Los halcones del Pentágono buscaban
con la campaña sobre Irak modificar el statu quo mundial existente
hacia la derecha, hacia un mayor dominio de los EE.UU. Contra sus
deseos, el desenfadado propósito de utilización de su
poderío militar dejó a EE.UU. sin la mayoría
de sus aliados, dañó seriamente a aquellos que aún
le quedan y ha dado origen a un movimiento de masas contra la guerra
que difícilmente pueda ser ignorado por las elites gobernantes
de los países occidentales. EE.UU. se ha puesto en una difícil
situación. Si logra una victoria rápida y ordenada y
puede sostener la ocupación sin ser visto como un invasor -las
fuerzas contrarias que ya desató su ofensiva- se aminorarán
fuertemente. A esta variante apuestan los halcones de la Casa Blanca,
especulando con la baja moral y el pésimo entrenamiento del
ejército irakí; un ejército derrotado después
del triunfo aliado en 1991. En caso contrario, de que este resultado
de la guerra el más benigno para Washington- no se de,
las contradicciones estructurales enumeradas en este artículo
se seguirán agudizando, amenazando con romper el equilibrio
capitalista a nivel global y provocar un giro en la relación
de fuerzas mundiales en contra de EE.UU.
La campaña contra Irak -como primer
ejemplo de la doctrina de ataque militar preventivo- desató
una serie de fuerzas contrarias que amenazan con no dejar piedra sobre
piedra del orden internacional establecido en la segunda posguerra
y redundar en el mayor aislamiento de Washington desde el cenit de
su hegemonía alcanzado en ese entonces. Es que en los últimos
meses la administración norteamericana sufrió una serie
de fracasos políticos y diplomáticos significativos.
Veamos:
- El intento norteamericano de establecer su dominio absoluto en el
ámbito mundial precipitó la formación de una
coalición antihegemónica encabezada por Francia y Alemania,
las dos potencias más fuertes de Europa, con la participación
de Rusia que al inicio de la campaña de la guerra antiterrorista
se ubicaba como uno de los principales aliados de EE.UU. Su vehemente
oposición a la guerra en los términos pretendidos por
Washington -expresado en una declaración común de los
tres ministros de Relaciones Exteriores- fue un duro mensaje, inesperado
para la administración republicana. Como plantea un analista
del New York Times: la declaración fue una amplia afrenta
a Washington, amonestando a la Administración Bush de que el
sistema internacional está en un punto de inflexión
para establecer las reglas del camino después de la guerra
fría y que el bloque franco-alemán es una fuerza demasiado
grande en términos económicos y culturales, aunque no
en poder militar, como para ignorar.1
- A pesar de la oferta de miles de millones de dólares de ayuda,
el parlamento turco rechazó aprobar el requisito norteamericano
de lanzar una operación ofensiva desde bases en Turquía,
el más importante golpe contra los planes de guerra norteamericanos
hasta hoy. Aunque al cierre de esta edición y luego de una fuerte
presión norteamericana cedió en otorgar el uso de su espacio
aéreo para operaciones sobre el norte de Irak, no varió
en su negativa a permitir el uso de su territorio para abrir un segundo
frente en Irak. Esto es un ejemplo palmario de la incapacidad del supuesto
abrumador poder norteamericano en los asuntos mundiales para lograr
el apoyo de un aliado en una cuestión vital. Esta decisión
turca, junto con el rechazo de la opinión pública a la
guerra, puede tener que ver con el deseo de ese país de congratular
a Francia y Alemania y así fortalecer sus chances de entrar a
la UE. El negar el acceso a EE.UU. también responde a razones
estratégicas, inclusive el deseo de tener manos libres con los
kurdos en el norte de Irak. El resultado de todo esto socavó
las bases del equilibrio interno en Turquía, único país
de mayoría musulmana miembro de la OTAN y aliado estratégico
de Washington en el cercano Oriente. La gravedad de la situación
fue calificada por la revista The Economist, como la de una nación
pivote que marcha hacia un descarrilamiento.2
- La política guerrerista de Washington hacia las naciones del
llamado eje del mal, desató las amenazas y el desafío
nuclear de Corea del Norte, que tomó por sorpresa a EE.UU. mientras
concentra todos sus esfuerzos en su campaña militar contra Irak.
