Ya
hace más de un año que cesó la guerra de Irak. Pero se trata
de una formalidad, ya que cada día se suceden los asesinatos,
los combates, los prisioneros torturados... La guerra comenzó
cuando se celebraba el Día de la Madre en el mundo árabe.
Y las primeras víctimas de los bombardeos tenían rostro
de mujer: una adolescente de 14 años, herida en las piernas
y el abdomen mientras desayunaba en su casa. También su
hermana y su sobrina de apenas un año, heridas mientras
la primera amamantaba a su pequeña hija.1
El
grito de “NO a la guerra” se oyó en todos los continentes.
Distintos grupos y coaliciones feministas participaron de
estas movilizaciones. Muchas de estas voces denunciaban
a la violencia como una conducta de exclusividad masculina,
a los conflictos bélicos como privativos de los varones
patriarcales y postulaban a las mujeres como constructoras
de paz y portadoras naturales de una ética del amor y el
cuidado.
Pero
en el transcurso de la guerra asistimos a una cruenta realidad
en la que las mujeres no éramos solamente víctimas. Recientemente,
las fotos y videos que muestran a soldadas norteamericanas
practicando abusos sexuales, torturas y vejaciones a prisioneros
iraquíes recorrieron el mundo. Las voces feministas callaron
sobre estos hechos o se limitaron a aclarar que esas mujeres
tenían conductas patriarcales.2
¿Tan sencillo? En realidad, el feminismo –tanto de la igualdad
como de la diferencia- no puede explicar el por qué de las
guerras, ni tampoco es suficiente para pensar una política
que enfrente al imperialismo, cuyo dominio siembra terror
y muerte.
I.
Las mujeres, doblemente victimizadas
“Qué frío está, con el cañón de acero que me anula el
corazón. No sé si van a dispararlo o a clavármelo más adentro
hasta atravesar mi cerebro que da vueltas como un trompo.
Seis de ellos, médicos monstruosos con máscaras negras que
también me penetran con botellas. Y con varas y el palo
de una escoba.”
Eve
Ensler3
Durante
la guerra entre Irak e Irán (1980-1988), en la que EE.UU. armó a Saddam Hussein contra el gobierno
iraní, miles de hombres perdieron la vida y la sociedad
se empobreció. En esos años, aumentó la cantidad de hogares
sostenidos por mujeres solas y, a fuerza de muerte y dolor,
las iraquíes se incorporaron masivamente a la producción
y la administración estatal.
Con
la Guerra del Golfo de 1991, desatada por Bush padre contra
su antiguo aliado, se revirtió esta tendencia. Como consecuencia
de la guerra, con el empobrecimiento y retroceso general
de la sociedad iraquí, aumentó el desempleo y la miseria
de la población. Las mujeres perdieron sus
puestos de trabajo ya sea por el cierre y la destrucción
de empresas industriales, como por el deterioro en que quedaron
las instalaciones sanitarias, educativas, etc.
En
ese conflicto, los norteamericanos arrojaron bombas de uranio
empobrecido que causaron cáncer y otras enfermedades a miles
de iraquíes. Además, la imposición de las sanciones establecidas
por la ONU a la salida del conflicto armado, afectaron a
la población civil aún más que la misma guerra. Los datos
son contundentes: “en poco más de una década se ha pasado
de una tasa de escolarización del 94% al 69%; la mortalidad
materna se ha multiplicado por 5 y el acceso al agua potable
cayó del 92% al 44%. Los cortes de luz son diarios y en
la capital, Bagdad, hay unos 50.000 hogares sin suministro
eléctrico.”4
Muchos
niños y niñas de zonas rurales debieron abandonar la escuela
por falta de instalaciones. Más de 100.000 adolescentes
y jóvenes abandonaron la educación cada año, para ayudar
a la economía familiar, especialmente las jóvenes de medios
rurales. Según los mismos datos de la ONU, el deterioro
incluía la falta de insumos básicos tales como lápices,
papel, pizarras, etc. Incluso, el mismo organismo denuncia
que un mismo pupitre debía ser compartido hasta por cuatro
niños y que la mayoría de las escuelas carecía de botiquín
de primeros auxilios.
La
escasez de medicamentos, instrumental e instalaciones sanitarias
obligaron a que sólo se hicieran operaciones de urgencia
y que muchas cesáreas se realizaran con un mínimo de anestesia.
No había medicamentos para quienes padecían enfermedades
crónicas como diabetes, reuma o presión alta. Aumentó el
número de abortos espontáneos, partos prematuros y niños
nacidos muertos o con bajísimo peso, producto de la tensión
psíquica y social, el bajísimo nivel de calidad de vida,
la falta de atención adecuada y las dificultades para acceder
a centros de salud. Alteraciones en el período menstrual,
pérdida de cabello, problemas de piel, insomnio y pérdida
de peso, son los principales padecimientos de las mujeres.
