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Irak y los límites del poderío norteamericano…


¿Ventaja estratégica?

 

Juan Chingo

Especial para Partes de Guerra

18/03/03

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Qué mostraron los primeros ataques

Los halcones del Pentágono buscaban con la campaña sobre Irak modificar el statu quo mundial existente hacia la derecha, hacia un mayor dominio de los EE.UU. Contra sus deseos, el desenfadado propósito de utilización de su poderío militar dejó a EE.UU. sin la mayoría de sus aliados, dañó seriamente a aquellos que aún le quedan y ha dado origen a un movimiento de masas contra la guerra que difícilmente pueda ser ignorado por las elites gobernantes de los países occidentales. EE.UU. se ha puesto en una difícil situación. Si logra una victoria rápida y ordenada y puede sostener la ocupación sin ser visto como un invasor -las fuerzas contrarias que ya desató su ofensiva- se aminorarán fuertemente. A esta variante apuestan los halcones de la Casa Blanca, especulando con la baja moral y el pésimo entrenamiento del ejército irakí; un ejército derrotado después del triunfo aliado en 1991. En caso contrario, de que este resultado de la guerra –el más benigno para Washington- no se de, las contradicciones estructurales enumeradas en este artículo se seguirán agudizando, amenazando con romper el equilibrio capitalista a nivel global y provocar un giro en la relación de fuerzas mundiales en contra de EE.UU.

La campaña contra Irak -como primer ejemplo de la doctrina de ataque militar preventivo- desató una serie de fuerzas contrarias que amenazan con no dejar piedra sobre piedra del orden internacional establecido en la segunda posguerra y redundar en el mayor aislamiento de Washington desde el cenit de su hegemonía alcanzado en ese entonces. Es que en los últimos meses la administración norteamericana sufrió una serie de fracasos políticos y diplomáticos significativos. Veamos:
- El intento norteamericano de establecer su dominio absoluto en el ámbito mundial precipitó la formación de una coalición antihegemónica encabezada por Francia y Alemania, las dos potencias más fuertes de Europa, con la participación de Rusia que al inicio de la campaña de la guerra antiterrorista se ubicaba como uno de los principales aliados de EE.UU. Su vehemente oposición a la guerra en los términos pretendidos por Washington -expresado en una declaración común de los tres ministros de Relaciones Exteriores- fue un duro mensaje, inesperado para la administración republicana. Como plantea un analista del New York Times: “la declaración fue una amplia afrenta a Washington, amonestando a la Administración Bush de que el sistema internacional está ‘en un punto de inflexión’ para establecer las reglas del camino después de la guerra fría y que el bloque franco-alemán es una fuerza demasiado grande en términos económicos y culturales, aunque no en poder militar, como para ignorar.”1

