que "la actitud del trabajador frente al capitalismo
dependerá por entero de cómo esté constituida
su indentidad, como los socialistas lo descubrieron ya hace
mucho tiempo cuando debieron enfrentarse con las tendencias
reformistas dentro del movimiento sindical", ante lo
cual concluye que "no hay nada en las demandas de los
trabajadores que sea intrínsecamente anticapitalista".20
La definición objetiva de las clases sociales es
reemplazada por un criterio cultural de "identificación"
que estaría libre de toda fijación "esencialista".
En ese marco, la "identidad de clase" no sólo
no tendría ningún rol articulador para una
estrategia emancipadora, sino que además se habría
debilitado, ya que, "las lógicas identitarias
diferenciales cruzan las fronteras de clase y tienden a
constituir identidades que no se superponen con las posiciones
de clase [y por lo tanto] la ubicación en el proceso
de producción deja de ser central para definir la
identidad global de los agentes sociales".21 El trabajador,
al participar en una cultura de masas más amplia
constituiría distintas identidades -como "cultura
de jóvenes", "mujeres"- que al ser
exteriores al proceso productivo son para Laclau verdaderamente
"antagónicas", ya que la condición
de todo antagonismo, a diferencia de una contradicción,
implicaría esta "exterioridad radical"
que hace inconmensurables las fuerzas antagónicas.22
Evidentemente el retroceso de la clase obrera en las últimas
décadas, en sus organizaciones, en su acción
independiente y en su propia percepción como sujeto
social autónomo, está en la base de estas
nuevas teorizaciones "identitarias". Pero es necesario
separar los aspectos objetivos y subjetivos de estas afirmaciones.
La creación de la clase obrera es un producto objetivo
del desarrollo capitalista, más allá de la
identificación de cada trabajador. La relación
antagónica que emerge de las relaciones sociales
de producción capitalista tiene un carácter
necesario, la burguesía sólo pudo desarrollarse
como clase y extender su modo de producción desarrollando
a su vez a la clase explotada como su potencial negación
o "sepulturero". Esto no equivale a afirmar que
la clase obrera sea ontológicamente revolucionaria.
Efectivamente no siempre el movimiento obrero fue revolucionario,
y Laclau tiene razón al señalar por ejemplo
la emergencia de un movimiento obrero reformista cuyas reivindicaciones
en los marcos del estado burgués no son intrínsecamente
anticapitalistas. Precisamente porque no hay una relación
directa entre clase y revolución, la teoría
marxista elaboró la necesidad de una organización
política con la estrategia conciente de la revolución
social.
La concentración de los medios de producción
y la tendencia a la socialización del trabajo crean
las bases objetivas sobre las cuales plantear la construcción
de una sociedad basada en la cooperación libre de
productores asociados. Pero decir que crea las bases no
equivale a decir que inevitablemente conducirá a
ello. Para los marxistas la revolución no es un resultado
inevitable del derrumbe del sistema capitalista, sino que
es una probabilidad histórica. Para su realización
es indispensable que la existencia objetiva del sujeto antagónico
al régimen de explotación capitalista, en
términos de Marx, la "clase en sí",
emerja como "clase para sí", es decir,
que exista un movimiento obrero revolucionario que con su
acción conciente destruya la propiedad privada de
los medios de producción y se niegue a sí
mismo como clase explotada.
En esto reside el carácter básico del antagonismo
de clases en la sociedad capitalista y el rol privilegiado
de la clase obrera. Y es esto lo que la diferencia de los
llamados "movimientos sociales".
El estado burgués -principalmente las "democracias
occidentales" imperialistas- puede "reconocer"
distintas identidades culturales, puede conceder ciertos
derechos democráticos, generalmente como subproducto
de luchas importantes -por ejemplo el derecho al aborto,
el reconocimiento de las parejas gays- incluso financiar
ONG que ayudan a los distintos "otros" excluidos
o privados de derechos humanos, pero lo que nunca podrá
hacer es democratizar el mando despótico del capital,
la propiedad privada de los medios de producción.
El régimen capitalista no puede prescindir de la
extracción de plusvalía y de la acumulación
de capital, porque esta es su esencia, mal que le pese este
"esencialismo" a Laclau.