En
esta segunda guerra, cuando las bombas de Bush hijo volvieron
a caer sobre el territorio iraquí, muchas mujeres se encontraban
sosteniendo sus hogares con la venta de pan casero, verduras
o pidiendo limosna en las calles.5
Actualmente,
siguen siendo habituales las redadas y las detenciones masivas,
mientras decenas de miles de iraquíes han pasado o siguen
detenidos y detenidas en doce centros carcelarios, bajo
las órdenes de tropas de la coalición imperialista. El Centro
del Observatorio de la Ocupación en Bagdad, una organización
no gubernamental que actúa en la región, y algunos medios
de prensa árabes publicaron –varios meses antes de que surgiera
el escándalo de las fotografías de Abu
Ghraib- , algunos testimonios de mujeres que estuvieron detenidas
en esas cárceles.
Una
de esas mujeres testificó que la pusieron en una habitación
cuya única ventana estaba tapiada con ladrillos y la puerta
con placas metálicas. “Intenté ubicarme en la habitación
a través de mis manos. Había camas metálicas con mantas.
Me senté en una de ellas. Escuché algo en la habitación,
estaba aterrorizada, pensé que sería un culebra. Algo arañó
los dedos de mi pie y me hizo daño. Me di cuenta de que
era una rata. Sacudí mi pie y me senté con las piernas cruzadas
sobre la cama. (...). Empecé a recitar versos del
Corán. Estaba preocupada por mi madre que es paralítica
y por mis hermanas. (...). Busqué por el suelo algo
para poner en la
cama. Hacía demasiado calor para sentarse en la cama de
hierro. Encontré un trozo de cartón. Lo extendí y lo puse
en la cama. (...). Intenté descubrir qué eran esos
ruidos y me di cuenta que había una caja llena de basura,
de restos de comida y de cartones de zumo vacíos. Había
ratas hurgando en ella. Una me mordió.”6
El
testimonio de otra mujer relata cómo fueron sus días de
prisión en Bagdad: “Había 56 mujeres. Las habitaciones
daban a un corredor abierto. Hacía mucho frío. Las corrientes
lo empeoraban. Había ventanas cerca del techo pero no había
cristales en ellas. Las enfermedades nos atenazaban: infecciones
de estómago, colon, diarrea, catarros e infecciones de oídos.
Teníamos que lavarnos con agua fría, no había agua caliente.
(...). Cortaron el agua después de un tiempo. (...).
Una presa fue violada 17 veces por un policía iraquí y con
conocimiento de los estadounidenses. No se encontraba bien,
se quedó en silencio y no hacia más que vomitar todo el
rato. Se la llevaron y no supimos nada más de ella.”7
Un
testimonio más hacía referencia a las torturas padecidas
por estas mujeres: “Me obligaron a remover un cubo lleno
de excrementos humanos y petróleo. Tuve que seguir removiéndolo
con fuego prendido hasta que se consumió. Sufrí una alergia
debido a eso; no pude comer durante mucho tiempo. Ahora,
cuando recuerdo me pongo enferma y me entran ganas de vomitar.
Estuve maniatada durante 27 días. ¿Qué más queréis que os
diga?”8
A
una mujer, cuyo marido estaba detenido, la llevaron frente
a él, que se encontraba atado. Un marine norteamericano
obligaba al hombre a mirar a su esposa, mientras otros guardias
la violaban reiteradamente. Su hermana, cuando fue liberada,
la ayudó para que pudiera ejecutar su propia decisión de
suicidarse. No fue la
única. En lo que va de la guerra, son muchas las mujeres
que se suicidaron. A otras las asesinaron sus propias familias
por no poder soportar la humillación.
La
guerra es, para las mujeres, la más horrible de las barbaries:
niñas huérfanas, que deben cuidar de sus hermanos y hermanas,
mujeres sin sustento en ciudades devastadas, jóvenes violadas
por el enemigo y repudiadas por sus propias familias, ancianas
perdidas y abandonadas. Contagiadas con HIV-Sida, embarazadas
por la fuerza, obligadas a prostituirse a cambio de alimento,
torturadas, mutiladas, usadas como escudos humanos. Ese
es el destino de las mujeres en todas las guerras. Como
un golpe durísimo en la cara, infinitamente duro. Como una
violación eterna. Como las humillaciones de todos los días,
pero enormemente más insoportables.
Una
refugiada de Etiopía relataba, hace casi una década, a Amnistía
Internacional: “Éramos cuatro: mis dos hijos —de cuatro
y dos años de edad—, el guía y yo. Yo estaba encinta de
cinco meses. En el camino nos pararon dos hombres que nos
preguntaron a dónde nos dirigíamos. Cuando se lo dijimos,
uno me llevó aparte y me dijo: “¡Sin sexo no hay paso!”