- A pesar de la oferta de miles de millones de dólares de ayuda, el parlamento turco rechazó aprobar el requisito norteamericano de lanzar una operación ofensiva desde bases en Turquía, el más importante golpe contra los planes de guerra norteamericanos hasta hoy. Aunque al cierre de esta edición y luego de una fuerte presión norteamericana cedió en otorgar el uso de su espacio aéreo para operaciones sobre el norte de Irak, no varió en su negativa a permitir el uso de su territorio para abrir un segundo frente en Irak. Esto es un ejemplo palmario de la incapacidad del supuesto abrumador poder norteamericano en los asuntos mundiales para lograr el apoyo de un aliado en una cuestión vital. Esta decisión turca, junto con el rechazo de la opinión pública a la guerra, puede tener que ver con el deseo de ese país de congratular a Francia y Alemania y así fortalecer sus chances de entrar a la UE. El negar el acceso a EE.UU. también responde a razones estratégicas, inclusive el deseo de tener manos libres con los kurdos en el norte de Irak. El resultado de todo esto socavó las bases del equilibrio interno en Turquía, único país de mayoría musulmana miembro de la OTAN y aliado estratégico de Washington en el cercano Oriente. La gravedad de la situación fue calificada por la revista The Economist, como la de “una nación pivote que marcha hacia un descarrilamiento.”2
- La política guerrerista de Washington hacia las naciones del llamado “eje del mal”, desató las amenazas y el desafío nuclear de Corea del Norte, que tomó por sorpresa a EE.UU. mientras concentra todos sus esfuerzos en su campaña militar contra Irak. En los dos últimos meses la posición norteamericana en la península coreana se deterioró dramáticamente como consecuencia de las escaladas del régimen de Kim Jong II y por el descubrimiento por parte de Washington del escaso predicamento diplomático en la región. Lejos de ayudar a resolver la crisis presionando a Corea del Norte, tanto Corea del Sur, como China y Rusia no han hecho nada significativo hasta el momento.
- En Pakistán, país que posee armas nucleares y aliado clave de EE.UU. en la guerra contra Afganistán, crecen las movilizaciones antinorteamericanas y el avance del fundamentalismo islámico en las elecciones locales mientras que el Ministro de Relaciones Exteriores, en una velada amenaza a Washington, alertó a EE.UU. que si su país iba a ser el próximo objetivo después de Irak, serían capaces de defenderse a sí mismos.
- En América Latina, dos de los gobiernos más pronortemericanos de la región como el de México y Chile se negaron a votar a libro cerrado la autorización de la fuerza militar en Irak y Chile hizo una reciente propuesta de salida al conflicto, rechazada de plano por Washington. En el marco del fuerte cuestionamiento a los planes del FMI en la región; la pérdida de estos dos amigos de EE.UU. puede desencadenar un realineamiento contra éste.
Como dice Adolfo Gilly en un artículo de La Jornada de México: “EE.UU., en el actual estado de las cosas del mundo, necesita de México por múltiples razones, entre otras porque toda América Latina le está resistiendo y porque México puede alinearse en su propio interés con esa resistencia. Si México y Chile negaran su aquiescencia a la invasión de Irak, una línea Chile- Brasil- México empezaría a dibujarse y habría muchos modos de discutir y negociar el futuro de todos nosotros frente a la potencia dominante cada vez más resistida en todas partes”. Aunque este frente aún no se ve en el horizonte, paradójicamente por el giro a la derecha del “izquierdista” Lula -asustado por la crisis económica azuzada por el mismo conflicto bélico en el cual el presidente brasileño no quiere irritar en lo más mínimo a EE.UU.- tal eventualidad no puede descartarse.
- Por otra parte, Canadá, un aliado clave de EE.UU., significativamente tampoco será de la partida. El primer ministro de este país -principal socio comercial de EE.UU. y que ya había desplegado un contingente de soldados en el Golfo-, declaró que Canadá no participará de la guerra después de la decisión de Bush de pasar por alto al Consejo de Seguridad de la ONU.
- Lo más patético fueron la incapacidad y las dificultades de EE.UU. para -mediante el uso de una fuerte presión diplomática, amenazas y coimas- ganarse el aval de una mayoría en el Consejo de Seguridad sobre los miembros no permanentes que no tienen derecho a veto. Que EE.UU. con sus ilimitados recursos políticos y materiales no pueda obtener una rápida aceptación de estas naciones habla de su significativa pérdida de influencia política en el escenario internacional. El analista Thomas Friedman con un dejo de ironía dice que: “Nuestro más fuerte aliado para la guerra en Irak es Bulgaria -un país al que siempre tuve cariño porque protegió a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, pero es un país que estuvo del lado perdedor en todas las guerras de los últimos cien años”3.
- Por último, la política norteamericana socavó la posición interna de sus dos principales aliados, Tony Blair y Aznar, y deterioró la estrategia internacional de Inglaterra ubicada como bisagra entre EE.UU. y Europa. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la pérdida de su imperio colonial, la clase dirigente británica siguió la política de ser el máximo representante de los intereses de EE.UU. en Europa pero modulándolos de tal forma que sean digeribles del otro lado del Atlántico. Este rol de “puente” entre los dos socios de la Alianza Atlántica le permitió al Reino Unido una mayor influencia internacional que la que su peso real y fortaleza económica e industrial le permitían. La polarización entre el eje franco-alemán y Washington lo obligan a optar por este último deteriorando significativamente su posición geopolítica.
En síntesis, la política de Bush de “están con nosotros o con el terrorismo” lejos de redundar en un mayor disciplinamiento de la mayoría de la naciones actuó como punto de inflexión de un realineamiento internacional que busca detener y poner piedras en el camino al establecimiento de una “hiperpotencia” norteamericana. Como dice Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional del gobierno de James Carter: “EE.UU. nunca estuvo tan aislado en la era moderna. Nosotros no podemos manejar el mundo enteramente en nuestro nombre. Somos más fuertes que cualquier otro, pero no podemos simplemente dar órdenes, y yo creo que aquí es donde la Administración se ha realmente equivocado”4

