La
actualidad de la revolución y la dialéctica entre “libertad
y liberación”
El
horizonte de la teoría política contemporánea está dominado
por la falsa antinomia entre “democracia” y “totalitarismo”.
Esta simplificación vulgar pretende ignorar más de un
siglo y medio de historia de la clase obrera, reduciendo
toda la experiencia revolucionaria al stalinismo en sus distintas variantes.
Las
teorías de la “democracia” en auge luego de la caída de
los regímenes stalinistas, retoman
el fundamento liberal de la autonomización absoluta de
la política con respecto a toda determinación social,
introduciendo nuevamente un antagonismo insalvable entre
la democracia política y la emancipación económica.
En
su libro Sobre la revolución, reflexionando sobre
las diferencias entre las revoluciones americana y francesa
del siglo XVIII, H. Arendt expresaba
teóricamente esta dicotomía planteando que había una distancia
entre la “libertad” (política) y la “liberación” (es decir
la emancipación social) y que no necesariamente la última
llevaba a la primera1.
Esta
brecha surgía de la introducción de la “cuestión social”
en la revolución, es decir, de la transformación de la
pobreza en una “fuerza política actuante” y de la necesidad
de resolver las privaciones surgidas en la esfera de la
economía a través de instrumentos políticos. Para H. Arendt,
aunque esta irrupción de la “cuestión social” –de las
“necesidades perentorias del pueblo”- fue el sello distintivo
de la revolución francesa de 1789 y sobre todo del terror
jacobino, en realidad fue Marx quien transformó definitivamente
“lo social en lo político”2
y “de esta forma, el objetivo de la revolución
cesó de ser la liberación de los hombres de sus semejantes,
y mucho menos la fundación de la libertad, para convertirse
en la liberación del proceso vital de la sociedad de las
cadenas de la escasez, a fin de que pudiera crecer en
una corriente de abundancia. El objetivo de la revolución
era ahora la abundancia, no la libertad”3.
Justamente
lo que queda por fuera del horizonte liberal de H. Arendt
es que la “abundancia” es la condición sine qua non
de la libertad y que la contradicción no está entre la
emancipación social de los explotados y su autodeterminación
política, sino en las relaciones de producción capitalistas
que condenan a la existencia humana al reino de la necesidad
y que, por lo tanto, la explotación asalariada es la negación
misma de la liberación y de la libertad.
En
esto reside el aspecto más conservador de la teoría política
de H. Arendt, en la que convive
una idea de democracia política como forma de autogobierno
y de poder constituyente –desde la polis griega a los
consejos obreros revolucionarios de 1917 en Rusia, 1919
en Italia o 1956 en Hungría-, junto con la aceptación
concreta del capitalismo y la idealización de la democracia
norteamericana, por la vía de remitirla a la revolución
que le dio origen.
Pero
mientras que en los estrechos marcos liberales del pensamiento
de H. Arendt la revolución,
a su modo, ocupaba un lugar central en la reflexión porque
era una realidad actuante4, ésta ha desaparecido de las nuevas teorías
políticas. Como dice Z. Bauman,
mostrando el cinismo que caracteriza a los ideólogos de
nuestro tiempo, este retorno del liberalismo, más allá
de sus ornamentos teóricos, “se reduce al simple credo
de ‘no hay alternativa’”5.
Esta
separación radical de la esfera política con respecto
a lo social, esta elevación al plano teórico de la ruptura
fenomenal de la dialéctica entre “libertad y liberación”
que implicó la degeneración stalinista de la URSS y se profundizó en las revoluciones
de postguerra, resulta en la desaparición de la revolución
social del imaginario político posmoderno, ya que desde
su óptica la revolución negarían la libertad a favor de
una siempre dudosa liberación.
El
arco de teorías “antitotalitarias”
abarca desde los “postmarxistas”
como E. Laclau, partidarios de la “democracia plural”, que como veremos
no hacen más que recrear vulgarmente el reformismo de
la II Internacional combinado con dosis de liberalismo
y psicoanálisis; ideólogos del “contrapoder”, como J.
Holloway que han sacado la conclusión
de que si el Estado obrero ruso se burocratizó es mejor
nunca más proponerse tomar el poder político6;
hasta T. Negri, un “comunista
inmanente” entusiasta de las condiciones actuales, que
niega la organización política, la transición y el Estado
obrero, porque considera que lo político ya sido definitivamente
reabsorbido en lo social7.
La
operación ideológica se completa con el “retorno” (a los
griegos, a Locke, a Kant,
a Spinoza, a Bernstein...)
a una suerte de “premarxismo”
adaptado a condiciones “posmodernas”, y de una exaltación
de tendencias unilaterales sin dialéctica posible, lo
que sólo lleva a mistificar situaciones episódicas, transformándolas
en realidades efectivas.
El
“olvido” de Trotsky por parte de estos nuevos ideólogos,
incluso de muchos que provienen de las filas del trotskismo8 es funcional a construir una caricatura
de marxismo cerrado y determinista para “demostrar” que
contiene en germen al totalitarismo, identificando burdamente
marxismo con stalinismo. Evitan así enfrentar las contradicciones que surgen
de la organización social capitalista, contentándose con
elaboraciones abstractas, o rescatando viejas fórmulas
ya superadas por la historia.
Frente
a tanta miseria teórica y estratégica el pensamiento de
León Trotsky constituye una herencia invaluable para poner
nuevamente en escena la perspectiva de la revolución proletaria,
y para refutar a aquellos que afirman que a priori –ya
sea por razones “ontológicas” o por la dinámica humana
inevitable que se desarrolla en la organización política-
la toma del poder y el intento de construir una nueva
sociedad basada en órganos de poder obrero, desembocan
necesariamente en regímenes totalitarios.
Justamente
es Trotsky quien más ha reflexionado sobre estos problemas,
sintetizando la experiencia de la revolución de Octubre
y la lucha contra su degeneración, anticipando incluso
el concepto de totalitarismo para definir el régimen stalinista
(al que señaló como “gemelo del nazismo”), mucho antes
que nuestros liberales pudieran articular una explicación
coherente. Y sobre todo quien ha combatido a muerte al
stalinismo, recuperando contra
la monstruosa experiencia del “socialismo en un solo país”
y de la dictadura burocrática, la perspectiva de la revolución
internacional y la democracia soviética, como la forma
más democrática de la organización política del proletariado
como clase dominante. Por esto mismo es que creemos que
en su legado teórico y político hay claves que nos permiten
orientarnos hoy para salir del falso dilema entre “libertad
sin igualdad” o “igualdad sin libertad” y recrear un marxismo
revolucionario que sea la guía de acción para la conquista
del poder político y la democracia obrera en el siglo
XXI, en la perspectiva de que la humanidad supere de una
vez su prehistoria y conquiste una sociedad comunista.
LA
“DEMOCRACIA PLURAL” O EL RETORNO DE BERNSTEIN
Los
teóricos posmodernos de la democracia –plural, radical
o agonística9-
han reemplazado la gran aspiración a la emancipación de
la explotación asalariada, por un retorno vulgar a viejos
conceptos de la teoría liberal, como los “valores universales”
de ciudadanía e igualdad.
Si
desde el punto de vista político esto tiene como consecuencia
insistir en prácticas reformistas, disfrazadas de “radicalidad”,
desde el punto de vista teórico tiene una asombrosa similitud
en sus aspectos fundamentales con la discusión que se
desarrolló en la II Internacional a fines del siglo XIX,
conocido como el “Bernstein
Debatte”10.
Repasando
las ideas de Bernstein, veremos
que muchos, sin admitirlo, recrean varias de sus “ilusiones”
–sobre el capitalismo sin crisis, sobre la extensión de
la democracia, etc. Quien reconoce una deuda teórica con
el reformismo de la II Internacional es Ernesto Laclau, uno de los principales ideólogos de la “democracia
plural” a quien vamos a referirnos esencialmente11.
El
ejercicio comparativo entre las ideas originales del reformismo
bernsteiniano y las del postmarxismo de Laclau, no resulta
ocioso, y revela que más allá de la pretendida sofisticación
teórica aportada por el postestructuralismo,
el psicoanálisis y la lingüística, en esencia se trata
de un nuevo intento de justificar la negación de la perspectiva
de la revolución y su sustitución por una democratización
progresiva de la vida social.
Reformismo
y dinámica del capitalismo
Para
Bernstein, los cambios acontecidos
hacia fines del siglo XIX, negaban los fundamentos del
marxismo en todos los terrenos: la economía, la dinámica
social de las clases, la política y la filosofía. Esto
llevaba por lo tanto a considerar obsoleta la estrategia
revolucionaria y a tratar de darle la justa expresión
teórica y programática a la práctica que ya venían desarrollando
sectores importantes de la socialdemocracia alemana –sobre
todo su ala sindical y su fracción parlamentaria. En sus
palabras, “la influencia de la socialdemocracia sería
mucho mayor si se atreviera a emanciparse de la fraseología
anticuada y se decidiera a aparecer como lo que realmente
es hoy: un partido socialista, democrático, partidario
de la reforma”12.
¿En
qué consistía la “actualización” que proponía Bernstein para mantener la “vitalidad” del marxismo? Lisa
y llanamente en su negación.
Desde
el punto de vista de la economía, Bernstein apuntaba al corazón de la teoría marxista: la teoría
del valor y la explicación que daba Marx a las crisis
capitalistas. Para Bernstein,
los conceptos de “trabajo abstracto” y “valor”, no eran
más que constructos mentales,
generalizaciones teóricas que podían llegar a ser herramientas
para el análisis pero que no tenían ninguna existencia
en el mundo real13.
Consideraba
que Marx había enfatizado las tendencias que llevaban
a las crisis -esencialmente la tendencia a la caída de
la tasa media de ganancia y la superproducción- pero había
desestimado las contratendencias, como por ejemplo la intervención estatal,
la creciente flexibilidad de los sistemas de crédito,
la ampliación del mercado mundial, y sobre todo el surgimiento
de las grandes trusts, a las
que Bernstein le daba un valor
absoluto, al punto de que creía que hacían prácticamente
improbable que “ocurrieran crisis comerciales generales
similares a las anteriores al menos por un largo período
de tiempo”. De aquí concluía que el capitalismo había
logrado armonizar sus tendencias desiguales y había puesto
en marcha un curso de progreso incesante, por lo que la
“guerra de clases” ya no tenía sentido, al igual que la
revolución violenta y la toma del poder político por parte
del proletariado.
Aunque
la realidad desmintió una y mil veces a Bersntein –baste nombrar el crack de 1929 para poner sólo
un ejemplo “catastrófico”- la perspectiva de un capitalismo
sin crisis, incluso sin ciclos económicos, retornó en
la década de los ’90 y se hizo discurso ideológico en
aquellos entusiastas de la “globalización” que vieron
en ésta un tendencia realizada del capitalismo a la integración
mundial, o en los aduladores de la “nueva economía” que
abonaron también teorías del fin del trabajo y de la hegemonía
del trabajo inmaterial14.
La
utopía reaccionaria de Bernstein
a Laclau: ciudadanía, democracia
y Estado
Evidentemente
es en el terreno de las definiciones políticas donde se
hacen más patentes las coincidencias entre Bernstein y los que plantean como única alternativa una “emancipación
ciudadana”, humanizando las tendencias más brutales del
capitalismo y ampliando la “gestión popular” en la esfera
pública, sustrayendo así porciones de recursos y actividades
al control de lo privado, pero sin siquiera soñar con
eliminar la propiedad privada15.
Veamos
sintéticamente cómo, en aspectos fundamentales, Bernstein
se anticipaba a la “deconstrucción” postmarxista de
todo fundamento del socialismo, para terminar justificando
la reforma del capitalismo, y cómo ya el marxismo clásico
había refutado sus enunciados.
a)
La democracia como “el gobierno sin dominio de clase”
Coherente
con una visión armónica de la realidad, Bernstein partía de aceptar el orden burgués democrático y
su Estado como una “forma superior de civilización”16, donde los antagonismos de clase seguirían existiendo
en la sociedad civil pero de forma cada vez más atenuada.