Los distintos movimientos sociales que han surgido sobre
todo a partir de fines de la década del '60 y que
proliferaron en los '80 -ambientalistas, feministas, étnicos,
pacifistas, gays-lesbianas, entre otros- indudablemente
se oponen a aspectos opresivos del régimen democrático
burgués capitalista. Pero esta oposición es
inesencial, y sus demandas pueden ser reabsorbidas de alguna
forma por el sistema, mientras no cuestionen el eje de las
relaciones de explotación .23 Esto no implica que
el movimiento obrero no tenga interés en las reivindicaciones
democráticas. Por el contrario, para constituirse
en una clase verdaderamente revolucionaria, debe abandonar
los marcos estrechos de la acción corporativa y transformarse
en clase hegemónica, tomando las reivindicaciones
progresivas de otros sectores sociales -por ejemplo luchas
de minorías raciales oprimidas, de mujeres por el
derecho al aborto, de inmigrantes, y de los que resisten
la opresión estatal- que son sus aliados potenciales
en su lucha contra el estado burgués.
El rol articulador de la clase obrera surge de que es el
único sujeto social que cuando se pone en acción,
cuando decide poner en cuestión las relaciones de
propiedad capitalistas y su propia condición de clase
explotada, es decir, cuando interviene como sujeto revolucionario,
tiene la capacidad de erigirse como dirección de
la emancipación social de conjunto, socializar los
medios de producción y comenzar la construcción
de un régimen social y político superior.
Política y hegemonía
A
diferencia de la (a)política postmoderna, Laclau
no acepta sin más la infinita fragmentación
de lo social, ya que en el reino de la absoluta diferencia
no hay posiblidades de articulaciones políticas.
A nivel teórico, esto implica que si bien para Laclau
la universalidad como tal es imposible, es un significante
vacío, sólo puede tener existencia si es contaminado
por algún contenido particular que tenga efectos
universalizantes. Mantener la incompletud social sería
el resguardo contra todo "totalitarismo", ya que
encierra la posibilidad de una dislocación de la
estructura, lo que abre el juego al campo de lo político
y a la "democracia radical".24
Pensando la política de identidad en una sociedad
concreta, donde las demandas de cualquier grupo social no
tienen ninguna cualidad que las haga universales, esta posibilidad
depende de que el grupo en cuestión tenga aspiraciones
universalizantes. Por eso postula junto con la "lógica
de las diferencias" de la multiplicidad de sujetos-agente
definidos por sus procesos contingentes de indentificación,
una "lógica de equivalencias", que haga
que otros grupos se reconozcan también en las demandas
de un sujeto social específico. Y en esta articulación
es central el uso que hace Laclau del concepto de hegemonía
de Antonio Gramsci, al que pretende liberar también
de todo "esencialismo", es decir de toda referencia
a las relaciones de clase, transformándolo en un
"significante vacío".25
La lógica hegemónica, como modo de funcionamiento
del campo de lo político, es para Laclau el corolario
de la contingencia radical que permite la formación
no necesaria de "bloques históricos" para
la pelea por darle un contenido particular a un significante
"flotante", que por su carácter universal
necesariamente es un vacío. Plantea que "Cuanto
más extensa sea la cadena de equivalencias que un
sector particular represente y cuanto más se transformen
sus objetivos en un nombre para la emancipación global,
más indefinidos serán los vínculos
entre ese nombre y su significado original específico
y más se aproximará al estatus de significante
vacío (...) El proceso de nominación, como
no está constreñido por ningún límite
conceptual a priori, es el que determinará en forma
retroactiva -dependiendo de las articulaciones hegemónicas
contingentes- lo que precisamente se está nombrando.
Esto quiere decir que la transición de la emancipación
política de Marx a la emancipación total nunca
puede llegar".26 Esta equivalencia, como se comprende,
da lugar a una ilusión "ideológica",
un efecto de "sutura" que en realidad vendría
a cubrir el vacío y la imposibilidad de la totalidad
social.