(...) me tiró al suelo, me dio un puntapié en el
estómago y me violó en presencia de mis hijos. Él sabía
que yo estaba encinta, pero no le importó en absoluto.”9
Otra, sobreviviente de Ruanda, declaró: “En febrero de
1994, en la casa de mis padres, siete hombres violaron a
una viuda que se hospedaba con la
familia. Uno de los hombres dijo: ‘por lo menos uno de nosotros
tiene Sida.’ La viuda murió, un mes después, de esa enfermedad.”10
Según
el ACNUR, organismo de la ONU para los refugiados, el 80%
de los 50 millones de personas desplazadas debido a las
guerras son mujeres. Si cruzan las fronteras, asumen la
categoría de refugiadas, pero si quedan desplazadas en su
propio país, no tienen nada ni hay mecanismos legales para
ayudarlas y son víctimas de abuso. “’Si una mujer o niña
se rehusa (a favores sexuales), cuando llega la comida o
las medicinas, su nombre no está en la lista’, relató una
mujer de Sierra Leona. ‘Si no tienes una hermana, hija o
mujer que ofrecer a los voluntarios es difícil tener ayuda’,
relató un hombre.”11
En
Bosnia, 200.000 mujeres fueron violadas por el ejército
serbio como política de “limpieza étnica”. En todas las
guerras, las bases militares están rodeadas de burdeles,
prostíbulos, clubes nocturnos. Actualmente, ha impactado
la noticia de que las “democráticas” fuerzas de la OTAN
y la ONU desplegadas en Kosovo manejan una red de prostitución
de mujeres y niñas. La denuncia de Amnesty
International exhorta a la
Unión Europea a brindar más apoyo legal y financiero a la
lucha contra el tráfico de mujeres en Kosovo donde las fuerzas
internacionales de paz aportan clientes a los proxenetas.12
Para
las mujeres, el horror de la guerra es diferente que para
los varones: reciben raciones menores de comida, se les
niega la asistencia médica y muchas veces son despojadas
de sus bienes. Si no mueren en el instante de los bombardeos,
mueren lentamente después de sufrir todo tipo de vejámenes
y abusos. O sobreviven intentando reconstruir una vida que
jamás volverá a ser la misma.
II.
Igualdad de oportunidades para bombardear y torturar
“Praxágora – Diré que
es preciso que todos los bienes sean comunes, que todos
los ciudadanos participen por igual de todos ellos y vivan
a expensas del mismo fondo; y no que ése sea rico y aquél
pobre; así como tampoco que uno cultive un campo inmenso
y otro no tenga donde caerse muerto; que éste tenga a su
servicio numerosos esclavos y aquel otro ni un criado. En
fin, establezco una manera de vivir común a todos y para
todos la misma.
Blépiro – ¿Cómo será
pues común a todos?
Praxágora – Tu comerás
mierda antes que yo.
Blépiro – ¿Tendremos
también nuestra parte de mierda?”
Aristófanes13
La
novedad de esta guerra no es el número de víctimas, ni los
sufrimientos que padecen las mujeres iraquíes como consecuencia
del ataque imperialista. Lo que ha despertado un gran debate
porque se presenta como un hecho novedoso es la presencia
de mujeres entre las tropas de la coalición.
Uno
de cada diez soldados que invadieron Irak es una mujer.
De esas mujeres, una de cada 7 está entrenada para cualquier
acción bélica. Entre los marines, son el 7%. Y fueron 300
mujeres, las pilotas de guerra que realizaron misiones de
abastecimiento y apoyo a sus tropas. Pocos meses antes de
desembarcar en Irak, fue en el ataque perpetrado contra
Afganistán que EE.UU. estrenó la primera mujer piloto que
lanzó bombas desde su nave y los primeros aviones de abastecimiento
y apoyo totalmente tripulados por mujeres.
De
los siete soldados norteamericanos que ahora están acusados
por abusos y torturas en Abu Ghraib, tres son mujeres: se trata de la guardia de seguridad
Megan Ambuhl,
la soldado Lynndie
England y la guardia de seguridad
Sabrina Harman. Incluso la prisión
estaba dirigida por una mujer, la Generala
Janis Karpinski.
El oficial de mayor rango de la inteligencia norteamericana
en Irak, que era responsable de supervisar el estado de
los detenidos antes de su liberación, era la Comandante
en Jefe Barbara Fast. Y el Consejo
de Seguridad Nacional de los EE.UU., uno de los organismos
responsables en la declaración de la guerra contra Irak,
es Condoleezza Rice. Éstas son
las otras mujeres de esta guerra.
Si
bien no es la primera vez que las mujeres actúan en las
guerras, sí es cierto que en esta ocasión ha aumentado la
proporción de mujeres en los ejércitos de todos los países
de la coalición y, además, su participación no ha quedado
limitada a tareas de retaguardia como en conflictos anteriores:
las mujeres pilotearon, arrojaron bombas y hasta torturaron
en “igualdad” con los varones.
Después
de la guerra de Vietnam, cuando el gobierno de EE.UU. se
vio obligado a eliminar el servicio militar obligatorio
por el descrédito de esta institución frente a las masas,
se inició este incremento de la participación de las mujeres
en el ejército. Con la política de “All Volunteer Force”,
el porcentaje de varones que se inscribían en las fuerzas
armadas como voluntarios descendió en proporción al de las
mujeres, que comenzó a crecer vertiginosamente.
Durante
la primera Guerra del Golfo, encabezada por Bush padre, las mujeres
constituían el 11% de las fuerzas desplegadas en la región. Sus tareas se limitaban a responsabilidades
de bajo riesgo y no tenían ninguna participación directa
en combates. Finalizada la guerra, el entonces presidente
de los EE.UU. creó una comisión de especialistas encargada
de analizar si las mujeres debían participar en combates.
Finalmente, en 1994, se eliminaron todas las restricciones
para las mujeres en las fuerzas armadas y el secretario
de defensa norteamericano permitió la incorporación de las
mujeres en todas las áreas. Desde ese momento, se crearon
260.000 nuevos puestos para las mujeres.