Contra
la definición clásica de Marx y Engels del Estado, Bernstein
consideraba que los cambios en la legislación, la democratización
y el creciente peso social y político del proletariado,
habían tenido como consecuencia la anulación del aspecto
de dominio de clase del Estado burgués a favor de su rol
como organizador social de “todo el pueblo”. Planteaba
como perspectiva que “cuanto más se democraticen las
organizaciones políticas de las naciones avanzadas, más
se disminuye la necesidad y la oportunidad de grandes
catástrofes políticas”, entendiendo por “catástrofe
política” la irrupción violenta contra el orden establecido
del proletariado y las clases subalternas, descartando,
incluso como probabilidad teórica, la revolución en los
países centrales.
Bernstein
se pregunta “¿Cuál es el principio de la democracia?”
Y responde: “Nos acercaremos mucho más a la definición
si nos expresamos negativamente y definimos democracia
como la ausencia de un gobierno de clase, como la indicación
de una condición social en la que ninguna clase tiene
un privilegio político que se oponga a la comunidad de
conjunto. (...) Esta definición negativa tiene además
la ventaja de que deja menos margen que la frase ‘gobierno
del pueblo’ para la idea de la opresión del individuo
por la mayoría, que es absolutamente repugnante para la
mente moderna (...) Cuanto más sea adoptada y gobierne
la conciencia general, más la democracia tendrá un significado
equivalente al mayor grado de libertad posible para todos.
La democracia es en principio la abolición del gobierno
de clase, aunque no sea en sí la supresión real de las
clases”.
Ligado
a este contenido neutro desde el punto de vista de los
antagonismos sociales, la emancipación ya no consistía
en la emancipación del trabajo asalariado, como base para
conquistar la libertad, sino que se realizaba a través
de la ampliación de la ciudadanía, perdiendo así todo
contenido de clase.
Pero
la democracia formal no es antagónica sino que es el marco
jurídico más estable para el despotismo capitalista, es
decir, para la coerción económica a vender la fuerza de
trabajo que rige la vida de la gran mayoría de la humanidad,
que no tiene otro medio de subsistencia.
Aunque
por distintas razones17 para Laclau, igual que para Bernstein,
el régimen político liberal es autónomo con respecto a
las relaciones de producción en las que se basa18.
Esto resulta en una repetición vulgar de que la democracia
y el Estado constituyen un terreno neutro para las luchas
por la hegemonía, en consecuencia, la política de la izquierda
“no pasa por un ataque directo a los aparatos del Estado,
sino que implica la consolidación y reforma democrática
del Estado liberal”19.
No
hace falta demasiada argumentación para rebatir esta fantasía.
Históricamente la democracia burguesa había sido un lujo
de las naciones más avanzadas. Poco antes de la Segunda
Guerra Mundial, Trotsky definía al régimen democrático
como “la forma más aristocrática de dominio. Sólo es
posible para una nación rica. Todo demócrata británico
tiene nueve o diez esclavos trabajando en las colonias”20.
Pero
con el fin de la Segunda Guerra esta realidad cambió.
Aprovechando el horror del nazismo, los campos de concentración
y el holocausto, y también el carácter represivo y totalitario
del régimen stalinista, Estados Unidos fue imponiendo en el curso de la
Guerra Fría, a la “democracia occidental” como sinónimo
de “mundo libre”. Y esto a pesar de haber perpetrado crímenes
horrorosos como los bombardeos contra Dresden
o la bomba atómica en Hiroshima, por no hablar de las
masacres imperialistas en Vietnam y Argelia y el sostén
a las peores dictaduras, de Suharto
y el régimen racista en Sudáfrica a Videla y Pinochet.
Durante
los últimas dos décadas del siglo pasado, la democracia
burguesa –con formas más o menos degradadas, con más o
menos bonapartismo- se extendió incluso a la gran mayoría
de las semicolonias y a los ex Estados stalinistas.
Pero esta extensión de la democracia liberal no ha llevado
a la emancipación social, muy por el contrario, actuó
como cobertura de la contraofensiva neoliberal, y la justificación
ideológica de guerras imperialistas.
b)
La fragmentación del proletariado
Bernstein
consideraba que antes de pronunciarse a favor de una revolución
proletaria, había que definir primero qué era el proletariado
moderno, a lo que respondía: “si uno cuenta a todas
las personas sin propiedad o que no tienen ingreso por
propiedad o posición privilegiada, seguramente constituyen
la mayoría de la población de los países avanzados. Pero
este ‘proletariado’ sería una mezcla de elementos totalmente
diferentes, de clases que tienen más diferencias entre
sí que las que tenía el ‘pueblo’ de 1789 (...). Los asalariados
actuales no son una masa homogénea, privada en igual grado
de propiedad, familia, etc,
como se decía en el Manifiesto Comunista. En las industrias
más avanzadas se encuentra ya una jerarquía de trabajadores
entre cuyos grupos sólo existe un sentimiento vago de
solidaridad”. Junto con el surgimiento de la aristocracia
obrera, Bernstein señalaba que
la clase obrera industrial, tal como concebía Marx al
proletariado, era minoritaria en la sociedad, donde además
de las clases agrarias, emergían sectores medios que accedían
a la pequeña propiedad accionaria. Estas clases no proletarias
no tenían ni podían llegar a tener una conciencia socialista.
De esto concluía que si bien en general compartían la
condición asalariada, y eso permitía posiblemente luchas
sindicales, una vez en el poder, no tendrían objetivos
comunes para dirigir un Estado.
Antes
que Bernstein lo escribiera,
Marx ya había planteado en líneas generales este problema
en su crítica al Programa de Gotha21 con respecto a la definición de las clases
subalternas no proletarias y a la política que debía tener
el partido revolucionario obrero hacia las capas medias
y campesinas. Para Marx, la clase obrera era la clase
socialmente más homogénea y la única verdaderamente antagónica
al capital y por lo tanto revolucionaria. En el Manifiesto
Comunista se refería, a escala histórica, al enfrentamiento
decisivo entre las clases fundamentales de la sociedad,
no a la negación de otras clases y sectores.
Para
Laclau la “fragmentación” social
es suficiente para llevar adelante una “deconstrucción” del concepto de “clase”. En realidad Laclau sólo “deconstruye” el concepto
de “clase obrera”, pero no dice una palabra sobre si la
burguesía también se ha “desconstruido”
y por lo tanto se ha evaporado la propiedad privada, lo
que muestra el carácter profundamente ideológico e interesado
de su operación.
Sin
embargo, para que se pueda abrir el campo de la política,
la fragmentación por sí misma o la pura diferencia, es
insuficiente. Debe haber una relación entre el “momento
de la pluralidad social” y el de la articulación. Para
resolver esta relación siempre equívoca, Laclau
intenta reescribir en su perspectiva postestructuralista
el concepto de “hegemonía” tal como lo había concebido
el marxismo ruso y desarrollado la III Internacional,
pero despojándolo de toda referencia de clase y transformándolo
en un “significante vacío”. Los distintos sujetos sociales
pelean por darle un contenido particular, que tenga efectos
universalizantes para otros sujetos sociales, lo que permite,
por una cadena de equivalencias, una apertura del campo
de lo político.
A
pesar de considerar al marxismo como una teoría “esencialista” y “objetivista”, Laclau tiene que reconocer que la ley del desarrollo desigual
y combinado y la teoría de la revolución permanente, tal
como fuera formulada originalmente por el joven Trotsky
en 1904-1905 y generalizada en la década de 1920, rompía
con el determinismo y abría la perspectiva a la hegemonía
del proletariado sobre las tareas históricas burguesas,
es decir, democráticas22.
Pero el reconocimiento se detiene allí ya que Laclau
considera que la lógica política de Trotsky sigue atada
al “esencialismo clasista”.
Efectivamente
para Trotsky el hecho de que el proletariado asuma las
tareas que la burguesía decadente había llegado muy tarde
históricamente para asumir, no cambiaba ni el carácter
de las mismas ni la identidad de la clase obrera, el agente
social que las llevaría adelante como parte de su propia
revolución.
A
diferencia de la interpretación que hace Laclau del concepto de “hegemonía” como independiente de todo
contenido de clase, en la tradición del marxismo ruso
y de la III Internacional, incluido Gramsci, la hegemonía
sólo tenía sentido en la medida en que la sociedad estaba
dividida en clases, ya que implicaba ni más ni menos definir
sobre qué clase el proletariado ejercería su dictadura
y sobre cuál su hegemonía.
En
los años previos a la revolución rusa, la discusión sobre
la hegemonía de la clase obrera concentraba el rol que
debía jugar el proletariado en la lucha contra la autocracia
zarista. Concretamente significaba que la clase obrera
debía persuadir al campesinado pobre para ganarlo como
aliado, lo que implicaba compromisos prácticos en cuanto
a tareas no específicas de la revolución socialista como
la reforma agraria. Esta hegemonía sobre las clases subalternas
se oponía a la dictadura ejercida contra las clases enemigas,
la autocracia y la burguesía liberal, cuyo poder y Estado
había que suprimir violentamente.
Para
un socialista devenido en liberal como Laclau, junto con la teoría del partido revolucionario, esta
es la base de lo que llama “práctica autoritaria” porque
una definición así fijaría a priori, es decir, con anterioridad
al acto político, el sentido clasista de una reinvindicación
y de un agente social determinados.
Trotsky
incorporó la creciente heterogeneidad de la sociedad y
de la propia clase obrera en su concepción del desarrollo
desigual y combinado y en la teoría de la revolución permanente,
planteando la necesidad de mantener la hegemonía proletaria
al frente de la alianza de las clases explotadas, y de
un programa transitorio que una a las distintas capas
y sectores de la clase trabajadora.
Hoy,
tras la ofensiva neoliberal que tuvo como resultado una
fragmentación mayor de la clase obrera pero también contradictoriamente
una extensión de las relaciones salariales, estas elaboraciones
de Trotsky resultan indispensables para superar las divisiones
introducidas al interior de la clase obrera –trabajadores
ocupados, desocupados, sindicalizados, precarios, etc.-,
integrar la diversidad social y las demandas democráticas
en una perspectiva anticapitalista y así poder llevar
adelante una política revolucionaria.
c)
La ciudadanía universal
Bernstein
llega a la conclusión de que la dictadura del proletariado
había sido concebida para otra época en la que las clases
privilegiadas detentaban incuestionablemente el poder
en Europa, pero que el desarrollo capitalista y el crecimiento
electoral de la socialdemocracia la habían vuelto obsoleta.
Sobre esto plantea “¿Tiene algún sentido, por ejemplo,
mantener la frase “dictadura del proletariado” en un momento
en que en todos los lugares posibles los representantes
de la socialdemocracia se han ubicado prácticamente en
la arena del trabajo parlamentario, se han declarado a
favor de la representación proporcional del pueblo y de
la legislación directa –todo lo cual es inconsistente
con una dictadura? La frase es hoy tan antigua que sólo
podrá ser reconciliada con la realidad sacándole a la
palabra dictadura su actual significado y dándole una
interpretación más débil. La actividad práctica de la
socialdemocracia está dirigida a crear las circunstancias
para hacer una transición sin estallidos convulsivos del
orden social moderno a uno superior. En última instancia
–en la seguridad y la conciencia de ser los pioneros de
una civilización superior- está la justificación moral
de la expropiación socialista a la que aspira. Pero la
dictadura de las clases pertenece a una civilización menor.”
La
aspiración de la socialdemocracia no era ya la revolución
proletaria sino extender la ciudadanía23. “La socialdemocracia no desea romper la sociedad civil
y hacer a todos sus miembros proletarios; en realidad,
ella trabaja incesantemente para elevar al trabajador
de la posición social de proletario a la de ciudadano,
y por tanto, para volver a la ciudadanía universal”24.
Aunque
reconocía que los partidos liberales se habían transformado
en “guardianes del capitalismo”, Bernstein
creía que el socialismo era el “heredero legítimo del
liberalismo”, no sólo temporalmente sino “en sus cualidades
espirituales”, al punto que consideraba que el socialismo
podía ser definido sintéticamente como “liberalismo organizado”.
En
última instancia consideraba que el régimen parlamentario
y el Estado representativo iban a ir atenuando progresivamente
los conflictos entre las distintas clases, hasta llegar
al punto en que directamente se iba a remover la fuente
de su origen, resolviendo la contradicción entre la “igualdad
política” y la “desigualdad social”.
Pero
justamente en esto residía y reside la fortaleza del capitalismo,
en que la peor “desigualdad social” es decir la explotación
y la coerción económica impuesta a la mayoría desposeída
de sus medios de subsistencia, coexiste con la más plena
“igualdad jurídica”, generando la ficción de que los “ciudadanos”
individualmente y más allá de la posición social, son
iguales frente al Estado por lo cual gozarían de los mismos
derechos políticos y se les impondría las mismas obligaciones.