Laclau rechaza por economicista que las clases tengan intereses
materiales objetivos, por lo tanto, su teoría de
la hegemonía tiene un cierto vicio autoreferencial
que no permite explicar más que por motivaciones
"morales" o "éticas" las elecciones
políticas de los agentes sociales. T. Eagleton en
su crítica a Laclau plantea esta cuestión
gráficamente, dice "¿Qué lleva
a un radical político a hegemonizar a un grupo social
antes que otro? (...) Si el capitalista monopolista no tiene
intereses al margen de la manera en que se expresan políticamente,
no parecería haber razón alguna por la que
la izquierda política no deba aplicar una enorme
energía con objeto de ganarle para su causa. El hecho
de que no lo hagamos es porque consideramos que los intereses
sociales dados de los miembros de esta clase le dan muchas
menos posibilidades de volverse socialistas que, por ejemplo,
a los parados".27
Pero este no es el único inconveniente. La operación
de vaciamiento del "poder", la "democracia"
o la "hegemonía" de todo contenido concreto,
transforma en elemento teórico los efectos ilusorios
que hacen del "estado" un terreno neutro para
la lucha política. Este estado "idealizado",
que por estar vacío de contenido social, ha perdido
incluso su "razón instrumental" para el
dominio de clase, supone Laclau que podría ser hegemonizado
en alguna contingencia histórica por algún
grupo social antagónico. De ahí que la infinita
metonimia que plantea la "guerra por la interpretación"
sólo puede prever como desarrollo el terreno de la
"guerra de posiciones", que traducido al lenguaje
de la política cotidiana, significa lisa y llanamente
que la única posibilidad de lucha es en el terreno
del estado burgués, su régimen democrático
y sus relaciones de producción capitalista. Esta
percepción encierra indudablemente una creencia en
la capacidad ilimitada de "transformismo" del
estado burgués a través del juego democrático.
Esto tiene que ver con que para el "postmarxismo",
en su peculiar definición de la "democracia"
como régimen neutro frente al dominio de clase, ya
no existen "enemigos" sino sólo "adversarios".
Como plantea en un artículo Chantal Mouffe, "En
el reino de la política, el 'otro' ya no es visto
como un enemigo a ser destruido, sino como un 'adversario',
es decir, alguien con cuyas ideas vamos a pelear pero cuyo
derecho a defender esas ideas no será puesto en cuestión.
Un adversario es un enemigo legítimo, un enemigo
con quien tenemos en común una adhesión compartida
con los principios ético-políticos de la democracia".28
De esta definición nos queda claro que por ejemplo
Hitler o Videla no son "enemigos legítimos".
¿Pero sí lo sería por ejemplo Tony
Blair? Esto nos lleva al último aspecto que queremos
discutir aquí y que tiene que ver ya con la estrategia
política.
La alternativa estratégica a la "democracia
liberal"
En
su último ensayo de Contingencia..., Laclau increpa
duramente a Zizek por su falta de estrategia política,
o mejor dicho, por no hacer explícita su estrategia
"totalitaria" frente a la democracia liberal.
Dice Laclau "En su ensayo anterior, Zizek nos decía
que quería derrocar al capitalismo; ahora nos comunica
que también quiere deshacerse de los regímenes
democrático-liberales -para reemplazarlos, es verdad
por un régimen totalmente diferente del cual no tiene
la cortesía de hacernos saber nada. Sólo podemos
hacer conjeturas. Ahora bien, aparte de la sociedad capitalista
y de los paralelogramos del señor Owen, Zizek realmente
conoce un tercer tipo de organización sociopolítica:
los regímenes burócratas comunistas de la
Europa Oriental bajo los cuales vivió. ¿Es
eso lo que tiene en mente? ¿Quiere reemplazar la
democracia liberal por un sistema político unipartidario,
debilitar la división de poderes, imponer la censura
de prensa?" Y más adelante ironiza planteando
que "Hitler y Mussolini también abolieron regímenes
políticos democráticos liberales y los reemplazaron
por regímenes 'totalmente diferentes".29 Respondiendo
a estas críticas, Zizek reafirma sus posiciones con
respecto a la lucha de clases y a la necesidad de superar
las estrategias parciales que surgiría de las políticas
del reconocimiento -las emancipacion(es) como diría
Laclau-, planteando que "los defensores de los cambios
y las resignificaciones dentro del horizonte democrático
liberal son los verdaderos utópicos en su creencia
de que sus esfuerzos redundarán en algo más
que la cirugía estética que nos dará
un capitalismo con rostro humano"30 y apelando a su
ya conocido apego al "terror revolucionario" como
momento de "locura" y acercamiento a lo Real,
reivindica frente a los "liberales de gran corazón"
ser considerado como un "fascista de izquierda"
por su opción radical. Evidentemente esto último
no permite salir del falso "esencialismo" que
plantea Laclau de que hay una relación necesaria
entre revolución social y totalitarismo.