Esto
no ocurre sólo en los EE.UU. En España, hace dos años, un
tren recorrió el territorio publicitando las ventajas de
pertenecer al ejército, apelando a las características de
modernidad e igualdad de género que tendrían las fuerzas
militares de ese país. En Gran Bretaña, el secretario de
defensa acusó a los militares que no quieren la incorporación
de mujeres en el ejército, de “no permitir la modernización
y la democratización de las fuerzas armadas”.14
Hoy,
la guerra de Irak quedará asociada en la memoria de las
masas de todo el planeta, con las fotos de las torturas
perpetradas en Abu Ghraib. Sin embargo, la pretensión
de los EE.UU. fue la de crear, por primera vez, una imagen
de heroísmo transmitida por todos los medios de comunicación,
encarnada en la figura de una mujer soldado. Aunque más
tarde se develó que se trató de una operación absolutamente
ficticia, recreada exclusivamente para la propaganda, el
caso de Jessica Lynch, supuestamente
rescatada de un hospital de Nasiriya
ocupó las primeras planas de los diarios internacionales
durante algunos días.
Su
caso provocó, mientras duró la mentira, un intenso y generalizado
debate acerca de la pertinencia o no de la participación
de las mujeres en el ejército. “¿Deben las mujeres pelear
en las guerras?”, fue la pregunta que circuló entre feministas
y especialistas militares de todo el mundo.
Defensoras
de la igualdad de oportunidades para las mujeres en el ejército
temieron que la imagen de la joven Jessica –supuestamente violada
por soldados iraquíes, con sus piernas quebradas y abandonada
en un hospital- confirmara las convicciones de un sector
de políticos y militares, de que las mujeres no debían participar
de las operaciones de riesgo. “Esto es horrible, pero
pienso que los estadounidenses están asustados por cualquiera
que sea prisionero de guerra, no sólo por las mujeres. Pero
no creo que estos hechos nos hagan dar vuelta atrás.”,
señalaba la capitana retirada Lory Manning, directora de Mujeres
Militares, un proyecto del Women’s Research and Education Institute.15
Mientras tanto, una de las integrantes de la comisión gubernamental
que estudió la incorporación de las mujeres a las fuerzas
armadas durante la presidencia de Bush padre, señaló: “Creo
que las mujeres están preparadas, pero no lo suficiente.”16
Para esta especialista, Elaine Donnelly, “las mujeres,
por razones psicológicas, no están en igualdad de oportunidades
para sobrevivir o ayudar a sus compañeros soldados heridos.”17
Nancy
Duff Campbell, del Centro Nacional de Leyes para la Mujer señaló
que “el país aceptó que las mujeres podían ser capturadas,
torturadas y que podían morir por su país. Se ha dado una
transformación significativa, no únicamente en cuanto al
número de posiciones que se han abierto, sino en el nivel
de aceptación e incluso en el orgullo del país por el papel
de las mujeres en el ejército.”18
Linda
Burnham, directora del Centro
de Apoyo a las Mujeres de Color en Oakland,
California, señalaba en un artículo reciente que la soldado England,
que apareció retratada en las fotos de abusos y torturas
a prisioneros iraquíes “es la segunda chica de portada
de la historia por entregas iraquí sobre la integración
sexual de los militares estadounidenses. Jessica Lynch
fue la primera. Dos chicas jóvenes, de clase
trabajadora, provincianas y ansiosas por salir de las limitaciones
del lugar y su entorno. Escapar, escaparon, hacia los brazos
acogedores de una institución que utilizó a una para reagrupar
a la nación en torno a un relato sobre la valiente mujer
en peligro, rescatada de las oscuras hordas salvajes. Y
que utilizará a la otra como cabeza de turco para aplacar
las angustias de una nación con problemas.”19
Los
peligros que corren las mujeres en el ejército, sin embargo,
no se reducen sólo a los riesgos del combate. Dos terceras
partes de las mujeres soldados debieron soportar acosos
sexuales, incluyendo abusos y violaciones, de parte de sus
“compañeros de armas”.20 Las denuncias de quienes fueron violadas incluyen descripciones
sobre la falta de atención médica y psicológica adecuada,
la insuficiencia de investigaciones y las amenazas de castigos
por denunciar las agresiones de las que fueron víctimas.21
En el 2001 se contabilizaron más de 18.000 casos de violencia.
La tasa de abusos es entre tres y cinco veces mayor que
entre la población civil. Un 30% de las veteranas denunciaron
una violación o intento de violación durante su servicio
activo.
III.
El feminismo, la guerra y la paz
“Es esencial que nos demos cuenta de esa unidad que los
cadáveres y las casas derruidas demuestran. Y así es porque
ésta será nuestra ruina si usted, en la inmensidad de sus
abstracciones públicas, olvida la figura privada, o si nosotras,
en la intensidad de nuestras emociones privadas, olvidamos
el mundo público. Ambas casas quedarán derruidas, la pública
y la privada, la material y la espiritual, por cuanto están
inseparablemente relacionadas.”