Pero
la explotación capitalista no es un problema jurídico
ni desaparece con la legislación laboral. Como le respondía
en ese momento Rosa Luxemburgo, “ninguna ley obliga
al proletariado a someterse al yugo del capitalismo. La
pobreza, la carencia de medios de producción, obliga al
proletariado a someterse al capital”.
Al
contrario de lo que creía Bernstein,
el moderno Estado democrático representativo, no constituía
ni constituye una “civilización superior”, sino que encarna
la dictadura del capital que impone su despotismo sobre
las masas asalariadas, aunque les conceda derechos políticos
formales.
A
diferencia de Bernstein, Laclau no considera que el mundo actual constituye una “civilización
superior” pero sí que es el único “mundo democrático”
posible donde hay espacio para que se “reconozcan” las
diferencias (sexuales, étnicas, etc.).
Para
contrastar esta “democracia” basada en las identidades
contingentes, Laclau hace una
amalgama entre la sociedad de transición y una futura
sociedad comunista mundial, a la que Marx se refiere como
una nueva sociedad libre de los antagonismos que han marcado
la prehistoria humana, y construye un relato determinista
y “totalitario” del marxismo y la revolución social como
el fin de la política, y el advenimiento de una sociedad
uniforme y transparente.
d)
El retorno a Kant
Bernstein
repudiaba la dialéctica porque creía que, con su insistencia
en la “lucha de opuestos” no sólo distorsionaba la realidad,
presentando los conflictos de forma más extrema de lo
que eran en verdad, sino también justificaba falsamente
la necesidad de una revolución violenta. Esta visión negativa
con respecto a la dialéctica, lo llevó a afirmar que el
núcleo téorico del marxismo
debería ser la evolución y su contenido moral una suerte
de neokantismo, donde el socialismo, despojado de todo
fundamento científico en la propia dinámica de las contradicciones
capitalistas, pasaba a tener el valor de objetivo ético
o de “idea reguladora”, libremente elegida por la voluntad
humana. A la vez, el avance de la supuesta “civilización
superior” que implicaba la democracia de los países centrales,
acercaba la promesa de la “paz perpetua” kantiana, lo
que fue burdamente desmentido por los antagonismos que
culminaron en la I Guerra Mundial. Bernstein
planteaba un dualismo entre la “necesidad natural” de
las leyes económicas del capitalismo y la “libertad ética”
de la elección del socialismo. El evolucionismo sufrió
un gran descrédito y está prácticamente desterrado de
las teorías contemporáneas. Pero el “retorno a Kant”
mantiene su influencia en el pensamiento de izquierda,
que ha reintroducido una suerte de dualismo entre las
condiciones actuales y un ideal ético inalcanzable. Los
rastros de este dualismo pueden encontrarse por ejemplo
en la promesa de la “democracia por venir” de Derrida
y su espera mesiánica. En una discusión con Ernesto Laclau,
Slavoj Zizek
plantea que “la principal dimensión kantiana de Laclau
radica en su aceptación de la brecha imposible de cerrar
entre el entusiasmo por el Objetivo imposible de un compromiso
político y su contenido realizable más modesto”25,
que traducido a la política concreta sería sostener la
promesa de una “democracia radical” y una nueva hegemonía,
mientras que se consiguen pequeñas reformas dentro de
la democracia liberal representativa.
La
filosofía política actual tiende a considerar la dialéctica
y al materialismo histórico, negativamente como la forma
más acabada del totalitarismo, del aplastamiento de las
singularidades y en última instancia, de lo que Derrida
llamó “la metafísica de la presencia”, es decir, la ilusión
de encontrar un fundamento objetivo que haga transparente
la realidad, en este caso la sociedad, para el sujeto.
Frente a esto exalta el antagonismo. Pero estas filosofías
de la contingencia no han hecho más que restaurar viejos
esencialismos, metafísicas y
vitalismos que lejos de poder dar cuenta de la dinámica
del movimiento y del cambio, caen en nuevos idealismos
filosóficos y utopías políticas.
Esta
breve comparación que hemos desarrollado hasta aquí, creemos
que ilustra el carácter profundamente ideológico, en el
sentido negativo del término, de las teorías que hoy sostienen
posiciones similares a la de Bernstein.
Cuando Bernstein planteaba sus
ideas reformistas, la clase obrera conseguía conquistas
importantes, tenía un creciente peso social y político
a través de las elecciones y el parlamento. El desarrollo
del capitalismo a su vez, generaba la ilusión de un progreso
sin fin y de una armonía creciente entre los Estados.
Pero
el siglo XX –con sus crisis económicas, con las dos guerras
mundiales, y también con el desarrollo de la revolución
social- no pasó en vano.
Hoy
el reformismo político de la “democracia plural” no tiene
ningún sustento en la realidad. La ofensiva neoliberal,
que implicó una regresión sin precedentes “en tiempos
de paz” en las condiciones de vida de las masas, mostró
claramente que bajo las formas institucionales democráticas
puede desarrollarse una gran contrarrevolución económica
y social, es decir que, como planteaba Lenin, la democracia
burguesa mostró más que nunca ser “la mejor envoltura
de la dictadura del capital”, y que al poder burgués sólo
se lo podrá derrotar con los métodos de la revolución
proletaria.
LA
DICTADURA DEL PROLETARIADO COMO DEMOCRACIA DE MASAS. EL
DEBATE ACTUAL
En
el punto anterior nos hemos referido a la teoría llamada
postmarxista cuyo imaginario
se limita a la “radicalización de la democracia” y a un
reformismo, que en líneas generales es tributario del
ala bernsteiniana de la II Internacional.
Pero
el encanto con la “radicalización de la democracia” no
se limita solamente a círculos intelectuales. También
tiene un fuerte impacto en las filas de la izquierda que
se reclama marxista revolucionaria, como la Liga Comunista
Revolucionaria26 francesa, que en su último congreso votó
excluir de su programa la fórmula de “dictadura del proletariado”.
La
prensa europea ha comparado esto con el “abandono de la
dictadura del proletariado” por parte del Partido Comunista
Francés en 1976, dando a entender que si el PCF marcó
el giro al eurocomunismo27, la LCR hoy estaría iniciando un giro
con consecuencias similares al interior de lo que se llama
el movimiento trotskista28.
De aquí la importancia de discutir con esta corriente,
que a su vez tiene en su seno destacados intelectuales
marxistas.
El
abandono de la dictadura del proletariado por parte de
la LCR no es meramente terminológico o “discursivo” como
han prentendido justificar sus dirigentes, alegando la carga negativa
que indudablemente tiene el término “dictadura” para el
movimiento de masas, sino que es la consumación programática
de un largo camino en el que la LCR viene avanzando en
teoría y práctica política –en especial después de los
sucesos de 1989- en borrar las fronteras entre reforma
y revolución.
Para
dar sólo algunos ejemplos recientes, la LCR se ha adaptado
al ala reformista del Foro Social Mundial, incluido organizaciones
como ATTAC, y en el año 2002 llamó a votar en Francia
por el presidente de la derecha J. Chirac
ante el ascenso electoral del candidato ultraderechista
Le Pen, con el argumento de
la defensa de la república. El caso más extremo es el
de Democracia Socialista –su sección hermana brasileña-
que participa con un ministro en el gobierno capitalista
de Lula.
Lo
que queremos demostrar en esta polémica es que este derrotero
refleja la influencia en la LCR de las ideas posmarxistas
–y también liberales de izquierda- que reemplazan las
definiciones de clase por la de ciudadanía y diluyen la
perspectiva de la revolución por la radicalización de
la democracia. Esto se expresa a través de la fórmula
recientemente enunciada por uno de sus dirigentes de que
la “revolución es la lucha por la democracia hasta el
final” y que el sufragio universal y no la democracia
de los consejos obreros, es el principio organizador de
la sociedad de transición al socialismo.
Para
introducir la polémica, comenzaremos con una breve síntesis
sobre el concepto de “dictadura del proletariado”.
La
dictadura del proletariado, la democracia de los consejos
obreros y la extinción del Estado
Tras
la experiencia stalinista, la
dictadura del proletariado fue identificada automáticamente
con la dictadura de partido único. Esta falacia hace necesario
entonces reestablecer su significado para la teoría revolucionaria,
que como veremos, está asociada con la democracia mayoritaria
y la extinción del Estado.
En
la tradición del marxismo revolucionario la dictadura
del proletariado es equivalente a un nuevo tipo de democracia,
la democracia proletaria basada en órganos de autodeterminación
de masas, ya sea vista como “cuestión estratégica”, es
decir, no planteada inmediatamente para la práctica política,
como en Marx antes de la Comuna de París, ya sea como
forma concreta de la organización de la sociedad postcapitalista,
que tiende a la extinción de toda forma de Estado.
En
la Crítica al Programa de Gotha,
Marx expone la definición más concreta de cómo se organizaría
la “clase obrera como clase dominante”, en la que distingue
claramente un período de transición entre el derrocamiento
de la burguesía y su Estado y el advenimiento de una sociedad
comunista, y llama a ese régimen-estado de transición
“dictadura revolucionaria del proletariado”29.
Esta
fase transitoria, que Marx define como la “primera fase
de la sociedad comunista”, no es “el reino de la libertad”.
Todavía la organización económica se rige por la falsa
igualación de individuos desiguales, sigue vigente el
derecho burgués, y cada individuo recibe según lo que
proporciona a la sociedad. Como explica Marx, “El derecho
nunca puede ser superior que la estructura económica de
la sociedad y su desarrollo cultural que lo condicionan”.
En la perspectiva comunista, este Estado que se erigía
como la organización del proletariado como clase dominante
y se proponía reorganizar la sociedad tras la expropiación
de la burguesía y la colectivización de los medios de
producción, estaba condenado a extinguirse, junto con
los antagonismos de clase.
Sobre
la base de esta definición de Marx de un Estado transitorio
que lleva en sí mismo los gérmenes de su propia extinción,
Lenin elabora en El estado y la revolución, su
concepción del “semiestado proletario”
que surgiría tras el derrocamiento de la burguesía. Lenin
demuestra cómo el desarrollo de la técnica logrado bajo
el capitalismo y el avance cultural de las masas, permitía
simplificar al extremo las tareas de “control y contabilidad”
que debía desempeñar el Estado, y por lo tanto ponía la
administración al alcance de la mayoría de los trabajadores.
Para Lenin la reducción de la jornada laboral que traería
consigo la planificación democrática de la economía, el
programa democrático radical, basado en los criterios
de elegibilidad y revocabilidad de delegados, la liquidación
de los privilegios materiales, y el armamento general
de la población, iban a garantizar que el Estado se encaminara
hacia su extinción.
Pero
es Trotsky quien desde la primera revolución rusa de 1905
plantea más concretamente cómo se perfilaría el nuevo
poder obrero, señalando el rol de los soviets
como embrión del Estado en el período de transición. En
Conclusiones de 1905, Trotsky plantea: “El soviet organizaba
a las masas obreras, dirigía las huelgas y manifestaciones,
armaba a los obreros y protegía a la población contra
los pogromos. (...) Si los proletarios, por su parte,
y la prensa reaccionaria por la suya dieron al soviet
el título de ‘gobierno proletario’ fue porque, de hecho,
esta organización no era otra cosa que el embrión de un
gobierno revolucionario (...) Al ser el punto de concentración
de todas las fuerzas revolucionarias del país, el soviet
no se disolvía en la democracia revolucionaria; era y
continuaba siendo la expresión organizada de la voluntad
de clase del proletariado”30.
Esta
visión premonitoria de Trotsky del rol que jugarían los
órganos de autodeterminación de masas a partir del Soviet
de Petrogrado, se vio amplificada en la revolución de febrero
de 1917 con la instauración de un régimen de doble poder.
Este rol de los soviets como la base “al fin encontrada” del nuevo Estado
proletario, se expresó en la consiga bolchevique de “Todo
el poder a los soviets” que culminó con la victoria de la revolución de octubre
de 1917.