Laclau parece hacer propio el mismo determinismo que critica
y sin mediar explicación histórica alguna
admite que el destino inevitable de la revolución
de octubre era degenerar en una dictadura burocrática.31
La solución que propone Laclau es que la forma de
evitar el totalitarismo burocrático es limitarse
a maquillar la dictadura del capital y tratar de ampliar
sus formas miserables de "democracia", partiendo
del valor que todavía retendrían los "ideales"
de la Revolución Francesa.32
Pero esto sólo puede sostenerse al precio de sustituir
la historia de la lucha de clases por un formalismo de "valores
abstractos" y vacíos de contenido. La Comuna
de París de 1871 ya había dado la clave de
que el proletariado no puede simplemente apropiarse de la
maquinaria estatal burguesa y ponerla a su servicio, sino
que debe destruir su ejército y su policía,
y sustituirla por una democracia directa con revocabilidad,
basada en el armamento de la población. Las revoluciones
rusas de 1905 y 1917 vieron el surgimiento de estos órganos
de poder obrero y popular, los soviets o consejos obreros,
que como bien comprendió Trotsky, eran los "embriones
del nuevo estado". Más aún, "El
consejo, en la historia rusa moderna, es la primera forma
de poder democrático (...) Se trata de la verdadera
democracia sin trapicheos, sin dos cámaras, sin burocracia
profesional, con el derecho de los electores para revocar
a su representante cuando lo deseen."33 Esta "verdadera
democracia" es incompatible con la esclavización
económica y sólo puede realizarse subvirtiendo
el orden capitalista, incluido su estado y sus formas republicanas-democráticas
por medio de las cuales la burguesía ejerce su dominación
social. El desarrollo de formas de organización de
democracia directa no fue un patrimonio de la revolución
rusa sino que ha acompañado prácticamente
toda experiencia revolucionaria del siglo XX.34 La contrarrevolución
stalinista, las derrotas de procesos revolucionarios y el
retroceso subjetivo de la clase obrera en las últimas
décadas frente a la ofensiva imperialista, ha transformado
a algunos "intelectuales críticos" como
Laclau en ideólogos de la resignación, descartando
a priori la posibilidad de que la clase obrera en sus futuros
combates retome esta experiencia histórica.
Contingencia...
fue publicado originalmente en el año 2000, cuando
Clinton todavía cubría con "rostro humanitario"
la política del imperialismo mundial, y el movimiento
anticapitalista recién comenzaba a mostrar en las
calles la explosión de "estilos de vida alternativos"
y la confluencia de movimientos sociales contra los símbolos
del poder económico. En los tres años transcurridos
desde entonces, Bush reemplazó a Clinton y desplegó
una política imperialista agresiva acompañado
por la Tercera Vía de Blair que dejó sin sustento
muchos de los mitos ideológicos generados en los
'90, como por ejemplo el de la "superioridad de la
democracia occidental". En esta nueva situación
política, signada por la ofensiva y el guerrerismo
imperialista, la estrategia de "radicalizar la democracia
liberal" como único horizonte, dando por muerto
todo "imaginario revolucionario", se muestra doblemente
utópica como alternativa ante la barbarie capitalista.
NOTAS
1
Contingencia, hegemonía y universalidad. Diálogos
contemporáneos en la izquierda. FCE 2003.
2 Para una crítica más profunda a las elaboraciones
de Slavoj Zizek, ver Estrategia Internacional N° 19.