En los dos últimos meses la posición norteamericana en
la península coreana se deterioró dramáticamente
como consecuencia de las escaladas del régimen de Kim Jong II
y por el descubrimiento por parte de Washington del escaso predicamento
diplomático en la región. Lejos de ayudar a resolver la
crisis presionando a Corea del Norte, tanto Corea del Sur, como China
y Rusia no han hecho nada significativo hasta el momento.
- En Pakistán, país que posee armas nucleares y aliado
clave de EE.UU. en la guerra contra Afganistán, crecen las movilizaciones
antinorteamericanas y el avance del fundamentalismo islámico
en las elecciones locales mientras que el Ministro de Relaciones Exteriores,
en una velada amenaza a Washington, alertó a EE.UU. que si su
país iba a ser el próximo objetivo después de Irak,
serían capaces de defenderse a sí mismos.
- En América Latina, dos de los gobiernos más pronortemericanos
de la región como el de México y Chile se negaron a votar
a libro cerrado la autorización de la fuerza militar en Irak
y Chile hizo una reciente propuesta de salida al conflicto, rechazada
de plano por Washington. En el marco del fuerte cuestionamiento a los
planes del FMI en la región; la pérdida de estos dos amigos
de EE.UU. puede desencadenar un realineamiento contra éste.
Como dice Adolfo Gilly en un artículo de La Jornada de México:
EE.UU., en el actual estado de las cosas del mundo, necesita de
México por múltiples razones, entre otras porque toda
América Latina le está resistiendo y porque México
puede alinearse en su propio interés con esa resistencia. Si
México y Chile negaran su aquiescencia a la invasión de
Irak, una línea Chile- Brasil- México empezaría
a dibujarse y habría muchos modos de discutir y negociar el futuro
de todos nosotros frente a la potencia dominante cada vez más
resistida en todas partes. Aunque este frente aún no se
ve en el horizonte, paradójicamente por el giro a la derecha
del izquierdista Lula -asustado por la crisis económica
azuzada por el mismo conflicto bélico en el cual el presidente
brasileño no quiere irritar en lo más mínimo a
EE.UU.- tal eventualidad no puede descartarse.
- Por otra parte, Canadá, un aliado clave de EE.UU., significativamente
tampoco será de la partida. El primer ministro de este país
-principal socio comercial de EE.UU. y que ya había desplegado
un contingente de soldados en el Golfo-, declaró que Canadá
no participará de la guerra después de la decisión
de Bush de pasar por alto al Consejo de Seguridad de la ONU.
- Lo más patético fueron la incapacidad y las dificultades
de EE.UU. para -mediante el uso de una fuerte presión diplomática,
amenazas y coimas- ganarse el aval de una mayoría en el Consejo
de Seguridad sobre los miembros no permanentes que no tienen derecho
a veto. Que EE.UU. con sus ilimitados recursos políticos y materiales
no pueda obtener una rápida aceptación de estas naciones
habla de su significativa pérdida de influencia política
en el escenario internacional. El analista Thomas Friedman con un dejo
de ironía dice que: Nuestro más fuerte aliado para
la guerra en Irak es Bulgaria -un país al que siempre tuve cariño
porque protegió a los judíos durante la Segunda Guerra
Mundial, pero es un país que estuvo del lado perdedor en todas
las guerras de los últimos cien años3.
- Por último, la política norteamericana socavó
la posición interna de sus dos principales aliados, Tony Blair
y Aznar, y deterioró la estrategia internacional de Inglaterra
ubicada como bisagra entre EE.UU. y Europa. Desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial y la pérdida de su imperio colonial, la clase
dirigente británica siguió la política de ser el
máximo representante de los intereses de EE.UU. en Europa pero
modulándolos de tal forma que sean digeribles del otro lado del
Atlántico. Este rol de puente entre los dos socios
de la Alianza Atlántica le permitió al Reino Unido una
mayor influencia internacional que la que su peso real y fortaleza económica
e industrial le permitían. La polarización entre el eje
franco-alemán y Washington lo obligan a optar por este último
deteriorando significativamente su posición geopolítica.