Virginia Woolf22
Arrogancia
imperial, depravación sexual e igualdad de género. Con esos
términos calificó la feminista norteamericana Barbara Ehrenreich las fotos de Abu Ghraib. Barbara forma parte de la mayoría de las feministas
norteamericanas que apoyaron la igualdad de oportunidades
de las mujeres en el ejército “porque sabía que las mujeres
podían luchar” 23;
sin embargo, después de Irak –y particularmente después
de Abu Ghraib- para esta mujer murió
un “cierto tipo de feminismo ingenuo” que, según define,
“veía a los hombres como los eternos autores de los delitos,
a las mujeres como las eternas víctimas y la violencia sexual
de los hombres contra las mujeres, como la raíz de toda
injusticia.”24
Muchas
feministas radicalizadas en los ’70, como Barbara, entendieron
luego que la democracia era el régimen político que permitiría
reducir la brecha de la pobreza, del acceso a la educación,
de la participación política que afecta particularmente
a las mujeres. Creyeron, entonces, que la democracia era
el espacio privilegiado que las mujeres debían utilizar
en su lucha por la igualdad. Mientras la perspectiva más general del movimiento feminista
de los ’70 había sido anti-institucional,
los ’80 y ’90 reconciliaron al feminismo con las instituciones
como la universidad, los partidos políticos y el Estado.
Del
Mayo Francés y las movilizaciones contra la guerra en Vietnam,
el mundo vivió más tarde el ensayo general del llamado “neoliberalismo”
con Ronald Reagan
y Margareth Thatcher
(¡una mujer patriarcal!) a un lado y otro del Atlántico.
El desvío de la revolución en los países centrales fortaleció
los regímenes democráticos, no sin cierto apoyo de líderes
y amplios sectores de movimientos antes contestatarios que
se incorporaron a las instituciones con el objetivo de “democratizarlas”.
Lo que pretendió mostrarse como una victoria no fue más
que la derrota de aquella insurgencia del ’68, puntapié
inicial de lo que luego fue uno de los períodos más infames
para las clases trabajadoras y las masas en todo el mundo.
La contraofensiva económica, política y militar que el imperialismo
lanzó en los ’80, mostró los verdaderos límites de los cuestionamientos
al sistema, anteriores.
La
búsqueda de igualdad sin un cuestionamiento profundo del
sistema que sostiene la desigualdad más extrema, había derivado
en una cooptación del movimiento feminista. La tecnocracia
de género que permitió una lavada de cara a las instituciones
garantes de los planes neoliberales, como los organismos
multilaterales de crédito, los gobiernos y otros organismos
internacionales, se alimentó con miles de feministas cuyo
conocimiento específico, trayectoria política en la reivindicación
de los derechos de las mujeres, etc,
les permitieron obtener cierto prestigio.
La
cooptación tuvo políticas, nombres propios y, también, cifras:
en sólo veinte años (los que van desde 1970 a 1990) el dinero destinado a las organizaciones
no gubernamentales se incrementó en más de un 500%. Según
estadísticas de 1992, el aporte estatal y privado a las
organizaciones no gubernamentales en todo el mundo rondó
los 10.000 millones de dólares.
El
feminismo de la igualdad transformado en integración al
régimen y al Estado acabó siendo una versión senil y farsante
de aquel feminismo igualitario de principios de siglo que
proclamaba que “la paz mundial, la armonía social y el
bienestar de la humanidad solamente existirán cuando las
mujeres consigan el voto y puedan ayudar a los hombres a
hacer las leyes.”25 Antes
de que se iniciara la
Primera Guerra Mundial, el feminismo había tendido lazos
internacionales entre distintas organizaciones y proclamaba
la defensa de la paz; algo que duró hasta que verdaderamente
se inició la guerra, momento en el que la mayoría de las
organizaciones feministas se plegaron a los dictámenes de
sus respectivos gobiernos nacionales. Es que la guerra,
como señalara Trotsky, siempre exige la “paz civil”, e importantes
representantes del movimiento feminista acallaron los reclamos
contra sus propios gobiernos, para someterse a sus designios
belicistas.
“Mientras
dure la guerra, las mujeres del enemigo también serán el
enemigo”, señaló una feminista francesa; mientras la
feminista británica Emmeline Pankhurst
cambiaba el nombre de su periódico La Sufragette
por el más sugestivo de La Brittannia, cuyo lema pasó a ser “por el Rey, por el
país, por la libertad.”
Pero
nadie sacó las lecciones obligadas de estas experiencias
históricas. Incluso hoy hay quienes sostienen, olvidando
una parte de la historia, que “a lo largo de toda la
historia del movimiento político conocido como feminismo,
uno de sus rasgos constantes ha sido la manifestación contra
la guerra.”26
Tan
es así, que en los ’80, mientras en los países centrales
se obtenía una mayor participación de las mujeres en puestos
directivos, en cargos gubernamentales, en lugares políticos
de decisión, etc., las feministas consideraban a las guerras,
las dictaduras y las masacres implementadas, sostenidas
y auspiciadas por sus propios gobiernos como “errores” a
corregir, como excepciones a evitar, decisiones que debían
ser criticadas y a las que debían oponerse. Sin embargo,
nadie advirtió que una y otra cosa estaban indisolublemente
ligadas: los derechos democráticos o, mejor dicho, las mismas
amplísimas y duraderas democracias imperialistas sólo podían
sostenerse con la expoliación de los países semicoloniales
(¡como el nuestro, como Irak!).