Según
el historiador E. H. Carr, “El
término dictadura del proletariado”, aplicado por los
bolcheviques al régimen establecido por ellos en Rusia
después de la revolución de octubre, no comportaba implicaciones
constitucionales específicas ninguna (...) Los ecos emocionales
de la palabra “dictadura”, en tanto que asociada con la
idea de mando de unos pocos o de uno solo, estaba totalmente
ausente de las mentes de los marxistas que empleaban la
frase. Por el contrario, la dictadura del proletariado
sería el primer régimen en la historia en el que el poder
fuese ejercido por la clase que constituía la mayoría
de la población, condición que había de cumplirse en Rusia
llevando a la masa de los campesinos a unirse con el proletariado
industrial (...) Lejos de ser el dominio de la violencia
prepararía el camino para la desaparición del empleo de
la violencia como sanción social, es decir, para la desaparición
del Estado”31. Este proyecto no pudo realizarse plenamente
ya que poco después de la toma del poder sobrevino la
guerra civil que obligó a tomar medidas excepcionales
y reforzó la centralización del poder político y militar
en el Estado y la dirección bolchevique para defender
la revolución.32 Sin embargo, el balance que se impuso no fue el de los primeros
años de la revolución sino el de su degeneración burocrática.
Como bien dice F. Ollivier,
“los stalinistas utilizaron
la noción de dictadura del proletariado para justificar
la destrucción de todo rastro de vida democrática en la
clase obrera y en la sociedad rusa”33.
Si
la teoría marxista fue degradada a un determinismo vulgar,
la dictadura del proletariado fue tomada como sinónimo
de dictadura de partido único que tenía el monopolio sobre
el Estado y la política.
La
LCR y la lucha por la “democracia hasta el final”
En
el debate en torno al libro Révolution!
100 mots pour
changer le monde de O. Besancenot34, A. Artous plantea que se podría sintetizar su nueva definición
de la revolución como “la lucha por la democracia hasta
el final”, y “no cualquier democracia, sino una
democracia cuyo principio de base es el sufragio universal”.
Agrega que, “si hay que hablar de novedad en este libro
en relación con las tradiciones pasadas de la Liga35 es, para decirlo lapidariamente, el abandono de una
problemática general de «democracia de los consejos obreros»
(o democracia soviética) en provecho de una democracia
cuyo principio de base es el sufragio universal, aún cuando
- naturalmente - ella no se reduce a ese principio”, y que en la sociedad de transición se
trataría de una “democracia organizada en torno a asambleas
nacionales, regionales y locales, elegidas por sufragio
universal y proporcional, que represente realmente a ciudadanos
y productores».
Para
evitar los efectos “corporativos” que tendría una democracia
basada en las unidades productivas, Artous
plantea que “es necesario imaginar una democracia funcionando
sobre la base de un doble sistema de representación: uno
basado en la elección de los ciudadanos a través del sufragio
universal de asambleas, el otro tendiente a representar
del punto de vista “socioeconómico” a los asalariados
y a las capas populares que componen la inmensa mayoría
de la población. Sin entrar en detalles (bastante complicados,
y además, variables según el contexto) de esta segunda
forma de representación, se puede imaginar entonces un
sistema de doble asamblea. Pero, en caso de conflicto,
hay que saber bien quién resuelve. Y esto no puede hacerse
más que sobre la base de un voto de los individuos como
ciudadanos, entonces, con sufragio universal en el sentido
clásico; por ejemplo, un referendum”36.
Plantear
que la revolución es “la lucha por la democracia hasta
el final” evidentemente recrea la ilusión de que los conflictos
sociales y los antagonismos de clase pueden resolverse
radicalizando los métodos de la democracia. Con ello la
LCR no sólo diluye toda la necesidad de la centralidad
obrera en la lucha contra la burguesía, sino la idea misma
de revolución como expresión de enfrentamiento agudo de
clases.
La
LCR parece estar apropiándose de la conclusión que E.
Laclau sacaba hace veinte años
en su libro Hegemonía y estrategia socialista, de que
el “socialismo” es un aspecto de la “revolución democrática”37.
Los
marxistas revolucionarios utilizamos las demandas democráticas
del movimiento de masas, incluidas las democrático-formales,
cuando mantienen su “fuerza vital”, para enfrentar al
Estado capitalista, que crecientemente retacea esas libertades.
Pero lo hacemos para superar los marcos de esa miserable
democracia burguesa, que pretende ocultar su carácter
de clase a través de la igualdad política formal, y de
este modo buscamos acercar a las masas a un nuevo tipo
de democracia, la de organismos de autodeterminación que
“esbocen los rasgos de la sociedad futura”, como dice
la LCR, o se transformen en el embrión del nuevo poder
obrero, como planteaba Trotsky con respecto a los soviets
de 1905.
Pero
no hay paso democrático entre la sociedad capitalista
y la “sociedad futura” sin la destrucción violenta del
Estado burgués, lo que parece haber abandonado la LCR.
Lo
que aparentemente también ignora la LCR es que toda lucha
revolucionaria tiende a superar las formas democrático
burguesas de representación, justamente porque implica
la puesta en escena de un nuevo poder constituyente que
no se puede realizar con los mismos métodos del poder
constituido al que pretende derrocar. El rol de los consejos
como expresión revolucionaria del poder constituyente
de las masas fue percibido incluso por teóricos liberales
como H. Arendt que plantea que
“desde las revoluciones del siglo XVIII, todo gran
levantamiento ha desarrollado los rudimentos de una forma
de gobierno enteramente nueva, que surgió independiente
de todas las anteriores teorías revolucionarias, directamente
del curso de la misma revolución, es decir, de las experiencias
de la acción y de la resultante voluntad de los ejecutantes
para participar en el desarrollo posterior de los asuntos
públicos. Esta nueva forma de gobierno es el sistema de
consejos”38.
Además
la LCR parece estar imaginando una sociedad de transición
en la que luego de la expropiación de la burguesía, han
desaparecido las clases sociales y la amenaza de la contrarrevolución,
tanto a nivel nacional como internacional, y que por lo
tanto no es necesario mantener la centralidad de la clase
obrera y su organización soviética que pueda defender
la revolución. Pero la realidad es que en la sociedad
de transición no desaparecen las clases sino que con la
toma del poder se exacerban las contradicciones y el Estado
obrero no sólo deberá ejercer su defensa frente a la reacción
interna, sino también resistir la eventual agresión externa.
Por eso el sistema de “doble representación” que propone
la LCR donde la clase obrera es diluida y atomizada en
la ciudadanía y donde en “caso de conflicto de interés”
–que en un Estado de transición los ‘conflictos de interés’
clave son los referidos a la defensa frente a intentos
contrarrevolucionarios- éste se resolvería por los mecanismos
burgueses del sufragio universal, es la liquidación de
hecho y de derecho de la dictadura del proletariado39.
Las
medidas de “democracia directa” que propone la LCR como
el sufragio universal y el referendum,
lejos de ser un reaseguro contra la burocratización, usualmente
son instrumentos a los que recurren regímenes bonapartistas
plebiscitarios. El mismo Stalin incluyó en la constitución “soviética” de 1936 el sufragio
universal como “principio electoral” luego de haber liquidado
por medio de una contrarrevolución la democracia soviética
y en pleno proceso de los juicios de Moscú. Al respecto
Trotsky planteaba que la constitución stalinista “difiere de la antigua en la sustitución del
sistema electoral soviético, fundado en los grupos de
clase y de producción, por el sistema de la democracia
burguesa, basado en el llamado ‘sufragio universal igual
y directo’ de la población atomizada. En pocas palabras
estamos ante la liquidación jurídica de la dictadura del
proletariado”40.
Basada
en el “sufragio universal” la democracia futura que imagina
la LCR, y la supuesta “combinación de sistemas de representación”
es en realidad la liquidación del sistema de representación
soviético por medio del cual la clase obrera ejerce su
hegemonía41.
En
realidad, la expresión más concreta de este “sistema”
que propone la LCR, basado en “asambleas locales y regionales”
no es ningún régimen de transición al socialismo, sino
que su “esbozo” de sociedad futura podemos verlo en la
experiencia de “democracia participativa” y “presupuesto
participativo” que llevó adelante su sección hermana en
Porto Alegre. Lo que para Daniel Bensaïd
constituye una suerte de “doble poder institucional”42, no es más que una adaptación al posibilismo reinante y un ejercicio
abierto de reformismo municipalista que dejó intacto el
poder de los capitalistas, demostrando que esta “democracia
radical” sí se detiene “ante el umbral de la propiedad”,
es decir, que no lleva a ninguna revolución social.
¿Ciudadanos
o productores?
Retomando
el problema de la relación entre emancipación política
y emancipación social, A. Artous
incorpora dentro de un esquema teórico marxista, la separación
radical arendtiana de la esfera política, haciendo suya la idea de
que en última instancia la libertad se realizaría a través
de la ampliación de los derechos políticos a los ciudadanos.
En
las conclusiones de su libro Marx, l’Etat et la politique, plantea
que no se puede pensar “la relación entre la emancipación
política y la emancipación social según un simple orden
de sucesión cronológica. La segunda respondiendo a la
primera para traducirse en la desaparición de todo poder
político. La emancipación política no es una mera etapa
de la historia moderna, sino un momento repetido sin cesar
-porque sin cesar es cuestionado- de una institución de
lo social sobre bases democráticas”43.
Artous
se refiere a una “subestimación del momento jurídico de
la emancipación” en Marx y retoma de la teoría política
de Etienne Balibar,
el concepto de “égaliberté”,
como (apariencia de) universalidad, como igualdad de principio
de todos los humanos por ser hablantes, o mejor dicho,
como demanda incondicional-imposible-infinita de igualdad
y libertad que tiene el potencial de hacer estallar el
orden positivo estatal.
En
un trabajo posterior44, A. Artous postula para la sociedad
de transición un dualismo entre “productor” y “ciudadano”.
Aunque aclara que su punto de partida es la emancipación
económica como condición de la emancipación política,
con lo que la “ciudadanía” perdería su carácter de igualdad
formal que tiene bajo el capitalismo, este dualismo entre
“productor y ciudadano” remite a la una ruptura de la
dialéctica entre democracia económica y democracia política.
En
su visión la democracia soviética como democracia de los
productores, acarrearía el riesgo de fusionar “la economía
y la política”, lo que limitaría los efectos de libertad,
ya que desde su teoría, la producción estatizada mantiene
la separación entre los productores directos y los medios
de producción, lo que genera inevitablemente una esfera
autónoma de planificación de la producción que podría
derivar en un nuevo tipo de dominación.45
Esto conduce inexorablemente a afirmar que en la dictadura
del proletariado –ya no en su degeneración stalinista-
se incuban gérmenes que pueden derivar en un régimen totalitario.
Indudablemente que en la sociedad de transición el trabajo
no es “libre”, y rige la falsa igualdad del derecho burgués.
Pero eso no implica la consolidación necesaria de una
“burocracia del saber”.
Artous
pareciera dar por hecho que la democracia soviética “se
detiene en la puerta de la fábrica” y que no hay posibilidad
de planificación democrática de la economía, considerando
en un sentido como inevitable el surgimiento de una burocracia
ligada a la producción46.
Por
el contrario, para Trotsky, la democracia política está
indisolublemente ligada a la democracia económica. En
La revolución traicionada, anticipando en varias
décadas la debacle económica de los países stalinistas
en la década de 1970, planteaba que “En la economía
nacionalizada, la calidad supone la democracia de los
productores y de los consumidores, la libertad de crítica
y de iniciativa, cosas incompatibles con el régimen totalitario
del miedo, de la mentira y de la adulación (...) La democracia
soviética no es una reivindicación política abstracta
o moral. Ha llegado a ser un asunto de vida o muerte para
el país”47.
Pero
para Artous, la forma de ejercer
los derechos políticos es independizar la ciudadanía de
la esfera de la producción. Desde ese ángulo critica la
Constitución rusa de 1918, porque si bien crea un concepto
de ciudadanía que no existía bajo el zarismo48, dándole “igualdad de derechos a los
ciudadanos, independientemente de su raza o de su nacionalidad”,
está ligado “a un estatus social y no al derecho del
hombre en general”. Su conclusión es que “Decir
que la ciudadanía es un atributo de la persona y no de
un grupo social de asalariados o productores, es repetir
de una forma distinta que hace falta igualmente liberarse
del trabajo (...) es afirmar que el objetivo central de
la emancipación es poner en el centro a la política: es
decir, la institución de una dimensión particular de lo
social, que más allá de la esfera de las necesidades,
permita a los hombres vivir juntos”49.