3 En Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro
tiempo, Laclau asume claramente esta resignación,
bajo la justificación ideológica de una toma
de "conciencia de los límites". Plantea
que "el clima intelectual de las últimas décadas,
es una nueva, creciente y generalizada conciencia de los
límites. Límites de la razón en primer
término (...) Límites, en segundo término
-o más bien lenta erosión- de los valores
e ideales de transformación radical que habían
dado sentido a la experiencia política de sucesivas
generaciones. Es como si después de décadas
-¿quizás centurias?- de anunciar el 'advenimiento
de lo nuevo', hubiéramos llegado al momento de un
cierto agotamiento y desconfianza en los resultados de toda
experimentación", pág. 19.
4 E. Laclau, C. Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy.
Towards a Radical Democratic Politics, Verso, Londres, 1985.
5 Nuevas Reflexiones sobre la revolución de nuestro
tiempo. Ed. Nueva Visión, 2da edición, Buenos
Aires, 2000, pág.11.
6 "Tenemos por un lado el liberalismo político
-es decir, el campo de las libertades públicas, de
la división de poderes, del sufragio universal. Desde
este punto de vista los principios liberales son parte integrante
y constitutiva de un socialismo democrático. Por
otro lado tenemos el liberalismo económico, la creencia
de que el libre juego de los mecanismos de mercado es suficiente
para asegurar la reproducción social. Que este liberalismo
económico no es el complemento necesario del liberalismo
político lo muestra toda la experiencia contemporánea
de los países del sudeste asiático, que son
un paraíso del neoliberalismo y que son, sin embargo,
altamente autoritarios y represivos. Es aquí que
se establece la diferencia entre socialismo democrático
y neoliberalismo (...) La única perspectiva realista
es una mezcla pragmática de control social y de mecanismos
de mercado". E. Laclau en Octubre hoy. Conversaciones
sobre la idea comunista a 150 años del Manifiesto
y 80 de la Revolución Rusa, Ediciones El Cielo por
Asalto, pág. 37.
7 Contingencia..., pág 208.
8 La operación lingüística en el terreno
social dio lugar a dos posiciones que aunque se oponen en
sus fundamentos, terminan ubicando el campo de toda acción
política posible en los marcos de la democracia representativa.
Por un lado, la tradición racionalista de J. Habermas
incorpora la acción comunicativa como fundamento
de la democracia deliberativa. El "sujeto democrático"
ya está constituido por ser miembro de una comunidad
lungüística, la autonomía que supone
la participación democrática surgiría
de las interrelaciones sociales y el reconocimiento de sí
mismo y los otros. A través del diálogo racional
y el proceso argumentativo se podrían resolver los
problemas y los conflictos sociales. El régimen que
encarna esta posibilidad es la "democracia deliberativa".
Por el otro teorías como la de Laclau que repudian
el racionalismo y cognitivismo de la acción comunicativa
e incorporan la imposibilidad de una totalidad lingüística
transparente. En un sentido más radical, el filósofo
autonomista Paolo Virno hace de la gramática uno
de los conceptos clave de su teoría subjetiva. Sintéticamente
lo que le da unidad inmanente a la multitud como pluralidad
de singulares es su pertenencia a una comunidad lingüística
que permiten la construcción de los "lugares
comunes", es decir los fundamentos lógico-lingüísticos
generales compartidos, esta competencia lingüística
que llama "vida de la mente" es lo que constituye
el "general intellect" de la multitud. Para una
profundización del tema ver por ejemplo: Paolo Virno,
Gramática de la multitud, Ed. Colihue.
9 La "deconstrucción" es en realidad una
herramienta del análisis literario, en ocasiones
usada para determinados temas filosóficos dentro
de los "textos", es decir constituye una forma
"radical de lectura" que no tiene un valor político
o de interpretación de la realidad, salvo que ésta
sea tratada como narración o construcción
discursiva.