En síntesis, la política de Bush de están
con nosotros o con el terrorismo lejos de redundar en un mayor
disciplinamiento de la mayoría de la naciones actuó como
punto de inflexión de un realineamiento internacional que busca
detener y poner piedras en el camino al establecimiento de una hiperpotencia
norteamericana. Como dice Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad
Nacional del gobierno de James Carter: EE.UU. nunca estuvo tan
aislado en la era moderna. Nosotros no podemos manejar el mundo enteramente
en nuestro nombre. Somos más fuertes que cualquier otro, pero
no podemos simplemente dar órdenes, y yo creo que aquí
es donde la Administración se ha realmente equivocado4
El despertar del movimiento de masas
En el plano de la lucha de clases, la fuerte brecha abierta entre
el eje angloamericano y el franco-alemán, dio origen y alentó
la emergencia de un movimiento de masas contra la guerra a escala
global; en especial en las potencias imperialistas. Antes del comienzo
de las operaciones militares, la administración estadounidense
se enfrenta a una movilización que sobrepasa de lejos el movimiento
contra la guerra de Vietnam en sus inicios.
Este importante fenómeno anuncia la emergencia de un nuevo
período, en donde la pasiva aceptación de la dominación
capitalista de las ultimas décadas no puede ser considerada
como una garantía por las elites gobernantes. Aunque todavía
se encuentra en un bajo nivel político, el masivo despertar
de amplias capas de la población es un hecho nuevo y significativo.
Esta es la materia prima de inéditos e importantes desarrollos
políticos que afectarán a la lucha de clases a escala
global en los próximos años.
No puede descartarse que una serie de maniobras diplomáticas
y políticas de los gobiernos y estados imperialistas, confiados
en una rápida victoria militar, transforme este movimiento
en una sombra de lo que es. Pero su peso ya sé esta haciendo
sentir y de alargarse la guerra, su existencia y radicalización
pueden pegar un salto. Lo que sí es seguro es que este neocolonialismo,
cuya primera prueba de fuego es la guerra contra Irak, arrastrará
forzosamente una fuerza de reacción. Será el principio
de un nuevo ciclo de enfrentamientos a escala histórica.
Algunos síntomas de esto son las tensiones que azotan al gobierno
de Blair, que podría caer como resultado de la guerra, y la
fuerte oposición de la base laborista a sus políticas.
De desarollarse, estos procesos pueden socavar la capacidad y eficacia
de los funcionarios y burócratas del Labor Party para controlar
a la clase obrera inglesa, elemento clave que permitió a la
burguesía superar o canalizar las crisis de la democracia imperialista
británica, durante el siglo pasado.
En EE.UU., aunque las últimas encuestas muestran un avance
del apoyo de la población a la guerra de Bush, esto se da en
un contexto de fuerte pesimismo interno donde la economía se
sigue deteriorando y donde la fortuna política del presidente
viene declinando en todos los demás frentes. Una guerra corta,
con mínima perdida de vidas y una relativa calma en la posguerra,
puede traerle un cierto alivio sobre el frente doméstico. Pero
cualquier apartamiento de esta perspectiva, el mejor de los escenarios,
puede resultar fatal para su presidencia. Sorprendentemente, aún
el mejor de los resultados, podría no retornar a Bush a los
estratosféricos niveles de apoyo que disfrutó en las
postrimerías del 11/9/2001. El duro debate sobre Irak catalizó
una oposición a Bush de una manera que no lo hicieron eventos
anteriores, lo que puede limitar el impacto potencial de una victoria
en los temas domésticos.5
Más significativo aún es que la guerra está volviendo
a reproducir la polarización política que había
emergido en la ultima elección presidencial fraudulenta y que
había sido borrada por el clima de unidad patriótica
posterior a los atentados del 11/9.
Una constatación de esto es lo que marca The Economist:
el
apoyo a la guerra se está convirtiendo en más partidista.
Todas las manifestaciones de Rally for América (marchas de
apoyo a la guerra, N. de R.) fueron en los estados republicanos. Las
más grandes marchas antiguerra han sido en los estados demócratas
Más de cien Municipios controlados por los demócratas,
incluyendo esta semana el de Nueva York, han pasado resoluciones antiguerra.
Más seriamente, el 73% de los republicanos dijo en una encuesta
del New York Times que ellos aprobarían una acción militar
sin el apoyo de la ONU, comparado con solo el 42% de los demócratas.6
Esta polarización genera incipientes fisuras en el régimen
bipartidista sobre todo en su pata demócrata. La misma revista
plantea que De lejos, ha habido un problema mayor para los demócratas.
Los candidatos presidenciales no pueden permitirse alejar demasiado
de la base de activistas antiguerra quienes elegirán el nominado
del partido para las presidenciales del año que viene y quienes
les urgieron a ellos una campaña que hable más decididamente.
Pero la mayoría de ellos no pueden hacer esto porque votaron
el año pasado a favor el uso de la fuerza en Irak.