A
luz vista, suena ridículo escuchar, actualmente, a algunas
feministas decir que “el aumento de la capacidad de influencia
política de las mujeres en una sociedad parece correlacionarse
positivamente con un incremento de valor de la vida”.27
¡Hay pocos países donde las mujeres han alcanzado incluso
el derecho igualitario a arrojar bombas sobre países semicoloniales, igual que sus pares varones!
El
feminismo de la igualdad pretendió conseguir la igualdad
para las mujeres con respecto a los varones en un sistema
donde tampoco los varones son iguales entre sí. ¿Iguales
en qué y a quién? ¿derecho a ser igual que Bush y Tony
Blair o a ser igual que los varones
presos y torturados en Abu Ghraib?
¿derecho a poseer y administrar los bienes del emporio Halliburton
o a vender la propia fuerza de trabajo para operar sus pozos
petroleros a cambio de un mísero salario? El planteo, en
sí mismo, parece una abstracción demasiado escandalosa en
un mundo donde las desigualdades son esenciales a su funcionamiento.
La
lógica capitalista se impone por sobre el fetichismo de
la democracia plural. O dicho en otros términos, la democracia
burguesa es la mejor envoltura de la dictadura del capital.
Derechos para las mujeres, para algunas mujeres. Derechos
formales sostenidos en la más profunda falta de derechos
para millones de mujeres y varones explotados, humillados
y masacrados en las fábricas, las maquilas, los pueblos
oprimidos que constituyen la enorme mayoría del planeta.
Pero
hay otra manera de explicar esta integración y cooptación
de las mujeres: “... las mujeres que acceden al poder
de decidir, aunque no sucede siempre, son en mayor medida
aquellas que han hecho propio el paradigma dominante, que
han asumido las formas de hacer política en las que están
profundamente imbuidos unos criterios de valor que son los
que generalmente conducen al recurso a la fuerza, a la violencia.”28
Algunos
derechos se han obtenido ¿pero a qué costo? Mientras las
feministas de la igualdad promovieron su inclusión en lugares
de poder como emponderamiento
para el conjunto de las mujeres, otras feministas denostaron
su cooptación acusando a esas mujeres de asumir los valores
patriarcales propios del sistema que las oprime a todas.
Como señala Ximena Bedregal, el
derecho de las mujeres a incorporarse a los ejércitos es
“sólo parte del derecho de las mujeres a estar donde
quieran. Para otras feministas que quisiéramos que se erradiquen
los ejércitos y las armas del mundo y de la cultura, la
creciente participación de las mujeres en las fuerzas armadas
del planeta es un triunfo más de la masculinidad patriarcal
sobre nuestras conciencias, deseos y perspectivas, un borrón
de la potencialidad de nuestra propia historia de otredades.”29
Pero
aquí se presenta otro dilema: ¿qué son nuestras conciencias,
deseos y perspectivas? “Nuestras” ¿a qué sujeto “nosotras”
remite? ¿Quiénes somos las “nosotras” cuyas conciencias,
deseos y perspectivas fueron borrados por la masculinidad
patriarcal?
Para
las feministas de la diferencia, las mujeres tendrían una
vocación esencial por la paz, asociada a un supuestamente
natural amor a la naturaleza y la
vida. Mientras el carácter masculino sería inherentemente
agresivo, las mujeres seríamos conciliadoras y prestas a
la mediación pacífica. El cambio propuesto por las mujeres
sería un cambio cultural profundo, el que impediría las
guerras y las devastaciones de la naturaleza que hoy el
poder masculino lleva adelante.
Frente
a la crisis evidente del feminismo de la igualdad, el feminismo
de la diferencia sostiene la necesidad de no incorporarse
a un mundo hecho a imagen y semejanza de los varones. La
contracultura que encabezarían las mujeres debe comenzar
por cambiar la propia vida, huyendo entonces de lo público
y la acción política, para recluirse en las relaciones personales
y la creación de nuevos valores subjetivos.
Esta
nueva conceptualización del feminismo
no estuvo exenta de fuertes críticas. “No es llamativo
que durante este período de guerra y política reaccionaria,
un movimiento conservador, que se autodenomina ‘feminista’
esté ganando impulso. La mayoría de las que son activas
en esta ola, parecen estar interesadas, en primer lugar,
en sus creencias y en sus relaciones personales, dejando
de lado el análisis político y la acción. Esta reacción masiva en el movimiento
feminista prácticamente ha reducido al feminismo a un estilo
de vida y a un ‘crecimiento personal’, desprovisto de un
análisis político, de una agenda y de repercusión.”30
Si
sus inicios críticos, enfrentando la cooptación del feminismo
de la igualdad, fueron justificados, las consecuencias teóricas
y prácticas que se derivaron de esta crítica replegaron
al movimiento feminista, desintegrándolo y quitándole todo
filo subversivo. El movimiento se fragmentó en miles de
grupos, centros y organizaciones no gubernamentales que
reemplazaron la acción política por la ayuda, la beneficencia
y los programas asistenciales. Para algunas voces críticas,
esto significa nada menos que el reemplazo de la conciencia
social por la búsqueda de beneficios personales, mientras
lo que se ha perdido es “el ímpetu por una transformación
radical de la sociedad por medio de una lucha social y conciente.”31
Las
feministas de la diferencia se oponen a las de la igualdad,
pero evitando responder al dilema que plantea un sistema
cuyo dominio de conciencias, deseos y perspectivas se basa,
esencialmente, en la expropiación de los medios de producción
por una minoría parásita, la explotación de la fuerza de
trabajo de los miles de millones restantes, el poder del
aparato del Estado creando consenso a través de sus instituciones
y, en última instancia, la coerción que esa minoría puede
ejercer sobre la mayoría por contar nada menos que con el
monopolio de las armas.