10 Contingencia..., pág 49-50.
11 "Para que una clase determinada sea la clase liberadora
por excelencia, otra clase debe, por lo tanto, ser la clase
evidentemente opresora. El valor general negativo de la
nobleza y del clero franceses determinaba el general valor
positivo de la burguesía que era una realidad y se
contraponía a aquéllos. Pero, en Alemania
falta a cada clase particular no sólo el espíritu
de consecuencia, la severidad, el coraje, la irreflexión
que podría imprimirle el carácter de representante
negativo de la sociedad (...) La ocasión de una gran
obra ha pasado siempre, antes de haberse presentado, y cada
clase, apenas inicia la lucha contra la clase que está
sobre ella, se encuentra envuelta en una lucha con el que
está debajo. Por eso, el príncipe se halla
en lucha con el poder real, el burócrata con la nobleza,
el burgués con todos éstos, mientras el proletariado
ya comienza a encontrarse en lucha con el burgués".
Karl Marx, Introducción a la crítica de la
"Filosofía del derecho" de Hegel, Ed. Claridad,
1987, pág. 19.
12 Comentario al parágrafo 279 de la "Filosofía
del Derecho de Hegel", en Karl Marx, Critique of Hegel's
Philosophy of Right, (1843), Oxford University Press, 1970.
13 Punto 2 del comentario al parágrafo 301; Idem
13. Está fuera del alcance de estos apuntes el desarrollo
profundo de la inversión del método dialéctico
que hace Marx tomando la Filosofía del Derecho de
Hegel, pero el elemento destacado que le permite rescatar
el núcleo racional de la dialéctica del misticismo
idealista es comprender que en el seno de la formación
precedente se desarrolla el elemento negativo con efectos
disolventes que abre el espacio para la superación
en otra figura, es decir el elemento que comparte con lo
superado algunos rasgos pero que agudiza a tal punto sus
contradicciones que cambia su calidad.
14 Nuevas Reflexiones sobre la revolución de nuestro
tiempo, pág. 190.
15 Trotsky's Notebooks, 1933-1935. Writings on Lenin, Dialectics
and Evolutionism, New York, Columbia University Press, 1986,
pág. 90.
16 León Trotsky, "Resultados y perspectivas",
en La teoría de la revolución permanente,
Compilación, CEIP, Buenos Aires, 2000, pág.
87.
17 Contingencia..., pág. 298.
18 Ernest Mandel, Cien años de controversias en torno
a la obra de Karl Marx, Siglo XXI, México 1985, pág.
9.
19 No vamos a desarrollar aquí esta discusión.
Simplemente mencionaremos que para Marx las relaciones de
producción son relaciones sociales, históricamente
determinadas. Como explica E. Mandel "El capital es,
desde el punto de vista marxista, una relación social
entre los hombres que aparece como una relación entre
las cosas o entre los hombres y las cosas", Idem 19,
pág. 52.
20 Contingencia..., pág 204. La relación entre
relaciones de producción y antagonismo está
más desarrollada por Laclau en Nuevas reflexiones...
Aquí simplemente reafirma lo formulado en ese libro.
21 Contingencia..., pág. 300.
22 Por ejemplo en su libro Nuevas reflexiones..., plantea
la cuestión de la siguiente manera: "En la medida
en que se da un antagonismo entre el obrero y el capitalista,
dicho antagonismo no es inherente a la relación de
producción en cuanto tal sino que se da entre la
relación de producción y algo que el agente
es fuera de ella -por ejemplo una baja de salarios niega
la identidad del obrero en tanto que consumidor. Hay por
lo tanto una "objetividad social" -la lógica
de la ganancia- que niega otra objetividad social -la identidad
del consumidor. Pero si una identidad es negada, esto significa
que su plena constitución como objetividad es imposible".
Pág. 33.
23 Este es el punto fuerte de la crítica que viene
haciendo Zizek a la "política de la identidad".
Otros intelectuales no precisamente marxistas han llegado
a esta conclusión después de militar en movimientos
identitarios. Por ejemplo Naomi Klein plantea que "La
reacción que inspiró la política de
la identidad hizo un buen trabajo de enmascarar para nosotros
el hecho de que rápidamente el mercado se acomodaba
a nuestras demandas de una mejor representación (...)
las políticas de identidad no combatían al
sistema ni lo subvertían (...) La necesidad de una
mayor diversidad -el grito de guerra de mis años
universitarios- no sólo es ampliamente aceptada por
las industrias culturales, sino que es el mantra del capital
global. Y la política de identidad, como se practicó
en los '90, no era una amaneza sino una mina de oro".