Artous
imagina la política a la manera de H. Arendt,
como el espacio para “estar juntos”. Pero salvo en la
sociedad liberada completamente del “reino de la necesidad”,
es decir, en el comunismo, los hombres “no pueden vivir
juntos” más allá de “la esfera de las necesidades” sólo
por medios políticos. Trotsky expuso de manera irrefutable
cómo la propia burocracia stalinista
tenía una profunda raíz en la “esfera de la necesidad”
de la atrasada Rusia. Lo que no sólo planteaba con más
agudeza la planificación democrática, sino también la
estrategia internacional de la revolución.
CLASE,
SOVIET Y PARTIDO
Las
teorías “antiesencialistas”,
basándose en la caricatura stalinista,
plantean que para el marxismo hay una correspondencia
transparente y unívoca entre el proletariado como sujeto
social y su representación política, y que eso se traduce
inmediatamente en “dictadura de partido único”.
Esto
es una burda falsificación. El marxismo clásico construyó
históricamente la compleja relación entre clase y partido
revolucionario, elevando a teoría de la organización las
experiencias más importantes del proletariado a lo largo
de su existencia. El stalinismo no es más que una perversión de esa relación.
La
concepción de partido en Marx estaba signada por el paso
de la “clase en sí” a la “clase para sí”50. En el Manifiesto Comunista, planteaba que la “organización
del proletariado en clase” era equivalente a su “organización
en partido político”, lo que quería decir que la lucha
de clases se transformaba en una lucha política del “partido
proletario” contra el “partido de la burguesía”. En ese
sentido “los comunistas no forman un partido aparte,
opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses
que los separen del conjunto del proletariado (...) Los
comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios
en que, por una parte en las luchas nacionales (...) hacen
valer los intereses comunes a todo el proletariado, y
por otra parte en que, en las diferentes fases de desarrollo
por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía,
representan siempre los intereses del movimiento en su
conjunto”51. Los comunistas constituían “el sector más resuelto” de
los partidos obreros.
Es
con respecto a esta concepción de continuidad entre la
actividad de lucha de las masas obreras y su constitución
política que Lenin introduce una “innovación”, como la
llama Artous, en la teoría del
partido con su concepción expresada en el folleto ¿Qué
hacer? escrito en 1902. Aunque este folleto sigue
siendo objeto de polémicas, no nos vamos a referir a los
múltiples problemas que plantea y críticas que suscita52, sino sólo reseñar que lo central para
Lenin, partiendo de que no había una continuidad orgánica
entre la lucha económica y la lucha política, era fundamentar
que no había una relación mecánica y transparente entre
la clase obrera de conjunto y su representación política.
Lenin lo expresó crudamente en su lucha contra el economicismo, afirmando que el socialismo no surgía espontáneamente
de la lucha de clases, sino que la ideología espontánea
del proletariado era sindicalista y por lo tanto burguesa.
Esto hacía necesaria una organización que nucleara
a los elementos más concientes de la clase obrera y la
intelectualidad y que mantuviera autonomía política con
respecto a la clase de conjunto y a sus instituciones
de lucha económica, dedicándose profesionalmente a la
revolución. Rompía así con una visión evolutiva y lineal
del partido, más propia de la socialdemocracia alemana,
en la que el partido revolucionario abarcaba en su seno
otras instituciones de clase como los sindicatos, en una
relación jerárquica.
Si
en la concepción original de Lenin de 1902 no estaba establecida
en su justo término la relación entre la autoactividad
de las masas y el partido, la revolución de 1905 lo llevó
a sintetizar esta relación para la lucha por la toma del
poder. Poco después del levantamiento de San Petersburgo,
discutiendo contra las posiciones incorrectas que el Partido
Bolchevique sostenía con respecto a la potencialidad de
los soviets, Lenin escribe:
“Creo que el camarada Radine no tiene razón cuando (...) plantea el problema del
siguiente modo: ¿Soviet de diputados obreros o partido?
(...) Yo pienso que no es así como debe plantearse, que
la respuesta debe ser forzosamente: ‘Soviet de
diputados obreros y partido”. ¿Cómo
veía esa relación Lenin? El soviet constituía el órgano
más amplio de frente único de masas y “reunía a todas
las fuerzas realmente revolucionarias”53. No era un “apéndice de la socialdemocracia” ni ésta tenía
que sustituir al soviet, sino que su tarea era pelear
por su dirección y la hegemonía proletaria en el mismo.
En
línea con esta observación de 1905, finalmente la fórmula
política de esta relación adoptada por Lenin es que “la
dictadura es ejercida por el proletariado organizado en
soviets y dirigida por el partido
comunista bolchevique”.
Si
Lenin fue quien introdujo la primera “ruptura” con respecto
a una visión de identidad entre partido y clase que predominaba
en la socialdemocracia clásica, será Trotsky en su madurez
política54 quien termine de establecer la relación
dialéctica entre los distintos sectores de la clase obrera,
los organismos de frente único de masas, el rol dirigente
del partido revolucionario, antes y después de la toma
del poder, y el régimen de pluripartidismo soviético como
forma política de la dictadura del proletariado.
En
La revolución traicionada Trotsky plantea que la
ilegalización de los partidos eserista
y menchevique y posteriormente la prohibición de las fracciones
al interior del partido bolchevique, no estuvieron exentas
de consecuencias políticas. Pero lo que para el gobierno
bolchevique era una “medida provisional dictada por
las necesidades de la guerra civil, del bloqueo, de la
intervención extranjera y del hambre”
55, Stalin
lo había transformado en norma, identificando al partido
con la clase. Así el régimen de partido único se basaba
en un razonamiento mecánico de que con “la realización
del socialismo”, las clases habían desaparecido, y por
lo tanto los partidos. Trotsky, partiendo de que la toma
del poder por sí misma no implica la abolición de las
clases sociales, le responde: “En realidad las clases
son heterogéneas, desgarradas por antagonismos interiores,
y sólo llegan a sus fines comunes por la lucha de las
tendencias, de los grupos y de los partidos. Se puede
conceder con algunas reservas que un partido es una “fracción
de clase”. Pero como una clase está compuesta de numerosas
fracciones –unas miran hacia delante y otras hacia atrás-,
una misma clase puede formar varios partidos. Por la misma
razón, un partido puede apoyarse sobre fracciones de diversas
clases. No se encontrará en toda la historia política
un solo partido representante de una clase única, a menos
de que se consienta en tomar por realidad una ficción
policíaca”. Y termina diciendo de Stalin
que “su razonamiento no establece que no puede haber
partidos diferentes en la URSS; sino que no puede haber
partidos; pues en donde no hay clases, la política no
tiene nada que hacer”56.
De
allí que Trotsky desarrolla el pluripartidismo soviético
como norma programática. En el Programa de Transición
plantea que “La burocracia ha reemplazado a los soviets, como órganos de clase, por la ficción de los derechos
electores universales, al estilo de Hitler
y Goebbels. Es preciso devolver
a los soviets no sólo su libre forma democrática, sino también su
contenido de clase. Así como en otro tiempo no se permitía
a la burguesía y a los kulaks
ingresar a los soviets, ahora
es necesario expulsar de los soviets
a la burocracia y a la nueva aristocracia (...) La democratización
de los soviets es imposible sin la legalización de los partidos soviéticos.
Los mismos obreros y campesinos, con sus votos libres,
señalarán a los partidos que reconocen como partidos soviéticos”57.
Artous
señala correctamente que Trotsky fue “el único dirigente
marxista de la revolución rusa, en formular [el pluripartidismo
soviético] entre las dos guerras mundiales” y que
esta constatación es incluso más sorprendente “cuando
en Gramsci, como lo observa Perry
Anderson, la reflexión sobre la guerra de posición (...) va
a la par con un refuerzo de una visión autoritaria del
partido”. Esta concepción de Trotsky, que surge de
la diferenciación social, no se limita sólo al régimen
político de una sociedad postcapitalista,
sino que “la posición que desarrollará Trotsky sobre
el multipartidismo es entonces el fruto de una reflexión
que no atañe únicamente a la evolución de la URSS sino
que apunta a su trabajo de elaboración sobre las perspectivas
estratégicas de lucha por el poder en los países de Europa
del oeste”58.
Pero
ya sea en la sociedad capitalista o en la sociedad de
transición, la multiplicidad de partidos en los soviets,
o en los organismos de la clase obrera y las masas populares,
no implica de ninguna manera que el partido revolucionario
renuncie a la lucha por la dirección a favor de un consenso
entre los distintos partidos. Por esto es incorrecta la
apreciación de Artous de que
en las formulaciones maduras de partido, Trotsky vuelve
“en parte a su visión de partido-conciencia
de sus textos de juventud”59
lo que llevaría a la conclusión que no hay diferencias
de calidad entre un partido proletario revolucionario,
y los partidos o fracciones centristas o incluso reformistas,
ya que de hecho todos aportarían con sus posiciones a
que la clase alcance sus “fines comunes”, lo que transformaría
la política en un frente único permanente.
Para
Trotsky el partido revolucionario busca “arrastrar
al movimiento revolucionario (...) a todos los sectores
del proletariado, todas sus capas, profesiones y grupos”
mediante un sistema de reinvidincaciones
transitorias, dirigiendo a las masas hacia la toma del
poder político y la instauración de un régimen de democracia
soviética. En esa tarea debe enfrentar la lucha política
con otras tendencias, ya que aunque “el proletariado
es la clase menos heterogénea de la sociedad capitalista
(...) la existencia de capas sociales, como la aristocracia
obrera y la burocracia, basta, sin embargo, para explicarnos
la de los partidos oportunistas que se transforman, por
el curso natural de las cosas, en uno de los medios de
la dominación burguesa”60.
La
clase obrera debe conquistar la hegemonía sobre las otras
clases explotadas antes de la toma del poder, ya que,
como señala Trotsky en Historia de la Revolución Rusa,
“no hay ninguna clase histórica que pase de la situación
de subordinada a la de dominadora súbitamente, de la noche
a la mañana, aunque esta noche sea la de la revolución.
Es necesario que ya en la víspera ocupe una situación
de extraordinaria independencia con respecto a la clase
oficialmente dominante; más aún, es preciso que en ella
se concentren las esperanzas de las clases y de las capas
intermedias, descontentas con lo existente, pero incapaces
de desempeñar un papel propio”61.
Esto
vuelve a plantear la necesidad de reestablecer la dialéctica entre los órganos de autodeterminación
de masas y el partido revolucionario, que desde antes
de la revolución, desarrolle las tendencias obreras a
la constitución de embriones de doble poder y que vaya
preparando las bases del nuevo poder obrero.
Epílogo.
Una vez más sobre “libertad y liberación”
La
liquidación de la experiencia soviética por el stalinismo y las revoluciones de la postguerra, dirigidas
mayoritariamente por partidos burocráticos (campesinos
o guerrilleros) favorecieron la idea liberal de que la
revolución social sólo podía realizar cierta “liberación”
pero nunca la “libertad”.
En
los últimos años, luego del colapso del stalinismo, predomina en el campo de las ideas una posición
que, para decirlo de un modo esquemático, es el reverso
de la anterior, es decir, una reafirmación
unilateral del otro polo de la ecuación, de que es posible
la “libertad” independientemente de la “liberación”. Esto
se expresa en dos tendencias en la teoría política: la
“democracia plural” por un lado y el “autonomismo”
por otro, que niegan la emancipación social como base
de la emancipación política, por dos caminos aparentemente
antagónicos.
Al
modo de un ilusionista, Negri
imagina la “inmanencia” de lo
político en lo social, es decir que la esfera político-estatal
ha dejado de existir y que lo social –la “multitud”- como
agregado de singularidades actúa sin que medie ninguna
instancia de representación política. De ahí que considere
“superadas” tanto la forma “soviet”,
ya que la democracia sería “directa” y ejercida por cada
singularidad de la multitud, como la forma “partido” y
que anuncie la realización del comunismo sin mediar ninguna
transición. Como este “reino de la libertad” no existe
más que en los libros de Negri,
y la “horizontalidad” de lo social tiene una expresión
“vertical” en la política, negar la necesidad de una representación
política revolucionaria de los trabajadores y los oprimidos,
lleva inexorablemente a optar por algún “mal menor” de
los tantos que ofrece el sistema político “realmente existente”-ya
sea Lula, Kirchner o algún otro.