IV.
Una vez más, “¿sexo contra sexo o clase contra clase?”
32
“La lucha contra la guerra solamente adquirirá un carácter
realmente amplio, de masas, si participan en ella las trabajadoras
y las campesinas. (...). despertarlas, ganarse su confianza,
mostrarles el camino verdadero, significa movilizar contra
el imperialismo la pasión revolucionaria del sector más
aplastado de la humanidad.”
León
Trotsky33
La
experiencia de la guerra de Irak, con sus soldadas torturadoras
de prisioneros, sus capitanas y sus secretarias de Estado
dispuestas a asesinar a miles de mujeres y varones, niñas
y niños, mientras otros millones de mujeres se movilizaban
en todas las ciudades del mundo contra el flagelo de la
guerra y otras miles se alistaban en organizaciones no gubernamentales
para marchar como brigadistas, médicas y enfermeras a los
territorios de la contienda, muestra una realidad que es
mucho más compleja que un simple enfrentamiento entre mujeres
dadoras de vida, por un lado, y varones patriarcales imbuidos
de belicismo, por el otro.
El
feminismo de la igualdad fracasa y se lamenta frente a las
sangrientas consecuencias que ha tenido su prédica de la
inclusión y la equidad de las mujeres para tener la oportunidad
de acceder a todos los lugares en los que (algunos) varones
han ejercido el poder durante siglos.
Su
“ingenuidad” murió con Abu Ghraib,
decía Barbara Ehreinreich. Demasiado
tarde, decimos quienes venimos sufriendo al imperialismo
en sus guerras, sus golpes militares y su guerra económica
permanente contra las masas de nuestros pueblos oprimidos.
Demasiado tarde para quienes sufrimos las consecuencias
de los planes de hambre que imponen las instituciones multilaterales
que, en sus oficinas cuentan con departamentos especializados
en “mujer y desarrollo” e, inclusive, no dudan en tener
mujeres de altísima calificación profesional entre sus directivos
(aquí, en Argentina, tenemos muy presente a Anne
Krueger). Demasiado tarde para
las madres de los jóvenes argentinos muertos en la guerra
de Malvinas, contra las tropas imperialistas británicas
enviadas por la primera ministro Margareth
Thatcher. Demasiado tarde para
quienes sobrevivimos, en este país, a la década menemista
que produjo el mayor índice de desempleo de la mano de encumbradas
mujeres de la política como la actualmente presidiaria,
María Julia Alsogaray, acusada
de corrupción.
Frente
a esos ejemplos, parecerían tener razón las feministas de
la diferencia. ¿Es que se trataría de mujeres que adoptaron
la ideología patriarcal?
Pero
si en verdad existe un continuum
entre la violencia doméstica y la violencia pública de los
conflictos bélicos; si, como dicen algunas feministas “las
mismas actitudes y valores que subyacen en la violencia
contra las mujeres son las que dan lugar al estallido de
la violencia de guerra”34
y es necesario imponer nuestra “supuesta cultura” de la
paz y de la vida para cambiar este trágico mundo en el que
vivimos ¿cómo hacerlo? La tarea de inculcar una contracultura
a toda la humanidad es, francamente, utópica. ¿Cómo se “convence”
al opresor para que deje de serlo? Máxime aún, si se tiene
en cuenta que no sólo los varones serían opositores a esta
cultura de no violencia, amor y cuidados, sino también algunas
mujeres que “han hecho propio el paradigma dominante.”
Es
que la guerra, como parte del sistema mismo en el que vivimos,
se explica –fundamentalmente- por su carácter de clase.
Olvidar esta categoría en el análisis de una guerra conduce
a no poder comprenderla en toda su expresión y, por lo tanto,
a no poder formular una política tendiente a su enfrentamiento
y a su eliminación.
Al
iniciarse la Primera Guerra Mundial, los
socialistas se mostraban dispuestos a convocar a una huelga
general en los países beligerantes, para impedir el inicio
de la contienda. La socialdemocracia traicionó
estos principios revolucionarios. La gran mayoría de los
diputados que poseía el Partido Socialdemócrata Alemán aprobaron
los créditos de guerra en el Reichstag. Sólo una pequeña
minoría se mantuvo en sus principios. La traición al movimiento
obrero internacional, por parte de su dirección más prestigiosa,
fue pagada con la muerte de millones de obreros en las trincheras
de uno y otro lado de las fronteras que no significaban
nada para ellos.
En
esa pequeña minoría que enfrentó la traición de la socialdemocracia,
además de Lenin, Trotsky, Liebhneckt,
se encontraban Clara Zetkin y
Rosa Luxemburgo. Ellas habían organizado a las mujeres socialistas
en multitudinarios Congresos Internacionales donde, además
de propiciar el 8 de marzo como el Día Internacional de
la Mujer y aprobar otras medidas favorables a las mujeres,
se aprobó la moción de “guerra a la guerra”. Era el momento
en que las feministas más reconocidas, incluso las más radicalizadas,
se sometían a los designios de sus gobiernos imperialistas.