Naomi Klein, Patriarchy gets Funky, 2001.
24 Laclau y Mouffe se apoyan en la filosofía (post)
analítica de Ludwing Wittgenstein -sobre todo enlos
llamados "juegos del lenguaje"- para desarrollar
su teoría política sobre la "democracia
radical" y rebatir los argumentos racionalistas de
Habermas y Rawls. Según Wittgenstein para tener acuerdo
en las opiniones primero hay que tener acuerdo sobre el
lenguaje usado, y esto según su teoría filosófica,
implica tener acuerdo en formas de vida. Los procedimientos
sólo existen como un ensamblaje de prácticas,
que en sí mismas constituyen formas de individualidad
e identidad. La gramática, entendida como la reglas
para el uso de las palabra, es lo que establece los límites
del sentido y los "juegos de lenguaje" permitirían
el uso de las reglas gramaticales, abriendo un abanico de
posibles combinaciones.
25 Antonio Gramsci fue quien más desarrolló
el concepto de hegemonía, primero en el sentido que
había tenido en los debates previos a la revolución
rusa, es decir, de las alianzas del proletariado con las
clases subalternas, y luego lo extendió para dar
cuenta del dominio burgués en las sociedades occidentales
democráticas avanzadas, destacando la combinación
en el poder burgués de la fuerza (la violencia organizada
del estado) y el consentimiento (que hacía posible
la hegemonía cultural burguesa). Parafraseando a
Perry Anderson, el pensamiento de Gramsci presenta antinomias
-no sólo en lo que respecta a la hegemonía,
sino también en cuanto a la separación de
la sociedad civil y el estado, a la guerra de posición,
entre otras- lo que permitió las mil y una "lecturas"
de Gramsci y su incorporación al corpus teórico
del reformismo. Pero en las ambigüedades del revolucionario
italiano no es posible encontrar nada similar a un significante
vacío como definición del poder en una sociedad
en la que las clases han perdido todo fundamento objetivo.
26 Contingencia..., pág. 62.
27 T. Eagleton, Ideología. Una introducción,
Paidós, Buenos Aires, 1997, pág. 271.
28 Chantal Mouffe, "Deliberative Democracy or Agonistic
Pluralism?", Social Research 66 N°3, otoño
1999.
29 Contingencia..., pág. 289.
30 Contingencia..., pág. 327.
31 En la entrevista publicada en el libro Octubre hoy, Laclau
evalúa del siguiente modo la revolución rusa:
"Como hecho revolucionario, octubre de 1917 fue un
fracaso. Fracaso desde el punto de vista del socialismo
europeo, puesto que no fue el preludio de la revolución
en Europa y consolidó por el contrario una nefasta
división del movimiento obrero que condujo, entre
otras cosas, al surgimiento del fascismo (...) Fracaso desde
el punto de vista de la transformación interna de
la ex URSS con la instalación de un régimen
burocrático-totalitario", pág. 35.
32 La necesidad de "completar" la Revolución
Francesa de 1789 ha sido teorizada desde múltiples
ámbitos y se ha transformado en una suerte de programa
político para muchos intelectuales, sobre todo luego
de la caída de la URSS. Este tema fue desarrollado
centralmente por François Furet, uno de los principales
historiadores de la Revolución Francesa, retomando
la tesis ya planteada antes en la obra de H. Arendt de que
el nazismo y el comunismo (stalinismo) eran las dos caras
del mismo monstruo totalitario, y que la alternativa era
revalorizar los ideales de libertad e igualdad de la teoría
liberal.
33 León Trotsky, "Conclusiones de 1905",
en La teoría de la revolución permanente,
compilación, CEIP, Buenos Aires, 2000.
34 Este fenómeno atrajo la atención de teóricos
liberales como H. Arendt que plantea por ejemplo que incluso
historiadores que simpatizaban con la revolución
"no acertaban en comprender que el sistema de consejos
les ponía en contacto con una forma de gobierno enteramente
nueva, con un espacio público nuevo para la libertad,
constituido y organizado durante el curso de la propia revolución",
Sobre la revolución, Alianza Editorial, pág.
258.
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