 

El despertar del movimiento de masas
En el plano de la lucha de clases, la fuerte brecha abierta entre el eje angloamericano y el franco-alemán, dio origen y alentó la emergencia de un movimiento de masas contra la guerra a escala global; en especial en las potencias imperialistas. Antes del comienzo de las operaciones militares, la administración estadounidense se enfrenta a una movilización que sobrepasa de lejos el movimiento contra la guerra de Vietnam en sus inicios.
Este importante fenómeno anuncia la emergencia de un nuevo período, en donde la pasiva aceptación de la dominación capitalista de las ultimas décadas no puede ser considerada como una garantía por las elites gobernantes. Aunque todavía se encuentra en un bajo nivel político, el masivo despertar de amplias capas de la población es un hecho nuevo y significativo. Esta es la materia prima de inéditos e importantes desarrollos políticos que afectarán a la lucha de clases a escala global en los próximos años.
No puede descartarse que una serie de maniobras diplomáticas y políticas de los gobiernos y estados imperialistas, confiados en una rápida victoria militar, transforme este movimiento en una sombra de lo que es. Pero su peso ya sé esta haciendo sentir y de alargarse la guerra, su existencia y radicalización pueden pegar un salto. Lo que sí es seguro es que este neocolonialismo, cuya primera prueba de fuego es la guerra contra Irak, arrastrará forzosamente una fuerza de reacción. Será el principio de un nuevo ciclo de enfrentamientos a escala histórica.
Algunos síntomas de esto son las tensiones que azotan al gobierno de Blair, que podría caer como resultado de la guerra, y la fuerte oposición de la base laborista a sus políticas. De desarollarse, estos procesos pueden socavar la capacidad y eficacia de los funcionarios y burócratas del Labor Party para controlar a la clase obrera inglesa, elemento clave que permitió a la burguesía superar o canalizar las crisis de la democracia imperialista británica, durante el siglo pasado.
En EE.UU., aunque las últimas encuestas muestran un avance del apoyo de la población a la guerra de Bush, esto se da en un contexto de fuerte pesimismo interno donde la economía se sigue deteriorando y donde la fortuna política del presidente viene declinando en todos los demás frentes. Una guerra corta, con mínima perdida de vidas y una relativa calma en la posguerra, puede traerle un cierto alivio sobre el frente doméstico. Pero cualquier apartamiento de esta perspectiva, el mejor de los escenarios, puede resultar fatal para su presidencia. Sorprendentemente, “aún el mejor de los resultados, podría no retornar a Bush a los estratosféricos niveles de apoyo que disfrutó en las postrimerías del 11/9/2001. El duro debate sobre Irak catalizó una oposición a Bush de una manera que no lo hicieron eventos anteriores, lo que puede limitar el impacto potencial de una victoria en los temas domésticos.”5
Más significativo aún es que la guerra está volviendo a reproducir la polarización política que había emergido en la ultima elección presidencial fraudulenta y que había sido borrada por el clima de unidad patriótica posterior a los atentados del 11/9.
Una constatación de esto es lo que marca The Economist: “…el apoyo a la guerra se está convirtiendo en más partidista. Todas las manifestaciones de Rally for América (marchas de apoyo a la guerra, N. de R.) fueron en los estados republicanos. Las más grandes marchas antiguerra han sido en los estados demócratas… Más de cien Municipios controlados por los demócratas, incluyendo esta semana el de Nueva York, han pasado resoluciones antiguerra. Más seriamente, el 73% de los republicanos dijo en una encuesta del New York Times que ellos aprobarían una acción militar sin el apoyo de la ONU, comparado con solo el 42% de los demócratas.”6 Esta polarización genera incipientes fisuras en el régimen bipartidista sobre todo en su pata demócrata. La misma revista plantea que “De lejos, ha habido un problema mayor para los demócratas. Los candidatos presidenciales no pueden permitirse alejar demasiado de la base de activistas antiguerra quienes elegirán el nominado del partido para las presidenciales del año que viene y quienes les urgieron a ellos una campaña que hable más decididamente. Pero la mayoría de ellos no pueden hacer esto porque votaron el año pasado a favor el uso de la fuerza en Irak.”
Estas contradicciones en los dos principales países beligerantes son sólo una muestra inicial de las convulsiones políticas que la guerra de Irak y la continuidad de la política guerrerista de EE.UU. van a generar. El actual fracaso diplomático entre las principales potencias imperialistas muestra que con el intento norteamericano de reposicionarse ofensivamente frente a su declinación histórica, agudizado por la crisis económica, no será en la mesa de negociaciones de las capitales del mundo donde se resolverá la enorme carga que la continuidad de su dominio impone sobre el mundo, sino en el terreno más cruento de la guerra y la revolución.