A
esta “inmanencia” autonomista Laclau le opone el “momento
de la articulación política”, señalando que “un desarrollo
puramente pluralista de lo social que deja de lado el
momento de la articulación política, aun cuando dé lugar
a luchas sociales de una profundidad creciente, en el
largo plazo puede ser políticamente estéril”62. Pero para Laclau esta “articulación” o “hegemonía” se basa en sujetos
sociales fragmentarios, cuyas identidades contingentes
y precarias se construyen por fuera de las relaciones
de producción y por lo tanto sólo pueden derivar en “bloques
históricos” policlasistas, o
gobiernos burgueses “progresistas”.
Contra
esta visión resignada a no traspasar el umbral de la propiedad
capitalista, en el siglo pasado la clase obrera dio muestras
de que en sus fuerzas anida un nuevo poder constituyente.
Soviet (consejos) y partido
revolucionario: he aquí los términos insustituibles de
la ecuación que lo conforma. Una relación que encontró
en la obra de Trotsky maduro su más acabada formulación
programática, que es la que
debemos retomar para las revoluciones del siglo XXI, para
que la “liberación” sea el camino para el pleno ejercicio
de la “libertad”, lo que para nosotros, igual que para
los clásicos del marxismo, significa ni más ni menos que
la sociedad comunista.
----------------------------
Notas:
1
“Quizás sea un lugar común afirmar que liberación y
libertad no son la misma cosa, que la liberación es posiblemente
la condición de la libertad, pero que de ningún modo conduce
directamente a ella; que la idea de libertad implícita
en la liberación sólo puede ser negativa y, por tanto,
que la intención de liberar no coincide con el deseo de
libertad”, Arendt, H. Sobre
la revolución, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1992,
pág.30.
2
A partir de la organización política de la polis griega, H. Arednt reflexiona sobre la separación de la esfera política
como el espacio de lo público, con respecto a la esfera
privada, como el espacio de la necesidad, a la que pertenecía
la economía y la vida familiar. Los ciudadanos griegos
que participaban de la vida política eran los hombres
libres, es decir, los que no estaban atados a la necesidad
y por lo tanto se veían liberados de la labor, que realizaban
los esclavos. Mientras que la esfera privada –doméstica-
está regida por la necesidad natural de supervivencia
individual y de la especie, la esfera de la polis,
era la de la libertad. En su libro “La condición humana”
plantea que la “necesidad es un fenómeno prepolítico,
característico de la organización doméstica privada, y
que la fuerza y la violencia se justifican en esta esfera
porque son los únicos medios para dominar la necesidad
–por ejemplo, gobernando a los esclavos- y llegar a ser
libres (...) la violencia es el acto prepolítico
de liberarse de la necesidad para la libertad del mundo”.
Arendt, H. La condición humana,
Ed. Paidos,
Buenos Aires, 2003, pág 43-44.
3
Arendt, H., op. cit. pág
65. Toni Negri
responde muy acertadamente a esta falsa dicotomía propia
de la teoría liberal planteando que “Después de Marx
y de Lenin no es posible hablar de libertad política sin
hablar de libertad económica, de libre producción, de
trabajo vivo como fundamento político. La libertad se
ha convertido en liberación, la liberación es poder constituyente”.
Negri, A. El poder constituyente.
Ensayos sobre las alternativas de la modernidad. Ed. Libertarias/Prodhufi, Buenos
Aires, 1994 pág. 367.
4
H. Arednt abre su libro Sobre
la revolución con la siguiente frase: “Guerras y revoluciones
han caracterizado hasta ahora la fisonomía del siglo XX.
Parece como si los acontecimientos se hubieran precipitado
a fin de hacer realidad la profecía anticipada por Lenin”.
Alianza Editorial, Buenos Aires, 1992, pág. 11.
5
Bauman Z. En busca de la política,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003. La frase
“no hay alternativa” la hizo famosa Margaret
Thatcher. Con su sarcasmos habitual S. Zizek
dice “ya nadie considera seriamente alternativas posibles
al capitalismo, mientras que la imaginación popular es
perseguida por las visiones del inminente ‘colapso de
la naturaleza’, del cese de toda la vida en la Tierra:
parece más fácil imaginar el ‘fin del mundo’ que un cambio
mucho más modesto en el modo de producción, como si el
capitalismo liberal fuera lo ‘real’ que de algún modo
sobrevivirá, incluso bajo una catástrofe ecológica global”.
Ideología. Un mapa de la cuestión, Fondo de Cultura Económica,
Buenos Aires, 2003, pág.7.
6
En algún momento estas teorías deberían enfrentarse crudamente
a la prueba de la realidad. Por ejemplo cabría preguntarle
a Holloway por qué el zapatismo
no sólo no “cambió el mundo sin tomar el poder” sino que
tampoco cambió las condiciones estructurales de los explotados
en México y ni siquiera en Chiapas; o a Laclau
por qué después de 20 años de su libro Hegemonía y Estrategia
Socialista, si el poder es un significante vacío abierto
a ser “hegemonizado” por cualquier
grupo identitario, siempre lo “hegemoniza”
la burguesía.
7
“El problema del partido y de la democracia de los
trabajadores debe plantearse en el terreno ontológico,
respecto a una ontología que ha dejado atrás definitivamente
toda diferencia entre lo social y lo político. Encontrar
lo político en lo social no es identificar una sede utópica;
por el contrario, ello produce una nueva definición de
lo social (...) En otra época, el discurso de la emancipación
apuntó hacia un objetivo utópico de acuerdo con la técnica
de la progresiva sobredeterminación
del desarrollo, de lo social a lo político, hasta conseguir
que se desbordase éste para retornar a lo social; en la
actualidad, este discurso, habiéndose convertido gradualmente
en conglomerado mistificado de toda hipótesis de medida
y jerarquía, fundado en la separación de lo político de
lo social se ha agotado, dejando espacio para las prácticas
de liberación” Negri, A.
“Interpretación de la situación de clase hoy: aspectos
metodológicos” en Guattari, F, Negri A. Las verdades
nómadas &
General Intellect, poder constituyente,
comunismo, Ed. Akal, Madrid, 1999 pág 112-113.
8
Por ejemplo, dos de los principales exponentes de las
teorías de la democracia como C. Castoriadis
y C. Lefort provienen ambos
del trotskismo. Empezaron por criticar la definición de
“estado obrero degenerado” acuñando en el caso de Castoriadis
una concepción de “capitalismo burocrático” para definir
a la URSS. Posteriormente rompieron ambos con el marxismo
y dejaron prácticamente de mencionar, aunque más no sea
por una cuestión de honestidad histórica, la lucha de
Trotsky contra Stalin para plantear la “tesis” que se había hecho un lugar
común de que el partido bolchevique contenía en germen
el stalinismo.
9
El “agonismo” es el fundamento
de la democracia plural. El término remite a una lucha
permanente, que en el terreno político, surge de la inevitabilidad
de los antagonismos, pero los contrincantes son “adversarios”
y no “enemigos” porque a pesar de sus antagonismos comparten
una misma ética democrática. Chantal Mouffe es quien más ha elaborado
esta teoría de la democracia.
10
El debate giró en torno a una serie de artículos publicados
por Eduard Bernstein
en la revista Die
Neue Zeit entre 1896 y 1898. En 1899 fueron recopilados por
su autor en el libro Die
Voraussetzungen des Sozialismus
und die Aufgaben der
Sozialdemokratie (Las premisas
del socialismo y las tareas de la Socialdemocracia),
traducido al inglés en 1909 bajo el título Evolutionary
Socialism. En el momento en que comenzó este debate Bernstein gozaba de un prestigio considerable dentro de la
socialdemocracia alemana, sobre todo porque era, junto a Kautsky, uno de los discípulos y amigos más cercanos de Engels.
En el debate intervinieron los dirigentes y teóricos más
importantes de la II Internacional, entre ellos K. Kautsky,
R. Luxemburgo, A. Labriola,
Plejanov, Parvus.
11
Sin mediar ningún esfuerzo demostrativo, dado que precisamente
el siglo XX no ha venido a confirmar las tesis de Bernstein, Laclau afirma que “Bernstein
entendió claramente que los progresos futuros en la democratización
del Estado y de la sociedad dependerían de iniciativas
autónomas que partirían de diferentes puntos del tejido
social, dado que la creciente productividad del trabajo
y el éxito de las luchas obreras estaban teniendo el efecto
combinado de que los obreros dejaban de ser ‘proletarios’
y pasaban a ser ‘ciudadanos’ (...) La visión de Bersntein
era, sin duda, excesivamente simplista y optimista, pero
sus predicciones fueron fundamentalmente correctas”.
“Postmarxismo sin pedido de
disculpas” (con C. Mouffe) en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro
tiempo, Ediciones Nueva Visión, Argentina, 2da. Edición,
2000, pág. 143.
12
Bernstein, E. Evolutionary Socialism.
Todas las citas de Bernstein
están traducidas del inglés de la versión disponible en
www.marxists.org.
13 Los principales fundamentos de esta crítica ya habían
sido planteados por Böhm-Bawerk.
Bernstein en realidad, como
plantea en su libro, no hace una crítica original, sino
que retoma elementos que ya se venían señalando, reservándose
el mérito solamente de “poner de manifiesto no algo desconocido
sino lo que ya se ha dicho hasta el momento”.
Las leyes y tendencias económicas del capitalismo
elaboradas por Marx, como la ley del valor, han sido criticadas
casi desde su formulación.
Los teóricos postestructuralistas
en su “deconstrucción” del marxismo,
no han hecho el esfuerzo de estudiar por ejemplo el problema
de la ley del valor. Exaltando la “exorbitancia de lo
político” han decidido no abordar las tendencias del capitalismo
actual, aceptando sin más las tesis del “fin del trabajo”.
A. Negri es quien, apoyándose en elementos reales que niegan
parcialmente la ley del valor como medida, ha cuestionado
íntegramente este aspecto de la teoría marxista.
14
Para una discusión sobre estas corrientes ver “Desafiando
la miseria de lo posible. Discusiones desde Trotsky con
las ideas dominantes de nuestra época”, en esta misma
revista.
15
Este horizonte reformista lo comparte un amplio abanico
que abarca algunas administraciones de gobiernos locales
o municipales, como había sido la intendencia de Porto
Alegre, ONG, grupos políticos y asociaciones civiles como
ATTAC. Estos sectores que plantean distinto tipos de reformas,
ya sean a nivel estatal o a nivel financiero, terminaron
hegemonizando el movimiento
conocido primero como “no global” y luego rebautizado
“altermundista”, nucleado en el Foro
Social Mundial.
16
A tal punto creía en el rol
“civilizatorio” del capitalismo
occidental, que en este mismo libro incluye un capítulo
donde fundamenta el carácter progresivo del colonialismo,
en particular se refiere a los efectos benéficos de la
colonización en Marruecos.
17
Para Bernstein “por el nivel
alcanzado en el desarrollo económico, los factores ideológicos
y éticos tienen un mayor espacio para la actividad independiente.
La evolución económica pierde parte del poder de dictar
la forma a la evolución de otras tendencias sociales”.
En el caso de Laclau y de las
teorías postestructuralistas
en general, se trata de una epistemología llamada “antiesencialista”,
regida por la contingencia, cuyos fundamentos están en
la teoría lingüística y en la concepción de lo social
como discurso. Para una apreciación crítica más profuda ver “La impostura postmarxista”,
EI N° 20.
18
En un artículo, Chantal Mouffe,
colaboradora de Laclau, plantea
que “es importante distinguir la democracia liberal
del capitalismo democrático y entenderla en términos de
lo que la filosofía política clásica conoce como régimen,
una forma política de sociedad que se define exclusivamente
en el plano de lo político, dejando a un lado su posible
articulación con un sistema económico”, Mouffe
Ch., La paradoja democrática, Editorial Gedisa,
Barcelona, 2003, pág. 36.
19
Laclau, E. Nuevas reflexiones
sobre la revolución de nuestro tiempo, Ed.
Nueva Visión, Buenos Aires, pág. 144.
20
Y continúa planteando “La antigua sociedad griega fue
una democracia esclavista. Lo mismo se puede decir en
cierto sentido, de las democracias británica, holandesa,
francesa, belga. Estados Unidos no tiene colonias patentes,
pero tiene Latinoamérica, y el mundo entero es una especie
de colonia para Estados Unidos, por no hablar de que poseen
el continente más rico y se han desarrollado sin tradición
feudal”. Trotsky L, Discusiones sobre el programa de transición,
Ediciones Crux, pág. 157.