A
pesar de la derrota, la lección quedó grabada en la historia
para quienes quieran enfrentar el futuro aprendiendo de
las experiencias del pasado: sólo el derrocamiento de la
burguesía por el proletariado insurrecto puede salvar a
la humanidad de una nueva y devastadora matanza de los pueblos.
Quizás,
como señalara Alda Facio en el
IXº Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, sea
necesario que el feminismo se replantee subir al tren del
futuro socialista. Porque como dijera una mujer norteamericana
en 1914, quien es socialista y no es feminista, carece de
amplitud... pero quien es feminista y no es socialista,
carece de estrategia. Y, a esta altura –habiendo tantas
mujeres en los parlamentos y los organismos multilaterales
de “desarrollo” y tantas otras muriendo de hambre, de abortos
clandestinos y de bombas de uranio-, quizás sea hora que
el feminismo tenga que pensarlo seriamente...
----------------------------
Notas:
1
Comunicado desde Bagdad de las Brigadas contra la Guerra,
a las manifestaciones del sábado 22 de marzo, publicado
en CSCAweb.
2
El único artículo escrito por una feminista, que pude
encontrar sobre las torturas perpetradas por soldadas norteamericanas
contra prisioneros iraquíes, es uno de Julieta Paredes titulado
Torturas con enfoque de género y publicado en La Epoca. Mientras escribía el presente
artículo, se comenzó a publicar en diversos medios un trabajo
de Bárbara Ehrenreich titulado
Un útero no sustituye una conciencia.
3
Eve Ensler: Monólogos de la vagina, Bs. As., Planeta, 2001
4
Tomás Maestro: ¿Cómo viven las mujeres de Irak?, <terra.es/actualidad/articulo/html/act54146.htm>
5
Informe del International Study
Team on the Gulf Crisis, integrado por 87
especialistas de distintas nacionalidades.
6
Jamas: Las mujeres iraquíes en las cárceles de ocupación:
objetos e instrumentos de violaciones, publicado por el
Centro del Observatorio de la Ocupación en Bagdad el 28
de mayo del 2004 en CSCAweb.
7
Id.
8
Ibid.
9
Documento de Amnesty International,
Boletín de marzo 1995
10
Id.
11
López Segura: Millones de refugiadas y desplazadas olvidadas
por el mundo;<cimacnoticias.com/noticias/03feb/s03022512.html>
12
Stefania Bianchi: Red de explotación sexual para soldados de OTAN y
ONU.
13
Aristófanes: La asamblea de las
mujeres. [Praxágora, esposa de Blépiro encabeza
a las mujeres disfrazadas de varones en una asamblea en
la que se decide entregar el gobierno a las mujeres. Habiendo
ganado su moción, a través de este ardid, Praxágora
explica a su marido Blépiro como será el gobierno por ella propuesto y encabezado
por las mujeres.]
14
Ximena Bedregal: La feminización
de los ejércitos ¿triunfo de la paridad o trampa del patriarcado?,
La Jornada, 5/5/03
15
Soldada capturada en Irak reabre debate sobre roles de género,
Mujeres Hoy, 26/03/03
16
Id.
17
Ibid.
18
Susan Baer: Inédito: combatirán cientos de mujeres, The
Baltimore Sun, 06/03/03
19
Linda Burnham: Dominación sexual
de uniforme: un valor norteamericano, Znet
en español
20
Terry Spahr Nelson: Por amor a la patria: hacer frente a las violaciones
y hostigamientos sexuales en el ejército de EE.UU.
21
Sara Flounders: La mujer en Irak:
enemigos diferentes, Espacio Alternativo
22
Virginia Woolf: Tres guineas,
Ed. Lumen, Bs. As.
23
Barbara Ehrenreich: Un útero no
sustituye una conciencia; www.rebelion.org
24
Id.
25
Liga por los Derechos de las Mujeres Francesas. Citado por
Magdala Velásquez Toro en Anotaciones
para una postura feminista en torno a las mujeres, la guerra
y la paz. Publicado en www.creatividadfeminista.org
26
Francesca Gargallo: El feminismo es pacifismo mientras soplan
vientos de guerra, CIMAC
27
Carmen Magallón Porolés: Las mujeres y la construcción de la paz, www.creatividadfeminista.org
28
Id.
29
Ximena Bedregal: La feminización
de los ejércitos, ¿triunfo de la paridad o trampa del patriarcado?,
La Jornada, 05/05/03
30
Laura Kamienski: Un desafío para
la comunidad feminista, en Feminista, The
Journal of
Feminism Construction, traducida
en Panorama Internacional, www.ft.org.ar
31
Id.
32
Evelyn Reed, del Socialist Workers Party de EE.UU. tituló así uno de sus libros de la
década del ’70, en el que analiza la cuestión de la opresión
de las mujeres, desde una perspectiva marxista.
33
León Trotsky: La guerra y la IVº Internacional, en Escritos
de León Trotsky 1929-1940, editado en CD por el CEIP León
Trotsky, Bs.As., 2000
34
Carmen Magallón,
op.cit. |