 

¿Ventaja estratégica?
Los resultados de la guerra y sobre todo de la posguerra en Irak, serán los que determinarán las relaciones de fuerza inmediata y resolverán muchos de los interrogantes que hoy sobrevuelan sobre la realidad mundial. Sin embargo, ya algunas cosas, que aún a riesgo de equivocarnos, pueden comenzar a aventurarse:
A) El mundo y el lugar de EE.UU. en él ya no serán como antes. Tal vez un golpe contundente de EE.UU. en Irak establezca un nuevo equilibrio favorable a su dominio. Pero debido a la animosidad que ha quedado entre las potencias imperialistas -en particular con Francia y Alemania- y el resentimiento que la acción norteamericana despierta en el movimiento de masas, es probable que este equilibrio sea más precario e inestable que el de los '90. En esa década las potencias imperialistas compartieron la renovada explotación del mundo semicolonial y la rapiña de los despojos de los ex estados obreros; en el marco que EE.UU. con la llamada “globalización” se llevaba la parte del león fortaleciéndose relativamente con respecto a sus competidores.
Sin embargo, visto desde ahora, este período de dominación imperialista, relativamente pacífico, no fue más que un interregno. Lo que no puede descartarse es que si se agudizan las disputas interimperialistas durante la guerra y la posguerra -donde Francia continúe fuertemente con su retórica- y crece la división entre los de arriba, se aliente la resistencia del movimiento de masas en Irak, en Medio Oriente o en los países imperialistas y el equilibrio capitalista se deteriore fuertemente, poniéndose cada vez más cerca de una grave ruptura.
B) Los halcones buscan con la campaña en Irak obtener una ventaja estratégica que evite la emergencia de futuros competidores por la hegemonía mundial. Tal vez un triunfo demoledor les refuerce en su creencia que EE.UU. puede dominar el mundo a su gusto basados en las ventajas inmediatas que evidentemente tendrá sobre sus competidores imperialistas y el movimiento de masas. Sin embargo, las contradicciones políticas y diplomáticas de su avance sobre Irak no alientan en forma sustentable esta ilusión de la fracción más rapaz del imperialismo norteamericano. Contra sus desmedidas expectativas, no es esta la lectura que hacen los sectores más “sensatos” de la burguesía imperialista. El managing editor del Financial Times de EE.UU. dice: “Exceptuando una humillación en Irak, Europa y el resto del mundo tendrán que reconciliarse a sí mismos con la realidad del poder norteamericano. En el corto plazo, aquellos que se preocupan por las relaciones norteamericanas y europeas debemos tener esperanzas tanto de una guerra corta como de la ausencia de represalias entre los aliados. (…) En el mediano plazo, el test del genio americano será evitar provocar coaliciones que busquen desafiarlo o limitar su poder. En esta cuenta, a pesar de los méritos del caso de Saddam Hussein, la administración Bush dio muestras de un fracaso. Todos nosotros somos perdedores como resultado.”7 (El subrayado es nuestro).
Como plantea esta última frase, la manifestación de brechas abiertas entre las principales potencias imperialistas debilitaron estratégicamente -y podría debilitar aún más dependiendo del resultado de la guerra- al conjunto de éstas, más allá de que el movimiento de masas, por partir de una situación de debilidad a causa del retroceso de las décadas pasadas, no se haya beneficiado inmediatamente. Es desde esta perspectiva que las masas explotadas y oprimidas del mundo debemos sacar fuerzas para derrotar la dominación imperialista en los inevitables combates de clases que se sucederán en el próximo período.

   
1 NYT 6/3/03
2 The Economist 6/3/03
3 NYT 16/3/03
4 Washington Post 16/3/03
5 Idem
6 The Economist 13/3/03
7 Financial Times 16/3/03
 

 

 

 

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