21
Se conoce con este nombre al proyecto de programa que
constituyó la base de discusión del congreso de unificación,
que se realizó en Gotha en 1875,
entre el Partido Obrero Socialdemócrata y la Unión General
de Obreros Alemanes, del que surgiría el Partido Socialista
Obrero de Alemania. Marx criticó duramente a este programa
que encarnaba más bien la herencia de Lasalle
que al marxismo revolucionario. Con respecto al problema
de las clases, el Programa de Gotha
planteaba que el conjunto de las clases sociales constituían
un bloque reaccionario con respecto al proletariado.
22
La referencia a la ley del desarrollo desigual y combinado
se puede leer en distintos textos de Laclau,
por ejemplo en Nuevas reflexiones sobre la revolución
de nuestro tiempo plantea que la “tendencia a hacer
de la dislocación estructural el eje mismo de la estrategia
política será acentuada y desarrollará buena parte de
su riqueza potencial en la obra de Trotsky. Para Trotsky
la posibilidad misma de la acción revolucionaria depende
de los desniveles estructurales. Consideremos en primer
término la formulación de la perspectiva permanentista
en sus escritos en torno de la revolución de 1905 (..)
El desajuste estructural entre burguesía y proletariado
estaba en la base de la imposibilidad de que la burguesía
pudiera liderar la revolución democrática. Esta última
sería por lo tanto hegemonizada
por el proletariado y, en la concepción de Trotsky, esto
implicaba la necesidad de ir más allá de las tareas democráticas
y orientarse en una dirección socialista”. Op.
Cit. pág
63-64.
23 El concepto de “ciudadanía” tiene una larga historia.
En la antigua Grecia, el término “ciudadano” indicaba
la pertenencia a la polis. Según
Aristóteles el ciudadano era aquel que tenía el derecho
de participar en la deliberación política de su comunidad.
De este derecho estaban expresamente excluidos los extranjeros
y los esclavos, porque sólo un hombre que no estuviera
atado a la necesidad de la labor podría ser políticamente
libre, por lo que la condición de ciudadanía reflejaba
en el terreno político la condición económico-social.
La base doctrinal para el concepto de ciudadanía ligado
al ascenso de la burguesía está en el liberalismo de Locke, quien afirma la supremacía del individuo y la propiedad
como condición del derecho de ciudadanía. La ciudadanía
fue una idea revolucionaria fundamental en la lucha de
la burguesía contra la dominación feudal y ponía fin a
los privilegios de los nobles y el clero. Una de sus formulaciones
más radicales es la de J.J. Rousseau
en su denuncia al ancien
régime. La revolución francesa
de 1789 elimina a la propiedad como condición y declara
a todos los ciudadanos libres desde el punto de vista
jurídico, pero su primera Constitución establece dos tipos
de ciudadanos, los activos, que tenían derecho a voto
y eran una minoría, y los pasivos que no podían votar.
Bajo el capitalismo, la ciudadanía tiende a velar la desigualdad
social con la igualdad jurídica ante el estado. La extensión
de los derechos políticos a todos los ciudadanos como
el sufragio universal fue subproducto de duras luchas
de trabajadores y mujeres que progresivamente fueron conquistando
ese derecho, finalmente generalizado recién entre comienzos
y mediados del siglo XX. El aspecto fundamental de la
concepción burguesa de “ciudadano” es la consumación de
la separación entre la esfera económica, signada por la
oposición entre el capitalista y el trabajador; la esfera
política, donde esa oposición es velada, rige la igualdad
jurídica de todos los habitantes de un estado y todo individuo
es libre de vender o no su fuerza de trabajo. En el sistema
político burgués la ciudadanía es una categoría abstracta
que cubre los conflictos de clase que desgarran a la sociedad.
Aunque también cristaliza conquistas, como por ejemplo
los derechos sociales a la salud y la educación públicas,
que se extendieron sobre todo después de la Segunda Guerra
Mundial, y que hoy están retrocediendo. En los países
centrales los inmigrantes están excluidos de estos derechos
básicos de ciudadanía.
24
Bernstein vuelve a los temas
clásicos del liberalismo, presentándolos con valor de
verdad científica. Como señala R. Luxemburgo “Fiel
a su lógica hasta el fin, ha cambiado, junto con su ciencia,
política, moral y manera de pensar, el lenguaje histórico
del proletariado por el de la burguesía. Cuando utiliza
la palabra ‘ciudadano’ sin distinciones para referirse
tanto al burgués como al proletario, queriendo, con ello,
referirse al hombre en general, identifica al hombre en
general con el burgués, y a la sociedad humana con la
sociedad burguesa”. Reforma o revolución, Obras Escogidas,
Tomo 1, Ediciones Pluma, Argentina, 1976, pág. 107.
25
Butler J., Laclau E., Zizek, S. Contingencia,
Hegemonía, Universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda. Fondo de Cultura Económica, 1º Ed.,
Buenos Aires, 2003, pág. 316.
26
La LCR es la principal sección del Secretariado Unificado
de la Cuarta Internacional y uno de los grupos que se
reclaman trotskistas más importantes del mundo.
27
Lo que se conoce como “eurocomunismo” fue el giro iniciado
individualmente por distintos partidos comunistas, principalmente
los PC de Italia, Francia y España, y hasta cierto punto,
también de Inglaterra, Bélgica y Suiza, en la década de
1970, por el que abandonaban formalmente la dictadura
del proletariado y se declaraban independientes del Partido
Comunista de la Unión Soviética, traduciendo a programa
su política de colaboración de clases. Si bien no constituyó
una corriente teórico-político
homogénea, en líneas generales consideraba que en los
países de Europa occidental la democracia era la única
forma de superar el dominio del capital monopólico, el socialismo iba a ser alcanzado por medios democráticos,
tomando una posición muy similiar
a la de la socialdemocracia,
y que el instrumento para el cambio social era el sufragio
universal. Etienne Balibar escribió en 1976 “Sur la dictadure
du prolétariat”,
un libro que concentra su crítica al giro eurocomunista
del PCF, en el que algunos de los argumentos que rebate,
como por ejemplo que la teoría marxista del estado estaba
atrasada porque sólo tomaba en cuenta sus aspectos represivos,
son muy similares a los que hoy plantean algunos intelectuales
de la LCR.
28
La LCR plantea que esta comparación es mal intencionada,
ya que a diferencia del PCF, este cambio estatutario no
implica la renuncia a luchar por el “socialismo autogestionario,
la democracia sin límites, el poder de los trabajadores
y las trabajadoras, es decir, la inmensa mayoría de la
población, contra la dictadura de los accionistas”.
29
Entre los puntos democráticos que planteaba el Programa
de Gotha, figuraba la lucha
del proletariado por establecer un “estado popular libre”.
Para Marx esto era imposible. En su crítica plantea: “Cabe,
entonces, preguntarse: ¿qué transformación sufrirá el
Estado en la sociedad comunista? O, en otros términos:
¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones
del Estado subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede
contestarse científicamente, y por más que acoplemos de
mil maneras la palabra pueblo y la palabra Estado, no
nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema.
Entre la sociedad capitalista y la comunista media un
período de transformación revolucionaria de la primera
en la segunda. A este período corresponde también un período
político de transición, cuyo Estado no puede ser otro
que la dictadura revolucionaria del proletariado”.
30
Trotsky, L. La teoría de la revolución permanente. Compilación,
CEIP, Buenos Aires, 2000, pág
40-41.
31
Carr EH, Historia de la Revolución
Rusa. La revolución bolchevique (1917-1923), I, Alianza
Editorial, Madrid, 1973, pág
169. El gran cronista de la revolución rusa, John
Reed, hace el siguiente relato
de los soviets de ese período:
“Nunca antes se creó un cuerpo político más sensible
y perceptivo a la voluntad popular. Esto era necesario,
pues en los períodos revolucionarios, la voluntad popular
cambia con gran rapidez. Por ejemplo, durante la primera
semana de diciembre de 1917 hubo desfiles y manifestaciones
en favor de la Asamblea Constituyente -es decir, contra el poder soviético-.
Uno de esos desfiles fue tiroteado por algún Guardia Rojo
irresponsable y varias personas murieron. La reacción
a esa estúpida violencia fue inmediata. Más de una docena
de diputados bolcheviques fueron cesados y reemplazados
por mencheviques. Pasaron tres semanas antes de que el
sentimiento popular se tranquilizara y los mencheviques
fueran reemplazados uno a uno de nuevo por los bolcheviques”.
Este principio de revocabilidad
que regía este “órgano sensible a la voluntad popular”,
llegaba hasta la máxima jerarquía del estado soviético.
“Si su dirección fuera insatisfactoria, Lenin podría
ser destituido en cualquier momento por la delegación
de las masas del pueblo ruso o en el plazo de unas pocas
semanas por el propio pueblo ruso directamente”. Y
más en general, “si una parte considerable de Rusia
se opusiera seriamente al gobierno soviético, los Soviets
no durarían ni una hora”. Extracto de Los soviets
en acción, 1918. Disponible en el website del MIA.
32
Incluso bajo el período de excepción de la guerra civil,
es interesante volver a este estudio de E. Carr,
donde documenta cómo a pesar de que los partidos menchevique
y eserista habían sido ilegalizados
por sus prácticas que favorecían a la reacción, eran ampliamente
tolerados, seguían sacando su prensa, hacían sus congresos
e incluso participaban con delegados en los congresos
de los soviets. En respuesta
a la crítica de un delegado bolchevique en el congreso
del partido de 1919 a la relegalización
de mencheviques y eseristas, Lenin responde “Se requiere que cambiemos frecuentemente
nuestra línea de conducta y esto puede parecer extraño
e incomprensible al observador superficial. ‘¿Qué es esto?’
dirá. ‘Ayer hacíais promesas a la pequeño burguesía y
hoy Dzerzhinski declara que los mencheviques y eseristas tienen que ir al paredón. ¡Qué contradicción!’ Sí,
una contradicción, pero hay también una contradicción
en la conducta de esta misma democracia pequeño-burguesa
que no sabe dónde sentarse, intenta hacerlo entre dos
asientos, salta de uno a otro y tan pronto cae a la derecha
como a la izquierda ... A esto decimos: ‘no sois un enemigo
serio; nuestro enemigo serio es la burguesía. Pero si
os alineais con ella tendremos que aplicaros
a vosotros también las medidas propias de la dictadura
proletaria”. Carr, E. Op. cit.
pág. 191.
33
Et la dictadure du prolétariat?,
Rouge 2040, 20/11/2003. A la
manera de los postmarxistas, la LCR ha comenzado a plantear una posición
que se desliza a igualar el régimen soviético bajo el
partido bolchevique con el stalinismo.
En el artículo citado, F. Ollivier plantea: “En nombre de la dictadura revolucionaria
del proletariado, concebida como un régimen de excepción
en circunstancias excepcionales, Lenin, Trotsky y muchos
otros dirigentes bolcheviques han tomado medidas que han
asfixiado progresivamente la democracia en el seno de
las nuevas organizaciones revolucionarias. Se asiste a
la sustitución de la democracia de los soviets por el poder del partido, a la pérdida de sustancia
de los consejos y comités, al rechazo a convocar una nueva
asamblea constituyente, después a la prohibición de tendencias
en el propio seno del partido bolchevique. El ejercicio
de la dictadura del proletariado en Rusia, incluso entre
1918 y 1924, se tradujo en la fusión del estado y del
partido, así como en la supresión progresiva de todas
las libertades democráticas”. En un sentido similar,
A. Artous en su comentario al
libro de O. Besancenot plantea,
que éste tiene una “mirada crítica referida a los primeros
años de la revolución rusa de Octubre de 1917, aunque
en los ‘trotskistas’ es tradicional oponer radicalmente
este período a la URSS stalinista”.
Yagrega que “hay dos enfoques
sobre las causas que llevaron a la burocratización de
la revolución: uno - digamos clásico - pone el acento
en el conjunto de condiciones “objetivas” (guerra civil,
estado del país) que permite darse cuenta de los problemas
a los que se enfrentaron, y explica que el comportamiento
de la dirección bolchevique era esencialmente pragmático.
El otro destaca igualmente los efectos de las condiciones
“subjetivas”: el desarrollo en los bolcheviques no solamente
de prácticas, sino de concepciones autoritarias del poder.
El libro se sitúa, con mucha razón, en este segundo enfoque”.