Estas contradicciones en los dos principales países beligerantes
son sólo una muestra inicial de las convulsiones políticas
que la guerra de Irak y la continuidad de la política guerrerista
de EE.UU. van a generar. El actual fracaso diplomático entre
las principales potencias imperialistas muestra que con el intento
norteamericano de reposicionarse ofensivamente frente a su declinación
histórica, agudizado por la crisis económica, no será
en la mesa de negociaciones de las capitales del mundo donde se resolverá
la enorme carga que la continuidad de su dominio impone sobre el mundo,
sino en el terreno más cruento de la guerra y la revolución.
¿Ventaja estratégica?
Los resultados de la guerra y sobre todo de la posguerra en Irak,
serán los que determinarán las relaciones de fuerza
inmediata y resolverán muchos de los interrogantes que hoy
sobrevuelan sobre la realidad mundial. Sin embargo, ya algunas cosas,
que aún a riesgo de equivocarnos, pueden comenzar a aventurarse:
A) El mundo y el lugar de EE.UU. en él ya no serán como
antes. Tal vez un golpe contundente de EE.UU. en Irak establezca un
nuevo equilibrio favorable a su dominio. Pero debido a la animosidad
que ha quedado entre las potencias imperialistas -en particular con
Francia y Alemania- y el resentimiento que la acción norteamericana
despierta en el movimiento de masas, es probable que este equilibrio
sea más precario e inestable que el de los '90. En esa década
las potencias imperialistas compartieron la renovada explotación
del mundo semicolonial y la rapiña de los despojos de los ex
estados obreros; en el marco que EE.UU. con la llamada globalización
se llevaba la parte del león fortaleciéndose relativamente
con respecto a sus competidores.
Sin embargo, visto desde ahora, este período de dominación
imperialista, relativamente pacífico, no fue más que
un interregno. Lo que no puede descartarse es que si se agudizan las
disputas interimperialistas durante la guerra y la posguerra -donde
Francia continúe fuertemente con su retórica- y crece
la división entre los de arriba, se aliente la resistencia
del movimiento de masas en Irak, en Medio Oriente o en los países
imperialistas y el equilibrio capitalista se deteriore fuertemente,
poniéndose cada vez más cerca de una grave ruptura.
B) Los halcones buscan con la campaña en Irak obtener una ventaja
estratégica que evite la emergencia de futuros competidores
por la hegemonía mundial. Tal vez un triunfo demoledor les
refuerce en su creencia que EE.UU. puede dominar el mundo a su gusto
basados en las ventajas inmediatas que evidentemente tendrá
sobre sus competidores imperialistas y el movimiento de masas. Sin
embargo, las contradicciones políticas y diplomáticas
de su avance sobre Irak no alientan en forma sustentable esta ilusión
de la fracción más rapaz del imperialismo norteamericano.
Contra sus desmedidas expectativas, no es esta la lectura que hacen
los sectores más sensatos de la burguesía
imperialista. El managing editor del Financial Times de EE.UU. dice:
Exceptuando una humillación en Irak, Europa y el resto
del mundo tendrán que reconciliarse a sí mismos con
la realidad del poder norteamericano. En el corto plazo, aquellos
que se preocupan por las relaciones norteamericanas y europeas debemos
tener esperanzas tanto de una guerra corta como de la ausencia de
represalias entre los aliados. (
) En el mediano plazo, el test
del genio americano será evitar provocar coaliciones que busquen
desafiarlo o limitar su poder. En esta cuenta, a pesar de los méritos
del caso de Saddam Hussein, la administración Bush dio muestras
de un fracaso. Todos nosotros somos perdedores como resultado.7
(El subrayado es nuestro).
Como plantea esta última frase, la manifestación de
brechas abiertas entre las principales potencias imperialistas debilitaron
estratégicamente -y podría debilitar aún más
dependiendo del resultado de la guerra- al conjunto de éstas,
más allá de que el movimiento de masas, por partir de
una situación de debilidad a causa del retroceso de las décadas
pasadas, no se haya beneficiado inmediatamente. Es desde esta perspectiva
que las masas explotadas y oprimidas del mundo debemos sacar fuerzas
para derrotar la dominación imperialista en los inevitables
combates de clases que se sucederán en el próximo período.
|
|
1 NYT 6/3/03
2 The Economist 6/3/03
3 NYT 16/3/03
4 Washington Post 16/3/03
5 Idem
6 The Economist 13/3/03
7 Financial Times 16/3/03 |
|
|