La révolution c’est la démocratie jusqu’au bout..., Critique Communiste Nº 169-170, pág. 42.
34
O. Besancenot es la nueva figura
pública de la LCR, fue candidato presidencial en al año
2002.
35
En 1977 el Secretariado Unificado publicó la resolución
“Democracia socialista y dictadura del proletariado”,
en la que se pronunciaba por la democracia soviética y
el pluripartidismo, pero esto
no le impedía adaptarse a las más variadas burocracias
como el régimen castrista o el sandinismo.
Posteriormente cifró sus esperanzas “democráticas” en
la glasnot de Gorbachov.
36 Artous, A. La révolution c'est la démocratie jusqu'au bout... En: Critique Communiste Nº 169/170. En esa misma
revista, I. Johsua plantea que
Marx y Engels tenían una visión más bien fragmentaria
del Estado burgués y que Lenin “retiene sólo el aspecto
represivo” de la definición de Engels del estado, y a
partir de allí deduce que a este poder especial de represión
burgués, hay que oponerle un poder especial de represión
proletaria, que mantendría este carácter represivo a pesar
de estar en manos de la mayoría de la población. Evidentemente
esta es una interpretación sesgada del Estado y la
revolución, ya que Johsua
no hace la más mínima mención al programa democrático
radical que plantea Lenin como forma de organización del
estado. Su carácter represivo responde a que como todo
estado implica el dominio de clase, pero este dominio
se ejerce exclusivamente contra la burguesía y la autocracia.
Volviendo al terreno de las definiciones, Johsua plantea que el Estado es el “sitio de la hegemonía
política de la burguesía sobre la sociedad, de las alianzas
de clase”. Es cierto que desde la época de Marx y
de Lenin, la burguesía perfeccionó su maquinaria estatal
y los mecanismos de consenso, pero el dominio burgués
no es sólo ejercicio de hegemonía, sino que ésta se combina
con la fuerza represiva, que, como en la época de Marx
o Lenin sigue siendo el último recurso en caso de que
el poder burgués esté amenazado.
Con respecto a las medidas de sufragio universal o plebiscitos,
Johsua plantea que “las formas
de autoorganización, las bases del nuevo poder político,
pueden vaciarse de contenido (...) y las funciones públicas
tienden a cristalizarse en las instituciones y los órganos
permanentes”, hay que instituir formas permanentes
“que puedan permitir que irrumpan ‘los de abajo’ como
referendum o la iniciativa popular”.
37
“Bien entendido,
todo proyecto de democracia radicalizada
supone una dimensión socialista, ya que es necesario poner
fin a las relaciones capitalistas de producción que están
en la base de numerosas relaciones de subordinación; pero
el socialismo es uno
de los componentes de un proyecto de democracia radicalizada
y no a la inversa”. Laclau E., Mouffe C. Hegemonía y
estrategia socialista. Hacia una radicalización
de la democracia, Fondo de Cultura Económica de Argentina,
2da. Ed., Buenos Aires, 2004,
pág.224. Nótese que en 1985 Laclau
todavía usaba expresiones como “socialismo” o “relaciones
de producción capitalistas”, que desaparecieron completamente
de su discurso.
38
Arendt, H. Crisis de la república,
Taurus, 1999, pág
232. Formulaciones similares se pueden encontrar en otros
textos como Sobre la revolución, donde los ejemplos se
extienden a las revoluciones antiestalinistas como Hungría en 1956. H. Arendt considera que hay una contradicción insalvable entre
la expresión democrática de los consejos –de las masas
sin partido- y los partidos revolucionarios, por lo que
comparte en gran medida la explicación simplista de la
degeneración de la URSS con los que la atribuyen al partido
bolchevique y en particular a Lenin. Sin embargo, H. Arendt
sólo aplicó el término “totalitarismo” al régimen stalinista
(y al nazismo), y definió los primeros años de la revolución
rusa una “dictadura revolucionaria blochevique”
que era lo opuesto al totalitarismo. Para H. Arendt
la dictadura revolucionaria (no sólo la bolchevique sino
también la jacobina) se caracterizaban por “intensificar
el movimiento revolucionario” pero la paradoja para Arendt
es que esta suerte de “revolución permanente” era imposible
sin perpetuar la “dictadura”, ya que los revolucionarios
o bien se negaban o se veían impedidos de poner fin a
la revolución y crear un gobierno constitucional, cumpliendo
así sus fines. A pesar de ser declaradamente “antileninista”
estas elaboraciones le han valido la crítica de no pocos
académicos y teóricos de la democracia liberal, que consideran
que su análisis del totalitarismo, restringido al stalinismo
y al nazismo, “justifica regímenes como el soviético bajo
Lenin”.
39
Sólo para ilustrar sus consecuencias, si aplicáramos el
criterio “democrático” de la LCR, tendríamos que admitir
por ejemplo que en Nicaragua, aunque no se trataba de
un estado obrero, fue legítima la liquidación de la revolución
en las elecciones generales donde el Frente Sandinista fue derrotado y le entregó el poder al gobierno
pronorteamericano de Violeta Chamorro.
40
Trotsky L. La revolución traicionada, Ed. Crux, pág
230.
41
Llamativamente en la crítica que publicaron tanto el MAS
como el PO a la posición de la LCR ninguno hace siquiera
mención a los soviets como forma
concreta de organización de la dictadura del proletariado.
El MAS, aunque es “muy crítico” de plantear consignas
democráticas como la Asamblea Constituyente en países
semicoloniales para permitir la experiencia de las masas con
sus ilusiones y aspiraciones democráticas y a la vez acelerar
la formación de organismos de autodeterminación, cuando
discute la transición, en lugar de proponer las medidas
que profundizan la democracia obrera, coincide con la
LCR en la “combinación” de una serie de medidas formales
como el sufragio universal, desligado de toda estructura
y perspectiva de clase, es decir, coincide en diluir la
dictadura del proletariado. Borra así de un plumazo los
soviets y la relación entre éstos y el partido revolucionario
en la transición. Por otra vía el PO llega a un resultado
similar, repitiendo en forma “ortodoxa” fórmulas que no
tienen ningún contenido concreto, pareciera ser que la
“norma” para el PO para la sociedad de transición se parece
más a una dictadura burocrática que a la dictadura revolucionaria
del proletariado, ya que en el extenso documento de Jorge
Altamira titulado “Tesis Programáticas
para la IV Internacional”, sólo hay una mención al pasar
de los consejos obreros en el subpunto
1 del punto 25, que se refiere a indicaciones generales
que daría la “IV Internacional” para la revolución política
en Cuba. Pero en el punto sobre “La cuestión del poder,
del partido y de la Internacional” no hay ninguna mención
a los órganos que según Trotsky eran “el embrión del nuevo
estado proletario”. Este artículo de J. Altamira está publicado en la revista En denfensa del marxismo Nº 33. La
crítica del MAS a la LCR salió publicada en su revista
Socialismo o Barbarie de abril de 2004, bajo el título:
“El concepto de “dictadura del proletariado”, la LCR francesa
y las críticas del PO argentino. Revolución socialista,
democracia y dictadura” de Isidoro Cruz Bernal.
Si el lector consulta la versión electrónica de este artículo
podrá constatar usando el buscador de su procesador que
la expresión “soviet” o “soviética”
aparece sólo dos veces en este extenso artículo, en citas
de la propia LCR.
42
Bensaïd D. Le sourire du Spectre.
Nouvel esprit
du communisme, Editions Michalon, Francia, 2000,
pág. 197. Es interesante la lectura completa del capítulo
La démocratique à venir, para apreciar la concepción de democracia
de la LCR.
43
Artous, A. Marx, l'Etat et la politique,
Editions Syllepse,
Francia, 1999, pág 356.
44
Artous, A. Travail et émancipation
sociale. Marx et
le travail, Editions Syllepse, Francia, 2003.
45
Artous plantea que en Rusia
la estatización, al mantener
la separación de los productores con respecto a los medios
de producción y al subsistir la división entre trabajo
intelectual y trabajo manual, se había creado una esfera
propia de la producción, donde se tendían a reproducir,
por el comando burocrático, el despotismo capitalista
de fábrica. Aunque la LCR nunca adoptó el colectivismo
burocrático como definición de la URSS, sino que sostuvo
la definición clásica de Trotsky de estado obrero degenerado,
Artous pareciera estar deslizándose
hacia una posición de ese tipo. En su libro considera
incorrecta la definición de estado obrero degenerado tras
el triunfo de la contrarrevolución stalinista.
Y plantea que tanto Lenin como Trotsky olvidaron los efectos
del despotismo de fábrica en la sociedad de transición,
que se reproducirían tal como los había definido Marx
para la sociedad capitalista.
46
Justamente por esto cita en su libro la célebre "premonición"
de M Weber de 1917 sobre la
revolución rusa y las tendencias a la burocratización
que él veía en el desarrollo del capitalismo. Weber
consideraba que la eliminación progresiva del capitalismo
privado era una posibilidad teórica. Pero que esto no
llevaría a destruir la "jaula de acero" deshumanizante del trabajo industrial, sino que la gerencia
de las empresas privadas sería reemplazada por una burocracia
estatal y ésta dominaría sin control alguno. Para Weber
la existencia de una burocracia privada permitía hasta
cierto punto un control mutuo con la burocracia estatal.
Pero con la desaparición del capitalismo privada, emergía
una burocracia estatal única, cuyo dominio sería mucho
más fuerte.
47
Trotsky op cit pág 243.
48
Con respecto a la Constitución de 1918, Carr escribe que “La Declaración del Pueblo Trabajador
y Explotado no era una declaración de derechos en el sentido
convencional, sino la proclamación de una política social
y económica” y por lo tanto no reconocía “ninguna
igualdad formal de derechos. En Rusia no existía tal tradición
en la práctica constitucional, pues los súbditos del zar
habían estado divididos en cino
‘jerarquías’ legalmente establecidas que gozaban de un
estatuto legal diferente”. Estas eran nobleza, clero,
comerciantes, pequeña burguesía (tenderos, artesanos,
empleados) y elementos campesinos. El proletariado urbano
carecía de estatus legal. “Estas distinciones se abolieron y se creó
una única categoría legal de ciudadano”. En el texto
de la declaración se explicaba que “Por el interés
general de la clase obrera, la RSFSR priva a los individuos
o grupos separados de todos los privilegios que puedan
detentar para utilizarlos en detrimento de la revolución
socialista”. Carr, E. Op
cit pág 159-160.
49
Artous, A, op. cit., pág
188.
50
Esta visión de paso de clase en sí a clase para sí como
toma de conciencia se vuelve a plantear en el marxismo
occidental de Luckacs.
51
Marx,K; Engels, F. Obras escogidas.
Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973, tomo
IV, pág. 103.
52
En los últimos años hay un intento de "recuperar"
a Lenin como estratega político, de las expresiones de
izquierda de las corrientes posmodernas,
enfatizando la autonomía de lo político y el aprovechamiento
del momento estratégico a la manera del acontecimiento
de la teoría de A. Badiou.
53
Lenin, V.I. Nuestras tareas y el soviet de diputados obreros (Carta a la redacción), Editorial
Cartago, Buenos Aires, 1969, Tomo X, pág. 13.
54
Sus posiciones incorrectas de juventud que lo acercaban
a la visión del “partido como clase” y su conciliacionismo
entre la fracción menchevique y bolchevique que lo llevaron
a oponerse duramente a Lenin y a su concepción de partido,
a la que consideraba “sustitucionista” de la autoactividad
del proletariado, fueron superadas. Por otras vías, Trotsky
llegó a una relación similar entre soviet
y partido a la de Lenin, lo que lo llevó a confluir con
el Partido Bolchevique poco antes de la revolución de
octubre.
55
Trotsky, L. Op. cit pág. 234.
56
Trotsky, L. Op. cit pág. 235.
57
Trotsky, L. El programa de transición, Ed. Crux, pág. 73.
58
Artous, A. Op. cit, pág. 317.
59
Artous, A. op. cit pág. 380.
60
Trotsky, L. Op. cit pág. 235.
61
Trotsky, L. Historia de la revolución rusa, Sarpe, Madrid, 1985, Tomo I, pág
177.
62
Extracto de
la desgrabación de la conferencia
de Ernesto Laclau en la Facultad
de Ciencias Sociales, 15 de julio de 2003. Disponible
en www.fsoc.uba.ar